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miércoles, 19 de enero de 2022

Tres sindicalistas rumanos en las Brigadas Internacionales: Constantin Doncea, Dumitru Petrescu y Gheorghe Vasilichi.

El 15 de febrero de 1933 los militantes comunistas de los sindicatos ferroviarios organizan una impresionante huelga obrera contra las políticas de recortes de salarios aplicada por el gobierno reaccionario con la excusa de la crisis económica mundial.
Algunos huelguistas detenidos en la cárcel de Craiova. Entre ellos: Gheorghiu-Dej,
Chivu Stoica, Gheroghe Vasilichi, Constantin Doncea, y Dumitru Petrescu 

La huelga de Grivița (nombre de los talleres ferroviarios donde se inició) se extendió como la pólvora por todo el país, uniéndose a ella mineros y trabajadores petrolíferos, ante lo cual el gobierno del rey Carlos II, dirigido por el terrorista de alta burguesía rumana Alexandru Vaida Voevod, ordena a la policia y al ejército abrir fuego contra los huelguistas, asesinando a decenas de ellos.

Los tres principales líderes del movimiento, Constantin Doncea,  Gheorghe Vasilichi y Dumitru Petrescu, son detenidos y condenados a trabajos forzados y encerrados en la cárcel de Craiova, aunque dos años después los tres logran huir tras una impresionante evasión organizada por el Partido Comunista. Tras su huida, continuarán luchando por los trabajadores en diferentes frentes, incluyendo las Brigadas Internacionales en España, la Resistencia Francesa o los movimientos partisanos antinazis.

Tras su fuga en 1935, los tres heroes rumanos emigraron a la Union Soviética, poniéndose allí al servicio de la organización de los comunistas rumanos en Moscú. Constantin Doncea y Gheoghe Vasilichi no dudaron en alistarse en las filas de las Brigadas Internacionales organizadas por el Komitern, y lucharon durante toda la Guerra Civil Española contra los ejércitos fascistas. Tras la derrota, fueron encerrados como tantos miles de refugiados republicanos en campos de concentración franceses.

El primero de ellos, Constantin Doncea, nació en 1904 en la comuna Cocu, en la provincia de Arges. Trabajará como fundidor en la empresa de ferrocarriles rumanos (CFR), y en 1931 se afilió al Partido Comunista. Después la citada huelga de Grivita y de la matanza de obreros por parte de las fuerzas del orden rumanas, huirá de la carcel de Craiova, se pone al servicio del Komitern y del Partido Comunista de Rumania.

Tras formar parte de la resistencia francesa, llegará durante la Segunda Guerra Mundial de nuevo a Moscú, donde, siendo considerado por el lider del Komitern, el bulgaro Jorge Dimitrov, como el más importante de los comunistas rumanos en el exilio, es reclutado por el NKVD. Participará en diferentes acciones militares y guerrilleras del Ejército Rojo. Entre otras, fue lanzado en paracaidas en Crimea para formar parte de las tropas partisanas antifascistas.

El 19 de agosto de 1944, tres dias antes del golpe de timón en el que los comunistas forzarían al rey Mihai a romper su alianza con Hitler y a ordenar al ejército rumano a volver sus armas contra los alemanes, Doncea es lanzado en paracaidas por el Ejército Rojo en Rumanía, para tomar contacto con la dirección del PCR.
Constantin Doncea

Tras la constitución del primer gobierno comunista, en marzo de 1945, dirigido por Petru Groza, Doncea fue miembro del Comité Central del Partido de los Trabajadores Rumanos (nombre asumido por el PCR tras su alianza con otras fuerzas democráticas en 1945) y vicealcalde de Bucarest (noviembre de 1947-febrero de 1948), y en 1950 hasta 1953 ocuparia la función de jefe de la defensa antiaerea de Rumania. Durante el gobierno de Chivu Stoica (1956-1957) sería nombrado Ministro de las Cosechas.

El 13 de junio de 1958 sería expulsado de la dirección del P.M.R., tras la entrada en desgracia del grupo de los comunistas internacionalistas posterior a la muerte de Stalin en 1953, y el reforzamiento del grupo nacionalista-revisionista, dirigido por Dej.

Dumitru Petrescu nació en mayo de 1906 en Bucarest. De profesión tornero, trabajó desde 1920 en CFR. Entre 1927 y 1928 militó en el Partido Social Demócrata, y en 1930 en el Partido Socialista de los Trabajadores, hasta que en 1932 se integraría en el Partido Comunista de Rumanía.

Desde dentro del PCR,  Petrescu dirigirá con Doncea el sindicato de los talleres ferroviarios de Grivita, y en 1933 era Secretario del Consejo Sindical de Bucarest. Tras su huida de la cárcel de Craiova en 1935, llegará a la capital de la Unión Soviética, donde frecuentará los estudios de la Escuela Superior de Leninismo.  En 1936 formaba parte de la dirección de la Internacional Comunista, organizando el llamamiento a formar las Brigadas Internacionales para apoyar a la República Española contra el fascismo y el reclutamiento en Rumania y Rusia.  Durante la Segunda Guerra Mundial  se encargó del reclutamiento de las divisiones de voluntarios rumanos organizadas en territorio soviético, con el objetivo de integrarlas en el Ejército Rojo para enfrentarse a la armada fascista rumana, aliado hasta agosto de 1944 de la Alemania nazi. Las divisiones rumanas organizadas en la URSS, "Tudor Vladimirescu" y "Horia, Closca, Crisan", entrarían en Bucarest encabezando el ejército libertador a finales del mes de agosto de ese año.

Petrescu regresaría a Rumanía en septiembre de 1944, contribuyendo a la reforma del ejército rumano, para adaptarlo a una sociedad socialista. Ocupó el puesto de Inspector General del Ejército para la Educación, Cultura y Propaganda, y después el de Jefe de la Dirección Superior de la Policía Militar (organismo que tenía entre sus misiones formar en la ideología marxista a los soldados y oficiales).

Petrescu fue durante tres años Ministro de Finanzas y vicepresidente del Consejo de Ministros, entre octubre de 1955 y mayo de 1956. En ese mismo año, sería expulsado del partido por las mismas razones que sus compañeros: la venganza contra los marxistas-leninistas tras la muerte de Stalin en la mayoría de los países socialistas tras el triunfo del revisionismo con la llegada de Jruschev al poder en la URSS.  
Gh. Vasilichi

El tercero de los protagonistas de esta entrada, de los tres evadidos en 1935 de la carcel de Craiova, es  Gheorghe Vasilichi. Nació el 7 de septiembre de 1902 en la comuna Cetate, en la provincia de Dolj. Trabajaba como chapista en los talleres ferroviarios Grivita, actuando tanto en el movimiento político comunista como en los sindicatos proletarios. Fue miembro desde 1924 del sindicato Fermetal, participando como tal en el Congreso Internacional de Sindicatos de Moscu, en 1929.  Formó parte del Bloque Obrero-Campesino (fachada electoral del Partido Comunista durante su prohibición), y de la dirección de la Union de Jóvenes Comunistas y del mismo PCR, en el que entró a militar en 1927.

Durante la huelga de Grivita de 1933 fue el lider del movimiento en la provincia de Prahova, dirigiendo a los trabajadores petroleros. Tras la espectacular huida de la carcel de Craiova, marchó a Moscú, donde a las órdenes del Komitern se encargaría de enrolar a otros comunistas para integrar las Brigadas Internacionales en la Guerra Civil Española. Tras luchar en España, haria lo propio en Francia, donde formaria parte de un regimiento checoslovaco que lucharía contra la agresión nazi hasta la capitulación, el 10 de junio de 1940.

Tras la capitulación, entraria a formar parte de la resistencia francesa, hasta su arresto en marzo de 1943, tras el cual seria encerrado en una carcel del sur de Francia. Allí organizaría una fuga que, en esta ocasión acabaria en fracaso, tras el cual, y como castigo, seria enviado al campo de concentración nazi de Dachau, donde estaria hasta el final de la guerra.

Tras su vuelta al pais,  Vasilichi fue nombrado ministro en diferentes ocasiones entre 1947 y 1951. en primer lugar, Ministro de Educación, y entre 1949 y 1951 Ministro de Minas y Petroleo. Desde su regreso al pais en 1945 hasta 1952 fue permanentemente miembro del Comite Central y de su Oficina Política, y tras la muerte de Stalin, como sus dos camaradas de fuga, caería en desgracia, expulsado de sus cargos y del partido por el grupo de revisionistas que seguirian la estela de Jruchov, Brevnev y el resto de oportunistas que en la Union Sovietica acabarian con la lucha de clases e impondrian una falsa sociedad sin clases en la que la elite la ocuparian poco a poco los miebros de la direccion del partido y los intelectuales.

Dumitru Petrescu
Los tres comunistas rumanos protagonistas de esta entrada forman parte de un periodo de la historia en el que el movimiento comunista y obrero, de la mano de los trabajadores soviéticos y de la URSS de Lenin y Stalin, estaban dispuestos  y convencidos de la inminente llegada del triunfo de la clase trabajadora en sus respectivos paises, acabando de una vez con todas con esa peste que convierte al hombre en una bestia: la explotación de unos hombres sobre otros. Fue una epoca en la que cualquier trabajador consciente de serlo estaba dispuesto a luchar por un camarada cualquiera fuera su nacionalidad, y de combatir por la emancipación de la clase trabajadora allí donde fuera necesario, en las filas de las Brigadas Internacionales en España, integrados en la resistencia francesa, o en el Ejercito Rojo contra las tropas fascistas de su propio pais: una epoca de internacionalismo proletario y fe en la victoria en la lucha de clases contra los parásitos capitalistas, pensamientos que, lamentablemente, hoy son meros recuerdos del pasado de la desmovilizada y desideoligizada clase obrera.

Desgraciadamente, la muerte de Stalin en 1953 representó el inicio del fin de esa época de ilusiones y convencimiento de la necesidad de acabar con la peste burguesa capitalista y fascista, y provocó que en la mayoria de los paises socialistas, salvo entonces en Albania y China, se hicieran con el poder un grupo de oportunistas y revisionistas que acabarian, con los años, destruyendo la unidad de la clase trabajadora con el Partido, convirtiendo a los líderes de este en una élite autoconvencida de serlo que fueron poniendo, las bases que, en definitiva, llevarían de regreso al capitalismo en los años 90.

jueves, 6 de agosto de 2020

Hiroshima, Eugen Jebeleanu

"recordad, eternamente recordad
a todos los muertos desconocidos de Hiroshima
y no olvidéis jamás quién fue el asesino"

Eugen Jebeleanu (1911-1991) fue un poeta antifascista, militante desde su juventud del Partido Comunista Rumano. En los años 30 de entreguerras era contante colaborador de las revistas de izquierda del país, convirtiéndose tras la liberación del pueblo rumano tras la Segunda Guerra Mundial, en uno de los principales representantes poéticos y teatrales del realismo socialista.

Imagini pentru eugen jebeleanu poemSu éxito internacional llegó cuando escribe el volumen de poemas "La sonrisa de Hiroshima" (Surâsul Hiroshimei), en el que denuncia el horror provocado por Estados Unidos tras lanzar sus bombas atómicas contra la población civil japonesa, cuando ya había ganado la guerra, exigiendo en sus versos que no olvidemos nunca a los asesinos.

Algunos de sus poemas han sido traducidos a numerosas lenguas y se han convertido en canciones a las que han puesto voz cantautores de todo el mundo.

Tambíén plasmó su ideología en poemas dedicados a la clase trabajadora, como "La voz del obrero", donde llama al papel constructor de los proletarios para construir las ciudades, las fábricas, el futuro:

"Con todos los que sufren / los que luchan / levantaré de nuevo la ciudad".

A continuación, publicamos la traducción de dos de sus poemas más representativos "La voz del obrero" y "Canto a los muertos desconocidos de Hiroshima", además de la musicalización de Horacio Guarany, con voz de la argentina Ginamaría Hidalgo, de su turbadora poesía "Las voces de los pájaros de Hiroshima".

LA VOZ DEL OBRERO

Levantaré de nuevo la ciudad
Tomaos de las manos
aquí tenéis mis puños
han ardido hace mucho.
Se han acostumbrado al fuego
a la cal viva
a las bocas de infierno de los hornos.
Las guerras han pasado
sobre mi columna vertebral.
Voy a hacer
de las manos trenzadas
nudos de hierro
y puentes de vuestros gritos de dolor
para tenderlos sobre el mar.
Tomo la sangre sin culpa
no dejo que la tierra la sorba
y levanto con ella
un ejército de estandartes
que flameo vivos
eternamente
sobre el mundo.
Imagine similarăCon todos los que sufren
con los que luchan
levantaré de nuevo la ciudad.
¡Enlazad vuestros brazos quemados
y ved cómo el primer muro
comienza a levantarse!

CANTO A LOS MUERTOS DESCONOCIDOS DE HIROSHIMA

Recordad, eternamente recordad
a todos los muertos desconocidos de Hiroshima:
al viejo pescador que había tejido
con hebras de sol una nueva red
a través de la cual
brillaban los pétalos del océano
como violetas perfumadas;
al hombre caído frente a su casa
en el preciso instante en que sonriendo a los pequeños
les mostraba
una vieja bicicleta recién comprada
diciéndoles que con ella podía correr todavía un siglo;
recordad a las madres muertas junto a las cunas de sus hijos;
a los que sucumbieron en sus propios centros de trabajo
o a la muchacha que dentro de un cuarto de hora
debía encontrarse con su novio,
que volvía, herido, del frente, después de cuatro años;
a aquellos infelices que rezaban
en los templos, a las sombras y frescor de las fontanas;
recordad a los niños que nunca más volvieron
de la escuela y cuyos pequeños delantales
huérfanos, aún tendidos, se mecen ahora con el viento
mucho más triste que la muerte misma;
recordad, eternamente recordad
a todos los muertos desconocidos de Hiroshima;
y no olvidéis jamás quién fue el asesino.

LAS VOCES DE LOS PÁJAROS DE HIROSHIMA - Canción

Letra: Eugen Jebeleanu. Música: Horacio Guarany. Voz: Ginamaría Hidalgo

-¿Dónde, dónde están?
-¿Quiénes?
-¿Dónde, dónde están?
-¿Quiénes? ¿Quiénes?
-¿Dónde están?
-¿Quiénes? ¿Quiénes?
-Los hombres...
-No sé. Mira, copos de ceniza...
¡Copos de ceniza... ceniza... ceniza...!
-Han volado todos...
-¿A dónde, a dónde?
-No sé. Construyamos un nido.
Sí, un nido, un nido.
-Pero... ¿Dónde?
¿Dónde, dónde, dónde, dónde, dónde...?

domingo, 2 de febrero de 2020

Entrevista a Andrei Micu, voluntario rumano de las Brigadas Internacionales

Andrei Micu fue un hombre excepcional. Comunista desde su juventud, no dudó en marchar a luchar a tierras lejanas y seguir la llamada del Komitern para enrolarse en las Brigadas Internacionales, con el fin de luchar contra el fascismo en España, con la seguridad de que enfrentarse allí contra el capitalismo enrrabietado era también defender a su país frente a esa peste y combatir para la emancipación de la clase trabajadora rumana y mundial.
Andrei Micu

Micu murió hace ya siete años, pero antes de abandonarnos nos dejó su valioso testimonio sobre la Guerra Civil Española, la lucha contra el fascismo y el capitalismo, dos rostros de la misma moneda envenenada y, especialmente, sobre la Rumania Socialista, desde el triunfo de la Unión Soviética en la Segunda Guerra Mundial hasta su final en diciembre de 1989, haciendo hincapié en el punto de inflexión que provocaría, finalmente, el hundimiento: el triunfo del revisionismo en el movimiento comunista internacional, también en el rumano, tras la muerte de Stalin.

La siguiente entrevista, realizada en 2001 por el comunista rumano Gheorghita Zbaganu, la tradujimos en Un vallekano en Rumania el  año en que el héroe rumano falleció, en 2013.

Ilustración del diario 'Asi si Maine' de voluntarios rumanos.
Ilustración del diario 'Asi si Maine' , de los
brigadistas rumanos.
Ahora la republicamos, repasada y en formato descargable, porque pensamos que su difusión es esencial para comprender no solo el nacimiento, desarrollo y final de la Rumania Socialista, sino también la evolución del movimiento comunista en Europa, además de servir para honrar la memoria de un comunista siempre fiel a sus principios, constantemente entregado a la lucha por la emancipación de la clase trabajadora y que jamás dejó de tener claro, hasta el momento de su muerte, la necesidad de acabar, por todos los medios al alcance de los trabajadores, con la barbarie capitalista, esa Hécate de doble rostro que, aunque flirtee con su máscara democrática como forma de engañar a sus víctimas, siempre oculta, dispuesta a aparecer cuando sea conveniente para mantener la explotación  de la clase obrera, su verdadero rostro fascista:

"He llegado a la conclusión de que en la coyuntura política actual, ningún partido es bueno.  No hacen otra cosa que enfrentar al pueblo. Los partidos de hoy sirven a los intereses de los grandes magnates del dinero y a los multimillonarios del mundo. En primer lugar, a los intereses del imperialismo norteamericano. 

El pueblo trabajador tiene necesidad de un partido de vanguardia con ideología marxista, consciente de su rol. El rol de un partido de vanguardia no puede ser otro que el de coordinar el derrocamiento por el pueblo del sistema capitalista y la construcción del socialismo. De semejante movimiento tenemos necesidad especialmente ahora, cuando, debido a la globalización, la riqueza se concentra en cada vez menos manos y la pobreza se extiende, incluso en los países capitalistas más desarrollados"


jueves, 19 de septiembre de 2019

El Tratado de Amistad Rumano-Soviético de 1948

Una de las pocos vídeos existentes, o al menos públicos, de Stalin junto a los líderes del nuevo gobierno rumano, el surgido tras la derrota y expulsión del fascismo de Rumania por el Ejercito Rojo y los soldados comunistas rumanos, es el que se realizó durante la firma del Tratado de Amistad Rumano-Soviético, en 1948. En él aparecen el líder soviético junto a Molotov, canciller de la URSS y defensor del rechazo al Plan Marshall, Gheorghiu-Dej, entonces Secretario General del Partido Comunista de Rumania, Ana Pauker, ministra de exteriores rumana, y Petru Groza, primer ministro del gobierno del Bloque Democrático, que ya no era el del rey Mihai I, que había abdicado el día 30 de diciembre de 1947, lo que dio lugar a la proclamación de la República Popular Rumana.
Manifestación en Bucarest con motivo de la proclamación de la República
Popular Rumana (diciembre de 1947)

Este tratado vincularía desde entonces a Rumania con los países de su entorno, y la encuadraría en el denominado "Bloque Socialista" frente al "Bloque capitalista" (este último ya decidido a tomar el relevo ideológico y económico del de la Alemania nazi).

La historia de este tratado se relaciona directamente con una propuesta realizada por el gobierno del todavia presidente de EE.UU., Harry S.Truman, el genocida de Hiroshima y Nagasaki. Este, bajo la excusa de ayudar a la reconstrucción de la Europa destruída tras la Segunda Guerra Mundial, propone el 5 de junio de 1947 el conocido como Plan Marshall (que toma el nombre del Secretario de Estado que lo elabora). El gobierno de Petru Groza fue invitado por los norteamericanos, al igual que el resto de los países afectados, a acogerse a dicho plan, que pretendía atraer bajo la influencia de Washington a todos los países europeos, para imponer en ellos el modelo liberal que, finalmente, se instauró en las zonas que finalmente terminaron sometidas al nuevo imperio yankee.

Esta propuesta supone una agresión al pacto tácito que existía entre las potencias vencedoras, según el cual cada una se responsabilizaría de gestionar y dirigir la reconstrucción y organización de la zona liberada por ellos. Esta política se concreto en el Tratado de Yalta, en 1945, donde se decidió la división de Alemania entre los cuatro paises "libertadores", aunque pronto las partes correspondientes a Francia, Inglaterra y EEUU decidieron unilateralmente la división de Alemania en dos, la democrática y la capitalista.

Los paises controlados por Estados Unidos y su Plan Marshall
En 1947,  pues, cuando se propone el Plan Marshall, tanto Inglaterra como EEUU habían decidido ya unificar las partes de Alemania bajo su administración, aunque Francia todavía era recelosa. Sin embargo, al final, y tras aceptar también el sometimiento a la financiación norteamericana, Francia decide unirse. Los ambiciosos planes de Washington chocarán, sin embargo, con la resistencia de las zonas administradas por la URSS. Así, el 12 de julio de 1947, Gheoghe Tatarescu, Ministro de Exteriores y Vicepresidente del Consejo de Ministros de Rumania, comunicará a Gran Bretaña y Francia su negativa a participar en la Conferencia de París, donde se iba a debatir el programa de redireccionamietno económico de Europa bajo control de Estados Unidos.

En Scanteia, órgano oficial del Partido Comunista, entonces Partido de los Trabajadores, se publica el comunicado palabra por palabra:

El gobierno de Rumania considera que la organización propuesta por el gobierno británico y francés llevará fatalmente al resultado que significa, por un lado, la perdida de independencia por la cual los países europeos deberían mantener con respecto a su política económica, y por otra parte la injerencia en los asuntos internos de estos países. Además, cualquier plan de potenciamiento económico europeo solo se puede aceptar si cuentan con el apoyo de todos los países del continente y si se apoyan en la colaboración en primer lugar de la URSS".

Las intenciones de EEUU de hacerse con el control de toda Europa son frenadas en seco en los países liberados por la Unión Soviética, y donde el componente obrero y comunista tiene mayor impotancia en las decisiones. Mientras lo que será mas tarde la Europa capitalista se pliega a las exigencias de Washington, sometiéndose a cambio del plan de inversiones que continua la fórmula de la dominación del capital sobre la fuerza de trabajo, en la Europa del Este la reconstrucción se planificará desde las premisas del Socialismo y de la lucha por la erradicación de toda explotación del hombre por el hombre.

La Alemania administrada en cuatro partes tras la victoria soviética
contra el nazismo, con el compromiso de las partes de negociar
la unificación, roto por Estados Unidos, Inglaterra y Francia
Es decir, Rumania elige confiar y colaborar con la Unión Soviética, más cerca geográficamente y que había liberado al país de los nazis de Antonescu y los genocidas legionarios. Scanteia publicará algunas noticias donde se remarcan los debates que se daban entonces en las zonas controladas por EEUU: "El Yorkshire Post y The Observer han expuesto muchas dudas: que el Plan Marshall presupone la renuncia a la soberanía nacional (...). El pueblo rumano desea vivir libre, independiente, en unión de la fuerte amistad con la Unión Soviética, con los pueblos democráticos de su alrededor y con el resto de los pueblos amantes de la libertad. Y desea que su decisión sea respetada"

El 11 de enero de 1948 una delegación rumana viaja a Moscú, conducida por el Ministro de Finanzas, el comunista Vasile Luca, acompañado de Gheoghe Maurer, Miron Constantinescu y otros miembros del gobierno. Su objetivo era negociar las condiciones del futuro Tratado de Amistad. Recordemos que el rey Mihai había dejado de ser ya Jefe de Estado del país el 30 de diciembre de 1947, fecha en la que se proclamó  la República Popular de Rumania.

El 2 de febrero de 1948, el gobierno hizo pública su decisión de que a la delegación económica que se encontraba en la capital soviética se sumara una delegación gubernamental formada por Petru Groza, el Primer Ministro, Lothar Radaceanu, Ministro de Trabajo y Seguros Sociales, Gheorghiu-Dej, Secretario General del Partido de los Trabajadores, y otros líderes del partido, como Ana Pauker, todos recién llegados de Hungría tras firmar allí un tratado de amistad con el país vecino. Un tratado de tal importancia como el Tratado de Amistad, Colaboración y Asistencia Mutua no podía ser firmado sin la presencia del Primer Ministro, y por ello los negociadores de Vasile Luca, tras la llegada al acuerdo, esperan la llegada de la delegacion gubernamental. 

El tratado sería firmado finalmente el día 4 de febrero por Molotov, Canciller Soviético, y Petru Groza, Jefe del Gobierno de Rumania. A esta firma pertenecen las imágenes que se muestran en el vídeo que aparece al final de la entrada. 

De los 6 artículos del tratado, los dos primeros se referían a Alemania y al compromiso mutuo de defenderse en caso de un ataque desde la nueva Alemania fascista, la surgida por la unión unilateral de la parte norteamericana, francesa e inglesa:

"Las partes firmantes se obligan a tomar todas las medidas posibles en común para enfrentar cualquier repetición de las agresiones de parte de Alemania o de cualquier otro estado que se una con Alemania, directamente o en cualquier otra forma". Se precisa además que se actuaría "en concordancia con los principios de la carta de la ONU".

Estos artículos se firman ante la evidencia de que Estados Unidos no vino a Europa a reconstruirla altruistamente, sino que su objetivo principal era controlarla, sin ceñirse tan solo a la parte que, tras el final de la guerra, quedará bajo su administración. Ante las posibilidades de que desde Alemania (todavía unida, aunque bajo diferentes administraciones) se organizara un ataque hacia la parte soviética o hacia otro país del este de Europa, la URSS firma tratados de amistad y apoyo mutuo con los países liberados por el Ejercito Rojo, comprometiéndose todos a apoyarse y defenderse mutuamente. 

El Tratado preveía una duración de 20 años, y si ninguno de las dos partes lo denunciaba con un año de antelación, se renovaría por periodos de cinco años. La agresión que supone el Plan Marshall es entendida por Molotov y Stalin como una injerencia norteamericana, a la que hoy estamos tan lamentablemente acostumbrados, y los diferentes tratados de amistad son, en principio, una forma de defensa contra lo que brillantemente anticiparon como un intento de hacerse con el control de toda Europa dirigido desde Washington, como una perpetuación del derrotado fascismo pero con máscara democrática. 

La división definitiva de Alemania en 1949 y la formación de los dos bloques económicos y militares será la consecuencia del imperialismo yankee, que enfrentará al mundo en lo que todos conocemos como Guerra Fría hasta finales del siglo XX.

En el siguiente video, como ya se ha hecho referencia más arriba, se puede presenciar el momento de la firma de aquel Tratado de Amistad Rumano-Soviético, con la presencia de Molotov y Stalin, por parte soviética y Petru Groza, Ana Pauker y otros líderes comunistas rumanos, como Vasile Luca o Gheorghiu-Dej. 



sábado, 7 de octubre de 2017

La estatua de Stalin en Bucarest.

No, no existe ninguna estatua de Stalin actualmente en Bucarest, pero en la entrada del parque Herastrau, el mayor de la ciudad, a partir de los años 50 se erigiría una en honor del lider bolchevique realizada por el conocido escultor rumano Dimitru Demu.

Imagini pentru statuia stalin bucurestiTras la llegada al poder de los que comenzaron el camino hacia la restauración del capitalismo en la Unión Soviética, encabezados por Kruchev y Brevnev, los paises satélites de Moscú se apresuraron a retirar las estatuas en su honor de todas sus ciudades, a pesar de sus ciudadanos.

Con la desestanilización de principios de los años 60, la estatua que presidiría la entonces llamada Plaza Stalin (hoy Plaza Aviatorilor) desapareció misteriosamente (es decir, fue retirada aprovechando la noche por las autoridades), siendo después fundida para utilizarla en la estatua de un escritor rumano que fue Presidente de la Gran Asamblea Nacional Comunista, Mihai Sadoveanu, que hoy se encuentra en la localidad de Falticeni. Su autor, Ion Irimescu, relató que la estatua de Stalin había sido guardada, tras haber sido desmontada por vía de urgencia una noche para que los trabajadores no pudieran reaccionar, manteniéndose guardada un tiempo en los sótanos del Comité Central del Partido Comunista de Rumania, hasta que Nicolae Ceausescu decidió fundirla para construir la nueva estatua del literato y político rumano.

La estatua de Stalin permaneció en la Plaza del mismo nombre desde 1951 hasta 1962. Alrededor de ella, las masas trabajadoras rumanas solían celebrar sus mítines, además de ser un objetivo turístico para los rumanos cada vez que visitaban la capital o el parque, posando orgullosos, como las dos trabajadoras de la imagen adjunta, frente al líder de los comunistas de todo el mundo.

En su lugar, y como muestra de la caída libre en la que había entrado el comunismo en el este de Europa y en Rumania tras el triunfo del revisionismo en la URSS, una vez derribada se colocó en su lugar al creador, mediante un golpe de estado, de la V República francesa, asesino de argelinos que intentaban zafarse del salvaje colonialismo francés, Charles de Gaulle,  figura menor de la Segunda Guerra Mundial y la derrota del fascismo si la comparamos con la grandeza e importancia de Stalin, la Unión Soviética, el Ejército Rojo y los partisanos comunistas de todo el mundo.

Ana Pauker, Dej, Groza y otros líderes comunistas
pasando junto a la estatua de Stalin, a las puertas del parque
Herestrau 


Dos trabajadoras rumanas inmortalizándose
 frente a la estatua de Stalin

Concentración de duelo de los  trabajadores rumanos tras la muerte del líder soviético

Estatua de Stalin en 1961, como aparece en un documental sobre Bucarest de British Pathe
Imagini pentru statuia stalin bucuresti

jueves, 10 de noviembre de 2016

Camino a Moscú (La URSS Hoy, Capítulo I, Alexandru Sahia,1934)


Alexandru Sahia nació el 9 de octubre de 1908 en Manastire, en la provincia de Calarasi, y murió en 1937 en la capital rumana, Bucarest. Fue un importante periodista comunista del periodo interbélico, publicando en los principales diarios de la época.

Fue también un activo admirador de la Unión Soviética y militante del Partido Comunista en la clandestinidad, escribiendo el primero de los diarios de viajes al país de los soviets escritos por un rumano, el el describía las increíbles conquistas de la clase trabajadora en aquel país, en 1934: "La URSS Hoy"

Alexandru Sahia moriría con tan solo 29 años a causa de una tuberculosis mal tratada. En 1946, tras la llegada al gobierno tras las primeras elecciones democráticas celebradas en Rumania de la coalición democrática dirigida por el Partido Comunista, se le otorgó el título de "héroe de la clase trabajadora".

A continuación, compartimos la traducción realizada para este blog del primer capítulo del diario del viaje a la Unión Soviética en el año 1934 escrito por Alexandru Sahia,  "La URSS hoy".

LA URSS HOY (Capítulo 1)


CAMINO A MOSCÚ
(Estaciones – Tierra – Hombres).

En la estación de Varsovia caía una lluvia abundante. Era una lluvia turbia de mañana de otoño. Daba la impresión de que debía estar lloviendo en todas las estaciones del mundo.

Apoyé la maleta en una farola del andén y esperé el expreso de Berlín. Junto a mí esperaban otros hombres y mujeres; parecían tener todos cara de tranquilidad, mientras estaban casi todos protegidos bajo paraguas negros. Innumerables veces me pregunté si de verdad ese tren iba hacia Moscú.

Hasta ese momento no había salido apenas de mi país. Solo una vez, hasta Jaffa, pero entonces viajaría en barco, entre marineros, a veces en la cubierta y otras en la sala de máquinas, y no tuve necesidad de cambiar de tren ni de cruzar fronteras. Fueron doce días en el mar, atracando en todos los puertos, regresando en el mismo barco a Constanta, sin ninguna complicación.

Mientras tanto, iban llegando otros trenes, de los cuales descendían hacia la salida de la estación, en huida bárbara, oleadas de hombres.

El expreso de Moscú apareció ruidosamente a través de la cortina de agua, mojado y con las ventanas empañadas. Se detuvo con brusquedad, relajando los muelles y como resoplando por la nariz. El público plurinacional entró aglomeradamente por la puerta, amontonándose con los mozos y los maleteros.

En las estaciones los hombres parecen iguales en cualquier parte del planeta…

Después todo se calmó. En el andén, frente a las ventanas del vagón, se formó una fila de hombres que se despedían de los de dentro bajo los paraguas empapados.

*

Los viajeros con destino Moscú fueron todos agrupados en el mismo vagón. Nos presentamos unos a otros rápidamente. Había cuatro belgas jóvenes, una chica de Argentina, cinco ingleses disfrazados de viajeros de los pies a la cabeza y dos familias alemanas, bastante numerosas, por cierto, que iban en busca de empleo a la Unión Soviética.

En el vagón de los extranjeros, el nuestro, fueron subiendo y bajando también algunos polacos en casi todas las estaciones por las que pasamos.

El paisaje polaco me pareció muy pobre y estéril. Las casas de madera salpicaban las colinas húmedas o se acercaban alineadas hasta el margen de la vía del tren. Las pequeñas estaciones, con jefes serios con capas de plástico, veían pasar fugazmente los trenes veloces. Se quedaban rápidamente atrás, tiritando bajo las gotas frías de la lluvia otoñal. De vez en cuando, los castillos de los latifundistas elevaban sus torres insolentes, confirmando la historia de dominación dictatorial.


*




De la estación de Varsovia partimos a las 10.





A lo largo del pasillo, en una ventana del vagón, con los ojos fijos sobre la campiña, se hallaba una única persona. Los otros viajeros se habían encerrado en sus compartimentos. Se trataba de una señora joven, de silueta fina y delgada, vestida con un abrigo gris, pequeño sombrero estampado con copos de nieve, y guantes de mosquetero. Elizabeth Klewin, que así se llamaba, era pintora, católica y con un gran cariño hacia Polonia. Se dirigía al pueblo, a casa de sus padres, cargada con colores y paletas, para trabajar durante tres semanas. Era una mujer ilustrada y al tanto de la literatura extranjera. Había leído “El bosque de los ahorcados”, de Liviu Rebreanu, sabía que Panait Istrati había traicionado la causa proletaria, y también que en febrero de 1933 tuvo lugar la huelga de Grivita, donde habían sido asesinados muchos trabajadores.





Bajó del tren en una pequeña estación de la campiña polaca, donde la esperaba un joven alto, con botas rojas y gorra. Mientras el tren permanecía en la estación, Elizabeth Klewin subió en una carreta amarilla rural, al lado del joven alto polaco (puede que fuera su hermano).





El tren salió hacia Rusia, hacia adelante, y atrás quedó la carreta amarilla. Elizabeth agitó el brazo como una rama frágil, y después ya no se vio nada más.





*









Mujeres soviéticas, años 30


Permanecí junto a la ventana hasta la frontera. En el cristal estallaban las gotas de lluvia empujadas por el viento. Sobre el campo se extendía una capa gris.





En el pasillo aparecieron dos chavales rubios, con ropa de terciopelo. Uno tenia una pizarrita en la que una mano experta había escrito el alfabeto eslavo. Ellos también miraban por la ventana el campo húmedo y extraño. Sus barbillas, tiernas y blancas, golpeaban ligeramente, con el traqueteo del tren, la parte inferior del cristal. Eran los hijos de la familia alemana que viajaba para buscar trabajo en Rusia. Nos acercábamos a la frontera. Todavía quedaba media hora. A las cinco estaríamos en Niegoroloe, primera estación soviética.





En todos los vagones empezaron a circular oficiales polacos, soldados con carabina al hombro. Miraban atentamente a todas partes y seguían adelante, seguros de sí mismos, golpeándose las botas con las espuelas. En toda Polonia se sentía un aire cuartelero, una presencia de fuerza militar. En las calles de Varsovia te topabas a cada paso con la policía a caballo, la policía en motocicleta, en bicicleta o a pie.





El tren se detuvo en la última estación polaca. Se realizó el control de equipaje y el de visados y pasaportes. La lluvia había parado totalmente. Sobre lo alto del bosque se extendía una banda de un rojo encendido. El verde de la vegetación, con un ligero amarilleo de otoño, con el fondo del atardecer ensangrentado, te sobrecogía como si se estuviera en la frontera entre dos mundos.





¡Qué simbolismo tienen las fronteras! Por ejemplo, la estación polaca era pequeña y blanca como una miniatura. Un soldado polaco, con el arma al hombro, miraba hacia adelante, hacia la tierra soviética. A solo algunos metros se perfilaba la figura del soldado bolchevique, joven también, puede que de unos 21 años. Ambos encontraban sus miradas durante la hora de guardia –aunque la mirada de cada uno se extravíaba, profundizando cuanto mas lejos podía en el territorio de la patria del otro, fuera a lo largo de la vía del tren, a través el denso bosque, o hacia sus alturas. Ante los ojos de ambos guardias se extiendía una pequeña valla de alambre parecida a aquellas que delimitan los arreglos florales: las fronteras.





Así son las fronteras, juegos, simples símbolos. Entre las dos vallas pequeñas se encontraba la zona neutral. El tren salió despacio desde la última estación polaca para pasarnos al otro lado… (estoy seguro que solo con lo que sentía entonces, en el momento del paso de la frontera, podría escribir un libro entero)…





De repente, del lado soviético, sobre la vía del tren se alzó un arco enorme. En su centro colgaba una gran estrella roja con el escudo comunista: la hoz y el martillo. Sobre el frontispicio del arco estaba escrito: “proletarios de todo el mundo, uníos”. El tren nos deslizaba lentamente bajo la cita de Marx.





Donde empezaba el territorio soviético había un pequeño cuartel, probablemente un puesto fronterizo. Los soldados reposaban. ¡Los primeros soldados bolcheviques!... Unos hacían gimnasia en los aparatos, a la izquierda del cuartel; otros cantaban, y el resto bailaba al estilo cosaco. Un inglés espigado, con figura seca, sacando la mitad de su cuerpo por la ventana, miraba con los prismáticos emocionado. Después de que ya no pudo ver más se dirigió hacia nosotros y dijo, colocando los prismáticos en su cadera: “¿Han observado? ¡Todos estaban gordos”!





El tren avanzó un poco más y se detuvo en Niegoreloe. Era una estación moderna y que no tenía nada en común con ninguna otra estación que hubiera visto hasta entonces.





Fuimos invitados a descender sin el equipaje, porque este iba a ser descargado por el personal de la aduana. La sala en que entramos era impresionante, tanto por su tamaño como por su decoración. En las paredes de la izquierda, en dos grandiosos paneles, estaba representado el trabajo de los koljós y de las fábricas. El mapa de la Unión Soviética, de proporciones colosales, ocupaba enteramente la pared del fondo, y alrededor de toda la sala estaban escritas en cinco lenguas diferentes aquellas palabras de Marx: “Proletarios de todo el mundo, uníos”.





Las formalidades fueron rápidas. Por todos los lados se veían jóvenes de hasta 30 años. Resaltaba en todos una cortesía natural, una amabilidad, que te asombraba. Tras el final del control de equipajes, pudimos volver a subir al tren. Todos los vagones tenían camas. En los de segunda y tercera clase había cuatro camas; en la primera clase, solo dos. Mi billete era de tercera clase, por lo que viajaba en el mismo vagón que una de las familias alemanas. Muy pronto, la mujer del alemán empezó a preparar el dormitorio. Mientras tanto, un miembro del personal del tren trajo cuatro colchones, sábanas y almohadas limpias, todas en sacos sellados.





La familia alemana se durmió rápido. Los dos niños rubios estaban vestidos con pijamas azules y acostados en la misma cama. Yo debía dormir en la cama que estaba encima de ellos. Más tarde, cuando entré en el compartimiento, encontré sobre la mesilla, bajo la luz de una lamparilla rosa, la pizarra del niño con el alfabeto eslavo, junto al libro “Urbanismo Soviético”, libro de Koganovich sobre la reorganización socialista de las ciudades de la URSS.





Debía preparar la escalera para subir y hacer ruido. No tenía sueño, así que cubrí a los niños mejor con la manta y salí de nuevo.





El pasillo estaba vació. Solo estaba encendida una bombilla, y las otras se habían apagado. Pegué la frente a la ventana y me protegí los ojos de la luz interior con las manos, para poder ver hacia fuera. El tren corría siguiendo el ritmo de los ruidos uniformes que hacían las ruedas. A causa del tamaño de los vagones tuve la impresión de que debían estar muy cargados. Atravesamos bosques y pasamos por pasos estrechos entre altas colinas. Cuando salíamos a campo abierto la vista se hundía en la noche y la perspectiva se ahogaba en un mar de oscuridad.










Moscú, años 30


A lo largo de la vía se mostraban pequeñas casas en las cuales estaban encendidas minúsculas luces, que desde la ventana del tren, por la velocidad, parecían cuentas de un collar dorado. Por las carreteras que se dirigian a destinos desconocidos, podian verse coches con faros encendidos. Se deslizaban por el terciopelo oscuro como ojos embrujados. Se percibía el peso de la noche y como la oscuridad había penetrado no solo en todos los rincones del tren, sino también en el agua de los rios, en las piedras del campo, en los bosques de Rusia.





Debía de ser tarde; pero estaba decidido a esperar a que la mañana me pillara en la ventana del vagón. Quería ver el amanecer, el primero en las llanuras de Rusia. Muchas veces pasó junto a mí una joven con ropa de piel, boina roja, y un pequeño farol sobre el pecho, como un corazón. Era la jefa del tren.





-¿Por qué no duermes? – me preguntó cuando llegó a mi lado.





-Quiero ver al sol nacer – la respondí.





La chica sonrió y siguió adelante.





Todas las puertas de los compartimentos estaban cerradas. Fuera parecían distinguirse los rastrojos, la gran extensión de matorrales, y la silueta de los árboles a lo largo de la vía. En una estación en la que nos detuvimos pude ver, con la ayuda de la iluminación, los retratos de Lenin, Stalin, Vorosilov, Molotov o Koganovich, dibujados en tela, a veces incluso a tamaño natural. La tela roja de las banderas ondeaba con la brisa del otoño.





Se abrió la puerta de un compartimento. Apareció una cabeza de mujer despeinada, con el cigarro entre los dientes, que me preguntó donde estábamos. No supe que responderla. Habíamos parado en innumerables estaciones pero solo me acordaba de Minsk, la capital de la Rusia blanca.





La cabeza despeinada cerró la puerta de nuevo.





Apareció de nuevo la chica que tenía un farol como corazón. Se puso a mi lado y estuvimos mirando ambos por la ventana del vagón. La luz del farol estorbaba y no podíamos ver apenas un metro más allá de la vía. Entonces, se lo descolgó del pecho. Estuvimos uno junto al otro, hombro con hombro. La mirada de esta muchacha, que no tenía ni 24 años, segúia con ganas el rastro de la tierra soviética, que se extendía sin fin, negra y arada por los tractores. Podía ser que sus ojos hubieran estado así cientos de veces, escondidos tras el cristal, observando los bosques, los blancos campos, las colinas de Rusia. Me dijo, pegando su frente a la ventana:





-Mira, todas las nubes van desapareciendo, no has perdido la noche inútilmente. Vas a ver el amanecer del sol bolchevique- Sonrió, se colgó de nuevo el farol en la ropa, y continuó.





-De hecho, el sol, en esta región, no es tan interesante. En el norte de Siberia, hacia Murmank, el sol está días enteros en el cielo sin que anochezca. Allí se le ve girar describiendo un círculo. Ayer mismo leí en “Pravda” que en una región ártica los paisanos extienden cuerdas desde sus casas hasta la orilla del agua. Esto para que cuando tengan tres meses de noche continua puedan llegar sin equivocarse hasta el agua, agarrándose a la cuerda.





-¿Has ido alguna vez por allí?-, pregunté.





-No. Yo soy del Caúcaso, cerca de Tibilis. Soy de la región del camarada Iosif Visarionovich





-¿Joseph Vissarionovich ? Pregunté yo





-¡Si! Joseph Vissarionovich , ¿No has oído hablar de él?





-¡No!






Los negros ojos de la jefe del tren me miraban con incredulidad.





-¡Cómo!, ¿tu no has escuchado hablar de Joseph Vissarionovich Stalin?





-¡Ah!, del camarada Stalin sí, pero como lo has llamado tu, Vissarionovich , lo oigo ahora por vez primera.





-Vissarionovich es el apellido de su padre, zapatero del Caúcaso, y nosotros los bolcheviques así le llamamos, Joseph Vissarionovich . Las delegaciones de los koljos o de los trabajadores, todo el mundo le dice así al querido y amado Joseph Vissarionovich. Igual al camarada Kalinin, presidente de las repúblicas soviéticas: no nos referimos a él salvo como Mihail Ivanovich, así nos hemos acostumbrado con el tiempo.





El tren paró en una estación más grande y mi acompañante desapareció rápidamente.





Me maravilló esta chica. Libre, con total fe en sí misma, amistosa, ganándose la vida desde joven. Se ganó mi respeto mas sincero.





Al pasillo salió después la muchacha argentina, Luzana del Pió. La jefa de tren volvió y le presenté a la argentina. Estábamos los tres ante el hueco de la ventana. Luzana del Pió miraba con gran curiosidad a la trabajadora soviética. Paseaba sus ojos por su ropa de piel, por la boina roja o sobre el pequeño farol colgado sobre su pecho.





-¿Usted es la cuidadora del tren?-, preguntó la americana en un ruso horrible.





-No, soy la jefe de tren, respondió la chica soviética con claridad-. Luzana del Pió la seguía mirando con curiosidad.





-Así es, aquí las mujeres pueden ocupar cualquier función, si son capaces de ello. Hay camaradas que dirigen fábricas con miles de trabajadores, hay diputadas, presidentes de Koljoj, aviadoras. Nos hemos liberado del todo y somos iguales a los hombres-, aclaró.





Mientras tanto, fuera se entremezclaban el día y la noche. En el horizonte, el cielo parecía romperse, enrojeciéndose. Entramos en un bosque de hayas, con descampados grandes donde se veían montones de madera, ordenados en líneas.





El campo se fue iluminando pausadamente y a lo lejos el sol apareció como la mitad de una rueda de tractor al rojo vivo, hincada en la tierra. Flechas de fuego eran lanzadas desde la espalda del arco en ascuas, desgarrando el cielo. La campiña rusa se mostraba infinita a los pies del sol. Allí donde las cuchillas de los tractores cortaron la hierba con esperanza, la tierra se presentaba como en rebanadas negras, ordenadas una junto a otra.





El sol se movía lentamente sobre la orilla del mundo, donde da la impresión que daba paso al precipicio. Se elevaba poco a poco, completando a cada momento su disco en formación.





En los pueblos más cercanos a la vía del tren se empezaban a ver grupos de niños con mochilas a su espalda, dirigiéndose a la escuela. Un caballo, que seguramente se había escapado de los establos del Koljós, galopaba ágil con las crines iluminadas por los rayos del sol sobre los campos cultivados. De hecho, desde el tren, a grandes líneas, se podía leer un poco la vida en los koljos.





Veíamos hombres con sus botas, vacas en los patios de los campesinos, el maíz amarillo por entre los tablones de los almacenes, espaciados para que los pudiera secar el viento. Algunas iglesias ya no tenían cruces, y en su vértice ondeaba una bandera roja. Era el signo de que la iglesia había sido transformada en un centro cultural, una escuela o en un simple almacén.





En muchos pueblos, sin embargo, las iglesias seguían manteniendo su cruz.





En una de las estaciones encontramos a muchos campesinos y campesinas, a niños con flores en las manos y a grupos de música formados por los koljós, preparados para cantar a la primera señal.





Debía llegar desde Moscú un escritor que, según logré enterarme después, era Solojov.





En los muros de las estaciones estaban colgados diferentes citas de Lenin, Stalin, Molotov, o de otros de los principales líderes bolcheviques. Grandes diagramas mostraban los logros alcanzados en el sector de los transportes en los dos primeros planes quinquenales. La mayoría de las estaciones eran nuevas o estaban en proceso de construcción.





Nos acercábamos a Moscú.





Se veía a lo lejos la difuminada silueta de la ciudad, el humo, las chimeneas de las fábricas y las torres, las incontables torres de las iglesias con cruces de oro, sobre las que se veían ondear las banderas rojas. Largos trenes o simples balancines pasaban a nuestro lado a su máxima velocidad. Nos encontramos con equipos de obreros llevando toda clase de herramientas. Pasamos por debajo de impresionantes puentes suspendidos. Las vías de tren se fueron multiplicando conforme nos acercábamos, convirtiéndose en un gran campo de raíles, a cuyos lados iba apareciendo la ciudad de Moscú.






Moscú, estacíon






Todos los viajeros se agolparon en los pasillos del tren mirando con ganas los primeros edificios de la capital soviética. Los bloques nuevos se alineaban ordenados junto a las casas antiguas, coquetas y verdes, dejando huecos para parques grandes y pequeños, siempre llenos de niños.





La estación de Moscú en la que acabamos el viaje era impresionante. Una multitud inmensa corría por todas partes. Serían las 11.





Al final de la vía, de donde partían todos los trenes, se encontraban los bustos de Lenin y Stalin grabados en la piedra.





En el andén nos esperaban los representantes de Intourist, con sus coches al final de la escalera. El inglés alto y con los prismáticos en la cadera me propuso ir andando. Acepté. Nos quedamos solos en las escaleras de la estación. Hacía un sol cálido de otoño y la animación de la calle nos asustó un poco.





Todo el mundo se apresuraba, iba hacia algún lugar que nosotros desconocíamos. Nos imaginamos que el grupo de obreros iba hacia la fábrica con su mono de trabajo, que la chica en manga corta y con la raqueta en la mano se dirigía a la pista de tenis, las camionetas con niños saldrían hacia el campo o puede que volvieran de la escuela.





Caminamos, no sin emoción, por este hormiguero de gente que corría y corría, a veces en tranvía, otras con autobuses o trolebuses.





Frente a un quiosco de periódicos nos detuvimos.





Ambos con el mismo pensamiento, pedimos “Pravda” e “Izvestia”. Los tomamos, los ojeamos, abrimos todas sus páginas, y al final, después de haberlos doblado con cuidado, los metimos en nuestro bolsillo.





En la primera esquina de la calle nos paramos de nuevo. Se demolía una iglesia. Una iglesia bastante grande, sin interés artístico alguno. Dos torres habían caído ya hasta ese momento, y de la tercera solo había desaparecido el tejado. Un equipo de obreros, subidos en el cuerpo de la iglesia, trabajaba con dedicación. Utilizaban aparatos eléctricos como los que rompen el asfalto de las calles. Trabajaban con provecho; de cuando en cuando se escuchaban gritos cortos de aviso, tras los que caían unos cuantos pedazos de muro, precipitándose hacia el suelo, chocando contra el suelo con gran estruendo.





Era el más novedoso espectáculo que había visto hasta ahora. Los viandantes seguían por su camino, sin interesarse en él. Nosotros permanecimos mirando como únicos espectadores.





El inglés me preguntó que religión profesaba. Tenía el rostro sudoroso y parecía emocionado. Le respondí que, por nacimiento, cristiano-ortodoxo.





-¡Como ellos!-, dijo él





-¿Quiénes?





-¡Los rusos!...





-Como los viejos rusos-, completé yo - porque los nuevos, ¡míreles que hacen!





-Yo soy protestante-, añadió sin que yo le preguntara nada.





Mientras tanto nos fuimos adentrando un poco más en el corazón de Moscú. El amistoso sol de los primeros días de septiembre hacía que brillaran con fuerza las cruces de las torres de oro, sobre las que se alzaban las banderas rojas ondeantes.

miércoles, 5 de octubre de 2016

La balada de los piojos (Sebastian Lascar )

 Sebastian Lascăr , nacido en Bucarest el 14 de octubre de 1908 y fallecido en la misma ciudad el 9 de octubre de 1976,  fue un periodista, poeta, dramaturgo y traductor muy activo desde su juventud en los movimientos obreros y las luchas sociales efervescentes en la Rumanía de entreguerras.

Sus primeras poesias fueron publicadas en la revista Cultura Proletaria (en 1926). En 1937 editaria la
revista El Pinguino, semanal de humor político que sería suspendido, por su ideología comunista, a los pocos números. En 1940 fue obligado a refugiarse en la Unión Soviética ante las amenazas del movimiento legionario, de donde regresó en 1946. Desde entonces, fue redactor de la agencia de noticias Agerpres, director del Teatro Obrero y, más tarde, redactor jefe de la revista La Llama (Flacara).

Uno de sus primeros poemas, en los que dejaba entrever su tendencia al humor como arma política, fue el que da título a esta entrada: la balada de los piojos (Balada Paduchilor), que tradujimos a continuación. Fue publicado en el número de abril de 1927 de Cultura Proletaria y en él personifica a la clase burguesa con los ftirápteros, comúnmente conocidos como piojos (por razones evidentes que todos los trabajadores conocen).

Por supuesto que Sebastian Lascar, a la vez que describe a los parásitos de la burguesía y del capital, llevado por la ola de esperanza que animó a la clase obrera mundial tras la toma del poder de los camaradas soviéticos en 1917,  aconseja a los trabajadores que se desinfecten, tal y como había ocurrido en Rusia, acabando con todos los piojos, única manera eficaz de terminar con la injusticia de que una minoria viva chupando la sangre de la mayoría, es decir, de alcanzar un mundo sin explotación de unos hombres por otros.


LA BALADA DE LOS PIOJOS

Ávaros como las garrapatas de sangre azul;
con sus ventosas te sorben la sangre hasta matarte,
impacientes, arramplan con todo
-si nosotros se lo permitimos
¿qué tienen ellos que perder?-

En el arte de chupar son maestros
mirando por encima del hombro
mientras clavan los colmillos
como si fueran arados;
la pereza les exige ser parásitos,
y ellos, sin esfuerzo, lo son.
Es imposible hacerles cambiar
sus gustos de piojo glotón.

El burgués fue siempre un vago
extraordinario:
-Tú trabaja, que el beneficio sé yo
como roerlo.
Se puede dar fé de lo que dice,
porque de un día para otro
construye fábricas de acero,
mientras, por las noches, 
los burgueses voluptuosos se desmayan
entre muslos y pechos de seda;
aunque cuando se acerca la muerte
necesitan de rezos, cruces y curas.
En el momento supremo intentan transformar
en bien el mal
porque ya no podrán gorronear más.

Aunque hasta el momento en que desaparecen
los piojos tienen tiempo para ordeñarnos;
es verdad que son pequeños, según aparentan:
sin embargo, ya ves, que tienen la boca
(no se sabe bien como) muy grande.
Y si te atreves a rascarte un poco
perturbas su seguridad y su calma.
Entonces, en hordas sobre la piel se agrupan
multiplicando el saqueo de tu sangre.
¡No te rasques más! !Cuidado! Que llamas
a las insaciables liendres codiciosas.

DEDICATORIA:

Camaradas, ¿los soportaremos también mañana, como hoy?
¡Oh, no! Desinfectémonos con alcohol o gasolina,
y entonces, aunque no creamos en milagros,
de los piojos fondones escaparemos para siempre.

(Traducido por José Luis Forneo)

sábado, 10 de septiembre de 2016

Con republicanos españoles en la Resistencia Francesa, Anghel Haralampie

Anghel Haramlapie fue uno de los más de 500 trabajadores rumanos que lucharon contra el fascismo en España como miembros de las Brigadas Internacionales. Como muchos de los brigadistas, después estuvo encerrado en los campos de concentración franceses, teniendo prohibido regresar a su patria si en ella había un gobierno fascista, como en Rumania.

Tras el estallido de la Segunda Guerra Mundial, muchos de los que lucharon en España contra el fascismo no dudaron en formar parte también como voluntarios de los ejércitos que se enfrentaron a Hitler y a Mussolini, o de los movimientos partisanos que se crearon en los países ocupados.

En 1969 se publicó en la República Socialista Rumana, por la Editura Política, el libro Rumanos en la Resistencia Francesa, donde muchos de los que formaron parte de las organizaciones de partisanos franceses escribieron sus experiencias en la lucha contra el fascismo en Francia.

En el artículo que hemos traducido, Con los republicanos españoles en la Resistencia Francesa, Anghel Haralampie, que también fue lucharía como voluntario en las Brigadas Internacionales en España, nos cuenta cómo fue su participación en los grupos guerrilleros franceses y, con más interés si cabe, su experiencia tras el final de la Segunda Guerra Mundial, luchando en los maquis que cruzaron a España desde Francia para combatir al franquismo.

Con republicanos españoles en la Resistencia Francesa, Anghel Haralampie

En septiembre de 1939, cuando estaba recluído en el campo de concentración de Gurs, en el sur de Francia, junto con otros voluntarios de las Brigadas Internacionales, las autoridades nos pidieron que nos uniéramos como voluntarios a los regimientos que se estaban formando para luchar contra las tropas nazis. Junto con un grupo de camaradas rumanos, acepté sin dudar la propuesta. 

Después de una corta instrucción en Barcarès, fuimos enviados al frente del norte, encuadrados en el Regimiento 12 de infantería. Este regimiento estaba formado por hombres de diversas nacionalidades, aunque predominaban los españoles y franceses. 

En la región de Pas-de Calais participaríamos (entre diciembre de 1939 y mayo de 1940) en la famosa "drôle de guerre" (guerra rara[1]). que se terminó con la invasión y ocupación de Francia por el ejército alemán.

En julio de 1940, después del armisticio, fuimos desmovilizados e internados de nuevo en Gurs, pero en esta ocasión aislados del resto de los voluntarios que habían formado parte de las Brigadas Internacionales en España y que se encontraban también en aquel campo.

Poco tiempo después, a causa de que teníamos la cartilla militar de soldados franceses, fuimos liberados del campo, ofreciéndonos la posibilidad de trabajar en las granjas de la región, donde permanecimos unos tres meses, trabajando a cambio de comida. Pero tras aquel periodo, nos presentamos en la prefectura de la ciudad de Pau, que nos concedió un permiso para trasladarnos a Marsella.

Allí nos encontramos con otros rumanos y quedamos entre todos en intentar regresar a Rumania. El consulado rumano[2], al que nos dirigimos, rechazó nuestra vuelta a casa, argumentando que habíamos luchado en un ejército extranjero, perdiendo con ello la ciudadanía.

La necesidad hizo que, junto con Alexandru Bulc e Iosif Balan, nos pusiéramos a trabajar como leñadores en los bosques de Bouches-du-Rhône, después en Vaucluse y, más tarde, durante un tiempo en Drôme.

Se trataba de una región montañosa, donde la humillación sufrida por la derrota de Francia y el saqueo del país por parte de los ocupantes hizo que se prendiera en el ánimo de los franceses una poderosa llama de odio hacia los invasores alemanes. La resistencia política contra los ocupantes y los traidores empezó a hacerse notar en estos lugares alrededor de principios de 1941. Y, hay que decirlo, los más activos animadores de los movimientos por la unidad contra el fascismo eran los comunistas. Pronto se impuso la necesidad de no quedarse atrás con respecto a otras regiones en lo referente a la lucha clandestina contra las fuerzas represivas de los invasores y los colaboracionistas de Vichy.

Los primeros pasos en la preparación de las acciones posteriores consistieron en armar a los hombres disponibles con escopetas de caza y revólveres procedentes del desarme de los gendarmes por el pueblo.

Como he dicho, por aquel entonces me encontraba en el departamento de Drôme. Trabajaba en una carbonera haciendo carbón vegetal, combustible con el que se sustituía la gasolina en los motores, adaptándolo para este menester. Los carboneros estaban entonces muy solicitados y muchos de los que vivían en la clandestinidad escaparon de esta forma a la vigilancia de las autoridades.  Se trabajaba en el corazón de los bosques, en lugares poco accesibles. De hecho, aquí se formaron los primeros núcleos de la resistencia, preparándose para entrar en acción.  Una vasta red de informadores, formada por campesinos de la zona, nos indicaba continuamente si aparecía algún peligro o sobre cualquier movimiento de las fuerzas del orden. En todo caso, raramente se aventuraban los gendarmes por aquellas zonas.

Así se efectuó la preparación militar de los jóvenes maquis, en los llanos de los bosques, protegidos de ojos indiscretos.

La resolución de resistir de la población se concretizaba también mediante la ayuda que daban a los maquis, avisándonos cuando las cartillas alimentarias llegaban al ayuntamiento. Era sabido que los alimentos estaban racionados y distribuidos en cantidades muy pequeñas. Las cartillas eran recuperadas en un simulacro de ataque por los grupos de partisanos, con la complicidad de los patriotas que trabajaban en la alcaldía.

Hacia la mitad del año 1943, el movimiento de la Resistencia se había desarrollado hacia formas más complejas.  Se constituyeron seis batallones de 150 hombres cada uno. Las acciones estaban dirigidas por la comandancia de la región F.T.P.F.[3], al frente de la cual estaba un camarada francés cuyo nombre de guerra era „París”.

Nuestras armas habían sido recuperadas de la guardia movil (gendarmes a caballo), y constaban de carabinas, pistolas automáticas y ametralladoras.

Tras haber sido conquistada también la „zona sur” por la armada de Hitler, una parte de las fuerzas encuadradas en las unidades militares francesas (del „ejército del armisticio”)[4], que estaban destinadas en los departamentos de Drôme, Vaucluse e Isère,  se integraron en los batallones del F.T.P.F., trayendo consigo su armamento (también algunos cañones que habían escondido y puesto a salvo tras la invasión alemana), consiguiéndose liberar después casi toda la región de Drôme.

En un principio, estos militares franceses no participaron en todas las acciones organizadas directamente por el F.T.P.F. Nos entregaban armamento y nosotros, a cambio, les aprovisionábamos con alimentos, pues disponíamos de ellos debido a la colaboración estrecha con la población local.

Teniendo en cuenta todo lo relatado más arriba, era de esperar que las tropas alemanas se lanzaran, tarde o temprano, contra los partisanos. Los primeros ataques fueron dirigidos principalmente contra las fuerzas ubicadas en el monte Venton (entre Vaison y Sault), y se realizaron en combinación con la aviación, que incendiaba grandes superficies de bosque con la intención de hacer arder las posiciones de los maquis.

Imagini pentru gurs
Campo de concentración francés de  Gurs
Los bosques fueron presa de las llamas, pero nosotros teníamos amplias posibilidades de maniobra. Así que continuamos golpeando a los ocupantes con tácticas de guerrilla, con rápidos ataques sorpresa: nuestros principales objetivos eran, en especial, cuarteles y centros de instrucción alemanes. Las operaciones eran llevadas a cabo por grupos de 3 o 4 hombres, tanto con camiones como con bicicletas. Atacábamos barriendo el objetivo con ráfagas de metralleta y lanzando granadas.

En noviembre de 1943 atacamos en Vaison un cuartel ocupado por militares nazis. La operación había sido minuciosamente preparada, participando en ella unos 200 partisanos. Era la primera operación realizada con fuerzas masivas. El ataque duró cuatro horas, causando al enemigo graves pérdidas. Nosotros perdimos 23 hombres. Los alemanes, recuperándose del estupor causado por nuestro raudo ataque, intentaron tomar represalias y destruir un pueblo en el que sospechaban que nos habíamos refugiado, pero su tiro de artillería no fue bien calibrado y todos los obuses cayeron más allá de su objetivo.

Recuerdo otra operación que iba a efectuarse contra una concentración alemana en Séderon.  Desafortunadamente, se saldó con una derrota sangrienta. El enemigo había conseguido, comprándole, la ayuda de un oficial degradado que se encontraba al mando de uno de nuestros batallones. Como el plan de ataque había sido desvelado, los alemanes lograron capturar a 42 compañeros, de los 150 que formaban los efectivos con los que se iba a desarrollar el ataque.

Desarmados y amontonados en camiones, los 42 héroes fueron ejecutados en la plaza de la ciudad, siendo después sus cadáveres arrojados en las aceras. La población fue obligada a asistir, afligida, a aquel sombrío espectáculo nazi.

El resto de nuestras fuerzas, tras lograr refugiarse en los bosques cercanos, se reagruparon. El traidor, finalmente, fue capturado poco tiempo después y ejecutado.

El fracaso de la acción provocó un acerbo ambiente de lucha, intensificando todavía más el odio contra los invasores.

Otra operación digna de ser recordada, en esta ocasión de mayor magnitud, tuvo lugar en el año 1944, tras el desembarco de los aliados en las playas de Normandia, y en la que participé también yo. Se produjo en las circunstancias de la retirada de las tropas nazis del departamento de Drôme.

En su repliegue, y para salvar su piel, los alemanes destruyeron el armamento pesado (tanques, cañones, y otros). Se dirigían hacia Valence, desde donde pensaban continuar su retirada Rodano arriba.  Las unidades de la Resistencia intentaron cortarles el camino de acceso a Valence. Sin embargo, los alemanes contratacaron y nos empujaron hacia las arboladas colinas. Después, como yo no había recibido la orden de retirada, me quedé solo en mi puesto de ametralladora, emplazado entre las rocas a una distancia de cerca de 50 metros del lugar donde los alemanes habían montado mientras tanto un cañón antiaéreo, con el objetivo de proteger la columna en su huida. Permanecí en mi puesto durante tres días y tres noches. Después de que el grueso de las tropas se había retirado y mientras pasaba la última columna de alemanes sobre carros de caballos, seguida de la infantería, por propia iniciativa abrí un fuego intenso sobre ellos. Nuestro batallón de partisanos, siguiendo desde la cumbre lo que sucedía, descendió apresuradamente al valle y capturó a los soldados rezagados de la columna alemana. Cuando  me encontraron, mis compañeros me confesaron que me habían creido muerto.

Todas las unidades partieron después persiguiendo a los alemanes, que tenían prisa en embarcarse en Valence. Allí, sin embargo, fueron sorprendidos por las tropas aliadas, que habían desembarcado en el sur de Francia y junto a las que avanzamos hacia el norte. En la batalla que tuvo lugar en Valence hubo muchas víctimas por ambos lados.

Fue mi última participación en los combates sobre el territorio francés. La, sin embargo, todavía no había terminado para mí.

En aquel final de año de 1944, el clima político generado por la inminente derrota del nazismo por las fuerzas antifascistas aliadas, con la URSS al frente, iba a inflamar el ánimo de los combatientes republicanos españoles, cuya patria sangraba bajo el terror franquista.

En este contexto histórico, los españoles que tanto contribuyeron a la liberación de Francia, en su deseo ferviente de impulsar el movimiento de Resistencia para liberar su propia patria, decidieron reagrupar las fuerzas que habían luchado en las formaciones del F.T.P.F. y continuar la lucha en España. El reagrupamiento tuvo lugar en el mes de noviembre de 1944, en Montélimar, departamento de Drôme. Me uní también yo con entusiasmo a esta acción con la que me sentía tan identificado.

Imagini pentru maquis en españa
Maquis cruzando los Pirineos
Dotados con armamento ligero y contando con algunos medios de transporte, los cerca de 35.000 combatientes marchamos a Toulousse, desde donde teníamos que dirigirnos a la frontera española.  El reagrupamiento duraría unas tres semanas.

Llegamos a la frontera, que cruzamos por un territorio extenso, entre Bayonne y Perpignan. Estando el ataque muy bien coordinado, logramos liberar un territorio español de una extensión aproximada de 35 kilómetros.  Liquidamos la resistencia de los puestos de la Guardia Civil española, manifestando la población local un entusiasmo indescriptible. Pero desasfortunadamente, después de 25 días, las autoridades francesas nos dieron la orden de regresar a territorio francés. En caso contrario, amenazaban con cerrar la frontera a nuestras espaldas.

No voy a dar más explicaciones sobre las causas de esta medida dictada por las autoridades francesas, que se hicieron claras en una fase posterior de la situación política. Al regreso, sin embargo, tuvimos la precaución de esconder una parte de nuestras armas en las montañas.

Pronto nos organizamos de nuevo, y en esta ocasión de modo clandestino, en pequeños grupos de unos 7-10 hombres. Así que en el mes de diciembre de 1944 me encontraba al frente de un grupo de siete combatientes que penetró de nuevo en tierra española.

Después de unos 15 días, durante los que encontramos en nuestro camino a otros grupos de partisanos españoles,  continuamos avanzando hacia el interior de España, siguiendo las cadenas montañosas hacia el sur, donde operaban desde hacia muchos años formaciones guerrilleras. En un pueblo de Andalucía, cerca de Córdoba, atacamos un cuartel de marroquíes. El cuartel fue tomado por sorpresa en plena noche. Éramos casi 300 partisanos. Tras el exitoso ataque, que se saldó con una gran parte de los efectivos franquistas diezmados, se nos ordenó hacer economía de municiones y retirarnos a las montañas, siguiendo un itinerario establecido previamente.

En los montes de Córdoba permanecimos casi 15 días y, después de terminar de reagruparnos, una parte de los combatientes extranjeros volvimos de nuevo a Francia. Nuestro peregrinaje por territorio español, con algunas escaramuzas por el camino, duró seis meses. El 9 de mayo de 1945 me encontraba otra vez en Francia.

Tras la victoria sobre las oscuras fuerzas fascistas el 9 de mayo de 1945, fui desmovilizado, regresando a mi país en diciembre de 1945.

Echando la vista atrás hacia aquellos años, no puedo terminar esta breve retrospectiva sin evocar, lleno de reconocimiento, la satisfacción moral que me aportó el contacto directo con los camaradas de lucha, con la población francesa y española. Aquellas vivencias grabaron profundamente en mi corazón el afecto hacia los pueblos que luchan por defender su independencia, por la humanidad y por la liberación del hombre de toda explotación.

[1] En español se suele conocer como "guerra de broma", a veces también como "la guerra falsa" o "guerra ilusoria", aunque el autor del artículo la traduce en rumano como "ciudate razboi", guerra rara). (Nota del T.)

[2] Rumanía tenía entonces un gobierno fascista dirigido por el Mariscal Antonescu, bajo el reinado del rey Mihai I (Nota del T.)

[3] Francotiradores y Partisanos Franceses (FTPF) (Nota del T.)

[4] Si bien la Wehrmacht no estaba estacionada en la zona libre, la seguridad interna de ésta dependía solamente de las fuerzas policiales del régimen y de un ejército francés (el "ejército del armisticio") reducido a solamente 100.000 hombres en todas sus armas, sin artillería pesada ni tanques (Nota del T.)
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