El presidente de EE.UU. visitó Hiroshima, el lugar donde su país lanzara por primera vez, poco depués lo haría una segunda en Nagasaki, una bomba nuclear contra una ciudad habitada. Obama, mientras fingía estar entristecido por los miles de muertos causados por su ejército, cuando el ejército japonés estaba a derrotado, afirmó que "hace 71 años la muerte cayó del cielo", convirtiendo la activa matanza ordenada desde la Casa Blanca en un tipo de catastrofe natural que sucedió involuntariamente.
Al contrario, la masacre, por la que todavía no han pedido perdón los asesinos, y por la que nadie fue juzgado por un Tribunal contra Crímenes de Guerra, fue muy consciente y bien diseñada: se trataba de cargarse a unos cuantos japoneses, que fueron los principales enemigos de EEUU en la guerra (ya sabemos que los nazis fueron el estilete contra los que la clase capitalista mundial intentaron derribar las puertas de la Unión Soviética para destruirla, casi unos aliados), para asustar al Ejército Rojo, entonces ya a las puertas de empezar la invasión de Japón y, todavía, sin estar en posición de la bomba atómica.
Obama ha dejado claro también que "No iba a pedir perdón", sino que, como se ve en su afirmación de que la bomba prácticamente cayó sola del cielo, no tiene ninguna intención de dejar de llenar la lista de víctimas civiles de los crímenes de guerra de EEUU desde la Segunda Guerra Mundial.
En realidad, los EE.UU. no lanzan bombas atómicas por doquier porque no pueden, no por falta de ganas e intención. La propia prensa militar norteamericana reconocía en 1973, en un texto citado por Roque Dalton en su Un libro rojo para Lenin, que debían haberlo hecho también contra otros paises como Rusia o China cuando estos todavía no podían responder. Ni el gobierno ni el ejército yankee, ni las multinacionales que los dirigen, se arrepienten de nada, salvo de los excesivos sentimientos humanitarios que evitaron hacerlo, y estarían encantados de que la cuenta de víctimas de la bomba nuclear no se hubiera saldado con Hiroshima y Nagasaki:
" En la larga vida del occidente cristiano hemos llegado a una etapa en
que democracia y libertad se funden en un modo de vida a defender e imponer. Su expresión más
perfecta, aún en desarrollo, es el modo de vida norteamericano.La consolidación del comunismo
como potencia mundial en Rusia, China y otros países no cambia ese propósito, pero sí, y muy
profundamente, el ritmo de la guerra total y sus énfasis sucesivos. Y, asimismo, su duración en el
tiempo. En el fondo es el precio a pagar por los arraigados sentimientos humanistas de nuestra
sociedad, que impidieron usar el arma atómica contra el mundo comunista en la oportunidad en que
éramos los únicos en el planeta que la teníamos" (Materiales textuales de la prensa militar
norteamericana, 1973, citados en Un libro Rojo para Lenin, de Roque Dalton).
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