lunes, 18 de marzo de 2019

En memoria de La Comuna de París: cuando los trabajadores confirmaron a la burguesía que, tarde o temprano, iban a ser sus sepultureros

148 años después del día que los obreros franceses tomaran el cielo por asalto, proclamándo la Comuna de París, siguen siendo válidas las palabras de Lenin, escritas 40 años después en el diario Rabóchaia Gazeta, (núm.4-5, 15 (28) de abril de 1911).en su artículo "En memoria de la Comuna":

Imagine similară
"La causa de la Comuna es la causa de la revolución social, es la causa de la completa  emancipación política y económica de los trabajadores, es la causa del proletariado mundial. Y en este sentido es inmortal".

La clase trabajadora sigue luchando por los mismos objetivos, consciente o inconscientemente, casi ciento cincuenta años más tarde, y ha tenido siempre a La Comuna como modelo e inspiración de sus grandes victorias contra la barbarie capitalista en el pasado: la Revolución Soviética de 1917 y la construcción del primer estado de los trabajadores y campesinos, la URSS, la proclamación de la República Popular China  en 1949 y, a partir de ahí, en las múltiples revoluciones, revueltas y guerras, exitosas o temporalmente fracasadas, en el seno de las potencias capitalistas o en el marco de la lucha anticolonial.

El 18 de marzo de 1871 los obre­ros franceses rechazaron al ejército prusia­no que había vencido a Francia y luego, al gobierno fran­cés que pretendía quitarles las armas. La defensa de las armas, del pueblo armado, se convirtió en una insurrección: los obreros tomaron el control de París y declararon la Comuna.

Con el Poder en sus manos, lo obreros parisinos, entre otras me­didas, redujeron la carga laboral, prohibieron el trabajo nocturno, organizaron guarderías para los niños, congelaron el precio de arriendo de la vivienda, abolieron las deudas con los bancos, dieron reconocimiento a los “hijos no legítimos” y los cargos políticos de los dirigentes se declararon derogables en cualquier momen­to que el pueblo lo estimara.

A pesar que la Comuna de París duró solamente 72 días, y que los trabajadores fueron masacrados en una de las que fueron antes y siguieron siendo hasta hoy habituales masacres de la burguesía contra el proletariado, mostró a los pueblos lo que puede lograr la clase trabajajadora con el poder en sus manos. "La Comuna", dice Lenin, "era una amenaza mortal para el viejo mundo, basado en la opresión y la explotación. Esa era la razón de que la sociedad burguesa no pudiera dormir tranquila mientras en el ayuntamiento de París ondeara la bandera roja del proletariado".

Desde entonces, desde aquel 18 de marzo de 1871, la ningún burgués, en ningún estado del mundo, puede dormir tranquilo, pues sabe que, como habían escrito Marx y Engels un poco antes, en 1848, en El Manifiesto Comunista, "La burguesía produce, ante todo, sus propios sepultureros. Su hundimiento y la victoria del proletariado son igualmente inevitables". 

Imagini pentru viva la comuna

V. I. Lenin

En memoria de la Comuna



Primera edición: En Rabóchaia Gazeta, núm.4-5, 15 (28) de abril de 1911.


Han pasado cuarenta años desde la proclamación de la Comuna de París. Según la costumbre establecida, el proletariado francés honró con mítines y manifestaciones la memoria de los hombres de la revolución del 18 de marzo de 1871. A finales de mayo volverá a llevar coronas de flores a las tumbas de los communards fusilados, víctimas de la terrible “Semana de Mayo”, y ante ellas volverá a jurar que luchará sin descanso hasta el total triunfo de sus ideas, hasta dar cabal cumplimiento a la obra que ellos le legaron.
¿Por qué el proletariado, no sólo francés, sino el de todo el mundo, honra a los hombres de la Comuna de París como a sus predecesores? ¿Cuál es la herencia de la Comuna?
La Comuna surgió espontáneamente, nadie la preparó de modo consciente y sistemático. La desgraciada guerra con Alemania, las privaciones durante el sitio, la desocupación entre el proletariado y la ruina de la pequeña burguesía, la indignación de las masas contra las clases superiores y las autoridades, que habían demostrado una incapacidad absoluta, la sorda efervescencia en la clase obrera, descontenta de su situación y ansiosa de un nuevo régimen social; la composición reaccionaria de la Asamblea Nacional, que hacía temer por el destino de la República, todo ello y otras muchas causas se combinaron para impulsar a la población de París a la revolución del 18 de marzo, que puso inesperadamente el poder en manos de la Guardia Nacional, en manos de la clase obrera y de la pequeña burguesía, que se había unido a ella.
Fue un acontecimiento histórico sin precedentes. Hasta entonces, el poder había estado, por regla general, en manos de los terratenientes y de los capitalistas, es decir, de sus apoderados, que constituían el llamado gobierno. Después de la revolución del 18 de marzo, cuando el gobierno del señor Thiers huyó de París con sus tropas, su policía y sus funcionarios, el pueblo quedó dueño de la situación y el poder pasó a manos del proletariado. Pero en la sociedad moderna, el proletariado, avasallado en lo económico por el capital, no puede dominar políticamente si no rompe las cadenas que lo atan al capital. De ahí que el movimiento de la Comuna debiera adquirir inevitablemente un tinte socialista, es decir, debiera tender al derrocamiento del dominio de la burguesía, de la dominación del capital, a la destrucción de las bases mismas del régimen social contemporáneo.
Al principio se trató de un movimiento muy heterogéneo y confuso. Se adhirieron a él los patriotas, con la esperanza de que la Comuna reanudaría la guerra contra los alemanes, llevándola a un venturoso desenlace. Los apoyaron asimismo los pequeños tenderos, en peligro de ruina si no se aplazaba el pago de las deudas vencidas de los alquileres (aplazamiento que les negaba el gobierno, pero que la Comuna les concedió). Por último, en un comienzo también simpatizaron en cierto grado con él los republicanos burgueses, temerosos de que la reaccionaria Asamblea Nacional (los “rurales”, los salvajes terratenientes) restablecieran la monarquía. Pero el papel fundamental en este movimiento fue desempeñado, naturalmente, por los obreros (sobre todo, los artesanos de París), entre los cuales se había realizado en los últimos años del Segundo Imperio una intensa propaganda socialista, y que inclusive muchos de ellos estaban afiliados a la Internacional.
Sólo los obreros permanecieron fieles a la Comuna hasta el fin. Los burgueses republicanos y la pequeña burguesía se apartaron bien pronto de ella: unos se asustaron por el carácter socialista revolucionario del movimiento, por su carácter proletario; otros se apartaron de ella al ver que estaba condenada a una derrota inevitable. Sólo los proletarios franceses apoyaron a su gobierno, sin temor ni desmayos, sólo ellos lucharon y murieron por él, es decir, por la emancipación de la clase obrera, por un futuro mejor para los trabajadores.
Abandonada por sus aliados de ayer y sin contar con ningún apoyo, la Comuna tenía que ser derrotada inevitablemente. Toda la burguesía de Francia, todos los terratenientes, corredores de bolsa y fabricantes, todos los grandes y pequeños ladrones, todos los explotadores, se unieron contra ella. Con la ayuda de Bismarck (que dejó en libertad a 100.000 soldados franceses prisioneros de los alemanes para aplastar al París revolucionario), esta coalición burguesa logró enfrentar con el proletariado parisiense a los campesinos ignorantes y a la pequeña burguesía de provincias, y rodear la mitad de París con un círculo de hierro (la otra mitad había sido cercada por el ejército alemán). En algunas grandes ciudades de Francia (Marsella, Lyon, Saint-Etienne, Dijon y otras) los obreros también intentaron tomar el poder, proclamar la Comuna y acudir en auxilio de París, pero estos intentos fracasaron rápidamente. Y París, que había sido la primera en enarbolar la bandera de la insurrección proletaria, quedó abandonada a sus propias fuerzas y condenada una muerte cierta.
Para que una revolución social pueda triunfar, necesita por lo menos dos condiciones: un alto desarrollo de las fuerzas productivas y un proletariado preparado para ella. Pero en 1871 se carecía de ambas condiciones. El capitalismo francés se hallaba aún poco desarrollado, y Francia era entonces, en lo fundamental, un país de pequeña burguesía (artesanos, campesinos, tenderos, etc.). Por otra parte, no existía un partido obrero, y la clase obrera no estaba preparada ni había tenido un largo adiestramiento, y en su mayoría ni siquiera comprendía con claridad cuáles eran sus fines ni cómo podía alcanzarlos. No había una organización política seria del proletariado, ni fuertes sindicatos, ni sociedades cooperativas...
Pero lo que le faltó a la Comuna fue, principalmente tiempo, posibilidad de darse cuenta de la situación y emprender la realización de su programa. No había tenido tiempo de iniciar la tarea cuando el gobierno, atrincherado en Versalles y apoyado por toda la burguesía, inició las operaciones militares contra París. La Comuna tuvo que pensar ante todo en su propia defensa. Y hasta el final mismo, que sobrevino en la semana del 21 al 28 de mayo, no pudo pensar con seriedad en otra cosa.
Sin embargo, pese a esas condiciones tan desfavorables y a la brevedad de su existencia, la Comuna adoptó algunas medidas que caracterizan suficientemente su verdadero sentido y sus objetivos. La Comuna sustituyó el ejército regular, instrumento ciego en manos de las clases dominantes, y armó a todo el pueblo; proclamó la separación de la Iglesia del Estado; suprimió la subvención del culto (es decir, el sueldo que el Estado pagaba al clero) y dio un carácter estrictamente laico a la instrucción pública, con lo que asestó un fuerte golpe a los gendarmes de sotana. Poco fue lo que pudo hacer en el terreno puramente social, pero ese poco muestra con suficiente claridad su carácter de gobierno popular, de gobierno obrero: se prohibió el trabajo nocturno en las panaderías; fue abolido el sistema de multas, esa expoliación consagrada por ley de que se hacía víctima a los obreros; por último, se promulgó el famoso decreto en virtud del cual todas las fábricas y todos los talleres abandonados o paralizados por sus dueños eran entregados a las cooperativas obreras, con el fin de reanudar la producción. Y para subrayar, como si dijéramos, su carácter de gobierno auténticamente democrático y proletario, la Comuna dispuso que la remuneración de todos los funcionarios administrativos y del gobierno no fuera superior al salario normal de un obrero, ni pasara en ningún caso de los 6.000 francos al año (menos de 200 rublos mensuales).
Todas estas medidas mostraban elocuentemente que la Comuna era una amenaza mortal para el viejo mundo, basado en la opresión y la explotación. Esa era la razón de que la sociedad burguesa no pudiera dormir tranquila mientras en el ayuntamiento de París ondeara la bandera roja del proletariado. Y cuando la fuerza organizada del gobierno pudo, por fin, dominar a la fuerza mal organizada de la revolución, los generales bonapartistas, esos generales batidos por los alemanes y valientes ante sus compatriotas vencidos, esos Rénnenkampf y Meller-Zakomielski franceses, hicieron una matanza como París jamás había visto. Cerca de 30.000 parisienses fueron muertos por la soldadesca desenfrenada; unos 45.000 fueron detenidos y muchos de ellos ejecutados posteriormente; miles fueron los desterrados o condenados a trabajar forzados. En total, París perdió cerca de 100.000 de sus hijos, entre ellos a los mejores obreros de todos los oficios.
La burguesía estaba contenta. “¡Ahora se ha acabado con el socialismo para mucho tiempo!”, decía su jefe, el sanguinario enano Thiers, cuando él y sus generales ahogaron en sangre la sublevación del proletariado de París. Pero esos cuervos burgueses graznaron en vano. Después de seis años de haber sido aplastada la Comuna, cuando muchos de sus luchadores se hallaban aún en presidio o en el exilio, se iniciaba en Francia un nuevo movimiento obrero. La nueva generación socialista, enriquecida con la experiencia de sus predecesores, cuya derrota no la había desanimado en absoluto, recogió la bandera que había caído de las manos de los luchadores de la Comuna y la llevó adelante con firmeza y audacia, al grito de “¡Viva la revolución social, viva la Comuna!” Y tres o cuatro años más tarde, un nuevo partido obrero y la agitación levantada por éste en el país obligaron a las clases dominantes a poner en libertad a los communards que el gobierno aún mantenía presos.
La memoria de los luchadores de la Comuna es honrada no sólo por los obreros franceses, sino también por el proletariado de todo el mundo, pues aquella no luchó por un objetivo local o estrechamente nacional, sino por la emancipación de toda la humanidad trabajadora, de todos los humillados y ofendidos. Como combatiente de vanguardia de la revolución social, la Comuna se ha ganado la simpatía en todos los lugares donde sufre y lucha el proletariado. La epopeya de su vida y de su muerte, el ejemplo de un gobierno obrero que conquistó y retuvo en sus manos durante más de dos meses la Capital del mundo, el espectáculo de la heroica lucha del proletariado y de sus sufrimientos después de la derrota, todo esto ha levantado la moral de millones de obreros, alentado sus esperanzas y ganado sus simpatías para el socialismo. El tronar de los cañones de París ha despertado de su sueño profundo a las capas más atrasadas del proletariado y ha dado en todas partes un impulso a la propaganda socialista revolucionaria. Por eso no ha muerto la causa de la Comuna, por eso sigue viviendo hasta hoy día en cada uno de nosotros.
La causa de la Comuna es la causa de la revolución social, es la causa de la completa emancipación política y económica de los trabajadores, es la causa del proletariado mundial. Y en este sentido es inmortal.

martes, 5 de marzo de 2019

La muerte de Stalin: reacciones del pueblo trabajador rumano

La inesperada muerte de Iosif Stalin, el 5 de marzo de 1953, provocó un enorme dolor entre los pueblos socialistas y, especialmente, sus trabajadores. Al fin y al cabo, bajo la batuta de Stalin y su equipo cercano, la clase obrera soviética y mundial había alcanzado sus cotas más elevadas de democracia y participación en el poder de la historia, y había derrotado a los intentos del capitalismo y su escrecencia, el fascismo, de destruir mediante la Segunda Guerra Mundial con sus esperanzas.

Todos los diarios y revistas homenajearon al líder de la clase obrera mundial, incluso las dedicadas a los pioneros, como la rumana "Pogonoci", que el día 10 de marzo de 1953 publicó un artículo tomado de "Pravda" en el que los futuros dirigentes y constructores de Rumanía se despedían de Stalin (tenemos que tener en cuenta para comprender el afecto de los niños rumanos hacia el Socialismo que apenas diez años antes de la proclamación de la R.P.R. el 90% de los niños eran pobres y analfabetos):
Scanteia, 6 de marzo de 1953

Nuestros corazones de niños se han roto : Stalin ya no está. Pero, !Stalin vive! !Él vive en todos los grandes hechos de nuestro pueblo!". Igualmente, los niños de la Stalingrado rumana, la actual Brasov, que hasta los años 60 se llamó Ciudad Stalin, escribieron "!No te olvidaremos nunca querido padre, nuestro querido amigo, camarada Stalin!"

Las grandes personalidades de la cultura rumana, Mihai Sadoveanu, presidente de la República Popular, G. Calinescu, e incluso la patriarquía ortodoxa, lamentaban públicamente la perdida del gran amigo de la clase trabajadora rumana. Para los rumanos, no obstantes, había muerto, como afirmaba Gheorghiu-Dej, Secretario General del Partido de los Trabajadores, "su libertador", pues estaba vivo en la memoria todavía como apenas hacia 8 años las tropas del Ejército Rojo y los patriotas rumanos que luchaban a su lado habían echado a los nazis y fascistas, locales e invasores, de Rumania.

El dia 9 de marzo tuvo lugar en Bucarest una gran manifestación de homenaje al líder comunista en la llamada entonces Plaza Stalin (la actual Plaza Charles de Gaulle), ante la estatua que más tarde los revisionistas retirarían (ya en los años 60), y donde se reunirán más de 100.000 bucarestinos, cifra señalada teniendo en cuenta que la ciudad contaba entonces con apenas 700.000 (cifra que se multiplicaría por la llegada de trabajadores de todo el país a la capital).

Ese mismo día, a las 11 de la mañana, durante 3 minutos dejaron su trabajo todas las fábricas e instituciones del país, sonando al mismo tiempo todas las sirenas de talleres. En Bucarest y en Ciudad Stalin (Brasov) fueron lanzadas 24 salvas de artillería y los pioneros no fueron a la escuela. 

Miles de rumanos trabajadores hicieron luto aquel 6 de marzo, cuando se supo la noticia de la muerte de Stalin, portando banderines en el brazo o banderas soviéticas en los balcones. Los mineros de Petrila hicieron guardia toda la noche, con las lámparas encendidas, a un retrato del líder de la clase obrera mundial.

Concentración del 9 de marzo de 1953 en Bucarest, como muestra de dolor tras la muerte de Stalin.
Imagen del diario Scanteia, 10 de marzo de 1953


La embajada soviética en Bucarest y todos los consulados del país recibieron largas colas de obreros, campesinos e intelectuales que deseaban dejar sus condolencias en el libro de duelo. Solamente en Cluj-Napoca firmaron 22.000 personas. 

Los testimonios y los reportajes dijeron que miles de los trabajadores participantes en el mitin o que acudieron a las colas para firmar las condolencias no pudieron evitar llorar. Igualmente, los campesinos participaron en demostraciones de dolor colectivo, organizando guardias ante los retratos de Stalin o participando en las tardes de lectura que se organizaron en todo el país para honrar al camarada soviético.  Igualmente, las mujeres, en las diferentes organizaciones democráticas femeninas surgidas tras la proclamación de la República Popular Rumana, se organizaron para dar muestras de gratitud a Stalin; por ejemplo, las mujeres de Brasov, ciudad que llevaba su nombre, organizaron guardias ante su retrato porque "Stalin luchó por la liberación de la mujer" (lógico agradecimiento teniendo en cuenta el enorme salto histórico de los derechos de la mujer en todo el mundo desde, y como consecuencia, del triunfo de la Revolución Soviética en 1917).

En la Universidad de Bucarest, Coralia Fotino, estudiante de la Facultad de Historia entonces, cuenta . que "Todo el mundo estaba en el anfiteatro (...) todos de pié, con un rostro desencajado, y muchos sin poder evitar llorar por el dolor". Del mismo modo, Solomon Marcus, entonces Asistente en la Facultad de Matemáticas, testimonia que "no eran pocos los que estaban bañados en lágrimas". 
Honrando la memoria del gran Stalin: Imagenes de la Plaza Stalin de Bucarest, 9 de marzo de 1953 

También queda para la historia el testimonio de la, en aquel momento, adolescente Lilly Marcou, su padre le contó la noticia con mucho tacto: "Hija mía, tienes que ser valiente. Tengo una noticia horrible para ti...Stalin ha muerto". Lilly, cuenta, no pudo evitar lanzarse a los brazos de su padre envuelta en lágrima

De los informes del partido de los trabajadores de rumania (PMR) sabemos que en el mitin de la plaza stalin del 9 de marzo estuvieron presentes al menos 350.000 personas, en cluj más de 95.000, en timisoara, 90.000, en resita, 35.000, en la provincia de deta, 17.000, etc.

En total, "en todo el país, durante los días 6, 7, 8 y 9 de marzo hubo 22.800 concentraciones y 300 mítines de duelo, con una participación total de unos 7.000.000 de ciudadanos", concluyendo que, "una semejante e impresionante participación, muestra de disciplina obrera, no había sido vista nunca antes".
Trabajadores de la fábrica 23 de Agosto de Bucarest el dia 6 de marzo de 1953 

A Moscú viajó una delegación rumana dirigida por Dej, y en la que también se encontraba el presidente del gobierno rumano, Petru Groza. Sorin Toma, miembro de la delegación, cuenta que "Personalmente, no veo por qué esconderlo, estaba muy impresionado. La delegación fue alojada cerca de la Casa de las Columnas, donde estaba el ataúd de Stalin, y pudo desplazarse a pié hasta allí, junto al enorme flujo humano que quería honrarle. Muchos, especialmente las mujeres, lloraban a lágrima viva (...) Los funerales fueron impresionantes... Hablaron Malenkov, Beria y Molotov. Escuchando a Molotov, he de reconocer, que sentí una gran emoción. Años más tarde llegó la noticia de que había sido apartado de los puestos de poder por Jruchov".  

En las palabras anteriores se expresa el punto de inflexión que iba a tener lugar en la experiencia revolucionaria de los trabajadores soviéticos y de gran parte del mundo tras la muerte de Stalin y el golpe revisionista dirigido por Kruchev, Brevnev y su banda revisionista; con ellos se iniciaría la lenta, pero continua, separación de las masas y el partido y, en consecuencia,  el progresivo camino hacia la restauración de la barbarie capitalista (que se establecería también en Rumania completamente con la llegada de Nicolae Ceausescu al poder en 1965) y con ella, de las penurias y sufrimientos tradicionales de la clase trabajadora frente a sus explotadores, cuyas consecuencias en Rumania se evidencian hoy: pobreza generalizada (salarios medios de apenas 300 euros al mes, con un 60% de los trabajadores ganando menos de 200), emigración masiva (más de 3 millones de rumanos huidos del país tras la destrucción de más de 4 millones de puestos de trabajo desde el golpe de estado de 1989), derechos sociales y laborales recortados brutalmente, analfabetismo, imposibilidad cada vez mayor de asistencia médica, presencia militar extranjera en el país, control de la riqueza por la minoría de la población, y la extensión, característica propia del neoliberalismo, de la generalización de la corrupción como consecuencia de la "privatización" del propio estado, y tantas otras que, poco a poco, también empiezan a sufrir con más gravedad los trabajadores occidentales.






























Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...