Una fábrica destruida por el capitalismo en Rumania, ilustración del típico paisaje industral del país, cada vez más habitual desde el golpe de estado de 1989 hasta la actualidad. |
El fenómeno de la emigración masiva empezó en Rumanía tras la contrarrevolución de diciembre de 1989, y la aplicación de la terapia de choque capitalista, metódico plan de destrucción de la poderosa industria socialista rumana, que provocó la eliminación de más de cuatro millones de puestos de trabajo (la mitad de los que existían en diciembre del 89). Sin embargo, la adhesión a la U.E. en 2007 aceleró el ilustrativo "sálvese quien pueda" capitalista al abrirse las fronteras del resto de los estados miembros.
Así que desde 2000 a 2015 el número de huidos del país por motivos económicos ha ido creciendo una media de un 7,3% anual, siendo superada solo por Siria (con un 13%). Así que Rumania se convierte así en el país con mayor porcentaje de emigración sin que esta sea provocada por una guerra abierta ¿aunque, acaso el capitalismo salvaje es otra cosa que una violenta guerra de la clase parásita capitalista contra la clase trabajadora?
En relación a su población total, la diáspora rumana representa casi el 20%, el mayor porcentaje de la U.E., seguido de lejos por Polonia, otro país sometido a la barbarie de la apisonadora capitalista (con un 11%), ambos muy por encima de otros países tradicionalmente considerados como migrantes, como India, el país con más ciudadanos repartidos por el planeta, con 14,1 millones de personas (aunque solo el 4% porcentulmente con respecto a su población total).
Por supuesto, la emigración de los nuevos países colonizados en los noventa, los antiguos países socialistas, no es arbitraria, sino que está fomentada por las potencias colonizadoras (y las multinacionales que las dirigen) en un doble sentido: en primer lugar, se destruye la industria y agricultura nacional, muy desarrolladas en los países socialistas, para abrir sin la competencia de los productos locales el mercado interior a los productos de las corporaciones extranjeras; además de este evidente beneficio económico, con ello se consigue también una gran masa de mano de obra barata, cuyo gasto formativo corrió por parte de los estados ahora destruidos, dispuesta a producir en condiciones cercanas a veces a la esclavitud para la clase capitalista del país anfitrión.
De hecho, y para ilustrar el perjuicio económico para los países del este y el evidente beneficio para los que los destruyeron y saquearon, según la Dirección de Estadística del Banco Nacional de Rumania, el Producto Interior Bruto de 2014 habría sido 50.000 millones de euros mayor si los rumanos emigrados y que trabajan en el exterior (especialmente en España e Italia, pero también en Alemania, Francia, Inglaterra o, últimamente, Dubai o Qatar), lo hicieran en su país en los mismos sectores en los que producen riqueza más allá de la frontera (sectores que, sin embargo, fueron cuidadosamente destruidos o neutralizados tras el golpe de estado del 89). Un negocio redondo, en conclusión, salvo para la gran perjudicada en cualquier régimen capitalista: la clase trabajadora, en este caso la rumana.
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