Continuamos con la traducción del libro de Valter Roman, miembro del grupo de rumanos que combatieron en España en las Brigadas Internacionales contra el fascismo, en el que se describe la participación de los comunistas de Rumania en la Guerra Civil española (1936-39).
Se puede acceder a las partes anteriores en los siguientes enlaces:
Bajo el cielo de España: Capítulo V (1ª Parte)
Bajo el cielo de España: Capítulo V (2ª Parte)
Bajo el cielo de España: Capítulo V (3ª Parte)
Bajo el cielo de España: Capítulo V (4ª Parte)
Bajo el cielo de España: Capítulo V (5ª Parte)
Bajo el cielo de España: Capítulo V (6ª Parte)
Bajo el cielo de España: Capítulo V (7ª Parte)
Bajo el cielo de España: Capítulo V (8º Parte)
Bajo el cielo de España: Capítulo V (Parte Final)
Bajo el cielo de España: Capítulo VI (Primera Parte)
Bajo el cielo de España: Capítulo VI (Segunda Parte)
Bajo el cielo de España: Capítulo VII
Se puede acceder a las partes anteriores en los siguientes enlaces:
Bajo el cielo de España: Capítulo V (1ª Parte)
Bajo el cielo de España: Capítulo V (2ª Parte)
Bajo el cielo de España: Capítulo V (3ª Parte)
Bajo el cielo de España: Capítulo V (4ª Parte)
Bajo el cielo de España: Capítulo V (5ª Parte)
Bajo el cielo de España: Capítulo V (6ª Parte)
Bajo el cielo de España: Capítulo V (7ª Parte)
Bajo el cielo de España: Capítulo V (8º Parte)
Bajo el cielo de España: Capítulo V (Parte Final)
Bajo el cielo de España: Capítulo VI (Primera Parte)
Bajo el cielo de España: Capítulo VI (Segunda Parte)
Bajo el cielo de España: Capítulo VII
EN TIERRAS DE ESPAÑA.
TRAS LAS HUELLAS DE KOGĂLNICEANU Y IORGA
El cuartel de la Guardia Republicana de Albacete, sería utilizado por las recién formadas Brigadas Internacionales como Cuartel General |
Los primeros en cruzar
los Pirineos fueron acantonados unos cuantos días en la fortaleza de
Figueras,
mientras que quienes arribaban por mar, lo hicieron por Alicante. Al poco tiempo, a todos se les condujo a Albacete, centro de concentración y preparación militar de los voluntarios. El viaje a Albacete se transformó en una inmensa manifestación de simpatía: en las estaciones de las ciudades, de los pueblos, a lo largo del camino, se aclamaba a los voluntarios y se les colmaba de regalos. Su presencia en aquellas tierras mostraba al pueblo español que, en el gran enfrentamiento con las fuerzas del fascismo, todos los pueblos del mundo estaban a su lado.
mientras que quienes arribaban por mar, lo hicieron por Alicante. Al poco tiempo, a todos se les condujo a Albacete, centro de concentración y preparación militar de los voluntarios. El viaje a Albacete se transformó en una inmensa manifestación de simpatía: en las estaciones de las ciudades, de los pueblos, a lo largo del camino, se aclamaba a los voluntarios y se les colmaba de regalos. Su presencia en aquellas tierras mostraba al pueblo español que, en el gran enfrentamiento con las fuerzas del fascismo, todos los pueblos del mundo estaban a su lado.
Tras apenas tres días en
Figueras, el grupo de rumanos llegado de Francia se puso en camino
hacia Albacete junto con un contingente mucho más numeroso de
voluntarios de otros países. El trayecto atravesaba Cataluña casi
de punta a punta por la costa del Mediterráneo, llegaba a Valencia y
de allí tomaba hacia el interior del país. El tren se iba
deteniendo en innumerables estaciones, paradas a lo largo del
recorrido que, claro está, nos sirvieron para entrar en contacto,
por primera vez, con el pueblo y la realidad españoles. Por las
ventanas del vagón, mirábamos de hito en hito el singular paisaje,
en el que se apreciaba la huella de siglos de agitada historia:
castillos y fuertes en lo alto de los cerros, torres almenadas, etc.
Veíamos los campos de tierra roja y los rostros atezados de quienes
afanosamente los trabajaban, que habríamos dicho modelados en el
mismo barro. Al borde del camino se sucedían los olivos, de hoja
rala y troncos retorcidos de puro viejos. Apenas había casas
modernas en los pueblos. Sólo cerca de la costa, más hacia el Sur,
las espléndidas villas hablaban de la prosperidad de las clases
adineradas.
Por los caminos rurales,
hombres con boina y mujeres con pañuelo caminaban vestidos casi
enteramente de negro (más tarde, me enteré de que los españoles
guardaban luto durante varios años por los parientes cercanos e
incluso que se observaba el luto por los lejanos, lo que explicaba en
gran medida aquella austeridad en el vestir). ¡Qué diferencia con
los atuendos bordados de flores de la mayoría de las regiones de
nuestra patria! Y, sin embargo, ¡cuánto se parecían aquellas
viejas iglesias de los pueblos, con sus torres macizas y sus ventanas
estrechas y alargadas, a las iglesias del siglo XVII de Muntenia2!
De repente, me vinieron a
la memoria algunas de las impresiones que el gran sabio Nicolae
Iorga3
recogió en sus notas de viaje, publicadas tras el que hizo a
Cataluña en 1929, en las que señalaba nuestras afinidades con aquel
“pequeño país latino”. Los primeros contactos con la población
catalana me convencieron de la justeza de sus afirmaciones:
“Aunque no haya
vínculos más profundos entre los catalanes y nosotros, cuando se
les oye hablar y, sobre todo, cuando se ve esta lengua por escrito,
queda de manifiesto la existencia de una comunidad espiritual y de
raza. No nos admira, pues estamos acostumbrados a encontrar nuestras
palabras en todas las lenguas romances. Sin embargo, es interesante
ver la agradable sorpresa que reciben los catalanes cuando se enteran
de que en rumano hay algunas palabras que se parecen a las suyas.”4
De hecho, algunas
palabras y frases enteras son casi idénticas en ambas lenguas. Me
atrevería a decir que de todas las lenguas latinas, sólo en rumano
y en catalán se pronuncian las vocales del diptongo ‘ou’ por
separado, sin fundirse en una ‘u’, como en francés. ‘Ou’,
‘nou’ y ‘bou’5
se pronuncian igual y con el mismo significado en las dos lenguas.
Alguna vez me sobresalté
al escuchar «asculta,
noi!» –es decir, “¡escucha, eh!”6-,
creyendo que alguien se dirigía a mí en nuestra lengua. O cuando oí
a unos payeses llamarse “cap de bou umflat”7,
exactamente igual que en rumano. Empecé a pensar que ambas lenguas
románicas eran las más próximas entre sí, sin llegar a adivinar
el origen de estas similitudes. A día de hoy, sigo sin entender por
qué precisamente estas dos lenguas de origen latino están tan
emparentadas. De otras expresiones, entre ellas algunos insultos, ni
hablo…
Leía
con mucho interés los apuntes sobre España de Mihail Kogălniceanu,
escritos con ocasión del viaje que realizó a dicho país en 1846.
Con cuánta belleza se expresaba Kogălniceanu:
“¿Qué rumano, al oír
a un castellano entonar canciones llenas de tristeza, zurcidas con
apenas unas pocas notas, casi con las mismas arias, unas de amor,
otras de aflicción, éstas del tiempo de los moros, aquéllas sobre
la vida de un famoso ladrón, no creería estar escuchando las doine8
montañesas, las endechas del llano o los cantos de Bujor de nuestros
campesinos?”
Las bellezas y tesoros de
España cautivaron a Kogălniceanu del mismo modo que nos cautivaron
también a todos nosotros cien años más tarde:
“(…) he estado en
España; he visto sus monumentos, he asistido a sus fiestas, he
rezado en sus catedrales, he paseado por sus calles, me he sumergido
en su atmósfera perfumada y la impresión que ha dejado en mí es
tan viva como antes de que me envolviera. Sólo espero, si Dios me lo
permite, volver a ver España.”
Lo que más me atrajo de
las impresiones de Kogălniceanu fue su condena de la nobleza
española, “ignorante y engreída”, y su fe en el pueblo:
“A España, donde el
envilecimiento y la parcialidad políticos –decía Kogălniceanu-
lo absorben todo, política de recriminaciones, a esta España sólo
puede regenerarla un gran dictador o una gran revolución… La única
esperanza está en el pueblo. Es la misma historia de Rumanía: el
campesino que huele al pez por la cola. En la cola aún hay
esperanzas, porque la cabeza lleva mucho tiempo podrida”9.
Pudimos constatar a cada
instante la justeza de estas palabras, de estas impresiones.
Desde el mismo momento en
que concebí la idea de alistarme como voluntario, hasta que recibí
la autorización de nuestro partido y concluyeron los preparativos
del viaje, dediqué cada rato libre a leer y releer libros y
revistas, y a hojear álbumes sobre el país al que iba a ir y que
tanto me atraía desde hacía tiempo. En aquel periodo volví a leer
el libro de Iorga y los recuerdos de Kogălniceanu a que me he
referido más arriba.
Cada una de esas lecturas
me daba a conocer una faceta distinta de España. Algunas evocaban en
mí la España de los conquistadores, con sus famosos navegantes
siempre en busca de nuevos caminos y tierras en que descubrir
fabulosas riquezas. Otras me mostraban la España de las corridas de
toros, las plazas bulliciosas, la pasión del flamenco, las
castañuelas y los abanicos.
En algunos de aquellos
libros se destacaba el esplendor de los artistas españoles, de los
genios que, con la pluma o el pincel, inmortalizaron la grandeza y
los sufrimientos de España, como Cervantes, Velázquez, Goya o
Unamuno. De las lecturas más recientes, no obstante, llegaba el eco
de los acontecimientos que habían vuelto las miradas de todos,
amigos y enemigos, hacia España: las grandes huelgas de los mineros
asturianos, la victoria del Frente Popular, las esperanzas
concebidas, la rebelión fascista, la reacción popular.
Una vez en contacto con
tierra española, comenzó a cristalizar en mí una imagen que
sintetizaba y fundía en un todo las impresiones anteriores con las
que recibía sobre el terreno, impresiones inéditas, emociones que
viví directamente en los años que pasé luchando, hombro con
hombro, con los bravos republicanos españoles.
LA EXCELENTE PAELLA
Y EL MARAVILLOSO FLAMENCO
Pasamos por Barcelona
–capital de Cataluña- donde cambiamos de tren, aunque no nos
quedamos el tiempo suficiente para poder visitar la ciudad, que, sin
embargo, iba a conocer más tarde bastante bien. No obstante, hicimos
varias paradas más al sur, entre ellas, una en Castellón de la
Plana, en Valencia. Aquella localidad se me quedó grabada en la
memoria por dos motivos: allí vimos y oímos, por vez primera, el
cante y el baile auténticamente españoles, y allí también
comimos, por primera vez, calamares en su tinta y paella,
especialidades culinarias autóctonas difíciles de olvidar.
Llegamos a la ciudad poco
antes del anochecer. El almuerzo que habíamos tomado en el tren, de
companaje, había sido frugal. Nos anunciaron que estábamos
invitados a una cena de pescado. Durante más de una hora, desfilaron
por la mesa todo tipo de especialidades marineras, más o menos
conocidas, a las que hicimos los honores con hambre de lobo. De
pronto, con la solemnidad que anunciaba la llegada de la gran
estrella del festín, nos sirvieron calamares en su tinta: en
platos alargados, una especie de pulpos de aspecto repulsivo,
flotando en una salsa negra –de ahí su nombre, tinta10-
tan poco apetecible como aquéllos.
No recuerdo ya cuál fue
la reacción de
los demás, pero en los rostros de los rumanos la consternación se
reflejó tan a las claras, que nuestros anfitriones se echaron a
reír. Cuando, por fin, logramos vencer nuestra repugnancia y
accedimos, entre palabras de ánimo, a probar el plato, nos dimos
cuenta de que estaba realmente riquísimo.
Sin
embargo, la gran sorpresa del arte culinario español la constituyó
otro plato que nos sirvieron después, la famosa paella
en su variante de Valencia, la paella
valenciana,
una comida deliciosa, considerada, con justa razón, el orgullo de la
cocina española. Es un plato a base de arroz, una suerte de pilaf11,
hecho
al horno en una sartén especial de fondo plano, al que se añaden
todo tipo de pescados de calidad, langosta y cangrejos, y en el que
no falta tampoco alguna salchicha, así como pechuga de gallina. El
color de la paella
es amarillo cobrizo debido al azafrán con que se prepara. Es, sin
duda, una de las comidas más deliciosas de la Península Ibérica.
Poco
después, aquellos platos se habían convertido en nuestras comidas
favoritas. Cuánto los echamos de menos en los largos periodos en que
escaseó la comida y nuestros cocineros hubieron de derrochar arrobas
de ingenio para hacer comestibles los alimentos más insospechados.
Tras
la cena, mientras paseábamos por la ciudad en espera de la hora de
volver al tren, oímos los acordes de una guitarra que salían de una
casa con las ventanas abiertas. Nos acercamos. Era una sala de baile
donde se celebraba una fiesta de despedida en honor de unos jóvenes
que se iban al frente. Al vernos, nos invitaron a entrar. Todo el
mundo escuchaba hechizado a una chiquilla de unos 18 años, puro
fuego y pasión, que cantaba flamenco.
No era profesional, sino simplemente una muchacha que había
aprendido a cantar de su madre, de su abuela y de la generación de
mujeres españolas que, al son de la guitarra, hicieron cante de su
amor y su desesperación, de sus deseos y esperanzas. Parecía que
llevaba la música en la sangre, que la sentía en cuerpo y alma. Lo
que maravillaba de su manera de cantar no tenía que ver ni con el
ritmo ni con la melodía, sino con la sinceridad de su interpretación
y la fuerza para comunicar los sentimientos que la animaban, aquella
perfecta combinación de palabra, música y sentimiento.
Cuando terminó de
cantar, estallaron las voces de aprobación y las exclamaciones de
entusiasmo: ¡Ole María! ¡Qué bien cantas! ¡Ole salero! ¡Ole
la madre que te parió! En los años que estuve en España
escuché muchas veces flamenco y quedé admirado no sólo del
arte de numerosos intérpretes, anónimos o célebres, y del talento
para la improvisación de los artistas (porque cada cantaor recrea en
gran medida el cante y lo adapta a sus sentimientos y temperamento),
sino también del conocimiento del público, capaz de distinguir a la
perfección entre el auténtico arte y las imposturas, entre el
verdadero sentimiento y el que se pretende tan sólo aparentar. Esta
capacidad cierta para discernir lo uno de lo otro la observé poco
después en las plazas donde se celebraban las corridas de toros.
Tras la cantaora, otra
muchacha, no mucho mayor, se puso a bailar. Al principio no se
percibía más que un leve gesto de las manos del que brotaba el
suave repiqueteo de unas castañuelas. Poco después, se precipitaba
la acción: las castañuelas punteaban un ritmo, acompañado de
taconeo, y se iniciaba el baile. No era un baile en pareja, la chica
bailaba sola. El íntimo parentesco con el cante que acabábamos de
oír era evidente; de hecho, también al baile se le llama flamenco.
Algo característico de este baile, y también del cante, es su
entrega sincera y apasionada, que nos transporta a lo más profundo
del alma de estas gentes y crea un vínculo de afecto.
EN VALENCIA
Mucho nos costó
despedirnos de nuestros amigos, que nos habían pedido que nos
quedáramos con ellos a tomar unas cervezas. Se aproximaba la hora de
partir; nos dirigimos a Valencia. Mientras realizaban unas
formalidades, nuestros acompañantes nos dijeron que disponíamos de
2 ó 3 horas para ver la ciudad. Apenas tuvimos tiempo de visitar el
centro, dar una vuelta por la plaza de Emilio Castelar y ver algunos
de los edificios y monumentos más importantes. Sin embargo, lo poco
que estuvimos en Valencia nos bastó para observar algunas cosas que
nos sorprendieron considerablemente. Era la primera ciudad grande que
conocíamos en España y esperábamos encontrar en ella, mucho más
que en las pequeñas localidades en que habíamos ido parando, una
atmósfera acorde con la situación de guerra. Cierto es que había
grandes pancartas en que se podía leer: “No lo olvidéis, el
frente está a 140 km de Valencia”, o llamamientos a donar sangre
para los heridos en el frente, que recordaban la situación bélica
que vivía el país. Pero en el ambiente parecía flotar una especie
de indiferencia inconsciente, una actitud de arrogancia despreocupada
frente al peligro, algo curioso, en cualquier caso, y difícil de
definir para un recién llegado.
Un militar español que
nos acompañaba, comunista, a quien procuramos transmitir nuestro
asombro, nos dijo que nuestras impresiones tenían, en realidad, una
base cierta. En la ciudad se percibía, claramente, la influencia de
los anarquistas. “Lo cierto es que –prosiguió- mientras unos
luchan como leones, movidos por un odio implacable hacia el fascismo,
en otros no se puede confiar demasiado. No quieren saber nada de
disciplina ni de organización, y si se les trata de explicar por qué
ambas son necesarias, se enfurecen y le acusan a uno de ser un
maldito burgués. No hay manera de entenderse con ellos. La República
tiene bastantes problemas por su culpa porque, a menudo, los
anarquistas encrespan los ánimos de la población con medidas
económicas insensatas; otras veces, la toman con las tallas de
santos y obras de arte de las iglesias, escandalizando tanto a los
creyentes como a los librepensadores, y haciendo así el juego a la
propaganda de los rebeldes, que echan la culpa a los comunistas.
Afortunadamente, su influencia sólo es grande en algunas zonas. En
el resto encontraréis a bastantes personas cuyo comportamiento,
espero, consideréis que nos honra. No quiero elogiar a mi pueblo
–añadió con una sonrisa-; ya os daréis cuenta por vosotros
mismos de cómo son las cosas.”
Y, ciertamente, a medida
que fuimos adentrándonos en el país –cuando entramos en contacto
con la atmósfera heroica de Madrid y, más tarde, en los otros
frentes de lucha-, comprendimos cuánta razón tenía.
LLEGAMOS A ALBACETE, BASE
DE LAS BRIGADAS INTERNACIONALES
Llegamos a Albacete un
día soleado del mes de octubre. Pequeña ciudad agrícola de
provincias, en otro tiempo, sin duda, monótona y aburrida, Albacete
bullía entonces de animación por la presencia de cientos y cientos
de hombres, la mayoría jóvenes, a quienes se oía hablar todas las
lenguas de la Tierra.
Todo estaba por hacer;
las condiciones de alojamiento y suministro eran lamentables. La
ciudad, que carecía de edificios grandes, no estaba preparada para
acoger de la noche a la mañana a los miles de voluntarios que
llegaban diariamente. La guerra había estallado de sopetón, dando
al traste con el trabajo pacífico de la República. Todos procuramos
echar una mano –entre nosotros había gentes de todas las
profesiones: mecánicos y electricistas, ingenieros y médicos,
carpinteros, sastres, cocineros, etc.-; cada cual puso su grano de
arena para que las cosas echaran a andar cuanto antes y comenzásemos
la instrucción militar.
Si las autoridades
españolas hacían frente, mal que bien, a las necesidades materiales
de los brigadistas internacionales, se desvivían, en cambio, por
crear un ambiente lo más acogedor posible.
Los amigos españoles se
volcaban en honrarnos con su hospitalidad. Organizaron en nuestro
honor diversos espectáculos. Nos maravillaron los versos de Lorca,
Machado y Alberti, recitados en castellano. Conocimos más de cerca
el extraordinario folclore español. Escuchamos, estremecidos de
emoción artística, el turbador cante flamenco en el bello
dialecto andaluz, porque
Quien dice cantares,
dice Andalucía.12
Nuestros conocimientos
sobre cante flamenco iban en aumento. Nos enteramos de que en
cada provincia existían distintas variedades. Al escucharlas, nos
costaba decantarnos por una u otra: la dramática malagueña,
originaria de Málaga, las bellas granainas, cantadas en
Granada, y las chispeantes alegrías de Sevilla. Nos
encantaron los bailes ejecutados con arte y pasión sin igual, bailes
vigorosos, telúricos, que punteaban la música con enérgicos
taconeos y zapateados. Y, cómo no, nos invitaron a ver
las famosas corridas de toros.
LA FIESTA BRAVA
Nos dijeron que bastaba
con asistir a tres corridas de toros para hacer del presidente de una
“sociedad protectora de animales” un ferviente aficionado a la
tauromaquia. No puedo certificar la exactitud de semejante
aseveración, pero sí afirmar que allí comprendí realmente qué
era lo que atraía con tanta pasión a los españoles y a muchos
otros pueblos, en especial latinoamericanos, a este espectáculo que
también cautivó a Hemingway. No eran las sensaciones intensas
provocadas por la visión de la sangre, la crueldad y la violencia de
determinados lances –como se imaginan lo no iniciados-, sino el
valor extraordinario, la sangre fría, el dominio de sí y la actitud
de dignidad frente al peligro, una especie de desafío a la muerte,
que caracterizan a los grandes toreros, auténticos artistas de
genio.
Fuimos a nuestra primera
corrida acompañados por los amigos españoles, quienes
procuraron iniciarnos en la materia a los profanos. Los españoles
distinguen entre el toro doméstico, equivalente al toro que
nosotros conocemos y animal de poco interés, y el llamado toro
bravo, destinado a la lidia. Los novillos se juegan en las
corridas llamadas novilladas, en las que no se mata al animal.
Por su parte, la clásica corrida de muerte tiene una
gradación dramática y un final trágico. Son éstas las verdaderas
corridas, que con tantos entusiastas aficionados cuentan. A
una de ellas fue a la que nos invitaron.
Uno de nuestros
acompañantes españoles, que resultó ser un auténtico erudito en
la cuestión, trazó un esbozo histórico de la corrida,
remontándose varios siglos antes de nuestra era. Desde entonces –nos
decía-, los habitantes de la Península Ibérica habían practicado
la lucha con toros, que tenía lugar, en aquel tiempo, en plena
naturaleza: frente a frente, los hombres aprendieron a bregar con los
toros salvajes y empezaron a revestir de un carácter especial lo que
hasta entonces no habían sido más que partidas de caza. Gracias a
su talento para pastorear toros, los antepasados de los catalanes de
hoy lograron detener la invasión de los cartagineses y causaron la
admiración de los romanos.
Con los años, se fueron
perfilando la forma y las reglas de la corrida que, hasta el
siglo XV, fue un juego aristocrático, practicado a caballo por los
grandes señores. Así fue como hubo de demostrar su valor el Cid
ante la bella Jimena. A partir de aquel periodo, la corrida se
transformó en un juego popular, uno de los más apasionantes, pues
los hombres veían en él una lucha entre inteligencia y valor, por
una parte, y fuerza bruta, por otra. Por eso el pueblo llama también
fiesta brava a la corrida –concluyó nuestro amigo su
docta explicación.
-Me parece, sin embargo,
un espectáculo bastante cruel y sangriento –replicó uno-. ¿No te
termina dando pena este animal acosado y hostigado?
El aficionado a las
corridas tenía la respuesta preparada.
-Quizá no hayas pensado
nunca que el buey que se envía al matadero tiene menos oportunidades
que un toro en la plaza. Y el buey es un animal manso, mientras que
el toro… ¿Has intentado alguna vez tener una conversación
amigable con alguno?
Reímos todos y en aquel
ambiente de buen humor esperamos el comienzo de la corrida.
El anfiteatro, con gradas
de piedra, rebullía de gente. La zambra creció cuando se produjo la
entrada de los “actores” en el ruedo. Los toreros,
los matadores y los banderilleros, vestidos con trajes
multicolores y armado cada cual con sus correspondientes trebejos,
hicieron el paseíllo seguidos de los picadores, a caballo.
Iban en fila delante del alguacil, vestido de negro y portador
de las llaves con que se abrían los toriles, patio donde
permanecen encerrados los fieros animales. El público le aplaudió,
pero más aplausos recibe el toro.
Para conquistar el favor
del público, el hombre ha de bregar a brazo partido. Un torero
miedoso, cobarde o torpe se convierte en el blanco de los más
implacables denuestos.
Por fin, salió el toro
al ruedo. El animal parecía desconcertado, sin saber dónde estaba.
Al punto, no obstante, entraron en acción los matadores. Con
sus capotes rojos, aparecían aquí y allá, provocando al animal y
enfureciéndolo.
Nada más librarse de los
matadores, se hacían cargo del toro los banderilleros. No son
éstos quienes ejecutan la suerte decisiva, aunque su función es, en
cualquier caso, bastante difícil y peligrosa. Con agilidad y
pericia, el banderillero se situaba frente al toro y le azuzaba con
unos palos multicolores, se acercaba a él, a riesgo de recibir una
cornada, y le clavaba en el cerviguillo las banderillas,
palitroques cortos rematados en una punta afilada en forma de arpón.
El animal, excitado por el dolor que le causaban las banderillas
en cada movimiento, enloqueció de furia. Se lanzó contra los
caballos que montaban los picadores, quienes, de nuevo, lo
castigaron con unas varas con las que lo mantenían a distancia.
Durante todo este tiempo,
el torero, actor principal del espectáculo al que asistíamos,
estudia al animal. Porque un buen torero no sólo debe ser valiente y
diestro, sino también un perfecto conocedor de la psicología del
bruto, pues cada toro tiene su propia manera de reaccionar. Es
entonces cuando empieza el acto final, que termina con la muerte del
toro, aunque, en ocasiones, resulta herido grave o incluso muerto el
hombre. De la manera en que se desarrolla este último acto, de la
elegancia de los movimientos del torero, de su habilidad y del modo
en que da al animal la estocada de gracia depende el éxito de la
corrida. La muerte del animal no debe parecer ni un ajuste de
cuentas ni ser producto, tampoco, del bajonazo asustado de alguien
que se defiende. Se debe realizar con honra.
Aquella tarde se lidiaron
tres toros. Los “héroes” del drama que se presentaron ante
nosotros no se contaban, sin embargo, entre las figuras más
brillantes, y el público, que aplaude enfervorizado para mostrar su
entusiasmo, también manifiesta abiertamente su ruidosa
disconformidad siempre que el hombre o el animal no están a la
altura.
-¿Qué os ha parecido la
corrida? –nos preguntó a la salida uno de los amigos que nos
acompañaba.
-Me he podido dar cuenta
–dijo uno de nosotros- que, verdaderamente, las corridas son
un espectáculo apasionante, tanto por lo que sucede en el ruedo,
como en lo que tienen de psicología de las masas. En la corrida que
hemos visto, confieso que a mí me han gustado los toreros que
lidiaron en primer y en tercer lugar, aunque sus toros no me han
parecido nada del otro mundo. En cambio, el segundo toro era un
animal impresionante, pero el torero me dio la impresión de que era
muy flojo.
-Por desgracia esta
situación se da con bastante frecuencia. Nuestro pueblo tiene un
dicho que la describe: Ya lo dijo Pepe Moros: cuando hay toros no
hay toreros; cuando hay toreros no hay toros.
-Ahora que le he cogido
el gusto a las corridas, espero tener ocasión de volver a asistir a
una en que ambos contendientes den la talla.
Pero en todos los años
de la guerra de España, nuestra “experiencia” se redujo a la
corrida que vimos en Albacete.
Durante años, con
frecuencia, he pensado sobre las corridas de toros. Me he preguntado
más de una vez qué es la corrida –¿una lucha, un arte,
una tragedia?-, sin poder dar una respuesta definitiva y clara. Al
final he llegado a la conclusión de que tiene algo de todo ello: es
lucha encarnizada, es una especie de ballet y es también una suerte
de drama sacro. No es casualidad, en todo caso, que Goya escribiera
en uno de sus famosos dibujos sobre Tauromaquia, “Antiguo
divertimento de España”.
NOS PREPARAMOS PARA LA
LUCHA
No obstante, nuestra
estancia en Albacete fue, ante todo, un periodo de trabajo intenso e
ininterrumpido con el propósito de realizar en las mejores
condiciones aquello para lo que habíamos ido allí.
Una delegación de los
voluntarios, compuesta por Luigi Longo, Pierre Rebière13
y Wisniewski, se
presentó al presidente de la República española y
al jefe del gobierno republicano. Los voluntarios, según recalcó la
delegación, se ponían por entero y sin condiciones a la disposición
del gobierno republicano y a las órdenes de su estado mayor, para
luchar contra los generales rebeldes y el fascismo español e
internacional.
Andre Marty y Luigi Longo |
Fue significativo el
diálogo que tuvo lugar entre Martínez Barrio, representante del
gobierno español, que quería conferir un carácter festivo al
nacimiento de las Brigadas Internacionales, y una delegación de
aquéllas:
-“¿En que condiciones
quieren ustedes participar en nuestra lucha?”
Y la respuesta fue:
-“Nosotros no ponemos
ninguna condición. Solamente deseamos que las Brigadas
Internacionales sean consideradas como unidades subordinadas
exclusivamente al gobierno y a sus autoridades militares y que sean
utilizadas como fuerzas de choque en todos los lugares donde sea
necesario.”
Los voluntarios asumieron
un compromiso solemne que terminaba con las siguientes palabras:
“Estoy aquí porque soy
voluntario y daré, si es preciso, hasta la última gota de mi sangre
para salvar la libertad de España y la libertad del mundo entero.”
Comenzó entonces la
organización de los voluntarios en las primeras unidades militares.
Los preparativos se desarrollaron en condiciones extremadamente
difíciles. En Albacete había representantes de 53 países. Iban a
luchar codo con codo hombres que hablaban lenguas diferentes, con
costumbres y gustos diversos. Era cierto, no obstante, que a todos
los unía el espíritu del internacionalismo proletario, que allanaba
el camino para encontrar una lengua común y facilitaba la resolución
de muchos problemas. Para las cuestiones que tenían que ver con la
ropa, la comida y los medios de transporte, sanitarios y quirúrgicos,
los voluntarios contaban con la ayuda internacional. Para el resto,
sin embargo, y en especial en lo referente a las armas, necesitaban
la ayuda del gobierno español. La situación en materia de armamento
era lamentable: era insuficiente en cantidad y, en calidad, más que
responder a las necesidades de una guerra moderna, parecían piezas
de coleccionista. Que ese estado de cosas fuera así se debía a la
posición equívoca del gobierno de Largo Caballero, al sabotaje de
los anarquistas y a la negativa de los gobiernos de Francia,
Inglaterra y EEUU a hacer entrega a la República española de los
pedidos de armas acordados previamente. Sólo la actitud heroica de
los obreros españoles, que, movilizados por el partido, trabajaban
día y noche para asegurar la producción de guerra, así como la
ayuda de la Unión Soviética y México, lograron paliar, en parte,
las carencias existentes.
A pesar de todas esas
dificultades, los preparativos para organizar las unidades se
desarrollaban en medio de una actividad febril. Así lo exigían las
necesidades del frente y así lo exigía Madrid, ciudad que las
fuerzas fascistas se disponían a cercar y a asfixiar.
Hacia finales del mes de
octubre, había en Albacete entre 3.000 y 4.000 voluntarios. Se
formaron varios batallones en los que se encuadró a los voluntarios
según criterios nacionales: el “Comuna de París”, compuesto, en
especial, por franceses y belgas; el “Edgar André”, que
agrupaba, sobre todo, a alemanes y austriacos; el “Garibaldi”,
integrado, principalmente, por italianos; y el “Dombrowski”,
constituido por polacos. Con estos batallones, completados con la
llegada de nuevos voluntarios, se crearon al poco tiempo las dos
primeras brigadas internacionales, la XI y la XII.
También en el seno de
esas unidades lucharon, al principio, los voluntarios rumanos que, en
ese momento, se encontraban en España. Al primer grupo de rumanos,
los que procedíamos de la emigración francesa, nos incorporaron a
casi todos al batallón “Edgar André”, en el que, junto a
alemanes y austriacos, también había voluntarios de los países
escandinavos y balcánicos. Al resto de los rumanos, los que llegaron
a España desde la patria a finales de 1936 o principios del año 37,
se les destinó, inicialmente, a alguno de los batallones de las
brigadas XI o XII, o a otras brigadas que se iban formando.
En esas unidades
participaron los voluntarios rumanos en las primeras batallas de la
defensa de Madrid. Fue entonces cuando su decisión de luchar hasta
el final para aplastar al fascismo se cobró sus primeras víctimas,
la sangre de los primeros y queridos camaradas caídos en sus filas.
Al poco tiempo, comenzaron a combatir en unidades que se acababan de
constituir, en cuyo seno intervinieron un mayor número de rumanos.
La ciudad de Albacete se
convirtió en la base de las Brigadas Internacionales. Allí se
organizó la mayoría de las unidades internacionales, en especial
las de infantería.
CREACIÓN DE LA PRIMERA
UNIDAD MILITAR RUMANA
La cuestión de la
creación de una unidad rumana se discutió, por vez primera, a lo
largo del mes de noviembre, durante la primera ofensiva fascista
contra Madrid.
En Madrid, en la calle
Velázquez, funcionaba por entonces el Comisariado de las Brigadas
Internacionales, dirigido en aquel momento por Giuseppe de Vittorio,
conocido en España como Nicoletti. De Vittorio fue muy sensible a
las necesidades de cada grupo nacional de las Brigadas
Internacionales. Allí, en la sede de la calle Velázquez, un día de
noviembre, nos presentamos un grupo de voluntarios para solicitar su
apoyo a la creación de una unidad rumana. De Vittorio nos prometió
que tan pronto como llegara a España un mayor número de rumanos, se
crearía esa unidad.
Pronto se tomó una
medida importante en esa dirección.
“Como los voluntarios
rumanos no tenían su propia unidad militar –escribe Luigi Longo-,
la dirección de las Brigadas Internacionales decidió, el 15 de
diciembre de 1936, en Madrid, que la unidad de artillería que se iba
a adscribir a la XI brigada fuera rumana.”14
Hacia mediados del mes de
enero de 1937 terminó de organizarse la artillería de la XI
brigada. Se creó el grupo rumano de artillería, que, durante toda
la guerra, llevó el nombre de “Ana Pauker”. A lo largo del
conflicto, la estructura del grupo se fue modificando debido a las
sucesivas incorporaciones de efectivos y a la renovación del
armamento con numerosas piezas –algunas de ellas capturadas al
enemigo-, hasta transformarse en un regimiento motorizado. Estaba
integrado mayoritariamente por rumanos y franceses –al principio
hubo un porcentaje más alto de franceses, si bien, con el tiempo, su
composición varió sensiblemente por la llegada desde Rumanía de un
gran número de voluntarios-, aunque agrupó en sus filas a hijos de
otras doce naciones15.
La primera medida para
crear la nueva unidad fue el nombramiento del mando y la constitución
del estado mayor del grupo, a cuyo frente estaban varios voluntarios
rumanos. El mando de las Brigadas Internacionales, representado por
André Marty y Luigi Longo, se ocupó personalmente de la
organización del batallón de artillería recién formado. A todos
nos embargaba la emoción. Organizar y mandar una nueva unidad era
una tarea muy compleja. Teníamos dudas y temores, pero los camaradas
que dirigían la XI brigada, Hans Kahle y Ludwig Renn, hombres con
gran experiencia en cuestiones militares, nos prometieron todo su
apoyo que, como pudimos darnos cuenta, nos iba a ser de gran ayuda.
También en la unidad había cuadros de confianza con los que
podíamos contar. Si eran muchas las carencias en materia de
armamento, de equipo, etc., el material humano, en cambio, era de la
mejor calidad.
La unidad, inicialmente,
se componía de dos baterías: la “Franco-belga”, cuyo comandante
fue un técnico electricista del sur de Francia, Samuel Arbousset16,
quien se distinguió en numerosas ocasiones por su valor; y la
“Pasionaria”, mandada por Gaston Carré17,
obrero metalúrgico de París de un arrojo extraordinario. Ambos eran
comunistas y entregados en cuerpo y alma a la causa de la libertad y
el progreso.
Además del grupo de
rumanos llegados de Francia, se incorporaron a dicha unidad numerosos
voluntarios que habían venido de Rumanía y que, en un primer
momento, quedaron adscritos a otras unidades.
Tras los combates y la
retirada de Aragón, se creó en el seno del regimiento rumano una
nueva batería, a la que se dio el nombre de “Tudor Vladimirescu”18,
héroe nacional de nuestro pueblo.
Nicolae Cristea fue
nombrado comandante de la batería “Tudor Vladimirescu” y Andrei
Roman, su comisario político. Las extraordinarias cualidades de
Nicolae Cristea como hombre, comunista y soldado le señalaban
ampliamente como la persona más adecuada para el puesto de
comandante de la nueva batería.
En un principio, Cristea
se incorporó a la batería “Pasionaria” del grupo rumano como
simple servidor de cañón. En aquel momento, sus nociones en la
materia eran bastante superficiales. Con la ayuda de Gaston Carré,
que estaba absolutamente impresionado de la avidez de conocimientos
necesarios para ser un buen artillero del comunista rumano, y con la
de los suboficiales de la batería, Cristea se convirtió al poco
tiempo en uno de los mejores oficiales del regimiento. En poco más
de un año de su llegada a la unidad, había alcanzado ya el empleo
de teniente. Hombre de férreos principios, muy exigente, mando a
quien no temblaba el pulso, según sus camaradas de lucha, Cristea
reunía en sí, además de estas dotes, una profunda camaradería,
una enorme cordialidad, razón por la que en las filas de la unidad
que dirigía no se dieron casos de indisciplina.
Entre los soldados de
distintas nacionalidades que componían la unidad rumana, tan
diferentes unos de otros en innumerables aspectos, surgió pronto un
estrecho vínculo que hizo de ella un colectivo unido y eficaz.
Artilleros rumanos |
“Cristea –escribía
en su libro La Corrida19,
recopilación de sus recuerdos de España que constituye, al
mismo tiempo, una breve historia del regimiento rumano de artillería-
no me gustó al principio. De un celo exagerado y permanente,
ideologizado al 150 por cien, dotado de todas las virtudes humanas,
Cristea me pareció demasiado perfecto para ser bueno.
Algunos años más tarde
cayó combatiendo en la defensa de mi querido París: por eso lo sigo
recordando hoy con gratitud.”
“En realidad –indicaba
Přibyl más adelante-, existe una característica común. Los
rumanos son soldados austeros: no beben, no fuman, y si aman, aman
tan sólo sus ideales políticos y de clase. Muy fuerte debe de ser
semejante amor, pues les llevó a superar todo tipo de obstáculos
hasta terminar en nuestra batería.” Precisamente por ese amor
apasionado a la libertad y a la justicia social, los voluntarios
rumanos se hicieron querer por sus compañeros de armas y de ideas,
hecho que queda reflejado también en el libro de Přibyl, quien, un
cuarto de siglo después, se refiere a ellos como “camaradas a
quienes nunca podré olvidar”.
El regimiento rumano de
artillería vio surgir de sus filas a muchos militares de valía. La
educación política recibida en la patria, el trabajo desarrollado
por los comisarios políticos en el frente y en la retaguardia, el
ejemplo personal de los comunistas, así como el heroico arrojo en la
lucha del pueblo español y de los miles de voluntarios antifascistas
ejercieron una poderosa influencia en los combatientes rumanos, que
se puso de manifiesto en sus hechos de armas. Desde su creación
hasta la retirada de las Brigadas Internacionales de España, no hubo
acción de importancia en que el regimiento rumano de artillería no
participase, ni misión que no cumpliera honrosamente. En el Jarama y
en Guadalajara, en Brunete, en Quinto y en Belchite, en Teruel, en
Aragón o en el Ebro, en todas partes donde estuvo, cooperó
fructíferamente con las unidades de las brigadas españolas e
internacionales, contribuyendo, de ese modo, a desbaratar muchos
ataques fascistas, a romper las líneas enemigas y destruir sus
posiciones, y al avance de las tropas antifascistas.
En el número de 20 de
octubre de 1938 de la revista española Reconquista, dedicado
a las Brigadas Internacionales y en el que se repasaba la trayectoria
del regimiento rumano de artillería, se decía lo siguiente:
“Las oleadas de
soldados mercenarios se vieron en numerosas ocasiones frenadas ante
el fuego preciso de nuestra artillería; las enormes cantidades de
piezas enemigas nunca redujeron al silencio a las nuestras.
El regimiento rumano de
artillería fue de los que más se distinguieron, a pesar de las
carencias materiales de que adoleció en un principio. Todo su
material está compuesto de cañones tomados al enemigo; mientras
nosotros avanzábamos, sus soldados preparaban al instante los
cañones enemigos para disparar contra quienes, previamente, los
habían utilizado y abandonado en su huida.”20
En sus apuntes sobre las
unidades que dirigió, escritos entre mayo y junio de 1938, el
general polaco Carol Świerczewski, llamado en España general
Walter, comandante de la 35ª división internacional –de la que
formó parte también, durante bastante tiempo, nuestro regimiento-,
y conocido asimismo por su heroísmo y elevado nivel de exigencia,
consideraba que el regimiento rumano de artillería “se cubrió de
gloria, sobre todo, por el sorprendente valor de que dio muestra en
combate. Fue una excepción absolutamente inusual, si no única, en
la artillería española, ya que practicó, a gran escala, el fuego
directo desde posiciones descubiertas sin detener un solo instante el
fuego, ni siquiera bajo los bombardeos de la aviación enemiga, como
ocurrió en numerosos combates cerca de Teruel…”21
Al poco tiempo, la unidad
de artillería no fue ya la única formación rumana que luchaba en
los frentes de las España republicana. Hacia mediados del año 1937,
se crearon en el seno de las brigadas internacionales otras unidades
rumanas.
LA FORMACIÓN DEL
EJÉRCITO POPULAR REGULAR ESPAÑOL
Las fuerzas militares
republicanas se encontraban por aquel entonces en pleno proceso de
organización. El modo en que se había desarrollado la batalla de
Madrid puso sobradamente de manifiesto la necesidad de un ejército
regular que garantizase la victoria definitiva. No obstante, había
en España bastantes dirigentes políticos, anarquistas y
socialistas, de derecha y de izquierda, que, abiertamente o de
tapadillo, se oponían a la creación del ejército regular. “España
–argumentaban demagógicamente- es el país de los guerrilleros y,
en modo alguno, necesita militares profesionales ni ejército
regular”. Fue el Partido Comunista de España el que, enfrentándose
a todas las fuerzas que se oponían a ello, impuso la idea de
levantar un ejército regular. Sin embargo, el partido no se limitó
a señalar la necesidad de crear un ejército nuevo, sino que se puso
manos a la obrar para crearlo desde el mismo estallido de la guerra.
Así es como nació el 5º Regimiento de Milicias Populares.
“El 5º Regimiento –se
dice en la Historia del Partido Comunista de España- fue el
embrión del Ejército del Pueblo, de tipo regular, por la creación
y desarrollo del cual luchó con tenacidad incansable el Partido
Comunista, y él echó en realidad los cimientos de los más
importantes servicios que constituían la armazón de la nueva
organización militar: Estado Mayor, Transporte, Enlaces, Intendencia
y Sanidad.
En el 5º Regimiento
empezó a aplicar el Partido Comunista su política orientada a
resolver eficazmente uno de los más difíciles problemas planteados
en el terreno militar: el de dotar de cuadros de mando al naciente
Ejército del Pueblo.”22
Por todo el territorio de
la República, el pueblo español ensalzaba con su canto las
actividades del partido y de su valeroso vástago, el 5º Regimiento:
El Partido Comunista,
que es en la lucha el
primero,
para defender a España
formó el 5º
Regimiento.
Por aquellas fechas, el
Comisariado de las Brigadas Internacionales también se preparaba
para los enfrentamientos que se avecinaban. Mes y medio después de
su entrada en combate, los efectivos útiles de las dos primeras
brigadas se habían reducido a la mitad. Había, pues, que
completarlas. Pero, ¿cómo, por qué vía? La solución a que
llegaron el Alto Mando del ejército español y el Comisariado de las
Brigadas Internacionales fue que las unidades de estas últimas se
reforzaran con españoles. Entretanto, el gobierno español había
impuesto el servicio militar obligatorio y adoptado toda una serie de
medidas para ampliar la recluta de soldados entre los reemplazos que
aún no habían sido llamados a filas. De este modo, los españoles
recién alistados se incorporaban a unidades que ya habían
combatido, más organizadas y en cuyas filas militaban probados
revolucionarios. Asimismo, estas nuevas medidas sirvieron para
estrechar aún más las relaciones entre los españoles y los
voluntarios antifascistas venidos de todos los países del mundo.
Sobre esta estructura
mixta se formaron nuevas unidades internacionales en el periodo que
siguió a la primera batalla de Madrid. A las brigadas XI y XII,
rehechas y completadas con militares españoles, se unieron las
brigadas XIII, XIV y XV, y, más adelante, la 129ª brigada, así
como las unidades de artillería. Esa misma estructura tuvieron,
igualmente, las nuevas unidades rumanas creadas más tarde.
NUEVAS FORMACIONES
MILITARES RUMANAS
Desde Albacete, un grupo
más numeroso de rumanos, llegados a España entre marzo y abril de
1937, fue enviado a Almansa, centro de instrucción de artilleros.
Allí, en el seno del batallón balcánico de artillería pesada, se
formó el mes de mayo otro grupo rumano de artilleros, que adoptó el
nombre de “Gheorghe Gheorghiu-Dej”.
Además de rumanos, en
las tres baterías del batallón balcánico lucharon voluntarios
polacos, checos, búlgaros, yugoslavos, estonios y letones. Las
diferencias de lengua no fueron óbice para el buen entendimiento, ni
tampoco impidieron una perfecta cooperación y una estrecha
camaradería con los militares españoles o con la población civil.
En esa cohesión radicaba una de las razones de la fortaleza de la
unidad, que se enfrentó con éxito a operaciones y situaciones
sumamente difíciles. De hecho, el batallón balcánico fue la única
unidad internacional de artillería pesada que operó bajo mando de
las unidades españolas a lo largo de las decenas de kilómetros del
frente de Extremadura.
Comenzaron a llegar a
España más y más voluntarios rumanos. Una parte de ellos fue
enviada al centro de instrucción de Casas Ibáñez. “Cuando yo
llegué a ese centro de instrucción éramos pocos los rumanos
–escribía el voluntario Niță Aron-. De pronto, empezaron a
venir… y con ellos, a crecer nuestro grupo. Cada recién llegado
traía con él un soplo del aire limpio y sano de nuestros montes, y
el sonido armonioso de la lengua materna. Y así, aquel grupito
insignificante ha terminado por convertirse en un bloque compacto y
numeroso de rumanos que hacen resonar por los pueblos de España sus
cantos revolucionarios y sus doine23,
motivo de admiración de la población local y de los dirigentes
políticos y militares, quienes, al escucharnos, se nos acercan como
si fuéramos sus hermanos. Es más, esos dirigentes están
impresionados por la disciplina, la inteligencia, las ganas de
aprender y de luchar de nuestro grupo. Nuestros deseos de lucha son
explicables. Deseamos vengar a nuestros camaradas martirizados en las
mazmorras de las cárceles rumanas. Deseamos ayudar al pueblo español
y a su clase obrera… Queremos aportar nuestra contribución de
energía, valor y abnegación a la causa de la paz, amenazada por el
fascismo, y a la salvación del pueblo español.”24
Poco tiempo después de
la creación del grupo rumano de artillería del batallón balcánico,
se formó en el seno del batallón “Djakovic” una compañía de
voluntarios rumanos, la 4ª compañía de ametralladoras.
Posteriormente, también en el batallón “Djakovic”, se organizó
una nueva compañía rumana, en este caso de fusileros. En recuerdo
de las duras huelgas de los ferroviarios rumanos acaecidas en 1933,
los voluntarios decidieron que la nueva compañía se llamase
“Grivița Roja”25.
El ferroviario Mihai Burcă fue nombrado comandante de una de estas
unidades rumanas. Al principio, el batallón “Djakovic”
perteneció a las XV brigada internacional. Tras la creación de la
129ª brigada, dicho batallón, junto con otros dos, formados en su
mayoría por voluntarios de los países balcánicos, se incorporó,
reorganizado, a las filas de la nueva brigada.
Los voluntarios rumanos
de las otras unidades militares recibían con gran alegría la
noticia de la formación de nuevas unidades rumanas. El regimiento
rumano de artillería saludó fraternalmente la creación de la
compañía “Grivița Roja” con el siguiente mensaje:
“En nombre del
regimiento rumano de artillería, os enviamos nuestro saludo de
infatigable combate y os expresamos nuestro convencimiento de que
cumpliréis siempre vuestro deber de luchadores por la libertad
universal.
Portáis en vuestra
bandera el nombre de la heroica Grivița Roja. Representáis, con el
regimiento rumano de artillería, el grupo de artilleros
“Gheorghiu-Dej” y el resto de voluntarios rumanos, a nuestro
mismo pueblo, sus tradiciones revolucionarias y sus aspiraciones más
sagradas.
La tarea que hemos
asumido de combatir al fascismo junto al heroico pueblo español no
es fácil; sin embargo, nuestra convicción inconmovible en la
grandiosa causa de la clase obrera y el pueblo rumano, y el recuerdo
inolvidable de los camaradas caídos como héroes en las trincheras
de la democracia mundial nos llenan de valor. Seamos dignos de
nuestro pueblo, al que representamos. Seamos dignos de nuestros
camaradas caídos en la lucha.
¡Luchar hasta la
victoria!
¡Salud!”26
No se puede hablar de las
unidades rumanas integradas en las Brigadas Internacionales de España
sin citar una pequeña formación de voluntarios que luchó en marzo
de 1938 en el frente de Aragón. Se trató de un grupo de rumanos que
no llegó a incorporarse a la 129ª brigada y que constituyeron una
formación de combate dotada de ametralladoras ligeras, adscrita a
una compañía compuesta, en su mayoría, por soldados españoles y
yugoslavos. El comandante del grupo fue el voluntario rumano Francisc
Wolff-Boczor, caído como un héroe, posteriormente, en la
resistencia francesa. En dicho grupo combatieron asimismo en aquel
periodo Ion Călin, miembro del comité del partido del sector IV
Verde de Bucarest, Mihai Chilimnic, etc.
Gracias a la actitud
partidista que Wolff-Boczor, Călin y otros imprimieron al grupo,
éste se distinguió por el arrojo con que llevó a cabo las misiones
más complicadas.
Los comandantes del
batallón y de la compañía sabían que podían contar, en todo
momento, con aquel puñado de hombres. Siempre que había que
efectuar diferentes misiones de reconocimiento, combate o patrulla,
se recurría al grupo de Francisco, como llamaban los españoles a
Francisc Boczor. Tras el final de la guerra de España, casi todos
los camaradas de aquel grupo se sumaron a la lucha de resistencia del
pueblo francés, perdiendo la mayoría la vida en ella.
En la segunda mitad de
1938, tras los combates en Aragón, un grupo compacto de rumanos
participó activamente en la gran ofensiva del Ebro, encuadrado en el
batallón divisionario de la 45 división. A él se incorporaron una
parte de los soldados rumanos que integraba la pequeña unidad que he
mencionado más arriba y unos cuantos procedentes de la compañía
“Grivița Roja”, aunque la mayoría la componían voluntarios que
acababan de llegar a España. Se trataba de quienes, debido a la
intensificación de las medidas represivas tomadas por la burguesía
de todos los países para impedir la solidaridad con la lucha del
pueblo español, se encontraron con enormes dificultades para cruzar
Europa, llegando a España algunos de ellos más de un año después
de su salida de Rumanía.
Además de estas unidades
en que combatieron cientos de voluntarios rumanos, los había también
en casi todas las brigadas internacionales. Había especialistas,
médicos y enfermeras en los hospitales de la retaguardia y, sobre
todo, en las unidades sanitarias del frente; había químicos en las
secciones de guerra antiquímica; había ingenieros en tareas
técnicas; y oficiales en el estado mayor. Allí donde hubo
voluntarios rumanos, se distinguieron por su disciplina, su valor y
su determinación. Ya vinieran del torno o de la esteva del arado, de
un laboratorio o de las bancadas de la universidad, aprendieron todos
con pasión la técnica militar y frente al enemigo se comportaron
heroicamente.
ALGUNAS PALABRAS SOBRE EL
ARMAMENTO
No está de más recordar
que las tropas republicanas hubieron de enfrentarse, en todo momento,
con un enemigo superior en número y pertrechado con los más
modernos medios técnicos de guerra. El heroísmo de quienes lucharon
en defensa de la libertad de España es tanto más evidente cuanto se
es consciente de qué armamento disponían, en general, los ejércitos
republicanos y de cómo estaban armadas las Brigadas Internacionales,
sobre todo, en la primera parte de la guerra, cuando rechazaron las
varias ofensivas que lanzaron los fascistas contra Madrid, e incluso
posteriormente.
Nos referiremos sólo a
las unidades rumanas porque la situación era la misma que la de las
otras unidades.
Cuando se creó nuestra
primera unidad, el grupo rumano de artillería, al principio
carecíamos de… piezas de artillería. El abastecimiento de armas
se realizaba, en parte, de un modo fuera de lo común que, con el
tiempo, se convirtió en habitual en la práctica de nuestro
regimiento: con las armas capturadas al enemigo. El ingenio con que
nuestros voluntarios hacían frente a las adversidades es digno de
mención. Para la instrucción de los voluntarios en el periodo en
que aún no disponía de armamento, Nicolae Cristea fabricó un cañón
de madera en el que sólo el instrumental de puntería era auténtico.
Con aquel cañón les enseñó cómo montar una pieza para disparar,
cómo apuntar, etc.
Los miembros del grupo de
artilleros rumanos del batallón balcánico, cuando vieron por vez
primera el armamento de que disponía la unidad, se preguntaron, y
con razón, si no se habría utilizado ya en las campañas contra
Napoleón. A pesar de ello, no se desanimaron. El voluntario rumano
Johan Schmidt, cerrajero de precisión, y otros, introdujeron una
serie de rectificaciones en los cañones, y aquellas piezas,
destinadas al asedio de fuertes, quedaron adaptadas a la lucha en
campo abierto.
Es fácil entender que la
instrucción militar, en especial durante las primeras semanas
después de nuestra llegada a Albacete, se resintiera
considerablemente por la falta de armamento. Además, entre los
voluntarios no todos habían hecho el servicio militar: algunos jamás
habían tenido un arma en sus manos, lo que hacía absolutamente
necesaria una instrucción intensiva.
Esa carencia de armas
limitó nuestra instrucción a las marchas, a marchas interminables.
El grupo de rumanos seguía creciendo con quienes iban llegando a
España, como Iosif Bălan, Armand Conta, etc., pero la “instrucción”
seguía siendo igual de monótona e ineficaz: una y otra vez, «¡De
frente, marchen!»; una y otra vez, «¡A formar!»; una y otra vez,
«¡Descansen!»... De puro aburrido que era, a partir de cierto
momento empecé a no dar pie con bola. Mihai Ardeleanu se partía de
risa cada vez que, al hacer media vuelta, me daba de bruces con él.
-¡Eh! –me decía-, que
así no vas a llegar nunca a militar.
-¿Por qué, Mihăiță27?
-Pues porque no eres
capaz de marchar como todo el mundo.
***
En la difícil situación
en que se encontraba la República española, la ayuda soviética en
armas, alimentos o material sanitario, ayuda que los voluntarios
rumanos notaron directamente, fue de un extraordinario valor para los
combatientes republicanos.
Se me ha quedado grabado
en la memoria un suceso acaecido en Albacete hacia finales del mes de
octubre de 1936. Acababa de aparecer en la prensa la declaración
efectuada por el gobierno soviético en el Comité de No Intervención
de Londres. En ella se señalaba que, ante la intervención
italo-germana, la Unión Soviética no se consideraba ya obligada por
las decisiones de dicho comité y se reservaba la libertad de actuar
como estimase oportuno en relación con la ayuda a España. Un grupo
de voluntarios, entre quienes estábamos nosotros, los rumanos
llegados de París, nos encaminamos hacia la estación. Allí nos
llamó la atención un largo tren de vagones-plataforma: en cada
vagón había un tanque, y junto a cada tanque, un joven fornido y
rubio. Gratamente sorprendidos, nos acercamos a los jóvenes
tanquistas y tratamos de enterarnos de quiénes eran y de dónde
venían.
En nuestro grupo había
hombres de las más diversas nacionalidades, de modo que nos
dirigimos a los jóvenes sucesivamente en francés, alemán, español,
inglés, italiano… Pero no recibimos respuesta alguna. Le dije
entonces a Vlad:
-Tú sabes ruso… anda,
intenta hablarles en ruso.
Vlad se dirigió a ellos
en dicha lengua y el resultado fueron algunas discretísimas sonrisas
que nos bastaron para hacernos cargo de la situación. Poco tiempo
después, cuando llegamos a Madrid, atacamos las posiciones fascistas
cubiertos por aquellos tanques.
El pueblo español y los
brigadistas internacionales recibían el apoyo más diverso de los
trabajadores de todo el mundo, incluido el de los obreros de los
países fascistas. En el núm. 42 de 26 de diciembre de 1937 de la
revista rumana Reporter, se publicó una carta de un
voluntario rumano en España en la que describía una de las formas
de esas acciones de solidaridad internacional:
“(…) empiezan a
llegar los obuses fascistas hasta nosotros, han recorrido una
distancia de decenas de kilómetros, obuses que pesan 50 kg, que
cuestan mucho y que caen a 10, a 20, a 50 metros de nosotros… y no
explotan.
No significa ello que las
fábricas italianas y alemanas no tengan buenos directores e
ingenieros. Somos nosotros, que estamos en todas partes. Nuestros
hermanos de fatigas, nuestros camaradas de lucha están allí donde
existe explotación, terror y opresión nacional.
Así, en esos obuses, nos
envían nuestros camaradas su saludo. Después de desmontados, en
lugar de pólvora encontramos paja, arena y, muchas veces, billetes
con el siguiente contenido: «Saludos de los camaradas alemanes de la
fábrica de munición. Abajo el fascismo. Saludos fraternos» y otros
similares.”28
Desgraciadamente se trató
de casos aislados, como se vio más tarde, durante la II Guerra
Mundial.
PERFILES DE HÉROES
Aunque desde el punto de
vista del equipamiento militar el ejército republicano estuvo
siempre en una situación precaria, contó, sin embargo, con una
dirección militar de gran valor.
El Partido Comunista de
España fue un plantel de luchadores. De sus filas, de las filas del
5º Regimiento, creado por el partido, surgieron prodigiosos mandos
militares, combatientes de valor extraordinario como Modesto, Galán,
Mera, Cordón, Márquez, Juanito y muchos otros que, en las durísimas
condiciones en que luchaban los republicanos, consiguieron brillantes
victorias frente a los fascistas. Se hicieron ciertas las palabras de
Henry Barbusse: “En cada comunista hay algo de soldado y de
maestro, y si hace falta un héroe, allí está él”. Innumerables
patriotas españoles, hombres sencillos del pueblo o intelectuales,
se distinguieron en la lucha contra los rebeldes y sus aliados por su
heroísmo y su talento en la dirección de las tropas republicanas.
El folclore español se enriqueció con incontables poesías y
canciones en las que se ensalzaban sus hazañas.
También las Brigadas
Internacionales contaron con mandos cuya enorme competencia militar
condujo a los luchadores por la libertad a gran número de victorias.
Entre ellos me referiré, en primer lugar, al general Walter,
comandante de la 35ª división internacional, que fue a quien mejor
conocí.
El general Walter, Carol
Świerczewski, de origen polaco, había participado ya, siendo
adolescente, en el movimiento obrero de Polonia. Durante los años de
la Revolución estuvo en Rusia, en las filas del Ejército Rojo,
luchando contra los intervencionistas. Más tarde fue profesor en la
Academia Militar de Moscú. Al estallar la guerra en España, adonde
llegó como voluntario, puso de inmediato sus preciosos conocimientos
militares al servicio de la República española. Por su
extraordinario valor y por sus cualidades de comandante militar, su
figura quedó grabada en nuestra memoria como un héroe legendario. Y
así, como héroe legendario, entró el general Walter en la historia
de los pueblos y de la lucha por la libertad29.
“El general Walter
–escribía uno de sus camaradas de lucha- siempre consideró que en
los momentos difíciles, cuando todo parece perdido, el ejemplo
personal de heroísmo del mando se vuelve determinante; por eso,
siempre estaba allí donde la situación era más dura… Así le
vimos durante la defensa de Madrid y la ofensiva fascista en el río
Jarama, cuando el fuego encarnizado de la artillería alemana
amenazaba con romper el frente republicano… Así sucedió, por
último, en Aragón, durante la retirada de abril de 1938, cuando,
desde un coche blindado, acompañado de su ayudante de campo,
organizó con las unidades desperdigadas la defensa de una nueva
línea.”30
Los voluntarios del
regimiento rumano de artillería han conservado especialmente vivo el
recuerdo del modo en que actuó durante los combates del Jarama. En
un momento de pánico general, se subió a un tanque y comenzó a
avanzar hacia las posiciones enemigas. Con sólo verle erguido e
inmóvil sobre el tanque, los brigadistas internacionales recobraron
la fortaleza de ánimo y se lanzaron a ocupar las primeras líneas.
Cuando le dijeron que se
había expuesto a un enorme peligro, dándole a entender que los
republicanos no podían permitirse el lujo de perder a militares tan
experimentados como él, explicó con modestia: “Lo sé y tenéis
razón, pero también sé que mil consejos no valen lo que vale un
solo ejemplo. Y éste, precisamente, era el momento de dar ejemplo…”
Cuando le preguntaron, más tarde, qué arma consideraba que era la
mejor en la guerra de España –la artillería, la infantería, la
aviación, etc.-, tras pensarlo unos instantes, respondió:
-La experiencia de la
guerra de España demuestra, nuevamente, que la mejor arma en la
guerra es el hombre.
En realidad, de las
condiciones terriblemente difíciles de la guerra de España
surgieron tantos comportamientos admirables y de tantos combatientes
republicanos, que, con justa razón, se puede afirmar que el heroísmo
alcanzó proporciones masivas. En España se puso de relieve, una vez
más, lo justo del dicho que afirma que las adversidades doblegan a
los débiles y curten a los fuertes, del mismo modo que un martillo
rompe un vaso y templa el acero.
EJÉRCITO DEMOCRÁTICO,
DEMOCRACIA EN EL EJÉRCITO
Aquel espléndido militar
comunista fue de gran ayuda para los voluntarios rumanos. Además del
papel que desempeñó en la formación de los cuadros militares
rumanos, apoyó en todo momento y eficazmente a nuestro regimiento de
artillería, que luchó bajo sus órdenes. Allí, en el frente, en el
fragor de los combates, mostraba a los voluntarios, en la teoría y
en la práctica, cómo debía cumplir su misión de militar y
político un mando de ejército de nuevo tipo.
Recuerdo ahora una escena
acaecida entre la batalla de Brunete y la de Quinto. Descontento,
aparentemente, por la indecisión que había observado en uno de los
oficiales a la hora de cumplir una de sus órdenes, comenzó a
explicarnos cómo concebía él la democracia en un ejército
popular, en tiempo de guerra.
Enjuto más que delgado,
enfundado en un capote de piel, con la gorra calada en una cabeza
rapada al cero, su figura, de rasgos acentuados, parecía fundida en
bronce. Nos habló en términos concretos, sin ningún matiz de
didactismo, punteando su discurso con alguna que otra broma, con
alguna digresión irónica.
-Consideremos la
situación a este respecto. Supongamos que la división recibe una
orden operativa del mando superior. Yo estoy obligado a elaborar un
plan de combate.
De acuerdo con los
principios democráticos, las cosas se desarrollarán del modo
siguiente: reuniré a todos los mandos de la brigada, a los jefes de
estado mayor, etc., les expondré de qué se trata y les consultaré
sobre el plan que voy a elaborar. Cada cual será libre de expresar
su parecer, de indicar cómo ve la organización y el desarrollo de
la operación, así como de participar en la discusión de los
distintos puntos de vista. Por último, a partir de vuestras
sugerencias, decido la variante definitiva y expongo el plan
operativo, con arreglo al cual se transmiten las órdenes a las
diferentes unidades.
Sin embargo, desde el
momento en que comienza la operación en que toma parte la unidad, ya
no admito discusiones. Mis órdenes se deben ejecutar sin vacilar,
porque soy yo31
quien responde de la marcha de las operaciones. Si en la fase de
elaboración del plan de acción solicito vuestro parecer, sabed que
durante la operación no hay más que obedecer las órdenes.
Tras estas palabras se
detuvo, nos miró para ver nuestra reacción y siguió diciendo:
-Una vez concluida la
batalla nos reunimos de nuevo y analizamos cómo se han desarrollado
las cosas. Entonces podéis criticarme si os ha parecido que no he
dirigido bien la acción. Es más, os pido que lo hagáis, e
inmediatamente. Si vuestras críticas son justas, las aceptaré. Así
entiendo yo la democracia en nuestro ejército en tiempo de guerra.
Al observar una sonrisa
en mis labios que él debió de considerar maliciosa, añadió con
otra igual de maliciosa:
-Observo en algunos de
vosotros caras de cierto escepticismo sobre lo que acabo de deciros.
Puedo aseguraros con total sinceridad que es así como veo yo el
problema. Quiero creer que no me hago sospechoso, a vuestros ojos, de
compartir la concepción de Napoleón a este respecto. No. Como
sabéis, su idea de la “democracia” se reducía a lo siguiente:
“Escucho a todo el mundo, pero hago lo que decido yo solo”.
Espero que no se me acuse de tal cosa –añadió riendo de buena
gana.
Más tarde, dirigiéndose
en especial a los más jóvenes, señaló:
-Aprecio
extraordinariamente a quienes actúan en combate como hay que
hacerlo, a quienes se distinguen por su comportamiento ejemplar y
heroico. De ellos hablaré siempre con consideración. Es más
–añadió-, pondré mi coche a su disposición para que vayan a
Madrid a distraerse un poco. La juventud tiene sus leyes y exige sus
derechos…
¡Qué admirable
comandante! ¡Cuánto se podía aprender de aquel hombre! No me cabe
la menor duda de que muchos de quienes le conocieron de cerca se
sienten, aún hoy, en deuda por el ejemplo que de él recibieron y
las experiencias que compartieron a su lado.
Siempre estaba allí
donde la situación era más grave, donde mayor era el peligro, donde
se decidía la suerte de la batalla. Se ocupaba de los problemas más
importantes, de los más difíciles de resolver, con una energía que
ningún otro habría podido desplegar. Cuando se solucionaba un
problema, no perdía un instante recreándose satisfecho en la
contemplación de los resultados. Era tema arreglado. Y con la misma
energía y la misma determinación de hacer bien las cosas, dirigía
toda su atención a otro asunto.
-Es fundamental –nos
aconsejaba- que os concentréis siempre, con toda vuestra capacidad,
en el problema más importante. ¡No disperséis vuestras fuerzas!
Calculad bien la dirección del ataque; si habéis conseguido el
objetivo principal, los otros se resolverán con mayor facilidad.
Y no pocas veces tuvimos
ocasión de darle la razón.
Los voluntarios rumanos
que combatieron en la XII brigada internacional recuerdan con
especial cariño y admiración a Máté Zalka, llamado en España
general Lukács. Conocido escritor húngaro, Máté Zalka era también
un viejo luchador por la libertad. Oficial de húsares del ejército
austrohúngaro en la I Guerra Mundial, había luchado en defensa del
primer Estado socialista en las filas del joven Ejército Rojo
durante la guerra civil. La guerra de España, “aquel imán de
héroes”, le atrajo desde los primeros días. Allí organizó y
dirigió a los brigadistas internacionales en la defensa de Madrid,
en las batallas de Majadahonda, el Jarama, Guadalajara… En el
frente de Huesca, en el verano de 1937, un proyectil enemigo acabó
con su vida, dedicada generosamente a la causa de la libertad y el
progreso.
Hans Kahle, comandante de
la XI brigada, Ludwig Renn, el jefe de su estado mayor, Heinrich Rau,
durante un tiempo su comisario político y, más tarde, su
comandante, así como muchos otros mandos de las Brigadas
Internacionales, emisarios del movimiento obrero mundial, también
contribuyeron con sus conocimientos militares y su elevada talla
moral a la formación de cuadros militares de valía.
Junto a los mandos, es
menester subrayar igualmente el papel fundamental de los comisarios
políticos en la transformación de las unidades militares en
unidades modélicas por su organización, iniciativa, cohesión y
capacidad de combate. En muchas ocasiones, en los momentos difíciles,
asumieron el mando de dichas unidades en lugar del comandante
desaparecido. Y no pocos fueron los que encontraron la muerte, muerte
gloriosa, en el campo de batalla.
Los comisarios políticos
de las unidades rumanas, apoyados por los organizadores del partido,
mantuvieron alta la moral de los soldados, explicándoles el objetivo
de la guerra y la importancia de cada acción militar, contribuyeron
a resolver las decenas de dificultades que surgían a diario y
colaboraron, hombro con hombro, con los mandos militares.
EDUCACIÓN POLÍTICA: UNA
ESCUELA DE VALENTÍA
En el seno de las
unidades internacionales se prestó una atención preferente al
trabajo político. Los voluntarios rumanos, educados por el partido,
llegaron a España rebosantes de entusiasmo y de fervor
revolucionario. Pero ese entusiasmo había que conservarlo en las
situaciones más duras. En algunas fases, se trasladaba a los
voluntarios de un frente a otros sin un minuto de descanso. Las
dificultades no se limitaban a la falta de armamento: a veces, no
había comida o no había tabaco, otras, bajo un calor abrasador,
faltaba el agua… Sólo gracias al trabajo político concreto y
vivo, y a la tenacidad de los comunistas, los voluntarios no se
dejaban vencer por el desánimo producido por los malos momentos y
mantenían la moral alta.
Los voluntarios debían
aprender a no exponerse inútilmente cuando, llenos de valor, hacían
frente al enemigo. Los comisarios políticos se esforzaban por
demostrar que el arte de la guerra no consistía en dejarse matar,
sino en destruir al adversario con las menores pérdidas posibles.
En especial durante los
primeros días, cuando los fascistas atacaron Madrid, los
combatientes republicanos, convencidos de que la suprema contribución
a la defensa de la República era dar la vida en combate, no
adoptaban ninguna medida de protección. “Es importante, esencial,
no morir por las buenas –les explicaban continuamente los
comisarios políticos-, sino obtener victorias.” Había que
insistir machaconamente a los soldados en lo necesario que era
realizar obras de acondicionamiento y fortificación del terreno
desde el momento mismo en que ocupaban una posición, por cansados
que estuvieran, porque, en última instancia, el resultado concreto
de esa labor significaba salvar muchas vidas.
A las tensiones de las
fases de lucha seguían, en ocasiones, periodos, más cortos,
ciertamente, de calma. Entonces, los voluntarios eran enviados, de
vez en cuando, a la retaguardia para descansar. Durante esos
periodos, además de la instrucción militar, que no se interrumpía,
se desarrollaba una intensa actividad cultural. La organización de
una fiesta representaba una distracción agradable, una oportunidad
bienvenida de esparcimiento para los voluntarios que contribuía a
mantener la moral alta. Permitía, al mismo tiempo, dar a conocer a
los combatientes de otras naciones y a la población civil española
la belleza de nuestros cantos populares y el genio creador del pueblo
rumano a miles de kilómetros de la patria.
El diario El
combatiente32,
editado en el frente, y los periódicos murales de nuestras unidades
militares desempeñaron también un papel destacado en la educación
política de los voluntarios rumanos. Los periódicos de la batería
“Tudor Vladimirescu”, de la compañía “Grivița Roja” y del
grupo de artilleros del batallón balcánico hablaban de los hechos
de armas de nuestras unidades en los distintos frentes de la España
ensangrentada, de nuestros valientes soldados distinguidos en el
orden del día, de actitudes ejemplares o que debían ser combatidas,
de su vida dura pero, a un tiempo, maravillosa, puesto que hacía
brotar lo mejor del alma humana.
El trabajo político
realizado día a día, labor de lo más diversa, transformó nuestras
unidades en colectivos bien cohesionados, que actuaban como un solo
hombre, guiados por una única voluntad. Las consecuencias políticas
de ello se dejaron sentir, sobre todo, después de que se llevara a
la práctica la decisión de que los voluntarios comunistas de todos
los países se convirtieran en miembros del Partido Comunista de
España, durante su estancia en dicho país. La dirección y guía
inmediatas de todos los comunistas por el Partido Comunista de España
estrechó el nexo entre el trabajo político y la lucha por la
victoria sobre el fascismo.
Desde posiciones de
firmeza en los principios, los voluntarios rumanos pudieron
desenmascarar y aislar a tiempo a Vîlceanu, a quien la Siguranță
había logrado infiltrar en sus filas. Nuestros voluntarios pusieron
al descubierto las provocaciones urdidas por este personaje, sus
soflamas chovinistas y sus intentos de desbaratar las unidades
rumanas, acciones todas ellas hostiles y paralizantes. Del mismo
modo, la gran mayoría de los voluntarios de la 4ª compañía de
ametralladoras y de la compañía “Grivița Roja” se enfrentaron
resueltamente a ciertos elementos derrotistas cuando éstos trataron
de quebrar la fe de los brigadistas internacionales en sus propias
fuerzas, al igual que cuando difundieron rumores con el propósito de
desmovilizarlos. El ambiente de fidelidad a los principios y de
disciplina y entrega creado por los camaradas más avanzados, a cuyo
frente estaban los comunistas, hizo posible solventar rápidamente
las dificultades causadas por varios elementos hostiles y
derrotistas, así como por los pocos indecisos en quienes lograron
influir durante un tiempo.
La ejemplar conciencia
comunista, que se percibía en todo momento, ejerció una poderosa
influencia en los voluntarios rumanos. Entre ellos, algunos habían
llegado de Rumanía siendo simpatizantes. Allí, en España, se
convirtieron en miembros del partido comunista, honor del que se
hicieron acreedores por su actitud y sus hechos de armas.
Pero la influencia de los
comunistas rumanos era más amplia, pues rebasaba el círculo de sus
propios compatriotas y alcanzaba a otros combatientes. Ya he señalado
que, en cierto momento, las unidades rumanas y el resto de unidades
internacionales se completaron con militares españoles, normalmente
jóvenes reclutas, entre los que era frecuente que hubiera
anarquistas. Los voluntarios rumanos habían aprendido español para
poder entenderse y confraternizar con ellos. Los españoles los
trataban con cariño y respeto. Al cabo de un tiempo, los comunistas
rumanos tomaron la iniciativa de organizar reuniones de partido
abiertas a las que invitaban también a los anarquistas. Allí, al
borde de las trincheras, en las noches más tranquilas, se entablaban
animadas conversaciones en las que se discutían problemas teóricos
o se comentaban, con arreglo a los principios, ciertas actitudes y
comportamientos. Muchos anarquistas, al tomar conciencia de sus
errores, se pasaban a las posiciones marxistas-leninistas. Entre
ellos figuró, en la compañía “Grivița Roja”, el propio
secretario anarquista de la unidad, un teniente, fervoroso patriota
caído en combate como un héroe.
También en otras
unidades se dieron situaciones similares. En el batallón
divisionario, el trabajo político realizado por los rumanos, junto
al desarrollado por los comunistas españoles y de otras
nacionalidades, tuvo como resultado un comportamiento ejemplar de los
anarquistas de la unidad, tanto en el frente como para con la
población civil, situación excepcional respecto a la actitud
habitual de éstos.
Llevar a cabo un trabajo
político con resultados positivos entre los anarquistas no era, en
modo alguno, tarea sencilla, pero actuar en ese sentido era algo
absolutamente necesario, puesto que en las filas anarquistas habían
arraigado ciertos hábitos que, en ocasiones, ponían en peligro la
capacidad de combate de algunas unidades al completo.
A este respecto, me viene
a la memoria la siguiente conversación que mantuve con mi chófer
Ángel –mi querido Ángel, a quien con tanta emoción y admiración
sigo recordando, y al que tendré ocasión de referirme más
adelante-, un día que, aprovechando un periodo de calma en el
frente, fuimos a Madrid para resolver unas cuestiones
administrativas.
-Ahora volveremos a tener
grandes “pérdidas” en las filas anarquistas –me dijo de
repente.
-¿Y por qué
precisamente ahora, que el frente está más tranquilo? –le
pregunté extrañado.
-Es que me acabo de
acordar de las víctimas gloriosas del sindicato de la piel y
de su estrechísima colaboración con los milicianos –me respondió
entre risas.
-Pero, ¿qué quieres
decir? No te entiendo.
-Sí, hombre, sí. En
cuanto decaen los combates, empiezan a circular los permisos de
visita… a los “sindicatos del placer”; así es como entienden
ellos que se recompensa la valentía de sus hombres. ¡Pero si hasta
han llevado a mujeres al frente, haciéndolas pasar por milicianas!
¡Si es que!... Y luego, cuando se los necesita de verdad, están en
el hospital, tratándose de… ya me entiende… de venéreas…
En algunos sitios, los
anarquistas habían comenzado a reivindicar “la jornada de lucha de
8 horas” y cosas por el estilo, de manera que el problema de su
educación era una cuestión ciertamente importante y cualquier
resultado en ese sentido, motivo de satisfacción.
FRATERNIDAD EN LA
RETAGUARDIA: EL “DISCURSO” DE NICOLAE POP
Entre los voluntarios
internacionales y la población civil española se establecieron
durante la guerra vínculos estrechos. En los periodos de descanso,
en la retaguardia, los voluntarios rumanos tuvieron la oportunidad de
conocer más de cerca a aquel pueblo maravilloso que habían ido a
defender. Aquellas mujeres y ancianos, llenos de dignidad, odiaban a
muerte a los opresores. Hasta los muchachos apretaban los puños con
furia al oír el nombre de Franco.
Los voluntarios trataban
por todos los medios de ayudar, de mitigar en lo posible las muchas
penurias. En primavera y verano echaban una mano en las faenas del
campo, en la recogida de la cosecha y de la aceituna, procurando
realizar las tareas más arduas, pues los hombres jóvenes se
encontraban en el frente. Todas las unidades rumanas de permiso
tuvieron iniciativas como ésta y otras. Así, por ejemplo, los
voluntarios de la compañía “Grivița Roja” compartían su
comida con los chicos españoles del pueblo donde les habían enviado
de permiso. Con su paga, los voluntarios les compraban a los chavales
de comer, en un intento de llevar algo de alegría a unos corazones
sometidos a duras pruebas demasiado pronto.
Esa actitud preocupada y
afectuosa les ganó la cálida simpatía de la población española e
hizo que se desvaneciera toda una serie de rumores sobre los
voluntarios de las Brigadas Internacionales, difundidos por los
reaccionarios, así como la atmósfera hostil creada por los
anarquistas con su comportamiento.
A este respecto, resulta
significativo un suceso del que guardan memoria muchos de los
voluntarios del regimiento rumano de artillería. El hecho acaeció
en un pueblo, en Calanda.
Allí nos dirigimos para
descansar tras un largo periodo de duros combates.
En general, en todas
partes donde habíamos estado hasta entonces, la población nos había
recibido con mucho cariño. Allí, sin embargo, observamos bastante
rápido que no nos miraban con muy buenos ojos. El porqué, no lo
sabíamos. Pero pronto nos enteramos…
Nuestra unidad había
recibido como rancho una gran cantidad de sardinas. Nada más que
eso, sardinas. Así que, un día, decidimos tratar de intercambiar
alimentos con las gentes del pueblo. Uno de nosotros se detuvo ante
una casa, se limpió las botas y llamó a la puerta. Los vecinos se
asomaban a mirarle como si fuera un bicho raro. También él miraba
asombrado, hasta que alguien le preguntó:
-¡Anda! ¿Usted se
limpia las botas?
-Claro, es lo normal,
¿no? Ustedes tendrán la casa limpia…
Fue entonces cuando quedó
clara la causa de la actitud reservada que mantenían hacia los
voluntarios. Antes de nosotros habían estado en el pueblo los
anarquistas. Habían ocupado las viviendas de los vecinos y en ellas
se echaban en las camas sin quitarse las botas, ensuciaban todo,
rompían las cosas y hasta se dedicaron al pillaje.
Cuando vieron que los
voluntarios se comportaban de una manera completamente distinta, se
volcaron en mostrarnos su simpatía. Nos cogieron tanto cariño, que,
a nuestra partida, todo el pueblo, con las autoridades municipales al
frente, nos hizo una fiesta.
En un principio, al no
conocer la lengua, estábamos un tanto cohibidos, como es lógico,
cuando nos relacionábamos con la población española. Nuestros
intentos de hacernos entender aun en esas condiciones dieron pie a no
pocas situaciones divertidas. Me voy a referir a una de ellas.
Fue poco después de la
batalla del Jarama. Nuestra unidad había sido enviada a descansar a
un pueblo de las proximidades, antes de retornar al frente. En él se
organizó una fiesta en nuestro honor: asistimos a un espectáculo de
cantos y bailes, y hubo una merienda con la tradicional tortilla
española33,
tras lo cual el alcalde pronunció un breve discurso.
Alguno de nosotros debía
responder. Los camaradas se me quedaron mirando, pero no me atreví.
Mis conocimientos de lengua española dejaban aún, por aquel
entonces, bastante que desear. Viendo que yo titubeaba, rápidamente
salió en mi ayuda Nicolae Pop, el bueno de Nicu, siempre tan animoso
y socarrón: “Dejadme a mí, yo respondo”. No era muy conforme al
protocolo, porque Pop sólo era suboficial, pero no había tiempo que
perder. En aquellas circunstancias no quedaba otra que aplicar al pie
de la letra el dicho “à la guerre comme à la guerre”34,
así que le dijimos que empezara.
Pop dio un paso adelante,
tomó aire y comenzó con voz estentórea:
-Nosotros am venit
aici în Spania pentru ca să vă ajutăm pe vosotros.35
Nos miramos unos a otros
atónitos… ¿No habría sobrestimado Pop sus conocimientos de
español? Estaba claro que los vecinos no habían podido entender
nada de la frase intercalada entre los dos pronombres pronunciados en
español. Sin embargo, sonreían como asintiendo. Debieron de
imaginar que eran las fórmulas de cortesía habituales con que
comienzan tales discursos. De cualquier modo, debieron de intuir que
las dos palabras españolas, nosotros y vosotros,
encajadas en la misma frase, se referían a los voluntarios y al
pueblo español, que se trataba de crear un vínculo entre “nosotros”
y “vosotros”.
Por la cara que ponía
Pop, se notaba que daba su misión por terminada. Nosotros, sin
embargo, le hacíamos señas para que continuara como fuera. Le
escuchamos entonces decir:
-Acum vosotros
trebuie să ne ajutați pe nosotros…36
Tras lo cual se hizo de
nuevo un silencio absoluto. La concurrencia, formada por ancianos,
mujeres y niños, observaba estupefacta al orador, pero, en la idea,
probablemente, de que proseguía con las fórmulas de cortesía,
esperaba confiada la continuación. Para entonces, Nicu daba ya
muestras evidentes de agotamiento, y sólo nuestros gestos tajantes
indicándole que siguiera le hicieron reunir sus últimas fuerzas
para concluir pronunciando una frase que ninguno de nosotros, allí
presentes, podremos olvidar jamás:
-Așa că vosotros
trebuie să ne dați…37
No me imagino que se haya
dado a la estampa muchas veces la palabra con que cerró Pop su
frase, que alude a cierta parte de cuerpo del hombre que, en sentido
figurado, también significa en español valor o arrojo. En realidad,
Pop, espíritu práctico, quiso aprovechar la ocasión para pedir
huevos a los aldeanos y empleó la tal palabra en lugar de la
correcta huevos.
A pesar del poco español
que sabíamos, como casi todos conocíamos lo que significaba dicha
palabreja, el espanto empezó a cundir entre nosotros por lo que
hubieran podido entender los españoles de todo aquel galimatías,
cuando, de repente, una viejecilla, destacándose de la multitud, se
dirigió a Pop con sonrisa maliciosa:
-Y si no tenéis…, digo
yo que para qué habéis venido a España. Porque eso que dices que
os falta es precisamente lo que necesitamos nosotros…
Las palabras de la
viejecilla provocaron un estruendo de carcajadas; los vecinos nos
aclamaron, nos abrazaron, nos sentimos muy cerca unos de otros.
El “discurso” de Pop
no resultó infructuoso. Gracias a nuestro Nicu, que tenía la
extraordinaria virtud de hacerse querer por todo el mundo, los
aldeanos nos demostraron sus simpatías, preocupándose, entre otras
cosas, por nuestra alimentación, de la que no faltaron los huevos
que de modo tan sui generis había exigido el socarrón de
Nicu.
LAZOS INDESTRUCTIBLES
Lejos de nuestra querida
tierra y de nuestro ambiente cotidiano, es fácil de entender el
profundo significado que para los voluntarios rumanos tenían los
lazos con la patria y con el partido, el apoyo moral que supuso el
cariño con el que las masas trabajadoras rumanas seguían su lucha.
Ni en los periodos más duros cesó esa comunicación; de continuo,
con ardiente interés, los voluntarios seguían los acontecimientos
de Rumanía y, de igual manera, los antifascistas rumanos seguían en
la patria las noticias que llegaban desde España.
Con extraordinaria
alegría leyeron todos los voluntarios rumanos que se encontraban en
España la carta que les dirigió el secretariado del Comité Central
del partido en que se decía:
“Querido camaradas,
El Comité Central del
Partido Comunista de Rumanía tiene intención de manteneros
informados de las luchas de la clase obrera y el pueblo rumano por el
pan, la paz, la libertad y la tierra, y os pide le brindéis vuestro
concurso, remitiéndole vuestras críticas y consejos. El Comité
Central os solicita igualmente que, por medio de documentos
colectivos, deis a conocer vuestra experiencia a las amplias masas
obreras y campesinas de la patria, enviándonoslos a efectos de
publicación. El Comité Central espera que la comunicación con
vosotros mejore de modo apreciable en lo sucesivo, algo que sólo
puede redundar en beneficio de nuestra lucha común.
El Comité Central os
ruega hagáis llegar sus saludos fraternales y llenos de afecto, en
su nombre, en nombre de nuestro partido y en el de los millones de
obreros y campesinos antifascistas de Rumanía, al heroico pueblo
español, que ha entrado ya en su segundo año de guerra encarnizada
contra los generales rebeldes y los intervencionistas fascistas de
Alemania e Italia. Asimismo, el Comité Central os ruega hagáis
extensivo dichos saludos a todos los voluntarios del frente de
defensa de la paz, la libertad y el progreso de la humanidad toda, y
de modo especialísimo, a todos los voluntarios rumanos, orgullo no
sólo del Comité Central y de nuestro partido, sino de todo el
pueblo rumano.
¡Viva la grandiosa lucha
en defensa de la paz, la democracia, la libertad y el progreso de la
humanidad toda!
¡Viva el heroico pueblo
español!
¡Viva los voluntarios
del frente español!
¡Viva los voluntarios
rumanos!
Comité Central
Partido Comunista de
Rumanía”
En todo momento tuvieron
en su pensamiento los luchadores antifascistas de la patria a
quienes, con las armas en la mano, defendían la libertad en suelo de
España. Profunda emoción produjo entre los voluntarios el saludo
que les remitió la conferencia de la célula del partido desde la
cárcel, fechado el 27 de febrero de 1938.
“(…) Nuestra mirada,
la de los encerrados en las mazmorras de la reacción rumana, se
dirige llena de admiración y simpatía hacia vosotros, brigada de
asalto del antifascismo mundial. Vuestros éxitos y vuestra lucha
heroica nos colman de alegría, porque ellos son nuestros propios
éxitos en diferentes frentes y por la misma causa común. A
vosotros, que, con orgullo, habéis estampado en vuestras banderas de
guerra, como símbolo de nuestra lucha común, los nombres de
nuestros camaradas encarcelados, os mandamos nuestro saludo de
combate y victoria con ocasión de la reunión de la conferencia de
nuestra célula del Partido Comunista de Rumanía en las cárceles y
os decimos «Pasaremos», saludo del antifascismo internacional en el
frente de España.”
A su vez, los voluntarios
rumanos comunicaban al partido y a los trabajadores de la patria los
éxitos obtenidos en el frente y su decisión de honrar al pueblo que
representaban, exhortando, al mismo tiempo, a la lucha unida contra
el fascismo, cuya faz deforme y monstruosa podía observarse de cerca
en España.
En el llamamiento que los
voluntarios del regimiento rumano de artillería remitieron “A la
clase
obrera rumana y al pueblo rumano”, se afirmaba:
obrera rumana y al pueblo rumano”, se afirmaba:
“De guardia al pie de
nuestros cañones, desde la vanguardia de la democracia mundial,
nosotros, jefes, comisarios, oficiales y soldados del regimiento
rumano de artillería, nos dirigimos a vosotros, los trabajadores
rumanos, el pueblo de Rumanía.
La lucha heroica del
pueblo español, que, sabedor de la gravedad de estos momentos
históricos, ha demostrado que sólo con fuerzas unidas y bien
organizadas se puede combatir eficazmente al fascismo, debe servirnos
de ejemplo.
Oponed a las fuerzas
fascistas y reaccionarias el muro indestructible del Frente Único
Proletario, del Frente Popular Rumano, auténtico representante de
las tradiciones seculares rumanas y sola garantía de nuestras
esperanzas y aspiraciones comunes.
Todo por la unidad. No
hay ni un minuto que perder.
La unidad del pueblo
rumano, de todos aquellos que quieren evitar una nueva carnicería
mundial, de todos los que desean el bienestar, el orden y la paz del
pueblo rumano, se impone como una necesidad imperiosa.
Unamos nuestras fuerzas
contra el fascismo. La sangre rumana derramada en suelo español en
defensa de la libertad y vuestra lucha contra el fascismo rumano han
de ser garantía de victoria para nuestro pueblo.
¡Viva el Frente Popular
y el ejército popular españoles!
¡Viva la lucha contra el
fascismo internacional!
¡Viva el Frente Popular
rumano!
¡Viva Rumanía
democrática y antifascista!”38
La suerte de los
luchadores antifascistas encerrados en cárceles por la burguesía
rumana constituyó una preocupación permanente para los voluntarios
rumanos en España.
“No, ni un minuto,
nosotros, combatientes rumanos en España, olvidaremos a nuestros
hermanos de lucha que yacen en las mazmorras de Rumanía –se decía
en una carta dirigida a las madres de los presos.
Cada uno de nosotros ha
dejado en casa a hijos, padres, hermanas, hermanos, esposa, nuestros
seres más queridos, para venir a luchar aquí por la causa de la
libertad de España, que es la causa de la libertad del mundo entero.
El aplastamiento del
fascismo en España contribuirá también a la llegada de un gobierno
democrático en Rumanía que se verá obligado a conceder la amnistía
política que os devolverá a vuestros hijos.”39
Siendo tantos los
vínculos que les unían a la patria, así como el vivo interés con
que seguían la lucha que se desarrollaba en Rumanía, los
voluntarios decidieron enviar cada mes una parte de su sueldo al
partido y al Socorro Rojo. Dicha acción les hacía no sentirse tan
lejos, a miles de kilómetros de distancia de casa.
Gracias al partido, los
voluntarios estuvieron informados puntualmente de todo lo que sucedía
en Rumanía. Por un artículo aparecido en El combatiente, los
voluntarios rumanos del batallón balcánico tuvieron noticia el 4 de
septiembre de 1937 de la muerte de Sahia, acaecida el 26 de agosto40.
En memoria del finado, un voluntario que lo conoció de cerca
pronunció también un discurso impresionante.
“Al día siguiente, a
las 5 de la mañana, cuando empezó el ataque –señalaba el
mencionado artículo-, el grupo de artilleros rumanos, en posición
de firmes junto al cañón, saludó puño en alto y disparó una
descarga en honor de Sahia.
Se había dado la
siguiente orden:
-¡Por Alexandru Sahia,
literato y comunista, fuego contra el fascismo que tanto odió y
combatió!
Unos minutos más tarde,
el teléfono del puesto de observación anunció el efecto de la
primera descarga:
-¡Batería fascista
alcanzada de lleno!
De hecho, la batería
enemiga no volvió a disparar. Alexandru Sahia había sido vengado.”
Del mismo modo que los
voluntarios rumanos honraban la memoria de Sahia, “camarada de
lucha caído en otro frente antifascista”, también los luchadores
rumanos en la patria ensalzaban la de los caídos en España e
inscribían sus nombres entre los de los héroes innumerables de la
libertad del pueblo y el progreso humano.
“Sus tumbas,
diseminadas entre los peñascos de la sierra del Guadarrama o por las
llanuras de Cataluña, se borrarán con el tiempo. Pero sus nombres
no desaparecerán –se decía en el folleto España41,
editado por el Partido Comunista de Rumanía en 1938.
(…) ¡Honrados sean!
Recuerdo eterno a los héroes caídos en las trincheras de la guerra
contra la sangrienta invasión fascista. En momentos en que los
falsos demócratas y pacifistas se preparan para abandonar a la
República española a la fiera fascista, la solidaridad antifascista
internacional, junto con la del Estado proletario soviético, son
ejemplos enaltecedores y llenos de abnegación de cómo contener y
sofocar el incendio fascista.”
Los lazos con el partido
y con la patria siguieron activos tras la salida de los voluntarios
de España, durante el tiempo que permanecieron presos en los campos
de concentración de Francia. En los números de la, por entonces,
ilegal Scînteia, de 28 de febrero, 15 de marzo, 8 de
septiembre, etc., todos del año 1939, se relataba la difícil
situación de los detenidos y se exhortaba a los trabajadores a
apoyarlos. Las listas de suscripción publicadas por Scînteia
en aquel periodo muestran el eco que tuvo el llamamiento del partido.
Aislados al inicio de su
detención en campos de concentración42,
debido a la intensa lucha que se desarrollaba ya a lo largo y ancho
de casi toda Europa contra las fuerzas de la reacción y de la
guerra, los antiguos voluntarios rumanos manifestaron su deseo de
regresar a la patria. Sabían que, a su vuelta, la burguesía les
ajustaría las cuentas, condenando a muchos de ellos a duros años de
cárcel. El aparato represivo del Estado ya había dado los primeros
pasos en ese sentido. Había enviado a sus agentes a los campos de
concentración para recabar la lista de los brigadistas
internacionales rumanos, preparando así el terreno para las medidas
que habrían de tomarse contra ellos43.
Sin embargo, los voluntarios deseaban ardientemente en aquellos
momentos, cuando la situación era más tensa que nunca, estar en
Rumanía, en su puesto de combate.
Desde los campos de
concentración los voluntarios enviaron a la patria más de 60
cartas, la mayoría dirigidas a personalidades de la vida política y
cultural, a dirigentes de partidos políticos, profesores
universitarios y periodistas, en las que expresaban su deseo de
volver a Rumanía y les pedían que realizaran gestiones ante los
órganos competentes con miras a su repatriación44.
Tan sólo recibieron una única respuesta: la del doctor Petru Groza.
“Estoy a vuestro lado.
No perdáis el ánimo. El pueblo rumano aprecia mucho vuestro gesto
sublime. Llegará el día en que, en una Rumanía libre, el pueblo
podrá expresar abiertamente su gratitud a sus propios hijos, que con
tanto heroísmo enarbolaron la bandera de la democracia rumana en la
tierra ensangrentada de España.
Vuestro amigo Petru
Groza”45
Tras la liberación,
Petru Groza se convirtió en presidente honorífico de la “Asociación
de antiguos voluntarios rumanos del ejército republicano español”,
constituida en 1945. En una reunión de ésta, en abril de 1946, el
doctor Groza, primer presidente del primer gobierno verdaderamente
democrático del país, dijo dirigiéndose a los antiguos
combatientes:
“(…) Somos muchos en
este país los que os tuvimos presentes de continuo en nuestros
pensamientos. Hay entre nosotros amigos que pasaron por nuestras
casas antes de hacerse al camino, lleno de riesgos, que les iba a
llevar a la guerra de España. Seguí día a día, hora a hora, la
lucha de ese pueblo mártir (…) Estuve en todo momento a las
orillas del Ebro, en los combates de Madrid. De pensamiento y de
corazón hicimos nuestros vuestros sufrimientos; os seguimos hasta
los campos de concentración de los Pirineos. La carta que os envié
como respuesta a una recibida desde allí fue ocasión de mostrar a
nuestros hermanos presos que no todo estaba “podrido en Dinamarca”
y que había todavía en este país y fuera de él hombres que,
aunque no tuvieran la dicha de haber combatido en aquel frente,
estaban a su lado, que no debían sentirse solos tras una batalla
perdida, pues la lucha no estaba más que empezando y todos, en este
país y en el resto del globo, se aprestaban al combate (…)”
Aunque no pudieron volver
a la patria, los brigadistas internacionales rumanos no abandonaron
la lucha. En los campos de concentración de Francia o en aquellos
adonde los deportaron los nazis, en la Resistencia francesa o en
otros frentes donde combatieron con las armas en la mano contra el
fascismo46,
los antiguos voluntarios rumanos de la guerra de España mostraron,
con su heroica actitud y su entrega a la causa de la libertad de los
pueblos, su unión indestructible con el partido.
***
1
Fragmento del mensaje de despedida a los voluntarios de las Brigadas
Internacionales pronunciado por Dolores Ibárruri el 15 de noviembre
de 1938 en Barcelona. [N. de los t.]
2
Región histórica del sur de Rumanía, parte de la antigua
Valaquia. [N. de los t.]
3
Nicolae Iorga (1871-1940) fue un político –primer ministro entre
1931 y 1932-, historiador y escritor rumano. Marxista en su
juventud, murió asesinado a manos de los fascistas rumanos de la
Guardia de Hierro. [N. de los t.]
4
Iorga, N.: Catalonia și expoziția din 1929, Editura Casei
Școalelor, București, 1930. [N. del A.]
5
‘Huevo’, ‘nuevo’ y ‘buey’ en rumano y en catalán. [N.
de los t.]
6
Ascultă, măi!, en rumano. [N. de los t.]
7
Literalmente, “cabeza de buey hinchado”. Bou en rumano es
denuesto equivalente a nuestro “burro”. [N. de los t.]
8
La doină –en plural, doine- es un tipo de
composición de la lírica popular rumana, caracterizada por su tono
triste, de lamento o añoranza. [N. de los t.]
9
Kogălniceanu, M.: Scrieri, Editura Tineretului, București, 1967.
[N. del A.]
10
En rumano, cerneală. [N. de los t.]
11
Arroz a la turca. [N. de los t.]
12
Verso del poema Cantares, de Manuel Machado. [N. de los t.]
13
Pierre Rebière, miembro del Comité Central del Partido Comunista
Francés, fue en España comisario del batallón francés. Rebière
dirigió, durante la ocupación nazi de Francia, el movimiento de
resistencia en cinco departamentos. Murió el 5 de octubre de 1942,
ejecutado por los nazifascistas. [N. del A.]
14
Longo, L.: Brigăzile internaționale în Spania, E.S.P.L.P.,
București, 1957. [N. del A.]
Retraducción a partir del
rumano. [N. de los t.]
15
Además de rumanos y franceses, también lucharon en aquella unidad
españoles, belgas, holandeses, italianos, alemanes, húngaros,
búlgaros, polacos, serbios, austriacos, checos y chinos. [N. del
A.]
16
Tras una gloriosa participación en la guerra del pueblo español,
el comunista francés Samuel Arbousset, de vuelta en Francia, murió
en junio de 1939 en un accidente. El artículo publicado con tal
motivo en el diario L’Humanité –número de 25 de junio
de 1939-, firmado por André Marty, en el que se describía la
personalidad del finado, se puede considerar, con justa razón, una
breve reseña histórica de las batallas en que participó, en los
distintos frentes, el regimiento rumano de artillería, unidad en
cuyo seno Arbousset combatió desde el mismo día de su creación
hasta la retirada de los voluntarios internacionales. El artículo
describe las principales operaciones en que intervino Arbousset –y,
en consecuencia, la unidad de artillería rumana- en los frente del
Jarama, Guadalajara, Brunete, Teruel, Quinto, de Aragón (la
retirada) y del Ebro. Las consideraciones que se vierten en dicho
artículo sobre nuestra unidad de artillería son elogiosas: “Grupo
magnífico que operaba científicamente, con una maravillosa
precisión”, etc. Al referirse a la valerosa participación de la
unidad rumana en los combates del Jarama, se dice: “Fue la mayor
impresión que dejó en mí la batalla. Que cada cual juzgue: en
doce días, destruyó ocho tanques italianos de tamaño medio, una
batería alemana de 65 mm con su depósito de municiones, once nidos
de ametralladoras, etc.” Se encomia en el artículo, igualmente,
la participación de todos los miembros del regimiento rumano de
artillería en los combates contra las fuerzas franquistas. [N. del
A.]
17
De vuelta a su país, Gaston Carré se convirtió, tras la
capitulación de la Francia de Pétain, en jefe de los destacamentos
de partisanos del norte del país (la parte ocupada por los nazis).
Murió como un héroe en la lucha contra el ocupante y se encuentra
enterrado en el Cementerio de los Fusilados de Ivry. Hoy, una calle
del barrio obrero de París de Aubervilliers, donde trabajó, lleva
su nombre. [N. del A.]
18
Tudor Vladimirescu (1780-1821) fue el héroe de la revolución
valaca de 1821, enfrentada al poder fanariota otomano y a los
boyardos rumanos locales. [N. de los t.]
19
Zdeněk Přibyl, La Corrida, Naše Vojsko, Praha, 1960. [N.
del A.]
20
Retraducción a partir del rumano. [N. de los t.]
21
Revista Istoriceski Arhiv nº 2, 1962, Moscova. [N. del A.]
Retraducción a partir del
rumano. [N. de los t.]
22
Historia del Partido Comunista de España. Editions
Sociales, Paris, 1960. [N. del A.]
23
Ver nota [N. de los t.]
24
Extracto de una carta reproducida en el folleto “España”,
editado por el Partido Comunista Rumano en 1938. [N. del A.]
25
“Grivița Roșie”, en rumano. Ver nota .
[N. de los t.]
26
Publicado en el folleto “España”, editado por el Partido
Comunista Rumano en 1938. [N. del A.]
27
Hipocorístico de Mihai en rumano. [N. de los t.]
28
Ver nota del capítulo II
29
Durante la II Guerra Mundial, el general Świerczewski dirigió el
Segundo Ejército polaco, formado en territorio de la Unión
Soviética. Tras el final de la guerra, en 1946 fue nombrado
viceministro de Defensa Nacional de Polonia. Murió el 28 de marzo
de 1947, asesinado durante una misión de combate a manos de
terroristas enemigos de la nueva Polonia. [N. del A.]
30
O generale Świerczewski, Wspomienda, Varșovia, 1952. [N. del A.]
31
En rumano en el original. [N. de los t.]
32
Luptătorul, en rumano. [N. de los t.] Ver
capítulo 5
33
Plato muy sabroso hecho con patatas y huevos. [N. del A.]
34
En castellano, refranes con un sentido aproximado al francés serían
“al mal tiempo, buena cara”, “cual el tiempo, tal el tiento”,
en referencia a que las circunstancias obligan. [N. de los t.]
35
“Nosotros hemos venido aquí a España a ayudaros a vosotros.”
[N. de los t.]
36
“Ahora vosotros debéis ayudarnos a nosotros…” [N. de los t.]
37
“Así que vosotros debéis darnos…” [N. de los t.]
38
El combatiente [Luptătorul] nº 5/1937, órgano
de los voluntarios rumanos de las Brigadas Internacionales, editado
en el frente, en España. [N. del A.]
39
El combatiente [Luptătorul] nº 5/1937, órgano
de los voluntarios rumanos de las Brigadas Internacionales, editado
en el frente, en España. [N. del A.]
40
Alexandru Sahia (1908-1937) fue un escritor comunista rumano.
Algunas fuentes fechan el día de su muerte el 12 de agosto y no el
26, como señala el autor del libro, muerte que se produjo en
Bucarest. [N. de los t.]
41
En rumano en el original. [N. de los t.]
42
Posteriormente, tras la capitulación de Francia y, en especial, una
vez organizada la Resistencia francesa, muchos de los antiguos
brigadistas internacionales rumanos se fugaron de los campos de
concentración y se incorporaron a las filas de dicho movimiento.
[N. del A.]
43
Los archivos del Instituto de Estudios Históricos y Sociopolíticos,
adscrito al Comité Central del Partido Comunista de Rumanía,
expediente nº 249, fondo nº 1, contienen una nota del Ministerio
del Interior, fechada el 12 de octubre de 1940, en la que se
solicitaba información para privar de la nacionalidad rumana a los
300 voluntarios internados en el campo de concentración de Gurs. En
las páginas 54 a 61 de dicho expediente está la lista de los
detenidos rumanos en Gurs, remitida al Ministerio del Interior por
la legación rumana en París. En el folio 47 del mismo expediente
hay un escrito del Ministerio del Interior, fechado el 11 de
septiembre de 1939 y remitido a la Dirección General de la Policía,
en el que se comunicaba que, en relación con las solicitudes de
repatriación de los voluntarios rumanos internados en campos de
concentración planteadas por sus familias, dicho departamento ya
había solicitado al Ministerio de Justicia la aplicación a los
mencionados ciudadanos rumanos de la legislación vigente por
alistamiento en un ejército extranjero sin la autorización del
gobierno. [N. del A.]
44
Los archivos del Instituto de Estudios Históricos y Sociopolíticos,
adscrito al Comité Central del Partido Comunista de Rumanía,
expediente nº 7.729, fondo nº 101, contienen una nota de la
Sigurantă por la que se remitían al Ministerio del Interior copias
de cartas de Nicolae Cristea y Nicolae Pop enviadas desde Gurs, el
10 de febrero de 1940, a la mayoría de los miembros directivos del
colegio de abogados de Ilfov, en las que solicitaban apoyo para su
repatriación. [N. del A.]
45
Artículo publicado por vez primera en Scînteia de 13 de
julio de 1939. [N. del A.]
46
A los tres años de su salida de España, casi todos los antiguos
voluntarios se habían incorporado ya a otros frentes de la lucha
abierta contra el fascismo.
Entre los héroes caídos
combatiendo a los invasores de su patria, el pueblo francés honra
la memoria de muchos antifascistas rumanos que dieron generosamente
su vida por la libertad de Francia. Participaron en la insurrección
de París de agosto de 1944, en las acciones insurreccionales de
ciudades y regiones como Marsella, Nancy, Ardèche, Corrèze, Lyon,
Gard, Pas-de-Calais, así como en los combates que se sucedieron
para expulsar a los ocupantes nazis de todo el territorio francés.
Nicolae Cristea, inolvidable hijo de nuestro pueblo, estuvo entre
los primeros en sumarse al movimiento de resistencia del pueblo
francés y participó en numerosas acciones que provocaron grandes
pérdidas materiales y humanas a los nazis. Detenido en una redada
policial y torturado horriblemente por agentes de la Gestapo, murió
como un héroe, sin pronunciar una sola palabra comprometedora para
sus camaradas de lucha y sin siquiera confesar su verdadero nombre.
En el transcurso del heroico combate de las Fuerzas Francesas del
Interior (FFI) y de las milicias populares o en los campos de
extermino nazis, perdieron la vida muchos de los antiguos
voluntarios rumanos de España: Andrei Sas Dragoș, Francisc
Wolff-Boczor, Zoltan Simion, Ion Călin, Alexandru Lazăr, Floricel
Marinescu, Marin Chilon y muchos otros.
Algunos de los médicos rumanos
que participaron en la guerra de España como voluntarios, en
respuesta al llamamiento de la Cruz Roja china, partieron hacia
aquel país para prestar su ayuda al pueblo chino en lucha contra
los imperialistas japoneses, que habían invadido su país.
Los antiguos voluntarios que el
gobierno soviético salvó de los campos de concentración en
Francia o África expresaron su deseo de participar en la guerra
contra la Alemania nazi. Perdieron la vida en ella A. Mihail,
exmiembro del comité del partido del batallón divisionario de la
45 división, Conderor, comisario político de la compañía
“Grivița Roja”, Valentin Cazacu y otros brigadistas
internacionales. Una parte de los antiguos brigadistas que se
encontraban en la Unión Soviética se incorporaron a las divisiones
de voluntarios “Tudor Vladimirescu” y “Horia, Cloșca,
Crișan”. Del grupo de partisanos “Carpați”, 5 combatieron en
la guerra de España. [N. del A.]
No hay comentarios:
Publicar un comentario