En una fábrica de Iași. al noreste de Rumania, el representante del sindicato Cartel Alfa denuncia que los trabajadores tienen prohibido ir al servicio durante su tiempo de trabajo, por lo que han tenido que recurrir a llevar pañales, según publica el diario Adevărul.
Tras la desintegración de la Unión Soviética los paises del este de Europa fueron víctima de lo que uno de sus inspiradores, el premio Nobel Milton Friedman, denominó "terapia de choque neoliberal", que consistía en privatizar todo lo que durante la época socialista había sido del estado, destruir toda la industria productiva para convertir la economía nacional en una colonial, y reducir al máximo los servicios públicos y sociales, como la educación, la sanidad o los derechos laborales.
Rumania fue, quizás, la principal cobaya experimental, algo que tuvo como consecuencia la destrucción de más de cuatro millones de puestos de trabajo, la mitad de los existentes en 1990, la huida del país de casi tres millones de rumanos y, finalmente, la multiplicación de la pobreza (el salario más habitual es menor de 150 euros al mes), el adelgazamiento de los servicios sanitarios (se han cerrado la mitad de los hospitales y 3000 médicos huyen de Rumania cada mes), y ha aumentado el fracaso escolar o enfermedades erradicadas en otros lugares de Europa, como la tuberculosis.
Hoy, un cuarto de siglo después de la puesta en práctica de aquellas terapias de choque, el experimento se está empezando a aplicar en todo el continente, en lo que podemos llamar "la rumanización de Europa". Lo estamos viendo en la pérdida brutal de derechos de todos los trabajadores, en especial de los paises de segunda clase de la U.E., como España, Italia, Irlanda o Portugal, pero también en el espectacular aumento de la pobreza en los que llaman los "principales motores económicos", como Alemania o Francia.
Mientras los salarios caen en picado (en España el salario mínimo es bastante cercano ya al rumano), los servicios públicos se recortan salvajemente, y la industria productiva se va a otros paises donde la explotación laboral es aun mayor, como China, India o Marruecos, podemos ver como aquella terapia de choque neoliberal se ha transformado de un experimento en los antiguos paises socialistas a una realidad en la mayor parte de Europa.
El hecho de que en Rumania las sucesivas reformas del código del trabajo hayan permitido que unos empresarios prohiban ir a sus trabajadores al servicio (si se quejan o denuncia la situación abiertamente hay un ejército de reserva suficientemente convencido por el trabajo de zapa de la propaganda mediática de que, como si se tratara de algo normal, se tienen que dar con un canto en los dientes si recibe un empleo, aunque este tenga un salario y condiciones ridículas o infrahumanas y que la protesta es de desagradecidos), y que estos recurran a ponerse pañales como única solución a esa injusticia (las huelgas o las protestas se han convertido en algo parecido a un crimen), es algo que, si bien puede parecernos exagerado, puede generalizarse y suceder en nuestras casas más temprano que tarde, en nombre de esa sacrosante supuesta necesidad de austeridad en la que el capitalismo esconde su metódico aumento de la tasa de beneficio del trabajo y la recuperación de toda la riqueza que se vió obligado a compartir con los trabajadores desde la Segunda Guerra Mundial, como compensación a la atracción ejercida por la Unión Soviética.
Normalmente las condiciones de trabajo de paises como China, Vietnan, Indonesia, Bangla Desh, Brasil, o El Salvador consiguen aparecer en los medios de vez en cuando, vinculadas a empresas multinacionales como Zara o Nike, aunque parece que se excusan por suceder en paises lejanos y "en desarrollo", pero estamos hablando de Rumania, Unión Europea, y ya no tenemos la excusa egoista de que las víctimas están lejos.
La terapia de choque, esa que muchos trabajadores aplaudian cuando se trataba de aplicarla en Rumania o Bulgaria, para dar "libertad" a los rumanos para comprar y vender, acumular propiedades, o zafarse del control estatal, pero que en realidad significaba el metódico empobrecimiento de los trabajadores a costa del enriquecimiento de una pequeña minoria local, y convertir el pais en terreno fértil para el saqueo de las grandes multinacionales, está llamando a nuestra puerta.
¿Seremos capaces de organizarnos para darle con la puerta en las narices?
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