En 1990, justo después del éxito del golpe de estado fascista contra el pueblo rumano, Rumania disponia de 142.000 vagones de mercancias y 14.000 de viajeros, y 4.400 locomotoras, la mayoria de fabricacion nacional. Tras 25 años de saqueo capitalista, en la empresa de ferrocarriles, todavía pública, pero a punto de privatizarse, solo quedan 35.000 vagones y locomotoras, es decir, cuatro veces menos. El resto, han sido abandonados o vendidos como chatarra y fundidos en combinados de otros paises.
Por supuesto, el dinero obtenido de ellos no ha vuelto a los productores de la riqueza socialista, los trabajadores, sino que ha sido guardado en los bolsillos de unos hombres de negocios especuladores que ganaron los simulacros de licitaciones organizados por CFR, a cambio de comisiones a las autoridades políticas.
Es la misma historia sufrida por los rumanos en todos los sectores industriales. Por ejemplo, la flota comercial rumana era, en 1990, la cuarta de Europa, con 288 naves; 25 años después, solo quedan 3 barcos a flote y, eso si, muchas cuentas corrientes llenas de dinero a costa de la riqueza producida por el socialismo rumano.
En el caso de CFR (Compañía de Ferrocarriles Rumanos), se han malvendido 12 vagones diarios en dos décadas y media de corrupción capitalista. En 1990, Rumania poseia la tercera mayor red de ferrocarriles de toda Europa, en relación a sus habitantes. El tren era el principal medio de transporte; 400.000 pasajeros subían al tren cada día. En los primeros cinco años después del golpe de estado, el tráfico de mercancia se redujo a la mitad, igual que el número de viajeros, principalmente por la reducción del presupuesto público destinado al trasnsporte en común, pero sobre todo por el proceso métodico de destrucción de la industria nacional dirigido por Washington y Bruselas, en lo que es conocido como la aplicación de la "terapia de choque" neoliberal, cuyo objetivo era transformar a los antiguos paises socialistas en colonias dependientes de las multinacionales de las potencias económicas occidentales, provocando entre sus poblaciones durante la primera década de los 90 una miseria que sus trabajadores no habían vivido desde antes de la Segunda Guerra Mundial.
Una miseria, como decimos, provocada metódicamente que llevó a la pérdida de más de la mitad de los puestos de trabajo existenes en 1989, al exilio de más de tres millones de trabajadores rumanos y a un descenso poblacional de cerca de más de tres millones de personas (en 1990 había censados 23.2 millones de rumanos y en el último censo quedan 19, 9 millones),
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