En Hungria, el recuerdo del asesino Miklos Horthy, que dirigió el país tras la derrota de la República de los Consejos, la primera y única república soviética en Europa fuera de la Unión Soviética, en 1917, y que no dudaría en aliarse con Hitler y colaborar con él en todos sus crímenes, desde la deportación de judios, comunistas, o gitanos hacia los campos de concentración y exterminio alemanes, hasta en el principal objetivo de todos los fascismos: el ataque a la URSS para conseguir, derrotando al pais de los trabajadores, lo mismo que se ha conseguido tras su caida en los años 90: dejar a la clase trabajadora desprotegida y a expensas de las ambiciones de la clase capitalista.
Horthy sería uno de los pocos criminales fascistas que se librarían de condena alguna tras la Segunda Guerra Mundial, junto a Franco. Testificó en los juicios de Nueremberg, pero a pesar de su complicidad en el genocidio, no fue imputado y murió en el exilio, tranquilamente en Portugal, en 1957.
Jobbik, el partido de ultraderecha hungaro, cuenta actualmente con 45 de los 386 escaños del Parlamento, controlado por mayoría absoluta por el partido del Gobierno, Fidesz, pero los sondeos auguran un importante descenso del apoyo al centro-derecha y un ascenso de la extrema derecha. Por supuesto que el partido del poder ha criticado de boquilla el acto de erigir un busto de Horthy en Budapest, pero no ha hecho nada para evitarlo pues, como sabemos, el fascismo y el capitalismo son,
Hitler diciendole a Antonescu, como hacia con Horthy, lo que tenía que hacer |
El acontecimiento de la inauguración del busto a Horthy no es anecdótico, y ocurre tras dos décadas de euforia capitalista que, como sabemos, hace que los grandes delincuentes económicos estén desmelénándose y recuperando todos los derechos y conquistas que se vieron obligados a ceder por la presión soviética o fueron conquistadas por las luchas obreras. Y el fascismo no es más que la euforia, producida tanto por miedo como por la sensación de impunidad, del capitalismo.
De hecho en Rumania la figura de otro gran criminal, Antonescu, está cada vez mejor valorada por los medios de propaganda y la clase política, y de hecho el presidente del pais, Basescu, ha llegado a aplaudir que el genocida rumano se pusiera al servicio de Hitler para atacar al a Unión Sovietica e invadir la entonces República Soviética de Moldavia (además de deportar a miles de judios y perseguir a gitanos, comunistas y a todo el que se opusiera a los intereses del gran capital rumano -por cierto, como ahora, entonces mayoritariamente en manos de empresas extranjeras). De hecho, también existe una corriente para que el rey que nombró a Antonescu como primer ministro, Mihai I, que hoy tiene 90 años, vuelva a recuperar su trono.
Que Horthy renazca en Hungria, como que Antonescu haga lo propio en Rumania, es simplemente la consecuencia de que corren malos tiempos para la clase trabajadora europea, y muy buenos para los grandes criminales que, como la época de los dos sanguinarios genocidas, hoy imponen su dictadura con absoluta impunidad.
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