sábado, 22 de febrero de 2014

Bajo el cielo de España: Capítulo V (3ª Parte). Sobre la participación rumana en las Brigadas Internacionales

A continuación podéis leer la tercera parte del Capítulo V del libro Bajo el cielo de España, del brigadista rumano Valter Roman, que estamos traduciendo en el Colectivo Valakia Roja (VKR).

Podéis acceder a las partes anteriores en los siguientes link:


Bajo el cielo de España: Capítulo V (3ª Parte)

“HÉROES” Y HÉROES

Permítasenos en este punto abrir un paréntesis para referirnos, sucintamente, a un hecho largo tiempo ha enterrado en los arrabales del cementerio de la historia pero sobre el que, aún hoy, algunas voces, desde su refugio en el extranjero, tratan de volver, en tonos diversos, para tergiversar, una vez más y con peculiar desparpajo, la verdad. Es conocido que el movimiento legionario envió en apoyo de los mercenarios franquistas a siete sedicentes “voluntarios”.

Ni por el número, ni por los motivos determinantes, ni por la actividad desarrollada existe punto de comparación posible. Por su alcance de orden político, ético y nacional, los hechos son por sí mismos esclarecedores y así los ha hecho constar la historia de nuestro pueblo para siempre. Al unirse a las fuerzas del fascismo internacional que asfixiaban no sólo la lucha por la libertad en España sino que amenazaban también la libertad y la independencia de Rumanía, la integridad territorial de la patria, el movimiento legionario dio un paso más adelante en el camino de la traición a los intereses nacionales del pueblo rumano. La partida hacia España de los siete legionarios revistió un carácter cuasioficial, recibió la adhesión manifiesta de las autoridades de la Alemania hitleriana y de la Italia de Mussolini, objetivo perseguido, en esencia, por la “Guardia de Hierro”[1].

La presencia de los legionarios rumanos en el campo franquista no debe admirar a nadie. “Quienes se parecen se juntan”, dice un viejo refrán rumano[2]. Cebados en la ideología del matonismo y el crimen, los fascistas rumanos no podían estar más que con los franquistas y los fascistas alemanes e italianos, a quienes les unía el odio común a todo lo que fuera progreso de la humanidad.

En realidad, para poder apreciar en su justo valor la “expedición” de los legionarios rumanos a España, sobre la que la prensa legionaria y los apologetas del fascismo levantaron tanta polvareda en su momento, deben hacerse algunas precisiones. El número de los legionarios rumanos que fueron a España alcanzó un total de… 7. Durante un periodo bastante largo (aproximadamente la mitad del tiempo que estuvieron en España), el grupo se dedicó a hacer visitas oficiales, participar en desfiles, banquetes, etc. Cuando, por fin, los legionarios fueron al frente y vieron que la lucha contra los republicanos no era la marcha triunfal que se habían imaginado, el pánico se apoderó de ellos.

“Aquí, en Majadahonda –escribe Luigi Longo- se encontraron frente a frente los voluntarios antifascistas rumanos con el grupo de mercenarios fascistas enviado por la red fascista llamada “la Guardia de Hierro” y fue aquí donde encontraron la muerte, una muerte sin gloria, los dos fascistas rumanos Moţa y Marin.”[3]

Reacios a compartir la suerte de Moţa y Marin, caídos en Majadahonda el 13 de enero de 1937, los que quedaban con vida escribieron al “capitán”[4] pidiéndole que los llevaran de vuelta a Rumanía lo antes posible, olvidando que cuando se alistaron en el tercio habían declarado que lucharían hasta la victoria final. Al segundo mes de su llegada a España, el grupo de legionarios regresó a casa. Frente a la tenacidad con que luchaban las organizaciones progresistas, consideraron que lo más prudente era poner fin cuanto antes a su pretenciosa y ridícula “cruzada” contra el comunismo.

La repatriación y entierro de los dos legionarios fallecidos en España durante un bombardeo de artillería se transformó en motivo de la más increíble demagogia y sirvió para escenificar los objetivos politiqueros más triviales.

La verdad, los sentimientos reales de las masas trabajadoras, de las fuerzas progresistas de nuestro país tuvieron expresión en ese mismo periodo (en julio de 1938) en el documento del Partido Comunista Rumano que sigue a continuación (titulado “En España se decide el destino de la paz y la libertad”), de cuyo contenido nos permitimos citar algunas líneas reveladoras: “No les acompañó en la partida –a los voluntarios comunistas y patriotas rumanos, como se señalaba en este documento- la algarabía propagandística que tuvieron de su lado los pocos legionarios que estuvieron en España. Céntimo a céntimo, los amigos de la paz y de la democracia consiguieron reunir la cantidad necesaria para enviar a los voluntarios. Hubo que hacer frente a decenas de trabas y escollos para que los voluntarios rumanos pudieran llegar a España (…)” Y algo más adelante recalcaba dicho documento: “Muchos de ellos cayeron en el campo de batalla muertos por obuses alemanes o bombas italianas. En su entierro no hubo ni cientos de curas, ni música, ni coronas. Sus tumbas están perdidas en algún lugar entre las peñas de Guadarrama o por las llanuras de Cataluña. Pero sus nombres no morirán. Pasarán los años. Individuos como Moţa o Marin permanecerán en el recuerdo de las gentes como unos descarriados, caídos por una causa enemiga de su pueblo y de su patria, enemiga del mundo y de la humanidad. Pero la memoria de los héroes de la guerra en defensa de la República española permanecerá imborrable como recuerdo de unos luchadores por la libertad de España y de su propio país, por el bien y la paz del mundo entero.”

La historia ha confirmado y confirma cada vez más firmemente esta visión. Los comunistas y patriotas rumanos lucharon en España animados por la convicción, que brota del más ardiente patriotismo, de que servían así, directamente, a la causa de su propio pueblo; de que con su propio sacrificio defendían la libertad del pueblo rumano, la integridad territorial de la patria, la independencia y la soberanía nacional de Rumanía, amenazadas entonces por el hitlerismo alemán y el régimen fascista húngaro de Horthy.

EN EL FRENTE DEL RÍO JARAMA

La segunda mitad del mes de enero fue para los luchadores de las Brigadas Internacionales un periodo de reposo bienvenido y bien merecido tras los combates extenuantes que habían tenido lugar en la Ciudad Universitaria y la Casa de Campo, en Las Rozas y Majadahonda. Esos días se emplearon en recomponer y reorganizar. Las dos primeras brigadas internacionales, cuyos efectivos habían quedado reducidos a un tercio, debían completarse. Se organizaron unidades nuevas; se pusieron las bases de una colaboración más estrecha entre las unidades españolas y las internacionales.

Restos de un nido de ametralladora en el frente del Jarama
(Foto de Un vallekano en Rumanía)
Fuimos a Murcia. La ciudad y sus alrededores parecían un oasis pintoresco, rodeado de una tierra seca como la piedra. Cientos de años atrás se había creado allí un sistema de riego alimentado por el río Segura y ahora las filas rectas y altas de palmeras, las higueras y los imponentes cipreses cautivaban la vista. Para los voluntarios rumanos que habían pertenecido hasta entonces a la XI brigada fue un periodo de emociones y preparativos intensos: concluyó la organización del batallón rumano de artillería, cuya creación se había decidido, como hemos visto, en diciembre de 1936. La colaboración con Carré y Arbousset se desarrolló en un espíritu de absoluto entendimiento. Distribuimos a los hombres, comenzamos su instrucción y nos desvivimos por obtener armas. El simpático Zdeněk Přibyl, a quien ya he mencionado, nos puso un mote: “Los tres mosqueteros”, nos dio a cada uno los papeles de Athos, Porthos y Aramis, y se reservó para él el de d’Artagnan. Hans Kahle, el comandante de la XI brigada, y Ludwig Renn, el jefe de su estado mayor, estuvieron en permanente contacto con nosotros y nos ayudaron a resolver problemas complicados y de lo más diverso. En condiciones excepcionales todos los recursos se aprovecharon al máximo: en poco tiempo la unidad estuvo en pie y en los primeros días de febrero, cuando fuimos enviados al frente del Jarama, ya estábamos en condiciones de cumplir debidamente las misiones de combate que se nos habían encomendado, a pesar de las deficiencias en lo tocante a armamento y munición.

A un gran número de voluntarios rumanos –soldados de infantería- que habían llegado a lo largo del mes de enero, se les destinó a una nueva brigada internacional, la XV brigada, que se formó por entonces. En el seno del batallón “Lincoln” de esta brigada se encuadraron los luchadores americanos y canadienses; los franco-belgas constituyeron el batallón “6 de febrero”; y todos los que venían de los países balcánicos (rumanos, yugoslavos, búlgaros, albaneses, griegos) fueron agrupados en Mahora para formar el batallón “Dimitrov”, en el que se hablaban más de doce lenguas.

Entre los miembros de las Brigadas Internacionales y de los luchadores españoles, los comisarios políticos desarrollaban una intensa actividad. El principal objetivo que se perseguía con el trabajo político era aumentar la capacidad de lucha de las unidades republicanas, toda vez que se acercaba la hora de las grandes batallas.

En realidad, el estado mayor republicano preparaba una operación de envergadura con el objetivo de envolver a las fuerzas enemigas del sudoeste y sur de la capital y empujar el frente más allá de Brunete.

Al mismo tiempo, los fascistas estaban ocupados en febriles preparativos: disponían, para la ofensiva que estaban planeando, de más de 30.000 hombres, de artillería alemana, de tanques italianos, de bombarderos y cazas. A partir de ese momento, Franco iba a tratar de dar un gran golpe en el frente del río Jarama que le asegurara la conquista de la capital. Allí tuvo su inicio en febrero de 1937 una de las mayores y más sangrientas batallas por la defensa de Madrid. De acuerdo con el plan elaborado por un estado mayor alemán, las fuerzas fascistas debían cortar la carretera Madrid-Valencia y conquistar de este modo las posiciones que permitieran completar el cerco de Madrid.

El 6 de febrero los fascistas desencadenaron una poderosa ofensiva, incluso en el sector en que debía tener lugar el ataque de los republicanos, privándoles a éstos de la iniciativa. Los fascistas atacaron por tres direcciones y rompieron toda la línea del frente. No obstante, los republicanos, aprovechando los preparativos que habían realizado con vistas a la ofensiva, concentraron rápidamente tropas para detener al enemigo.

Durante 3 días, unas cuantas brigadas republicanas hicieron frente a ataques encarnizados al oeste del río Jarama, que los fascistas lograron cruzar el 8 de febrero. En ese momento, los fascistas trataron de desplazar sus fuerzas en dirección a Arganda y Morata de Tajuña. Desde allí pretendieron efectuar un movimiento envolvente más amplio para cortar todas las comunicaciones de la capital con el este del país.

El 11 de febrero los fascistas atacaron por sorpresa y aniquilaron una compañía del batallón franco-belga que custodiaba el puente del Pindoque, ocupándolo. Por la brecha que acababan de abrir atravesaron rápidamente cinco batallones enemigos apoyados por tanques. La posición que ocuparon se encontraba a 3 ó 4 kilómetros del puente de Arganda, punto extremadamente importante que defendía la XII brigada. Pero otro sector de gran importancia –los cerros situados frente al puente del Pindoque y la localidad de Morata de Tajuña- había quedado al descubierto. Hacia allí se dirigieron las fuerzas de la XI brigada y allí también entró en combate, en el curso de la batalla del Jarama, el 12 de febrero en concreto, el batallón rumano de artillería, en apoyo inicialmente del batallón “Edgar André” de la XI brigada.

Fue el momento en que la batalla alcanzó su mayor intensidad. En el frente, además de las fuerzas españolas, dirigidas por Modesto y Líster, y de las brigadas internacionales que he mencionado más arriba, participaron otras dos brigadas internacionales, la XIV y la XV. Al final de la batalla, en el frente se encontraban doce brigadas republicanas, de las que cuatro eran internacionales.

Ambas partes emplearon, por lo tanto, numerosos efectivos en la batalla. También fue mucho más abundante que hasta entonces el material de guerra utilizado. Los combates fueron sumamente violentos.

Al final del día 12 de febrero, los fascistas estaban cerca de Arganda y Morata de Tajuña. Habían concentrado allí en el transcurso de la noche 15.000 hombres, 80 cañones y 50 tanques, con miras a la operación que estaban preparando. La relación de fuerzas era de 3 a 1 a favor de los rebeldes.

Las fuerzas republicanas –españoles y voluntarios internacionales- dieron muestras desde ese momento de un valor excepcional, de un elevado heroísmo, de un sublime espíritu de sacrificio, solidaridad y camaradería. Era evidente que los luchadores republicanos habían aprendido mucho en las batallas anteriores. Y para quienes entraban por primera vez en combate, el entusiasmo y la conciencia de lo justo de la causa que defendían hacían las veces de la experiencia. Durante días los luchadores permanecieron en vela: de día, atentos al más mínimo movimiento del enemigo, que no les dejaba un instante de reposo; por las noches, cavando trincheras o reforzando nuevas posiciones. A pesar de la tortura de la sed y del hambre –el aprovisionamiento se hacía entre grandes dificultades-, lucharon con idéntica determinación. Ante la tenaz resistencia, los fascistas se mostraron impotentes. Tras diez días de intensos combates, los republicanos pasaron de la defensa al contraataque. A los doce días de la ruptura de hostilidades por parte de los fascistas, éstos se encontraban prácticamente en la línea que habían ocupado el primer día.

Manuel Aznar, apologeta de la guerra que los fascistas provocaron en España, al hablar de la batalla del Jarama, se ve obligado a reconocer que “(…) fue necesario renunciar a progresos más profundos, así como a la conquista de determinados pueblos (Arganda, Morata de Tajuña)”[5]. Y renunciaron porque no les quedó otra salida; las fuerzas republicanas les obligaron a ello. Para ganar unos cuantos kilómetros de terreno, las unidades fascistas y los marroquíes perdieron una cantidad considerable de sus efectivos. Los franquistas no alcanzaron los objetivos que perseguían. No llegaron a Alcalá de Henares, no lograron ocupar siquiera un día Arganda ni Morata de Tajuña, aunque cacarearon a los cuatro vientos la noticia de que las habían conquistado. La tercera ofensiva contra Madrid había terminado con un vergonzante fracaso para los fascistas.

En la historia de la guerra por la libertad, los luchadores españoles y los brigadistas internacionales escribieron con la batalla del Jarama una nueva página de gloria.

Para el pueblo rumano, el heroísmo con que lucharon sus voluntarios en aquella gran batalla constituye un motivo de orgullo. El batallón rumano de artillería, que entró por vez primera en combate en un momento en que los enfrentamientos habían alcanzado su mayor intensidad y con la tarea de actuar en un sector difícil y de gran importancia, cumplió con honor su misión. “En los combates del Jarama se distinguió el grupo (batallón) rumano de artillería, que apoyó brillantemente los esfuerzos de nuestra infantería, provocando pérdidas materiales y de efectivos al enemigo”[6] –escribe Luigi Longo.

Me referiré aún a algunos hechos de armas llevados a cabo por el batallón rumano de artillería en el curso de la batalla del Jarama…

Era el 14 de febrero. Los fascistas habían desencadenado uno de los ataques más furibundos desde el inicio de la ofensiva del Jarama. Atacaban en dirección a Morata de Tajuña; habían conseguido aproximarse a la carretera Chinchón-puente de Arganda. El batallón rumano de artillería no se encontraba lejos de aquella carretera, en las cercanías del pueblo de Arganda.

Las unidades de la XI brigada hacían frente a duras penas a las fuerzas enemigas. Algunas unidades se habían visto obligadas a retirarse y existía el peligro de que por la brecha que se había creado penetrasen las unidades motorizadas de los fascistas, que ampliaran la brecha y cortaran la carretera Morata de Tajuña-Arganda, por donde se producía la circulación rodada hacia Madrid.

En esa situación se ordenó la entrada en combate del batallón rumano de artillería. Se decidió que las baterías del batallón rumano disparasen simultáneamente para crear una poderosa barrera de fuego ante las tropas enemigas que avanzaban. Una vez se hubo regulado el tiro sobre un frente de casi un kilómetro, se dio la orden: “¡disparo rápido!” Los cañones del batallón hicieron un esfuerzo inconcebible para poder disparar al máximo ritmo que les permitía su antigüedad. Se llegó a los 30 ó 40 disparos por minuto, auténtico récord para las condiciones de uso de un armamento tan envejecido como el que, en general, tenía el batallón. Los cañones habían alcanzado tal temperatura que era imposible su manejo si no era con guantes. Las baterías y los cañones competían entre sí. Los proyectiles caían sobre el enemigo que avanzaba como una densa lluvia de fuego. Comenzó a faltar la munición. Fue un momento difícil, pero gracias a la buena organización y al buen funcionamiento del servicio de transportes del batallón y a la ayuda prestada por las unidades españolas, al grupo rumano le llegó a tiempo toda la munición necesaria.

La situación seguía siendo grave. En un momento dado, los franquistas desencadenaron un ataque furibundo con tropas de marroquíes y del tercio que lograron penetrar hasta nuestras líneas. La mayor presión hubo de soportarla el sector cubierto por el “Edgar André”, otro batallón de la XI brigada y nuestro grupo de artillería. Había que actuar a toda prisa.

Abandoné el punto de observación del grupo y me encaminé a paso ligero hacia un punto de observación más avanzado –en realidad un inmenso socavón- donde encontré a los comandantes de los dos batallones, el alemán Gustav Szinda y el húngaro Szalvay Mihály. Estaban reunidos para coordinar sus fuerzas y cubrir la totalidad del frente de ambas unidades. Nos consultamos sobre las medidas que había que adoptar. Analizamos la situación y nos dimos cuenta de que había que hacer algo y rápido para impedir que el enemigo penetrara aún con mayor profundidad.

-Deberíamos –dijo Szalvay- crear una barrera de fuego sobre nuestra mismísima primera línea, por donde se siguen colando los fascistas. ¿Podríais hacerlo? En mi opinión es absolutamente necesario.

-Es una operación muy difícil; a la menor imprecisión podríamos golpear a los nuestros. Pero creo que realmente es la única solución –corroboró Gustav Szinda.

Las baterías del batallón recibieron la orden de batir nuestra primera línea; la orden se ejecutó y obtuvimos el resultado esperado. En opinión de todo el mundo, la medida contribuyó a restablecer la situación en el sector que cubríamos.
El Alto de El Pingarrón, uno de los puntos calientes de la Batalla del Jarama
(Foto de Un Vallekano en Rumanía)

Más tarde, reflexionando sobre aquellos acontecimientos, llegué a la conclusión de que se dan situación en que se puede resistir incluso bajo el fuego de la propia artillería. (Aquella “experiencia” me templó en cierta medida. Me ayudó a soportar mejor otras pruebas de este tipo más tarde.)

Los violentos combates se desarrollaban sobre todo el frente. El enfrentamiento se prolongó durante horas, pero con resultados beneficiosos para las fuerzas republicanas. La cortina de fuego de la artillería hizo grandes pérdidas entre las tropas fascistas y provocó que en diferentes puntos el avance del enemigo se detuviera. Hacia las 4 de la tarde el ataque fascista se detuvo en todo el sector. Importante fue también el papel de la aviación republicana: cuando las tropas fascistas comenzaron a dar muestras de indecisión ante la cortina de fuego de la artillería, bombardeó intensamente las posiciones enemigas, contribuyendo a detener el ataque.

La segunda fase de este combate comenzó alrededor de las 5. Desde ese momento, las fuerzas republicanas pasaron a un ataque coordinado de la infantería y la artillería con el objetivo de rechazar a las tropas fascistas más allá de la carretera Chinchón-puente de Arganda, que el enemigo había conseguido alcanzar por la mañana. En el ataque lanzado por la IX brigada, participó nuevamente todo el grupo rumano, contribuyendo a restablecer las líneas republicanas el 14 de febrero.

Los días 15 y 16 de febrero, los fascistas continuaron los ataques en dirección a Morata de Tajuña y el puente de Arganda.

La reorganización de las unidades armadas republicanas, que tuvo lugar en la noche del 15 de febrero y de resultas de la cual la IX brigada junto con la XV brigada internacional y con las brigadas españolas XVI y XXIV entró en la división B, planteaba nuevas y complicadas tareas al batallón rumano de artillería.

Había que defender a toda costa el puente de Arganda cuya ocupación por el enemigo habría representado un peligro directo para Madrid. Ahora bien, la conquista de ese puente era el objetivo del poderoso ataque que preparaban los fascistas para el día 15 de febrero.

En previsión de esta ofensiva, a propuesta del batallón de artillería rumano, la comandancia del sector acordó, de modo completamente inusitado y en contra de las normas tácticas, que la artillería abriera fuego a discreción durante la noche contra las posiciones y concentraciones de las tropas fascistas. Muchos dudaban de la eficacia de una operación semejante, en la idea de que representaría un gasto inútil de munición que, en todo caso, era bastante escasa. Otros consideraban que, de esa manera, existiría el peligro de que el enemigo localizara más fácilmente las posiciones de las baterías del grupo y las destruyera, algo que había que evitar tanto más cuanto que los fascistas disponían de una artillería mucho más poderosa que los republicanos.

Los motivos en favor de esta medida eran, no obstante, de mucho peso. Con ella se pretendía, en primer lugar, que los fascistas no tuvieran una noche tranquila antes del ataque que preparaban: se trataba de que estuvieran en vela, nerviosos, en estado de alarma permanente. En segundo lugar, había que hacer creer a los fascistas que los republicanos, a su vez, preparaban una acción, poniéndoles de ese modo en aprietos y forzándoles a cambiar de planes.

En cuanto al peligro de que localizaran las posiciones de nuestras baterías, se podía evitar, como así fue, desplazándolas en el curso mismo de la noche.

Por la noche, ya tarde, llegó del mando del frente la orden de que, durante la noche, se abriera fuego a discreción sobre las posiciones enemigas, cuyas coordenadas habían establecido a lo largo de la jornada del 14 los oficiales de observación del grupo rumano y los exploradores del batallón “Edgar André”.

En aquella ocasión nos dimos cuenta del mucho provecho que podíamos sacar del talento de Přibyl. El pintor checo elaboró un mapa panorámico que nos resultó de suma utilidad. No era el mapa perfecto de un diplomado de la Academia Militar, pero cualquiera se podía orientar siguiéndolo y al cotejarlo demostró ser rigurosamente exacto. Přibyl se encontraba en su puesto de observación e instruía a un observador de reserva. Le oía como le decía:

-Nunca comuniques nada más que lo que veas con claridad. Un observador histérico pone en movimiento a toda una batería por un quítame esas pajas de nada y nosotros no tenemos munición que malgastar.

Me vio y detuvo al punto sus instrucciones.

-¿Tú aquí? ¿Sin camuflar y a 300 metros de las trincheras enemigas como un gallo encaramado en la torre de una iglesia? Debo estar aquí 14 horas seguidas así que hazme el favor de lárgate, ¿o es quieres destruirme el puesto de observación?

Su “puesto de observación” era lisa y llanamente un socavón de un metro de ancho por dos de largo a los pies de un olivo aislado. Lo dejé para que se siguiera ocupando de sus tareas junto con el operador del puesto.

La orden de abrir fuego estaba señalada para la 1 de la madrugada. Y a la 1 en punto todo el frente recibió la sacudida de los disparos del batallón rumano. Aturdidos por el sueño, sorprendidos, los hombres se preguntaban qué ocurría. La operación se repitió dos veces más: a las 2 menos cuarto y a las dos y media.

Los soldados republicanos de la primera línea pudieron observar, a la luz de las explosiones de los proyectiles, el pánico que produjo entre las tropas fascistas el bombardeo de nuestra artillería. A su vez, los prisioneros hechos al día siguiente, cuando fue rechazado el ataque fascista, reconocieron que el fuego de artillería de aquella noche dejó desconcertado a su mando, que no pudo entender las intenciones del republicano, y también, en cierta medida, a las tropas que iban a entrar en combate. Asimismo contaban que el fuego había provocado graves pérdidas materiales y humanas a los fascistas.

En el curso del ataque fascista del día 15 de febrero, ataque de una singular violencia, los artilleros del batallón rumano vivieron de nuevo horas difíciles. Pero lucharon con gran arrojo. Se percibía en ellos la tensión a flor de piel…

Una batería enemiga nos dio mucho trabajo. Los observadores no habían logrado descubrirla. Consiguieron dar con ella los “muchachos” del estado mayor con ayuda de los mapas. Enfocamos nuestros prismáticos hacia ese punto y vimos cuatro cañones en plena acción. Arbousset se fue de inmediato a uno de nuestros cañones; Thonet, subteniente belga, a otro; verificaron los instrumentos de puntería y dieron órdenes a los servidores.

Disparamos una descarga, pero no vimos nada. Otra, con el mismo resultado. Comunicamos con nuestros observadores y descubrimos que el enemigo había instalado sus cañones exactamente igual que nosotros. Detrás de su batería había una depresión en el terreno y por ello no se llegaban a entrever las explosiones de nuestros obuses.

Acortamos el tiro. Las explosiones se producían ya dentro del campo visual. El tercer disparo dio en el blanco de lleno. Disparó toda la batería. Lleno de entusiasmo, Nicolae Cristea, por entonces servidor del cañón, punteaba cada disparo con una palabra de la consigna de lucha del pueblo español: ¡paz!, ¡pan!, ¡libertad!

Arbousset presa de un estado que la batería llamaba furia francesa, ordenó:

-Tir à volonté![7]

Que para los franceses significa el tipo de tiro más rápido. Unos cuantos minutos de cañoneo infernal y las piezas de los rebeldes fueron aniquiladas. Arbousset volvió a su puesto y dijo:

-Si hace falta, les enviamos 2 ó 3 descargas más. Aunque creo que hemos acabado con ellos.

Una media hora después se observó un movimiento en la posición enemiga.

-¡Tres descargas seguidas!

Los artilleros ejecutaron con presteza la orden y barrieron con sus proyectiles las posiciones enemigas. Tras un cañoneo de media hora, los observadores anunciaron:

-Ni un ratón ha quedado vivo…

Pero la relajación duró poco. En un momento del ataque, en el frente aparecieron inesperadamente 16 tanques fascistas. Existía el peligro de que las líneas republicanas se rompieran, peligro tanto mayor cuanto en los sectores próximos los fascistas habían introducido un gran número de tanques. Sin embargo, gracias a la presteza con que fueron ejecutadas las órdenes del puesto de observación del grupo rumano de artillería, gracias a la operatividad de todos los artilleros, a su entusiasmo y espíritu de sacrificio, comenzó una auténtica cacería de tanques fascistas.

El resultado de esa “cacería”, en la que se dispararon cientos de obuses, fue que 5 tanques fascistas quedaron fuera de combate. Algunos, en el campo de batalla atravesados por los proyectiles, otros, envueltos en llamas. El efecto psicológico fue enorme. El resto de tanques se dio media vuelta y abandonó el campo de batalla. Fue un punto de inflexión en el desarrollo de los combates: la infantería de la XI brigada pasó al contraataque y recuperó las posiciones perdidas en el transcurso de la jornada.

A la noche, cuando el frente quedó en calma, nos reunimos para la cena. Estábamos en un estado de sobrexcitación nerviosa y discutíamos animosos los acontecimientos del día, contentos por los resultados obtenidos. Era también la ocasión de puntualizar algunas cosas. Uno de los nuestros le dijo a Arbousset aludiendo a una acción que había llevado a cabo:
Ilustracíon sobre la Guerra Civil española de la revista rumana
Vremea, 24 de enero de 1937

-Pues con todo, que sepas que fuiste demasiado temerario y la cosa podía haber salido mal.

-Podía, pero salió bien. Incluso muy bien. Mi lema, como el de Napoleón es “el que nada arriesga, nada gana”.

-Vale, pero –le respondieron- con hombres con tan poca preparación como los nuestros el riesgo era doble.

-Amigo, también Napoleón decía que “no hay malos soldados, sólo hay malos oficiales”. ¿Espero que no estés insinuando que me encuentro entre estos últimos?

Carré nos guiñó el ojo. La costumbre de Arbousset de citar al emperador era una de los blancos de las pullas amistosas de Gaston, que tenía una lengua afilada. Aquella vez, no obstante, le dejó en paz, pues otra cosa le preocupaba.

-Deja al emperador que descanse en paz. Mejor sería que honráramos su memoria bebiendo un vasito del famoso coñac que lleva su nombre. Tengo unas ganas locas de echar un trago...

-No tienes mal gusto; yo me conformaría con uno de menos campanillas.

-¿Qué te crees, que yo no? –dijo Gaston rebajando de inmediato sus pretensiones-. Pero no tenemos ni gota. En cuanto pueda convierto todo mi dinero en coñac.

-¿Y yo qué puedo hacer? –se lamentó Thonet-, que por no tener no tengo ni dinero.

-¿De veras, ingenierillo? –le tomó el pelo Carré-. Pero, ¿de qué me sorprendo? En Francia se decía en tiempos que un ingeniero era quien hacía con un franco lo que hacía el prójimo con dos; hoy los jóvenes ingenieros hacen con dos francos los que hacen los obreros con uno...

Thonet no se enfadó. A la primera ocasión que tuvo se tomó la revancha. Y además sabía que, aunque los muchachos le echaban en cara que se anduviera con remilgos, en el trabajo apreciaban su saber, puesto que realmente nos era de mucha utilidad.

-Pues Gaston, –intervino también Přibyl- no estarás tan muerto de sed si te quedan ganas de bromear.

-Sí, porque en primer lugar estoy muerto de cansancio. Venga, muchachos, intentemos dormir algunas horas, si nos dejan, que precisamente mañana vamos a tener un buen baile.

***




[1] Rama paramilitar de la Legión de San Miguel Arcángel, formación fascista rumana creada en 1927 por Corneliu Zelea Codreanu, también conocida como Movimiento Legionario. [N. de los t.]
[2] Traducción literal del proverbio rumano cuyo equivalente español sería “Dios los cría y ellos se juntan”. [N. de los t.]
[3] Retraducción a partir del rumano. [N. de los t.]
[4] Corneliu Zelea Codreanu. [N. de los t.]
[5] Manuel Aznar, Historia militar de la guerra de España (1936-1939). [N. del A.]
Manuel Aznar Zubigaray fue abuelo paterno José María Aznar López, ex presidente del gobierno español. [N. de los t.]
[6] Retraducción a partir del rumano. [N. de los t.]
[7] “¡Fuego a discreción!”. En francés en el original.  [N. de los t.]



COLECTIVO VALAKIA ROJA (VKR)

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