COLECTIVO VALAKIA ROJA (VKR)
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EN EL ESCORIAL
Unas dos semanas después de terminados los
combates de Guadalajara, mientras me encontraba en Madrid para resolver varias
cuestiones relacionadas con la reorganización de nuestro batallón –problema
sobre el que volveré más tarde-, me encontré con Gustav Regler, comisario
político de la XII brigada. Me dijo:
-He oído que los franquistas han bombardeado El
Escorial. Me gustaría acercarme, puesto que tenemos una gran cantidad de
heridos internos en el hospital que está junto al Escorial. ¿No le gustaría
venir?
Brigadistas de la XI
Brigada en un camión. Puerto de Navacerrada, mayo-junio 1937 |
-Claro que sí, y me gustaría verlos. ¿Tardaremos
mucho en llegar?
-No hay más que unos 40 kilómetros. Los
vemos y nos volvemos.
Fijamos una hora de partida y nos pusimos en
camino en coche. Al poco de salir de la ciudad, comenzó a verse, recortada en
la distancia, la Sierra de Guadarrama con sus picos nevados. De camino, Regler,
escritor alemán de izquierdas, emigrado de su país tras la llegada de Hitler al
poder, dando rienda suelta a la imaginación, me evocó la figura lúgubre de
Felipe II, el rey que ordenó la construcción del famoso Escorial.
-Si nos quedara algo de tiempo, me encantaría
visitar el palacio –me dijo-. Figura entre las obras arquitectónicas más
renombradas de Europa. El hijo de Carlos V, en cuyo imperio nunca se ponía el
sol, empleó sin límites sus fabulosas riquezas para construirse un refugio
único. Los más bellos mármoles, las maderas más raras, los mejores escultores y
pintores de su tiempo… Nada se escatimó de entre todo aquello que había de
servir para crear el marco fastuoso por el que el rey paseaba su atroz tedio. ¡Y
más aún!… Semejante tedio debe de haber penetrado hasta en los muros del
palacio si es que hemos de dar crédito a Théophile Gautier[1].
Las gentes, al visitarlo –dijo-, entenderán lo que significa de veras tedio y
se alegrarán el resto de sus vidas con sólo pensar que no están en El Escorial.
Pero nosotros no corremos peligro de que el tedio nos asalte. No nos queda
tiempo para cosas así.
En un recodo del camino el palacio apareció a la
vista: construcción monumental, impresionante, con su forma cuadrada destinada
a recordar el martirio de San Lorenzo, quemado vivo en una parrilla, en cuya
memoria se erigió. Nos acercamos. El hospital se encontraba a unos cien metros
de los edificios principales. Las bombas habían caído por esa zona, provocando
algunas víctimas. El palacio no resultó afectado. Visitamos a nuestros heridos,
les dimos cigarrillos, periódicos, alguna que otra gollería de las abandonadas
por los italianos en su huida, a las que habíamos dado por nombre “los pequeños
detalles de Mussolini”. Más tarde, tras conversar con el guardián, obtuvimos
permiso para visitar el palacio. Mientras nos paseábamos por las enormes salas,
por las galerías abovedadas, abrumados por el silencio solemne que todo lo
dominaba, Regler parecía buscar por los rincones la sombra lóbrega de Felipe
II, en tanto que yo me imaginaba a Goya, el pintor de la corte, inmortalizando
en el lienzo, lúcido y cáustico, a la familia de Carlos IV en toda su repugnancia
moral, tal como se me representó en los cuadros del Prado.
Camino de vuelta a Madrid, intercambiamos
impresiones sobre lo que habíamos visto.
-Es sobrecogedor El Escorial, ¿verdad? –me
preguntó Regler, viéndome pensativo y callado.
-Debo reconocerte que, con toda su grandeza, la
impresión que te deja es siniestra.
-Se diría que estás citando a Giuseppe Verdi, que
dijo: El Escorial es “severo y terrible, como el feroz soberano que lo
construyó”[2].
Sus palabras nos hicieron pensar en los cuatro
siglos de oscurantismo y opresión que de modo tan evidente simbolizaba El
Escorial y que ayudaban a entender la furia con que los españoles defendían su
república. La sabia de la revuelta de aquella tierra, regada desde tiempo
inmemorial con lágrimas y sangre, brotaba ahora con toda su fuerza. Los
descendientes de aquellos que habían asistido impotentes a los terribles autos
de fe organizados por la Inquisición y los biznietos de los fusilados de los
lienzos de Goya habían tomado las armas y luchaban por la libertad y la luz.
Indudablemente, aquel día iba a permanecer en mis
recuerdos como un día de evocaciones. Camino de vuelta, después de dejar a
Regler en Madrid, al poco de salir de la capital, Ángel, el chófer, me anunció:
-Y ahora regresaremos por la carretera de La
Mancha, por la carretera llamada de Don Quijote, camino que ha de hacer
cualquier admirador de Cervantes que pise suelo español.
Mientras el coche me llevaba hacia La Mancha, me
entregué a las ensoñaciones y cuando Ángel me mostró, en lontananza, recortada
contra cielo del crepúsculo, la silueta negra de un molino de viento tuve la impresión de ver al Caballero de la Triste
Figura hablando con Dulcinea, tan hermosa a los ojos de su alma.
¡Poder de embrujo del genio! ¡De qué hechizo supo
rodear los lugares que amó!; ¡con qué fuerza me sustrajo de mis pensamientos y
preocupaciones diarios para sumergirme en aquella atmósfera de inefable poesía!
Amable, solícito como siempre, Ángel había querido
agradarme y me dio una gran alegría. En realidad, había observado en él, en sus
relaciones con todo el mundo, esta atención, esta amabilidad permanente. Se lo
dije. Me respondió:
-No puedo olvidarme del viejo proverbio español:
“Nada cuesta menos ni se aprecia más que la cortesía, la atención”[3].
En ocasiones la palabra tiene una fuerza milagrosa –añadió Ángel-, puede curar,
pero también herir.
No pude dejar de señalar:
-Sabe que en la zona de Bihor[4],
donde nací, se dice lo mismo.
¡Mi admirable Ángel!; ¡admirable pueblo cuyos
hijos traducen a la vida los ideales humanistas de sus genios!
LAS RIQUEZAS DE ESPAÑA: OBJETIVO DE LOS FASCISTAS
Tras la batalla de Guadalajara, Franco abandonó
durante un tiempo la idea de conquistar la capital. Los fascistas trataron
desde ese momento de obtener en otros frentes éxitos militares que aumentaran
su prestigio, en entredicho debido a los fracasos sufridos, y que les
garantizaran a su vez ventajas económicas.
Con ese objetivo consiguieron conquistar en el
Norte Bilbao, famoso por sus riquezas minerales, y en el Sur Pozoblanco y
Almadén, los mayores centros de extracción de mercurio de Europa. De hecho, los
imperialistas encontraron el modo de resarcirse por el “apoyo” dado a los
rebeldes españoles: acaparar, en especial, las ricas minas del sur y del norte
de España.
En un interesante estudio aparecido por aquellos
días en la publicación inglesa “The Economist” sobre el papel de los factores
económicos en la guerra de España, se mostraba cómo Alemania e Italia habían encontrado
el modo de llevar a cabo “una guerra que produjera beneficios”. “En Alemania
–escribía el órgano londinense- las importaciones de hierro de España crecieron
en 37.210 toneladas en diciembre pasado, en 206.707 en enero, en 91.596 en
febrero… Las reservas conocidas de mineral de hierro de España se elevan a 711
millones de toneladas. Las reservas conocidas de mercurio y las que puedan
descubrirse en un futuro en Almadén convierten esta zona en la más rica en
mercurio del mundo.”
Tarjeta postal recordando a comunistas rumanos caídos en España |
Aquel mismo mes, en la revista “Deutsche
Volkswirt”, del doctor Schacht, se podía leer que “la ofensiva contra la ciudad
de Bilbao es seguida con la mayor atención en Londres y Berlín”. Estaban en
juego a partir de aquella fecha las riquezas minerales del País Vasco.
Traicionando los intereses del pueblo español, Franco puso a disposición de los
imperialistas –que le apoyaron abiertamente o de tapadillo- las riquezas de
España.
Las fuerzas honradas, patrióticas, estaban
resueltas, no obstante, a echar por tierra los planes franquistas. La ofensiva
emprendida por Franco contra la zona minera del sur chocó desde un principio
con la tenaz resistencia de los mineros de Linares. La intervención ulterior de
los ejércitos republicanos, entre los que luchaba también una brigada
internacional, la XIII, provocó el aplastamiento de la ofensiva fascista. Los
fascistas, que se encontraban el 1 de abril a 3 km. de Pozoblanco, se vieron
obligados a retirarse varias decenas de kilómetros de la ciudad. El importante
centro minero y metalúrgico de Peñarroya se encontraba al alcance de los
cañones de la artillería republicana.
Pozoblanco y Almadén estaban fuera de peligro. La
presión republicana sobre el centro industrial de Peñarroya obligó a los
fascistas a reforzar la defensa de la localidad con tropas de otros frentes; la
importante vía férrea Sevilla-Salamanca permanecía indefensa.
La contraofensiva victoriosa de Pozoblanco fue una
nueva confirmación de la combatividad del ejército republicano, de su capacidad
ofensiva. El sector de Pozoblanco fue aún durante un mes el teatro de una
guerra de posiciones. Allí estuvieron también, a partir del otoño de ese mismo
año, los voluntarios del grupo rumano de artilleros del batallón balcánico.
En el libro de Luigi Longo “Las Brigadas
Internacionales en España” se menciona esta presencia de los voluntarios
rumanos en el frente del sur. Al hablar de la organización de los dos grupos del
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que el mando general había destinado al frente de Extremadura, dice: “En el
marco de aquellas unidades de artillería existió un grupo de artilleros rumanos
que llevaba el nombre de “Gheorghiu-Dej”[6].
En aquel frente luchó el batallón rumano, tras su breve participación en la
batalla de Brunete (julio de 1937), hasta la fecha de la retirada de los
voluntarios internacionales de los frentes de España.
Las acciones militares en que tomó parte el grupo
de rumanos, así como las otras unidades que se encontraban en aquel frente, no
tuvieron, por lo general, la amplitud de las que se desarrollaron hacia finales
del año 1937 o a lo largo del año 1938 en Aragón y Cataluña. Acciones más
importantes tuvieron lugar en aquel sector en la segunda mitad del año 1938.
Se podría pensar que, en semejante condiciones, la
vida de los combatientes del sur era más cómoda que la de los de otros frentes.
Pero las cosas no eran así. La vida continuada en las trincheras, inherente a
una guerra de posiciones, era una completa tortura. Durante meses y meses, los
hombres tenían frente a sus ojos el mismo paisaje invariable: una tierra de
nadie abrasada por el sol, batida por el viento, sin una gota de agua. En
decenas de kilómetros a la redonda no se veía ni un asentamiento humano.
Tampoco se concedían permisos, por cortos que fueran, porque había pocas tropas
en el frente y no existían reservas.
Para los artilleros la situación era, si cabe, más
grave. Eran tan pocos que cada unidad debía cubrir decenas de kilómetros de
frente. Y el armamento con que estaba pertrechada la artillería, viejo e
inadecuado para sus necesidades, añadía nuevas dificultades a los artilleros.
En semejantes condiciones un gran peligro acechaba
a los hombres. Si en el fragor de las grandes batallas las carencias pasan casi
desapercibidas, el ánimo combativo aumenta y el heroísmo alcanza proporciones
colosales, una guerra de posiciones, de desgaste, provoca el peligro de que la
moral de los combatientes decaiga. En tales circunstancias, más que nunca, se
hace necesario el desarrollo de un trabajo político activo que mantenga la
combatividad de los soldados a un nivel alto.
La moral elevada de que dieron muestras nuestros
voluntarios es digna de mención. La actividad llevada a cabo por el comisario
político Popov, un viejo militante del Partido Comunista de Bulgaria, y muchos
comunistas rumanos templados por nuestro partido en los duros años de la
ilegalidad, que luchaban en el seno del grupo, se dejó notar intensamente.
La primera acción en que participó el grupo de
artilleros rumanos tuvo lugar en las cercanías de la localidad de Hinojosa del
Duque. Dicha acción tenía como objetivo ocupar la carretera que conducía a
Badajoz. Nuestros artilleros permanecieron bastante tiempo en este sector. La
posición quedó consolidada.
A la artillería le correspondió, en especial, la
misión de mantener bajo el fuego las posiciones enemigas de los alrededores de
las minas y del centro metalúrgico de Peñarroya. Para impedir su explotación,
se le encomendó la tarea de enfrentarse en intensos y violentos duelos
artilleros con las baterías fascistas. Las tropas republicanas de aquel frente
estaban armadas de manera muy deficiente. Los españoles disponían de fusiles y
granadas pero tenían muy pocas armas automáticas y apenas unas pocas
ametralladoras. En esas condiciones, se solicitaba con mucha frecuencia la
intervención de la artillería. La inferioridad cuantitativa de la artillería
republicana frente a la fascista quedaba compensada con su movilidad y la
valentía de los artilleros. Las baterías no permanecían mucho tiempo en el
mismo lugar. Una vez terminada la preparación de un ataque tras el fuego
artillero, se desplazaban de inmediato a otra parte para ayudar a la defensa de
un sector amenazado.
Como los demás artilleros del ejército
republicano, los voluntarios rumanos de este sector destacaron por su capacidad
de combate y por la valentía y denuedo con que lucharon. Tan pronto como se
ordenaba el cambio de posición, los conductores del grupo (Dumitriu Maxim, Ion
Mutulescu, Ion Ionescu, Zoltan Simion y otros) cargaban el armamento y las
municiones y se dirigían de inmediato al lugar indicado. Y no era tarea fácil
porque los caminos eran accidentados y la aviación enemiga muy activa.
En cada nueva ubicación, el batallón debía
recomenzar desde el principio todos los preparativos: emplazar y proteger las
piezas, ajustar el tiro, instalar el punto de observación y las líneas telefónicas:
los voluntarios Gheorghe Popa, Petre Răduț, Traian Antonescu, Petre Mihăileanu,
Ionel Munteanu y los demás no daban abasto de trabajo. Se trataba de
operaciones delicadas, que requerían grandes esfuerzos, pero que los
voluntarios rumanos realizaban con gran celo, pues sabían que la infantería se
sentía más segura, más fuerte, cuando contaba con el apoyo de la artillería.
La prontitud con que la artillería respondía cada
vez que se solicitaba su intervención hizo que fraguaran relaciones estrechas
entre los españoles y los brigadistas internacionales. La ayuda que, a su vez,
daban los españoles a los voluntarios era de un enorme valor. Gracias a esta
ayuda salvaron la vida los voluntarios en una circunstancia de grave amenaza.
Informados por un traidor infiltrado en las filas
de las tropas republicanas sobre las coordenadas de las unidades
gubernamentales, los fascistas desencadenaron un violento bombardeo que golpeó
de lleno las posiciones de dichas unidades. El número de víctimas habría sido
enorme si, previamente, los combatientes antifascistas, con ayuda de los
mineros españoles, no hubieran construido allí unos excelentes refugios.
El otoño del año 1937 pilló a nuestros artilleros
en las proximidades de Azuaga. Allí participaron con la XIII brigada internacional
en una acción de diversión para atraer a las tropas fascistas del frente de
Levante. Los combates se desarrollaron en condiciones duras para los
republicanos puesto que sus posiciones se encontraban entre dos frentes: el de
Andalucía y el de Extremadura. Gracias a la capacidad de combate de que, no
obstante, dieron muestras y a su sangre fría y heroísmo, las tropas
republicanas, apoyadas por la artillería, lograron ocupar varias posiciones
enemigas y retrasar el avance de los fascistas, que pretendían acercarse a
Almadén.
Algo más tarde, los artilleros del batallón
balcánico, entre los que se encontraban los artilleros rumanos, fueron enviados
a Talavera de la Reina, cerca de Madrid, donde tomaron parte en una nueva
acción de diversión destinada a atraer a los fascistas hacia aquel frente.
En Extremadura se encontraban en la segunda mitad
del año 1937 también los voluntarios rumanos del batallón “Diacovici” de la
brigada 129. Fueron enviados a los alrededores de Almadén, donde la compañía 4
de ametralladoras estaba en permanente situación de combate, con la misión de
luchar contra la aviación enemiga. En aquel frente no había baterías antiaéreas
lo que les obligaba a plantar cara a los frecuentísimos ataques de la aviación
con sus ametralladoras “Maxim”, que tenían un alcance bastante largo.
Hostigados de continuo, cansados, comiendo rarísima vez hasta saciarse, los
combatientes tuvieron además que soportar un clima extremado.
LOS TRABAJADORES TIENEN EN TODAS PARTES LOS MISMOS
ENEMIGOS
En aquellas condiciones, los momentos de
relajación, por insignificantes que fueran, se le quedaban a uno hondamente
grabados en la memoria.
Las noches, puesto que sólo por las noches, a
veces, había algo de tranquilidad, venían los soldados de infantería españoles
a intercambiar unas palabras con nuestros brigadistas. El cigarro, la charla alrededor
de un fuego sobre los acontecimientos del día… Luego un español ponía el arma a
un lado y sacaba una guitarra… Sonaban los primeros acordes y los demás ya
estaban bailando una jota, un baile
vivo de la montaña, de origen aragonés, según parece. Aunque existían
innumerables variantes de dicho baile: la jota
montañesa, típica de los Pirineos, la jota
valenciana, de la zona del litoral, y otras. Por lo general, los españoles son
alegres: un momento de descanso, unos pocos sones de guitarra y brotan las
canciones, el baile, las risas.
Los rumanos los querían como a hermanos. Les
contaban cosas de nuestro país, de la lucha de nuestro proletariado...
-Pues, hijos
míos, cuando me acuerdo de
aquellos días de lucha… empezaba a
contarles Nicolae Roşu en su español mezclado con palabras rumanas sobre los
días inolvidables en que los ferroviarios de Grivița organizaron la gran huelga
o sobre otras acciones revolucionarias de las masas trabajadoras de nuestro
país. Sí, decían entonces los soldados españoles, también en nuestro país el
terrateniente y el patrón y el guardia civil son una plaga. “Naturalmente,
porque los trabajadores tienen en todas partes los mismos enemigos”, les respondía
el comunista rumano…
***
En su intento de ocupar Almadén a cualquier
precio, los fascistas desencadenaron en julio de 1938 una poderosa ofensiva.
Rompieron el frente republicano, ocuparon Castuera y se quedaron a 25 km. del objetivo que
perseguían que, sin embargo, no pudieron alcanzar gracias a la resistencia
opuesta por los republicanos.
La batería de que formaba parte el grupo de
artilleros rumanos fue sorprendida por el avance fascista en campo abierto. Se
trataba de una amplia llanura, rodeada por una hilera de colinas, una especie
de hondonada. La única posibilidad de retirada era un paso que se encontraba
tras la batería, a unos 7 km.
A nuestra izquierda, a una distancia de 2 km., la batería checa, pillada por sorpresa,
resultó destruida. La infantería se había retirado. El enemigo avanzaba con
tanques, tanquetas, camiones. La situación parecía desesperada. Y sin embargo,
los artilleros no perdieron la calma. A toda prisa se tomó la decisión: “Abrir
fuego directamente sobre los fascistas para detener su avance y tratar de
retirarse. Si no lo conseguimos, venderemos cara nuestra piel.”
Comenzó un fuego violento. El enemigo,
sorprendido, vaciló un momento… De repente, debido a los disparos, empezó a
arder el prado de alrededor. Rodeados por las llamas, los artilleros
continuaron disparando mientras trataban al mismo tiempo de apagar el incendio
con mantas y capotes, y preservar así los cañones y la munición.
En aquellas condiciones, consiguieron, no obstante,
contener al enemigo hasta la llegada de tropas españolas que, llegadas en ayuda
de nuestra batería, le aseguraron la retirada por la hoz de que ya he hablado.
Hacia finales del mes de agosto, el mando
republicano emprendió una contraofensiva en Extremadura, frente a Almadén. Los
fascistas fueron rechazados hacia el oeste.
En aquella contraofensiva, el apoyo prestado por
la artillería fue muy apreciado: la unidad de la que formaban parte los
artilleros rumanos fue mencionada en el orden del día. El alcance del esfuerzo
realizado por los artilleros se puede entender mejor si pensamos que su
armamento se componía de cañones con un peso de 7 toneladas, sin retroceso,
cuyo manejo y servicio exigía una actividad extenuante. Con semejantes cañones,
que ya en la I Guerra Mundial estaban anticuados, nuestros artilleros lograron
efectuar dos disparos por minuto y, gracias a su disciplina y entrega,
cumplieron con la misión que se les había encomendado.
Ésta fue la última acción en que participaron los
artilleros rumanos en el frente de Extremadura. Desde allí partieron, a lo
largo del mes de septiembre, cuando se produjo la retirada de los voluntarios
internacionales de los frentes de España, a Valencia. De la actividad que
desarrollaron en el tiempo que aún permanecieron en España hablaremos en otro
capítulo.
Entre los voluntarios rumanos que integraron aquel
grupo, casi la mitad perecieron en alguno de los distintos frentes de la lucha
contra el fascismo, puesto que la guerra de España no constituyó más que el
comienzo de la lucha con las armas en la mano contra aquel enemigo feroz de la
humanidad. Los que lograron salir con vida de aquella primera batalla contra el
enemigo se volvieron a enfrentar a él, más tarde, en los territorios invadidos
de Francia, la Unión Soviética o de otros países.
[1] “Je ne puis m’empêcher de trouver l’Escurial le plus ennuyeux et le
plus maussade monument que puissent rêver, pour la mortification de leurs
semblables, un moine morose et un tyran soupçonneux. Je sais bien que
l’Escurial avait une destination austère et religieuse, mais la gravité n’est
pas la sécheresse, la mélancolie n’est pas le marasme, le recueillement n’est
pas l’ennui, et la beauté des formes peut toujours se marier heureusement à
l’élévation de l’idée.” Voyage en Espagne, Gautier, T. Charpentier, Libraire-Éditeur, 1845,
pág. 140. [N. de los t.]
[2] Carta de 22 de marzo de 1863 de Giuseppe
Verdi al conde Opprandino Arrivabene. [N de los t.]
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