Eugen Jebeleanu (1911-1991) fue un poeta antifascista, militante desde su juventud del Partido Comunista Rumano. En los años 30 de entreguerras era constante colaborador de las revistas de izquierda del país, convirtiéndose tras la liberación del pueblo rumano, al finalizar la Segunda Guerra Mundial, en uno de los principales representantes poéticos y teatrales del realismo socialista.
Su éxito internacional llegó cuando escribe el volumen de poemas "La sonrisa de Hiroshima" (Surâsul Hiroshimei), en el que denuncia el horror provocado por Estados Unidos tras lanzar sus bombas atómicas contra la población civil japonesa, exigiendo que no olvidemos nunca a los asesinos:
"recordad, eternamente recordad
a todos los muertos desconocidos de Hiroshima
y no olvidéis jamás quién fue el asesino".
Tambíén plasmó su ideología en poemas dedicados a la clase trabajadora, como "La voz del obrero", donde llama al papel constructor de los proletarios para construir las ciudades, las fábricas, el futuro:
"Con todos los que sufren / los que luchan / levantaré de nuevo la ciudad".
Un Vallekano en Rumania ha traducido y publicado anteriormente algunos de sus poemas, y en esta ocasión hace lo propio con el primero de una pequeña obra poética dirigida a la juventud comunista rumana que escribiera en homenaje a la lucha del pueblo coreano contra la agresión norteamericana en lo que se conoció como Guerra de Corea, y que titulara "De amor e ira" (De dragoste si manie), que consta de cuatro poemas: "La fuente de Corea", "Guerra bacteriológica", "La maldad" y "El verdugo".
Su éxito internacional llegó cuando escribe el volumen de poemas "La sonrisa de Hiroshima" (Surâsul Hiroshimei), en el que denuncia el horror provocado por Estados Unidos tras lanzar sus bombas atómicas contra la población civil japonesa, exigiendo que no olvidemos nunca a los asesinos:
"recordad, eternamente recordad
a todos los muertos desconocidos de Hiroshima
y no olvidéis jamás quién fue el asesino".
Tambíén plasmó su ideología en poemas dedicados a la clase trabajadora, como "La voz del obrero", donde llama al papel constructor de los proletarios para construir las ciudades, las fábricas, el futuro:
"Con todos los que sufren / los que luchan / levantaré de nuevo la ciudad".
Un Vallekano en Rumania ha traducido y publicado anteriormente algunos de sus poemas, y en esta ocasión hace lo propio con el primero de una pequeña obra poética dirigida a la juventud comunista rumana que escribiera en homenaje a la lucha del pueblo coreano contra la agresión norteamericana en lo que se conoció como Guerra de Corea, y que titulara "De amor e ira" (De dragoste si manie), que consta de cuatro poemas: "La fuente de Corea", "Guerra bacteriológica", "La maldad" y "El verdugo".
Se trata de un conjunto de cuatro poemas enmarcado en una obra más amplia que Jebeleanu llama "Cánticos al bosque juvenil", publicado en 1953 por la Editorial de la Juventud del Comité Central de la Unión de Jóvenes Comunistas Rumanos (Editura Tineretuli a CC al UTM, 1953), que, como hemos dicho más arriba, está dirigido a las nuevas generaciones de comunistas que formaban la base del futuro del socialismo rumano. Los dibujos que los acompañan son del también comunista Jules Perahim, ilustrador y pintor conocido por realizar el famoso cuadro La lucha de los pueblos por la paz, una de las más impresionantes obras pictóricas del realismo socialista rumano.
En esta entrada, publicamos el primero de los cuatro poema del poeta revolucionario de su denuncia de las masacres norteamericanas en Corea, "La fuente de Corea", que hemos traducido al castellano y que podéis leer a continuación; el poema empieza un fragmento de un informe de uno de los Comités de verificación de las atrocidades de Estados Unidos contra el pueblo coreano:
***
LA FUENTE DE COREA
(Primero de una serie de cuatro poemas de Eugen Jebeleanu de 1953 dedicados a la lucha del pueblo coreano contra la agresión imperialista de Estados Unidos).
"...La misma testigo ha dado testimonio de que cuando la llevaban para ser torturada vio como arrojaban vivos a algunos detenidos en el pozo del patio. Los miembros de la Comisión verificaron este pozo, comprobando que sus paredes eran de unos 60 cms, un diámetro de 1 metro, y una profundidad de 7-8 metros. En los momentos en los que el sol dirigía sus rayos hacia el pozo se veían con claridad los cadáveres. Entre los cuerpos amontonados uno de los más cercanos a la superficie era el de un niño vestido con una blusa oscura con botones brillantes... (Del informe del Comité Internacional de Mujeres para la constatación de las salvajes atrocidades de las tropas norteamericanas en Corea)".
No había caído la guerra todavía
sobre la capital de Corea.
los niños –bronceados – jugaban en el asfalto.
Las mujeres, agachadas sobre la mesa,
pensando en ellos, preparaban la comida.
Al llegar los padres de las fábricas.
no revolotaba en el aire ni una abeja,...
no se movía ni una hoja. En la ciudad,
sonaban los últimos pasos que llegaban al hogar.
La ciudad entera preparaba la mesa,
cuando, de repente, relinchó un potro en un establo.
Un viento pareció soplar gélido, como en la noche.
Un viento pareció soplar gélido, como en la noche.
Todos los árboles, asustados, se removieron.
Volaba un pájaro y, detrás, muchos otros.
tropezaban con sus alas, espantados,...
ocultándose entre las copas de los árboles y los tejados.
Blanca como la cera se hizo la luz del día.
Tronaba. Estalló el aire en jirones.
Los niños se aglomeraban junto a sus madres.
Los cañonazos hacían temblar la ciudad.
Los destellos en el cielo dejaban entrever al enemigo.
En oleadas, las fortalezas volantes
cubrieron, sofocandolo, el sol:
¡Los yankees! Palmo a palmo
arrojaron su fuego cronometrado.
Cayó una mujer frente a la puerta,
mientras el arroz bullía en la cazuela.
Tres aviones veloces, con ráfagas cortas,
ametrallaban a los niños que corrían por el patio.
Cayeron muertos los ancianos junto a las cucharas,
los perros encadenados se ahorcaban solos.
Sobre sí mismas, las casas se transformaron
en escombros, cenizas y descampados.
Cuando estaba la ciudad envuelta en humo
apareció la infantería.
Todavía quedaban hombres vivos:
los concentraron en las plazas fantasmales,...
y les hablaron despacio, en su lengua,
apuntando a cada uno con frialdad.
Al niño manco del brazo diestro
le pusieron, sonriendo, el fusil en el pecho,..
y dispararon, tomándoselo a broma,
mientras masticaban, tranquilos, un chicle.
…Quedaba en la ciudad solo una fuente,
como un ojo abierto en la tierra enmudecida.
Como un espejo la fuente fue testigo
de todo el horror que hoy refleja.
La cegaron los criminales con los enfermos
que aun vivían.
La atascaron llenandola hasta lo más hondo
tirando en ella a madres e hijos.
Arrojaron en el agua profunda de la fuente,
apelotonados, a jóvenes y viejos.
Y se marcharon. Nadie quedó vivo.
La ciudad parecía un cementerio.
Lo que había sido un día un manantial
se convirtió en seca fosa.
…Pero, ¡mira!, los ojos del mundo se asoman
a la fuente de Anac: ¡no está seca!
Está llena de sangre. No se vería si no
brillara algo, como un faro.
Desde la oscuridad de la fuente reluce
un botón de latón.
Mirando hacia Corea se le ve fulgurar
en la chaqueta de un niño.
Con hilo grueso y resistente, la madre
lo había cosido con gran cuidado.
Se le ve centellear. Un botón como el que lleva
mi propio hijo, que sale ahora por la puerta.
Un botoncito cuyos rayos se revuelven
acusando a sus asesinos de New York.
Lo veo y en su haz, ¡ay verdugos!,
!que bien se aprecia vuestra cercana destrucción!
Corea entera se levanta en armas,
responderá y, con su fuego, ¡os destruirá!
Desde todo el mundo, también desde mis Cárpatos,
salen chispas de los ojos de los niños.
En vano buscaréis otras fuentes
para lavar la sangre de vuestras manos.
Ojos cristalinos inocentes os petrificarán
allá dónde os encontréis.
Os congelará la ira de los hombres,
la maldición del padre y de la madre.
Cualquier pozo será una garganta
que sangra, grita y acusa.
Cualquier fuente una boca de
piedra áspera de odio endurecido.
Los que habéis asesinado no han muerto del todo.
De las cenizas de Corea nacen libros,...
para que los lean las gentes, los lleve el viento,
para que os desprecie la Tierra entera.
¡No! No habéis acabado con aquella fuente, no está ciega,
sus miles de bocas ansían tragaros.
Mientras nos muestran como odiaros,
cómo luchar, cómo derrotaros.
Eugen Jebeleanu, 1953
No hay comentarios:
Publicar un comentario