COLECTIVO VALAKIA ROJA (VKR)
EL NORTE REPUBLICANO EN PELIGRO
Casi simultáneamente a las acciones que se
desarrollaban en el sur de España, Franco emprendió una
ofensiva contra el
norte. El ataque contra la ciudad de Bilbao empezó el 31 de marzo. Los franquistas
disponían para dicha acción de 50.000 hombres y de unas 40 baterías de
artillería; además contaban con el apoyo de toda su aviación y de todos sus
tanques, concentrados en aquel sector para llevar a cabo la acción proyectada.
Noticia en la prensa rumana: "Se ha constituido en España el grupo de artillería "Gheorghiu Dej" Los voluntarios rumanos reivindican el éxito de los combates de Brunete" |
A esta masiva concentración de tropas y armamento,
los republicanos opusieron un número mucho más reducido de hombres, mal
organizados y aún peor armados. Los éxitos obtenidos en el frente de Madrid en
lo que hacía a la creación de un ejército regular, movido por un férreo
espíritu de disciplina, no habían llegado hasta allí. Los republicanos estaban
en aquel frente en una situación de neta inferioridad, agravada aún más por el
desarrollo de la guerra. El envío de tropas regulares en su apoyo se reveló
prácticamente imposible.
A pesar de todas las derrotas sufridas por los
fascistas, la situación de la España republicana seguía siendo difícil. Algunos
dirigentes de los diferentes partidos que participaban en el gobierno
(republicanos burgueses y nacionalistas, anarquistas y socialistas) estaban a
favor de poner fin a la resistencia, de detener la guerra.
Para socorrer al norte, en toda España se lanzó la
consigna: “Atacar para salvar Bilbao”. Pero mientas los republicanos hacían
todo lo posible para organizar acciones militares que obligaran a los fascistas
a dirigirse a otros frentes, una parte de las fuerzas que presionaban en el
norte, la “quinta columna”, intensificó sus actividades con la intención de
provocar una rebelión en la retaguardia.
Las acciones traidoras culminaron con la rebelión
que estalló en Barcelona el 3 de mayo de 1937. La rebelión, tramada por la
“quinta columna” y unos cuantos anarquistas extremistas, fue ahogada en sus
inicios, no obstante, por las fuerzas populares. Aquellos acontecimientos,
aunque pusieron en grave peligro a la República, desempeñaron un papel
positivo: demostraron e impusieron la necesidad incrementar la vigilancia,
demostraron la justeza de la política del Partido Comunista de España y de sus
consignas.
Bajo la presión de las masas, el gobierno de Largo
Caballero se vio obligado a dimitir. La indulgencia de que había dado muestras
para con los saboteadores, las debilidades y las manifiestas indecisiones en
relación con la conducción de la guerra contra los fascistas habían desencadenado
la ira popular. Le sucedió en la dirección del país un nuevo gobierno frentista,
a cuya cabeza estaba el socialista Dr. Juan Negrín.
Las ofensivas militares de Valsaín, en la Sierra
de Guadarrama, y de Huesca, en Aragón, llevadas a cabo por los republicanos
tras la liquidación del golpe de Barcelona con el objetivo de ayudar a la zona
norte, no tuvieron consecuencias importantes: el enemigo logró resistirlas con
reservas locales. Los malos resultados obtenidos se explican por el insuficiente
armamento de que disponían las tropas antifascistas en relación con los
objetivos perseguidos, debido al endurecimiento del boicot impuesto por los
países imperialistas contra la España republicana al amparo de la política de
“no intervención”, así como por las deficiencias organizativas causadas por la
nefasta política del gobierno de Largo Caballero.
La situación de los republicanos era tanto más
grave cuanto más intensamente se hacían notar los efectos de las acciones
enemigas y de la propaganda puesta en circulación por la “quinta columna”. Los
brigadistas internacionales que lucharon en Valsaín y en Huesca se sintieron
observados con desconfianza y falta de simpatía. En algunos medios se había
dado crédito al rumor que hizo correr el enemigo, según el cual se había
confiado a los voluntarios internacionales la tarea de castigar a los
anarquistas. Hizo falta tiempo y un intenso trabajo político para que se
desvanecieran las sospechas. El servicio de espionaje enemigo trabajaba sin
descanso; los traidores pululaban por todas partes. Los fascistas se enteraban
de los movimientos de las tropas republicanas casi al mismo tiempo en que se
producían. El plan republicano de atacar por sorpresa Huesca se fue así al
traste.
Pero, a pesar de las abrumadoras dificultades, a
pesar de la consternación producida en las filas del ejército republicano por
la muerte del general Lukács –Máté Zalka-, caído en combate en vísperas de la
batalla de Huesca, las fuerzas leales daban muestras de una valentía sin
límites, de un heroísmo impresionante. Estas cualidades del ejército
republicano se pusieron singularmente de manifiesto en los meses siguientes en
las batallas de Brunete y de Zaragoza, en Aragón y en el Ebro.
GUERNICA: “EL GUERNICA”
La destrucción de las ciudades vascas de Guernica
y Durango por parte de la aviación hitleriana provocó la indignación
internacional, nos indignó sobremanera. Jamás he podido entender el sentido de
ese acto de barbarie sin parangón. Guernica carecía por completo de relevancia
en el sistema de defensa republicano y ni siquiera estaba defendida por las
tropas republicanas. Fue un acto manifiesto de venganza y una amenaza brutal
para tratar de quebrar la voluntad de resistencia del pueblo español.
Mucho se escribió entonces, y desde entonces,
sobre lo que ocurrió en Guernica en la guerra. La prensa fascista trató
entonces y ha seguido tratando, en innumerables ocasiones, de esconder, de
falsificar la verdad. Pero lo cierto es que la verdad ha conseguido penetrar y
atravesar, también en España, el grueso muro de la mentira franquista. La
prueba más elocuente en ese sentido es la aparición de un libro sobre Guernica
incluso en la España franquista. Se trata del libro “Arde Guernica” del periodista español Vicente Talón. Este libro ha
llegado a mis manos mientras trabajaba en los últimos retoques de la presente
obra. Sobre la base de una amplia documentación, se demuestra que Guernica fue
destruida no por las tropas republicanas sino por la principal unidad de la
aviación hitleriana, la Legión “Cóndor”.
Este libro es un testimonio categórico de la
tragedia española y del crimen fascista cometido en Guernica, surgido de la
pluma de alguien a quien, no obstante, no cabe culpar de simpatías
republicanas.
Pero nadie consiguió mostrar mejor, más expresivamente, de manera más grandiosa y real, el enorme drama español de Guernica, la crueldad bestial de los fascistas, que el gran pintor de nuestra época, de origen español: Pablo Picasso.
En plena guerra, al poco de que Hitler, Mussolini
y Franco cometieran el crimen, Picasso pintó el famoso cuadro, innegablemente
una de las obras maestras del arte universal: “El Guernica”.
Como escribió Fernando de la Vega, “El Guernica”
es uno de los cuadros más importantes de Picasso, inspirado por la indignación
ante el crimen de Guernica. Aunque la memoria de las gentes tienda a olvidar
las muchas muestras de crueldad reaccionaria y fascista, todos los hombres y
mujeres de bien recordarán durante siglos el nombre de Guernica, la ciudad
sagrada de los vascos, borrada de la superficie de la tierra por la aviación
alemana; recordarán la primera ciudad del mundo moderno reducida a un montón de
ruinas por la ciega vesania de quienes deseaban imponer su poder sobre pilas de
cadáveres de hombres y mujeres sencillos e inermes.
El grito de indignación del pintor ante aquel
crimen abominable fue el cuadro que, en la Exposición Internacional de 1937 de
París, se erigió en la más formidable acusación que se podía presentar contra
los verdugos de España en un mundo indiferente e indefenso ante el franquismo y
el fascismo internacional. Sus dimensiones son imponentes: casi ocho metros de
largo por tres y medio de alto. Es un monumento imperecedero del que apenas si
se puede apartar la vista y que, aunque denostado, ejercerá por siempre un
efecto revulsivo sobre el alma, inspirará un pensamiento de solidaridad para
con los inocentes, de odio hacia los culpables y de admiración por quienes
luchan.
El tema del cuadro es el siguiente: la parte
izquierda está dominada por un toro indiferente, inmóvil. ¿Qué nos sugiere este
ser que preside con frialdad y alejamiento la matanza que le rodea y que no ve?
¿No representa ese toro orgulloso el rasgo dominante del carácter español, que
no se deja descorazonar por la desgracia, que no ceja en la lucha aunque se
vea, frente a frente, ante un enemigo superior en número y posibilidades
materiales? El toro ibérico bivalente, que no se inmuta, que no se humilla, que
no renuncia a la soberbia orgullosa del hidalgo,
vestido de harapos.
En la parte derecha, en el centro, parece abrirse
una ventana hacia el mundo exterior de donde surge una figura de perfil clásico
que se diría viene de muy lejos, de países remotos cuya lejanía está sugerida
por ese cuello que se estiliza y prolonga como los raíles del tren, que se unen
en un horizonte que nunca se alcanza. Por encima de esta cabeza, un brazo
larguísimo cuyo puño cerrado blande, como si de una bandera se tratara, una pobre
lámpara de petróleo, pobre como los medios económicos de los antifascistas del
mundo entero, que deseaban despertar de su somnolencia a unos hombres que no
querían asomarse al espejo de España para ver en él el futuro que se avecinaba.
En el centro, bajo la lámpara, un caballo con una
lanza en un costado relincha de dolor y su relincho brota de su boca como una
espina; caballo herido gravemente por el pérfido picador, víctima inocente de la corrida mortal que tenía lugar en
aquella plaza ibérica envuelta en crespón negro.
Bajo los cascos del caballo, el luchador muerto,
con la espada rota en una mano y con la otra mano tratando de atrapar al
enemigo, en gesto de lucha hasta el último momento.
No creo que pintura alguna pueda volver a crear
una imagen más desgarradora que la de la madre que está bajo el toro. El niño
muerto, con su cuerpecillo transformado en una maraña de líneas, tan despojado
de materialidad como sus propios miembros, dormidos para siempre. La nariz no
está en su lugar, se diría que cuelga de la faz inerte; ¿puede ser la cara de
un muerto igual que la de una persona viva?... Y encima del niño, la madre, con
el rostro extraviado, con los rasgos descompuestos, además de la boca abierta que
deja escapar un grito, mezcla desgarradora de dolor y de odio salvaje.
A la derecha del caballo, bajo la cabeza que entra
en la habitación, una mujer joven –juventud golpeada por una muerte prematura
en una guerra deseada por otros- parece arrastrarse sin fuerzas hacia la luz
que viene de fuera, hacia esa esperanza, justicia y concordia que no llegarán
nunca. Sus pies son enormes, pies pesados de cansancio de los que tira hacia sí
una tierra que se diría deseosa de enterrar la prometedora juventud de España.
Por fin, en la parte derecha del cuadro, entre
llamas que devoran casas y muebles, otro hombre lanza igualmente su grito de
muerte, aullido de dolor, inútil llamada de socorro.
Esta sería, a mi parecer, una de las
interpretaciones más verídicas. Naturalmente, el lector tiene todo el derecho
de no estar de acuerdo con ella. Una de las cualidades de la obra de arte es la
de sugerir en cada ser humano un sentimiento, una emoción al unísono con la
disposición interior de éste que puede diferir en mucho de la del prójimo y
que, sin embargo, es tan valiosa como cualquier otra. Pero incluso para ese
lector que no comparta mi interpretación, el cuadro ha cumplido su objetivo
pues le ha hecho pensar, reflexionar sobre el momento histórico de Guernica.
Este cuadro, aunque no guste a todo el mundo, obliga a una contemplación
despaciosa, prolongada, con el pensamiento puesto en España, en la agresión del
fascismo internacional, siendo como es una fructuosa contribución, de
excepcional profundidad, del gran pintor Pablo Picasso a la lucha llena de
dignidad y valor del pueblo español contra el fascismo.
Miembros del ejército popular en la Batalla de Brunete |
LOS REPUBLICANOS ATACAN EN BRUNETE
Fracasados los planes de conquistar Madrid y el
golpe de estado de Barcelona, Franco pasó el 18 de junio de 1937 a la ofensiva en el
frente del norte de España con el objetivo de liquidar aquella zona
republicana. Desde el principio de la guerra, además de Madrid, había quedado
también bajo control de los republicanos una parte de Asturias y del País
Vasco, zona que comprendía los puertos de Gijón, Santander y Bilbao en la costa
del golfo de Vizcaya. Entre estas dos zonas republicanas no existía
comunicación terrestre.
En condiciones extremadamente difíciles, las
fuerzas republicanas del norte, mal armadas, carentes casi por completo de
artillería, tanques y aviación, entre actos de heroísmo sublime, hicieron
frente al poderoso asalto de los fascistas durante casi dos meses. Pero la
lucha fue muy desigual. El 19 de junio Bilbao fue ocupado por los fascistas.
Envalentonados por el éxito y deseosos de explotar al máximo la situación de
inferioridad en hombres y armamento de las tropas republicanas de aquel sector,
los fascistas se prepararon entonces para conquistar la localidad de Santander.
Todo estaba dispuesto para desencadenar una nueva ofensiva a principios del mes
de julio.
Los republicanos estaban, no obstante, decididos a
arrancar la iniciativa de las manos de los fascistas, atacando primero y
obligando al enemigo a combatir en el momento y lugar que ellos eligieran. Con
la ofensiva que proyectaba, el mando republicano pretendía asestar un poderoso
golpe a todos los destacamentos fascistas que asediaban Madrid y obligar al
mismo tiempo al enemigo a retirar sus tropas del norte.
El plan republicano preveía avanzar rápidamente en
dirección a Brunete y Navalcarnero, cruzar el Guadarrama, ocupar los altos del
Mosquito y Romanillos, y avanzar hacia Boadilla del Monte. Dicho plan habría
permitido atacar por la espalda las posiciones fascistas de Las Rozas, la Casa
de Campo y la Ciudad Universitaria.
Para llevar a cabo ese plan, el mando republicano
disponía de casi 50.000 hombres y de cantidades de armamento relativamente
importantes en comparación con las empleadas en otras acciones. Tomaron parte
en la acción principal dos cuerpos de ejército, uno dirigido por Modesto, el
otro por Jurado; un tercer cuerpo de ejército se reservó para la acción
secundaria. Toda la aviación que participó en la acción operó bajo el mando del
coronel Hidalgo de Cisneros.
En la acción principal tomaron parte asimismo tres
de las brigadas internacionales, las XI, XIII y XV; las brigadas XII y 150
formaron parte de la reserva.
Entre los brigadistas internacionales que
participaron en la acción principal se contaban también los artilleros rumanos.
Desde aquella fecha luchábamos encuadrados en una unidad mayor: el grupo rumano
de artillería se había transformado en un regimiento. Las cosas sucedieron del
modo siguiente: en el transcurso de la batalla del Jarama –como he señalado en
el capítulo correspondiente-, tras la reorganización de las unidades del
ejército republicano, las brigadas internacionales XI y XV, junto con dos
brigadas españolas, fueron agrupadas en la división B (que se convirtió así en
la 35ª división internacional). Más tarde se decidió que un regimiento de
artillería se incorporara a la división. El comandante de la XI brigada, por
aquel entonces Richard Staimer, su comisario político, en ese momento Heinrich Rau,
y el jefe del estado mayor, Ludwig Renn, propusieron que el batallón rumano de
artillería, cuya capacidad de combate había quedado sobradamente contrastada en
el transcurso de dos grandes batallas, fuese transformado en un regimiento e
incorporado a la división.
El general Walter, comandante de la 35ª división,
tras la inspección del batallón, mostró su acuerdo con la propuesta. Por
decisión del comisariado general de las brigadas internacionales, se pasó a la
organización de la nueva unidad. El grupo de artillería, completado con unas
cuantas baterías, entre las que había 3 baterías nuevas antitanque españolas
(un batallón), se convirtió así, en los albores de la batalla de Brunete, en un
regimiento.
NICU POP “RECLUTA” NUEVOS VOLUNTARIOS
Los rumanos de otras unidades, enterados de la
creación de nuestro regimiento, manifestaron por diferentes vías su deseo de
luchar en las filas del mismo. Un día, estando yo en Almansa, me encontré con
un grupo de rumanos entre quienes se encontraba nuestro conocido escultor Vida
Gheza. Los voluntarios rumanos me dijeron que los habían destinado a la batería
“Rosa Luxemburgo”, pero que habrían deseado incorporarse a nuestra unidad, y me
pidieron que tratara de resolver la cuestión. Les expliqué que la organización
del regimiento aún no había concluido y que, en su momento, trataríamos de
satisfacer su deseo. Conseguido el acuerdo de principio en ese sentido, Nicolae
Pop fue enviado a Almansa, en nombre del regimiento, para resolver el problema.
Una vez allí, no encontró, sin embargo, a los artilleros rumanos, que habían
partido la víspera en tren hacia otro destino. Pop, en camión, les siguió los
pasos, y la noche siguiente, en una estación en que permanecía detenido el tren
que llevaba a los miembros de la batería “Rosa Luxemburgo”, nuestros
voluntarios, de repente, le oyeron gritar a la puerta del vagón:
-¡Eh! ¿Hay algún rumano por ahí?
Algunas voces respondieron:
-Sí, muchos.
-¡Venga, coged vuestras cosas y venid conmigo!
Era el modo, muy suyo, que tenía Nicu Pop de
simplificar al máximo las formalidades. Pero a los voluntarios les entraron las
dudas:
-Vale, pero, ¿así, tal cual? ¿Desertamos de la
unidad?
- A ver, ¿tenéis cañones?
-No muchos…
-Entonces, ¿qué hacéis ahí? Nosotros sí tenemos
cañones… así que, si queréis luchar, rapidito al camión. La “deserción” para ir
al frente no es deserción sino todo lo contrario.
"Albañil"; escultura de Gheza Vida, escultor comunista, miembro de las BBII. |
***
Poco antes de la batalla del Ebro, otro grupo de
rumanos, encuadrados en la 45ª división, nos solicitó incorporarse a nuestra
unidad. Desde aquel momento fueron transferidos oficialmente y, de ese modo,
lucharon en el Ebro en las filas del regimiento rumano Mihail Florescu, Andrei
Sas Dragoș, Andrei Micu[1], Nicolae Moraru, Iuliu Demeter
y muchos otros.
Al enumerar las unidades que tomaron parte en la
acción principal en el frente de Brunete, Luigi Longo señala en su libro citado
ya varias veces hasta ahora: “Estaban presentes con su armamento el grupo
internacional de artillería, el regimiento rumano de artillería, el segundo
grupo de artillería “Skoda”, un nuevo grupo de baterías internacionales, el
primer regimiento internacional de tanques y varios escuadrones de caballería”[2].
En las unidades, los comisarios políticos
movilizaban a los combatientes para la acción que se planeaba, explicándoles su
importancia para el desarrollo de la guerra. “Es la primera gran ofensiva que
prepara la República –decían-. Disponemos para esta acción de 50.000 hombres y
de los mejores militares: divisiones españolas y las brigadas internacionales.
Si lo conseguimos, y debemos conseguirlo, los fascistas se verán obligados a
retirarse de los alrededores de Madrid y ya no podrán seguir bombardeando la
capital con su artillería. Al mismo tiempo, vamos a obligar a Franco a
desplazar aquí los aviones, tanques y ametralladoras del norte. Es la única
manera que tenemos de ayudar a nuestros camaradas asturianos y vascos, de
salvar de la masacre fascista a las mujeres, niños y ancianos de Santander y
Guernica. En Guadalajara pusimos en fuga a los camisas negras. ¡Enseñemos a los
fascistas de nuevo de qué somos capaces!”
¡Y los soldados de la libertad se mostraron
capaces de realizar milagros de heroísmo!
La realización del plan del estado mayor general quedó
encomendada a los comandantes españoles, entre los que se encontraba Modesto,
que cumplieron de modo brillante la misión que se les encargó. El peso de las
operaciones recayó sobre las fuerzas españolas y, en especial, sobre el 5º
Regimiento que, con ello, se cubrió de gloria. Las brigadas internacionales
tuvieron una contribución importante en el sostenimiento de las acciones.
La batalla de Brunete comenzó la noche del 5 al 6
de julio. La división comandada por Líster y la XV brigada internacional
atravesaron audazmente las líneas fascistas, las rebasaron y se concentraron en
el bosque que había al norte de Brunete. Al día siguiente, a las 8 de la
mañana, Brunete estaba en manos de los republicanos. En el mando franquista,
cogido por sorpresa, cundió el pánico. La noche siguiente, tras una serie de
combates encarnizados en que participaron las brigadas internacionales XIII y
XV, los republicanos conquistaron Villanueva de la Cañada.
Al mismo tiempo, la 45ª división y la XI brigada
internacional luchaban por ocupar Quijorna. El enemigo se defendía con furia,
pero los republicanos lanzaban un ataque tras otro. El 9 de julio, Quijorna y
Los Llanos fueron ocupados definitivamente por las tropas republicanas.
La XII brigada sostuvo durante tres días una feroz
batalla para ocupar la localidad de Villanueva del Pardillo. La acción se vio
coronada por el éxito: los fascistas se rindieron –se hicieron más de 600
prisioneros, entre ellos 7 oficiales- y los voluntarios italianos,
garibaldinos, fueron felicitados calurosamente por Rojo, el jefe del estado
mayor del ejército del centro, por el heroísmo de que habían dado
muestras.
El día 10 de julio, la XI brigada internacional y
la 108 brigada española combatían en dirección a la localidad de Navalcarnero,
con el objetivo de apoderarse del cruce de carreteras Brunete-Alarcón.
Entretanto, no obstante, los fascistas habían
desplazado por el frente del Guadarrama numerosos refuerzos y resistían los
ataques repetidos de los republicanos, que habían puesto todas sus fuerzas en
combate. Éstos, agotados por el esfuerzo, no disponían de más reservas. Los
combates se desarrollaban en una atmósfera infernal. Los bombardeos fascistas
se sucedían sin interrupción día y noche. El enemigo empleaba al máximo su
superioridad aérea.
A los republicanos se les planteó entonces el
problema de mantenerse en las posiciones conquistadas, de afianzarse en ellas.
Los fascistas atacaban aquí y allá mientras acumulaban fuerzas con miras a la
contraofensiva que preparaban. El 23 de julio, desencadenaron la contraofensiva
con el poderoso apoyo de la artillería, la aviación y los tanques. Disponían de
unos efectivos de 40.000 hombres prestos para el combate. Tres columnas
fascistas atacaron con inusitada violencia a las fuerzas republicanas que
defendían las dos orillas del Guadarrama.
Los combatientes republicanos pasaron por momentos
difíciles. Los tanques fascistas llegaron hasta las primeras casas de Brunete. En
respuesta a la movilización de los comandantes y los comisarios políticos, los
soldados republicanos realizaron esfuerzos sobrehumanos para mantenerse en las
posiciones y resistir a la presión del enemigo.
El día 24 de julio, la XI brigada internacional,
que defendía el sector Quijorna-Brunete, respondió a ocho violentos ataques
fascistas. El fuego de las baterías republicanas y de la infantería puso en
fuga al enemigo, que abandonó en manos de los republicanos abundante material
de guerra y hombres. Aquel mismo día, sin embargo, Brunete fue reocupado por
los fascistas. Los días 25 y 26, una división española y la XV brigada
internacional se encontraban defendiendo Villanueva de la Cañada de los
repetidos ataques de los fascistas, que no pudieron penetrar en la
localidad.
Los combates continuaron cada vez más
encarnizados.
Las unidades españolas y las brigadas
internacionales resistieron con energía a los ataques fascistas, fijando definitivamente
las posiciones republicanas en la línea imaginaria que pasaba por Quijorna,
Villanueva de la Cañada, las afueras de la localidad de Villanueva del Pardillo
y seguía, finalmente, todo a lo largo del Guadarrama hasta el puente del
Retamar.
En los combates de Brunete, los voluntarios
rumanos tomaron parte activa nuevamente.
La primera acción en que participó el regimiento
rumano de artillería en el frente de Brunete fue el ataque contra la localidad
de Quijorna.
La 45ª división lanzó el ataque desde el norte el
día 7 de julio. Con un calor abrasador, las unidades de la división mantuvieron
duros combates a lo largo de toda la jornada; las fuerzas republicanas rodeaban
la localidad por tres puntos, pero los fascistas resistían.
Al día siguiente, algunas unidades de la XI
brigada atacaron también Quijorna desde el sur. La lucha era encarnizada. El
pueblo estaba defendido por las mejores tropas de Franco, que resistían
desesperadamente sabiéndose rodeadas. Para poder penetrar en la localidad, la
XI brigada había de tomar en primer lugar el cementerio, detrás del cual se
extendía el pueblo. En el cementerio se habían hecho fuertes los moros y los tiradores de Ifni, que disparaban
sin cesar en dirección al vallejo donde se habían concentrado los batallones de
la brigada. Los combatientes de la XI brigada avanzaban cuerpo a tierra bajo
una lluvia de balas, aprovechando la más insignificante irregularidad del
terreno para guarecerse. Los combates eran terribles. Pero el enemigo se
defendía con furia y, a la caída de la noche, la localidad seguía en manos de
los fascistas.
El 9 de julio, los republicanos reanudaron su
ataque, en esta ocasión con el vigoroso apoyo de la artillería y de la
aviación. En el cementerio los moros arrancaban las lápidas de las tumbas y las
utilizaban como parapeto. Pero el fuego preciso y concentrado de la artillería
republicana no dejaba piedra sobre piedra. “La artillería –dice Luigi Longo-
estaba representada en especial por el regimiento rumano, que era parte
integrante de la 35ª división internacional, recientemente organizada, bajo el
mando del general Walter”[3].
El poderoso bombardeo de la artillería y la
aviación sembró el desconcierto en las filas franquistas. Era el momento de desalojar
al enemigo de sus posiciones. Precedidos por los tanques y armados con
granadas, los soldados de la XI brigada se aproximaron al cementerio, ocuparon
la trinchera y pusieron en fuga al enemigo. Tras varias horas de lucha, los
republicanos ocuparon todo el pueblo, transformado en un montón de ruinas y
lleno de cadáveres.
A partir de ese momento la artillería debía
prepararse a toda prisa para las acciones que estaban por venir. Me encontraba
con Přibyl y Pop en una trinchera angosta al borde de un pequeño olivar. Sobre
las rodillas teníamos desplegado un mapa del sector de Villanueva de la Cañada.
De allí partía la carretera hacia Brunete; más adelante, esta carretera se
cruzaba con la que llevaba a Quijorna; a la izquierda, perpendicular a la
carretera, se elevaba una colina.
-Me gustaría reconocer el terreno –le dije a Nicu
Pop-. Por esa zona, en alguna parte, deberíamos de encontrar un buen sitio para
un puesto de observación. ¡Pero ojo, no vayamos a toparnos con los fascistas!
Tiramos hacia el cementerio de Quijorna. Era un
espectáculo espeluznante. Entre las tumbas removidas yacían los cadáveres de
los muertos en los combates de la víspera. Hacía calor, en el aire flotaba un
olor áspero a descomposición; algunos rostros me parecían familiares. En esa
zona habían luchado, sin duda, camaradas de la XI brigada.
Descendimos por el valle y llegamos a una llanura
donde deberían encontrarse nuestras trincheras. Un agente de enlace nos indicó
la dirección a seguir, pero nos aconsejó que no lo hiciéramos, en la seguridad
de que no saldríamos vivos de allí. De hecho, los fascistas disparaban sin
parar. Pero seguimos adelante, o mejor dicho, corrimos como conejos, escondiéndonos
por entre las matas de romero, de
olor penetrante y un punto amargo, como de menta y ajenjo.
Dimos con las primeras trincheras. Estaban
ocupadas por los combatientes del batallón “Thälmann”.
Nos explicaron dónde se
encontraba el batallón “Edgar André”. De nuevo nos dijeron que no tratáramos de
llegar hasta allí antes de la caída de la noche. Pero no había tiempo que
perder. Seguimos adelante. Encontramos a los del “Edgar André” derrengados por
los combates y entristecidos por las enormes pérdidas. Finalmente, llegamos a
nuestro destino, a la colina entrevista desde la trinchera donde estábamos
hacía varias horas, o quizá hacía un siglo… Habíamos perdido la noción del
tiempo debido a la tensión… Exploramos la zona. Era perfecta para un puesto de
observación. Desde allí veíamos como la palma de la mano nuestras posiciones y
las enemigas. Una nueva posición ganada que aprovechamos al máximo los días
siguientes, cuando el regimiento rumano de artillería apoyó sin interrupción
las acciones de las unidades de infantería de la 35ª división, con la que tan
fructíferamente colaboraba.
-¿Sabes cómo me llaman ahora los del batallón
“Thälmann”? –me preguntó Nicu-. El novio
de la
muerte. Ni se les pasaba por la imaginación que pudiéramos volver
vivos, sanos y salvos de nuestra excursioncilla. Pero les dije que vine aquí a
matar fascistas, no a que me mataran ellos a mí, ¿o no es verdad?
Grupo de artilleros rumanos en España |
En Rumanía, la prensa reaccionaria pregonó con
todo lujo de detalles la noticia de la aniquilación de la primera unidad rumana
antifascista. Pero nuestros voluntarios, que mantenían un vínculo estrecho y
permanente con las amplias masas de la patria, les hicieron saber en diferentes
ocasiones que continuaban con toda firmeza su lucha contra el fascismo,
exhortándolas al mismo tiempo a levantarse cada vez con mayor decisión contra
el enemigo.
“En los más duros combates del pueblo español –en
la Ciudad Universitaria, en el Jarama, en Guadalajara-, nuestra unidad no ha dejado
de hablar a las claras, por muy temibles que sean sus palabras. En todas partes
ha puesto de manifiesto la voluntad de lucha del pueblo rumano”, se decía en un
manifiesto que dirigió a las masas trabajadoras de la patria, desde el frente
de Brunete, el regimiento rumano de artillería.
“Y hoy, cuando el joven ejército republicano ha
demostrado, al pasar a la ofensiva en el frente de Brunete, que sabe arrancar
la iniciativa de las manos de los fascistas, el regimiento rumano de artillería
ha participado en la lucha con todo su incansable arrojo, con toda su potencia
de combate.
La ofensiva republicana ha revelado la
superioridad de las fuerzas antifascistas...
Y nosotros, los miembros del regimiento rumano de
artillería, estamos orgullosos de que nuestra bandera haya ondeado sobre las
trincheras y pueblos reconquistados, estamos orgullosos de haber contribuido a
detener el ataque fascista, frustrando sus acciones en los alrededores de
Brunete.”[4]
[1] Los miembros del Colectivo Valakia Roja tuvieron la suerte de conocer
personalmente a Andrei Micu, último brigadista internacional rumano en
fallecer, comunista íntegro que jamás hasta su muerte, acaecida el 16 de
septiembre de 2011, abdicó de su ideal político revolucionario e
“internacionalista”, como le gustaba recalcar. Su inmenso amor a España y al
pueblo español se reflejaba en su determinación, inquebrantable, de hablar con
nosotros en castellano o en las canciones de la Guerra Revolucionaria
1936-1939, que, a pesar de sus casi cien años, entonaba aún con voz firme.
Donado por su hijo Vladimir, el ejemplar del Quijote que acompañó al camarada Andrei
Micu toda su vida forma parte hoy de los fondos de la Biblioteca del Instituto
Cervantes de Bucarest. [N. de los t.]
[4] Este manifiesto, aparecido en “El combatiente” [“Luptătorul”] nº 5 de 15 de
octubre de 1937 (periódico de los voluntarios rumanos editado en el frente de
España), fue reproducido, entre otros, por la revista “El Despertar” [“Deşteptarea”] de los rumanos de América, año
1938, pág. 59, revista en cuyas páginas se encontraban frecuentes noticias
sobre la lucha de los voluntarios rumanos en España, prueba del interés y
simpatía con que los rumanos de América seguían la lucha de los republicanos
españoles y las acciones de solidaridad con dicha lucha. [N. del A.]
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