Seguimos con la publicacíon de nuestra traducción del libro de Valter Roman, miembro del grupo de rumanos que combatieron en España en las Brigadas Internacionales contra el fascismo, en el que se describe la participación de los comunistas de Rumania en la Guerra Civil española (1936-39).
Se puede acceder a los capítulos ya traducidos en los siguientes enlaces:
JUNTO A LA ESPAÑA REPUBLICANA
LA VANGUARDIA EN
ACCIÓN
El fuego desatado
por los generales falangistas en tierra española y avivado por el recio
vendaval procedente de Berlín y Roma amenazaba con extenderse al mundo entero.
Bajo la mirada, más que permisiva, de los gobiernos “demócratas” y
“nointervencionistas” de Francia, Gran Bretaña y EEUU, Hitler y Mussolini
enviaban contra la República española tropas armadas hasta los dientes, así
como modernísimos aviones, tanques y cañones. Había que levantar un dique ante
la marea negra del fascismo. Había que oponer a las fuerzas unidas del
oscurantismo y la reacción militarista las fuerzas internacionales unidas de la
paz y el progreso. Todos aquellos que amaban la vida, que apreciaban los
valores espirituales y materiales creados por la humanidad a lo largo de los
siglos, estaban llamados a ponerse en pie resueltamente contra la agresión
fascista.
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Desfile de las BB.II. en Albacete |
Los comunistas y
progresistas de todos lados, conscientes desde el primer momento del riesgo
mortal que se abatía sobre la España democrática, de la gravedad del peligro
que acechaba a todo el mundo, tomaron de inmediato las primeras medidas
prácticas de ayuda activa a la lucha del heroico pueblo español.
Desde el inicio
mismo de la guerra de España, el Partido Comunista Rumano (PCR) dio los
primeros pasos para movilizar a las masas en defensa de esta causa común. Bajo
su dirección, las fuerzas amantes del progreso de nuestro país, junto a los
elementos avanzados del mundo entero, aportaron su grano de arena al inmenso
movimiento de solidaridad con la causa justa del pueblo español contra las
fuerzas tenebrosas del fascismo.
En aquella época me
encontraba en Francia. Allí me pilló, como a muchos otros comunistas rumanos,
el llamamiento del partido a la solidaridad con la España republicana. Los
estrechos lazos que en todo momento mantuve con la patria, el conocimiento que
tenía de la lucha de los voluntarios rumanos en España, así como los materiales
de archivo que manejé tras mi vuelta a Rumanía, me sirvieron, en los años
posteriores a la guerra, para reconstruir, en sus elementos esenciales, la
actividad desarrollada en aquellos años por el partido, por los comunistas
rumanos, en la movilización activa y multilateral de las masas en apoyo de la
República española.
Eran tiempos duros.
Los fascistas rumanos, alentados por las cúpulas reaccionarias de la burguesía
y los terratenientes, y apoyados por los imperialistas extranjeros, organizaban
pogromos y quemas en plaza pública de libros y periódicos que mostraran el
menor atisbo de progresismo. Se preparaba el asalto para liquidar completamente
los pocos derechos políticos que aún existían. Sin embargo, el Partido
Comunista Rumano, a pesar de estar en la ilegalidad, organizó activamente la
lucha popular contra la ofensiva fascista. El partido levantó su voz de
protesta contra la rebelión falangista y la intervención de la Alemania de
Hitler y la Italia fascista, contra la política de “no injerencia” proclamada
por los gobernantes de Francia, Inglaterra, EEUU y otros Estados capitalistas, y
contra la complicidad del gobierno burgueso-terrateniente de nuestro país con
los fascistas españoles. Llamó a los trabajadores a emprender una lucha
decidida en ayuda del pueblo español.
Voy a esbozar,
siquiera sea muy resumidamente, la actividad solidaria desarrollada en Rumanía en
favor de la España republicana, ya que, como recordaba en el prefacio, dicha
actividad se encuentra ampliamente descrita en el libro Voluntarios rumanos en España. En esa obra están
publicados diversos documentos del Comité Central del PCR, así como artículos
aparecidos en diferentes órganos de prensa, legal e ilegal. Igualmente, se
incluyen en el mencionado volumen una serie de documentos de los órganos de la
seguridad del Estado burgueso-terrateniente, que desenmascaran la política de
los círculos gobernantes de antaño.
Ya en agosto de
1936, es decir, un mes después del inicio de la guerra de España, en el
manifiesto “Al pueblo trabajador rumano y a todas las nacionalidades oprimidas
de Rumanía”, el Comité Central del PCR decía lo siguiente: “Desde hace ya más
de un mes, ríos de sangre del heroico pueblo español se derraman en la guerra
civil provocada por los generales fascistas (…) ambiciosos y corruptos (…) que
han traicionado a la República, levantándose en armas contra el pueblo y
poniéndose al servicio de sus enemigos, tanto de dentro como de fuera de
España.
Detrás de estos
generales criminales se han concentrado todas las fuerzas
contrarrevolucionarias españolas e internacionales (…)
Los enemigos del
pueblo español no titubean a la hora de traicionar los intereses populares,
poniendo en almoneda las provincias de la República a cambio de la ayuda que
reciben del fascismo alemán e italiano (…)
¡Trabajadores,
campesinos, ciudadanos!
Los acontecimientos
que se suceden en España, la ayuda que prestan los fascistas alemanes,
italianos y portugueses, y los reaccionarios del mundo entero, incluida
Rumanía, a los sangrientos generales españoles, muestra una vez más que el
fascismo internacional es el enemigo mortal de los pueblos de todo el mundo
(...)
La ayuda prestada
por los fascistas alemanes, italianos y portugueses a los verdugos del pueblo
español constituye una amenaza y una provocación con miras al estallido de la
guerra mundial, que significará la aniquilación sangrienta de los pueblos
pequeños e indefensos, la liquidación de su independencia y la instauración de
la dictadura fascista.
El gobierno de Tătărăscu
y las fuerzas reaccionarias, con el rey
y su camarilla a la cabeza, apoyan la guerra contra el pueblo español (…)
Ciudadanos,
Levantándonos todos
como un solo hombre en ayuda y apoyo del pueblo español y de su gobierno legal,
el pueblo rumano lucha al mismo tiempo no sólo contra quienes le oprimen, sino
también por el trabajo, el pan, la tierra, la paz y la libertad.
La solidaridad
internacional y la ayuda material garantizarán, sin duda, el triunfo de la
lucha heroica del pueblo español, darán al traste con los planes del fascismo
internacional y constituirán un paso decisivo en la lucha por la paz (…)
Comité Central del
Partido Comunista de Rumanía”
En numerosas
ocasiones, el partido puso a las claras la unidad de intereses de los fascistas
españoles, alemanes, italianos y los círculos fascistas y reaccionarios de
nuestro país; mostró al pueblo que cada victoria del fascismo en España
significaba, al mismo tiempo, una batalla ganada por los fascistas en nuestra
tierra patria. En el artículo “En España se decide la suerte de la paz y la
libertad”, del folleto “España”, editado en julio de 1938 por el PCR y
consagrado a la lucha del pueblo español, se decía: “Todo el mundo –salvo los
que se han dejado cegar o seducir por el embeleco fascista y las baladronadas
de la prensa venal- ha sentido que sobre la tierra yerma de Aragón, en los
campos de Cataluña y a las puertas de Madrid se juega mucho más que la suerte
de un pueblo. Hemos oído los gritos de alegría de los enemigos de la democracia
y la paz tras cada una de las victorias de las tropas invasoras italo-germanas.
Hemos visto cómo crecía, tras cada victoria del fascismo en España, la insolencia
de quienes traman instaurar una tiranía fascista: los cortesanos de palacio, los
integrantes del frente de la Guardia de Hierro,
los miembros de los consejos de administración de los grandes bancos y
fábricas, y los moradores de las ricas mansiones señoriales. Hemos visto cómo
excitaban esas victorias las ansias de saqueo de quienes, en Berlín y Roma, codician
la tierra y la riqueza, y urden la guerra mundial.” [s.n.]
De igual modo, desveló
el partido comunista la odiosa complicidad de aquellos gobiernos que, so capa
de la “no intervención”, ayudaron a los fascistas a asfixiar a la República
española y a sojuzgar al pueblo español. El partido enseñó a las masas a ver
más allá de las simples apariencias y a descubrir la verdad en la intrincada
red de los acontecimientos: “La principal forma de ayuda política de los
gobiernos capitalistas no fascistas a Franco y a los intervencionistas
extranjeros es la no intervención, que coloca en plano de igualdad a los
rebeldes y al gobierno legal, emanado del parlamento; que levanta en torno a la
España republicana, aislándola, un muro de hierro que ampara el envío de
tropas, armas y aviones a dicho país por parte de Hitler y Mussolini, así como
el bombardeo de la población civil española desde barcos de guerra y aviones
alemanes e italianos. La no intervención es la defensa de la intervención. La
mascarada de la no intervención no es defensa de la paz, sino preparación de la
guerra.”
[s.n.]
Sin pausa, en la
prensa del partido, por medio de manifiestos, en el trabajo de agitación
llevado a cabo en las fábricas y en el campo, o por boca de intelectuales
progresistas, el partido señaló la necesidad de expresar, por todo tipo de
vías, la solidaridad de nuestro pueblo con la lucha justa del pueblo español.
Si hojeamos la colección de Scînteia
–por entonces un periódico ilegal- de los años
en que se libró la guerra de España –de 1936 a 1939-, nos encontramos
con el testimonio vivo de la actividad febril del partido en la organización de
la protesta enérgica de las masas contra la agresión y en apoyo de la España
republicana. No hay prácticamente un solo número de Scînteia en que no se abogue por la unidad de todas las fuerzas
internas honradas y patrióticas, necesaria para levantar un frente común que
detuviera el odioso crimen que se cometía contra la libertad de un pueblo. El
partido exhortó a las masas a convocar reuniones, mítines y manifestaciones de
simpatía y solidaridad con el heroico pueblo español; las llamó a manifestarse
ante las legaciones alemana e italiana para detener de forma inmediata la ayuda
que prestaban ambos países a los generales rebeldes. “El ímpetu de las masas
–señalaba el partido-, junto a los trabajadores y pueblos del mundo y los
gobiernos de los países grandes y pequeños, entre ellos el de Rumanía, es la
palanca con que debemos forzar la constitución de un frente que imponga civismo
al agresor (…)”. “Para acabar con el
sistema intervencionista, que mañana podría volverse contra nosotros (…),
creemos comités conjuntos con todas las organizaciones obreras y democráticas,
en ayuda y defensa del pueblo español.”
«¡Léelo y circúlalo!», se decía en la
ilegal Scînteia, en los manifiestos
del Partido Comunista Rumano o en minúsculos folletos. Lee y circula el
material en que estaba impresa la palabra del partido, difundiendo así sus
consignas y llamamientos, que sonaban cálidos y vibrantes. En ellos se señalaba
a las gentes honradas el deber sagrado que tenían para con el pueblo español. “Tenemos
una deuda con España. Unámonos, sin distinción de partidos, para prestarle
nuestra ayuda activa. En todas las reuniones sindicales y democráticas, en
todas nuestras manifestaciones, no nos olvidemos de los hermanos que sangran
(…)
Reunid como sea
todo el dinero que podáis para comprar siquiera sea un poco de la comida, ropa
y medicinas que necesitan, en pleno invierno, un pueblo masacrado diariamente
por las bombas y cientos de miles de refugiados, inválidos, huérfanos y viudas
de las zonas devastadas por los fascistas y aisladas por el bloqueo de la
llamada no intervención.”
“Luchemos todos los
demócratas para impedir que el gobierno rumano venda petróleo y cereales a
Franco, y contra el establecimiento de relaciones con el gobierno rebelde; y
que los estibadores portuarios se nieguen a cargar los buques con mercancías
para Franco.”
La palabra y el
llamamiento se convertían en acción. Nuestra clase obrera, que, bajo la
dirección de su partido revolucionario, había organizado en 1933 las heroicas
luchas de los ferroviarios y de los trabajadores del sector petrolífero, demostró
haber comprendido, también en aquella ocasión, las implicaciones políticas de
la situación, al acudir en apoyo del pueblo español.
Amplias capas de la
población manifestaron un vivo interés por la lucha de dicho pueblo. “De la
guerra mundial a esta parte –escribía Ilie Cristea en Cuvîntul liber de 1 de agosto de
1936- puede que ningún acontecimiento externo haya cautivado tanto la atención
del ciudadano rumano como la guerra civil española (…) Todo el mundo escucha con
expectante emoción las noticias por la radio o echa un vistazo a los periódicos
del día. Todo el mundo se ha aprendido la geografía española.” Ese interés y
simpatía se tradujeron en numerosos actos de solidaridad con la España
republicana.
Hojeemos de nuevo
la prensa del partido de aquel periodo… En Scînteia
de 15 de septiembre de 1936 se contaba que, en las asambleas que se habían
celebrado en Bucarest y en otras localidades del país, se habían adoptado
mociones de protesta contra la intervención italo-germana y de apoyo a la lucha
del pueblo español. Una noticia aparecida en Steagul Roșu de 13 de
diciembre de 1936 informaba de que en unos pocos meses se había conseguido
reunir en Bucarest casi 300 mil lei,
en ayuda para el pueblo español. En diversas ciudades, Tîrgu Mureș entre otras,
los trabajadores habían decidido entregar su salario de media jornada para el
mismo fin. En las páginas de Scînteia
aparecía con frecuencia la columna “Colecta por España”, donde se indicaban las
sumas de dinero, de diversa cuantía, recibidas de todos los rincones del país.
En un solo mes –junio de 1937-, los trabajadores de la CFR Grivița
reunieron 20 mil lei y los ferrovarios de Iași y de Pașcani, otros 10 mil. Otra
noticia informaba de que en enero de 1938 se habían recaudado, según datos
incompletos, 17 mil lei en Bucarest y 30 mil en Galați. En Scînteia de 8 de febrero de 1939 se leía que los trabajadores de
Bucarest, Cluj, Galați, Ploiești, Pitești y Turnu Severin habían reunido 70 mil
lei. Scînteia de 8 de julio de 1938
informaba de que la organización del partido en Bucarest había puesto en marcha
una campaña para enviar un camión con alimentos, medicinas y ropa a la España
republicana.
Entregar el salario
de media jornada… varias decenas o varios cientos de lei reunidos en una
colecta eran acciones que podían parecer insignificantes a primera vista. Pero
representaban siempre un gran esfuerzo para quienes lo hacían, porque la mayor
parte de ese dinero procedía de los trabajadores, de los campesinos, de los
pequeños artesanos y funcionarios, de quienes, por aquellos años, vivían entre
estrecheces y al día.
Tras el llamamiento
del Partido Comunista Rumano, se formaron en el país comités de apoyo a la
España republicana que hacían colectas de dinero, medicinas y ropa. Ya en los
primeros días de la guerra de España, se creó en Bucarest un comité de
iniciativa encargado de coordinar las actividades que se desarrollaban en toda
Rumanía en apoyo del pueblo español. Formaban parte de este comité, además de
los comunistas, que lo dirigían, miembros de organizaciones como el Comité para
la Defensa de los Antifascistas, el Frente Estudiantil Democrático, etc. A la
cabeza del Comité por España de Bucarest se encontraba el trabajador
ferroviario Ilie Pintilie, miembro del Comité Central del PCR, así como otros
fervorosos antifascistas. Entre quienes participaron en las actividades de
solidaridad con la España republicana cabe mencionar a Lothar Rădăceanu, Ștefan
Voitec, Gogu Rădulescu, Miron Constantinescu, Constantin Trandafirescu, Ion
Pas, Ion Turcu, I. Pomîrleanu, N. Popescu-Doreanu, Petre Constantinescu-Iași,
Tudor Bugnariu, Constanța Crăciun, Corneliu Mănescu, Mihail Dragomirescu,
Emanoil Florescu, Mihail Levente, Alexandru Bîrlădeanu, Răducani Cioroiu,
Vasile Pogăceanu, Gheorghe Micle, Eduard Mezincescu, Florin Mezincescu, Simion
Pop, Bucur Șchiopu, Victor Ionescu, Alexandru Voitinovici, Năstase Popescu,
Gheorghe Diaconescu, etc. Los comités de ayuda a España organizaban
conferencias, reuniones y mítines en que se daba a conocer la lucha heroica del
pueblo español. En ellos se hacía hincapié en la comunidad de intereses que
existía entre el pueblo español que defendía su patria y la lucha de las masas
trabajadoras de Rumanía. Por iniciativa del partido se organizaron
manifestaciones y actos en favor del pueblo español por diferentes vías, a
saber, sindicatos, Socorro Rojo, etc. La mayoría de esas acciones se llevaban a
cabo de manera encubierta. A la Siguranța
le resultaba más complicado sospechar que el baile dado por un club deportivo
de Iași, o la fiesta de año nuevo o el té organizados por tal o cual asociación
de Bucarest o de cualquier otra ciudad, ocultaban, de hecho, una acción en
apoyo a España impulsada por iniciativa del partido.
Periódicos
democráticos y antifascistas como Cuvîntul
liber, Lumea, Ecoul, Viața Românească y otros adoptaron
una posición valiente. Al desenmascarar la rebelión de los generales españoles
como un acto de traición, y la brutal intervención de Hitler y Mussolini como
un ensayo general de la guerra fascista en preparación, los mejores periodistas
y escritores de Rumanía atacaron implacablemente la política de “no
intervención” de las democracias occidentales y la actitud reaccionaria y antinacional
de los gobiernos rumanos, polemizando con los interesados defensores de Franco.
En las páginas de las publicaciones rumanas más prestigiosas aparecieron
artículos y comentarios firmados por Alexandru Sahia, Victor Eftimiu, Geo
Bogza, Tudor Teodorescu-Braniște, N. D. Cocea, George Macovescu, C. Parhon,
Barbu Lăzăreanu, Paul Teodorescu, Zaharia Stancu, Al. Constantinescu, Grigore
Preoteasa, Ion Călugăru, Mihnea Gheorghiu, George Ivașcu, Mihai Beniuc, Matei
Socor, Ștefan Roll (Gheorghe Dinu), Emanoil Socor, Scarlat Callimachi, Eugen
Jebeleanu, Miron Radu Paraschivescu, Gheorghe (Gogu) Rădulescu, Corneliu
Mănescu, I. Brunea-Fox, Maria Arsene, Ion Felea, Mihai y Gogu Popescu, y muchos
otros.
A favor de la
España republicana escribieron en la prensa progresista de las nacionalidades
Gaál Gábor, Kohn Hillel, Méliusz Jozsef, Balogh Edgár, Józsa Béla, Nagy Istvan,
Bányai László, Simonis Heinrich, Geltz Philipp.
Los órganos
represivos del Estado burgueso-terrateniente persiguieron, arrestaron y
condenaron a quienes manifestaron su solidaridad con el pueblo español. Para
disponer de datos más concretos sobre la represión, no está de más hojear los
archivos de la Siguranța. Así, por ejemplo, nos enteramos de que en 1936, en
Arad, fueron detenidas 11 personas por recaudar dinero para España.
La colecta estaba organizada por miembros de las organizaciones obreras de la
localidad. He aquí un extracto de una nota informativa con número 327/1937 de
la Inspección General de la Gendarmería: “Disponemos de informaciones que
señalan que, en los talleres de la CFR Grivița, de las sumas de dinero reunidas
entre los trabajadores, una parte se emplea en ayudar a los suspendidos y despedidos,
y otra se envía, por intermedio de Comité Central comunista en España, como
ayuda a los voluntarios del ejército rojo de los gubernamentales. También
sabemos que en los otros talleres del país se hacen colectas de dinero con el
propósito indicado más arriba. Los delegados entregan luego ese dinero al
Sindicato Central Obrero de los trabajadores de la CFR Grivița que, a su vez,
le da el mismo destino hacia España. Ya hemos puesto en marcha todos nuestros
mecanismos de vigilancia de las personas sospechosas de estar implicadas en
estos hechos.”
Una nota
informativa del departamento de información advertía a los órganos competentes
de que el Comité por España de Bucarest iba a poner en circulación bonos con su
propio anagrama para la recogida de fondos.
Otra nota contaba que ese mismo comité estaba organizando un mes de ayuda al
proletariado español, dedicado a la recaudación de fondos en apoyo de los
españoles republicanos.
El departamento de información llegaba a señalar que el “Socorro Rojo” había
editado y puesto a la venta, con ocasión del 8 de marzo
de 1937, postales con la imagen de la mujer en la guerra de España.
Las redes de información perseguían todas estas actividades, incluso allende
nuestras fronteras. De ese modo, la Siguranța estaba al tanto de que la
emigración rumana en Francia hacía colectas de dinero, ropa y medicinas en
ayuda de la República española.
El envío de las
sumas de dinero recaudadas en Rumanía debía hacerse, igualmente, evitando las
múltiples trabas impuestas por la Siguranța. Cabe así mencionar una nota en que
se advertía al Banco Nacional, en diciembre de 1936, de que no permitiera la
salida del país de la suma de 18 mil lei destinada a los republicanos
españoles. Sin embargo, las acciones de solidaridad no cejaban, a pesar de los
impedimentos del gobierno y de la desinformación. La revista Rundschau, que se publicaba en Basel, ponía
de relieve este aspecto en el artículo “Solidaridad del pueblo rumano con la
España republicana”. “El pueblo rumano –se escribía en la revista- ha
comprendido rápidamente que la lucha en España lo es también, al mismo tiempo,
por su futuro, su libertad, su paz y sus derechos. Por ello, no ha eludido
ningún sacrificio con que demostrar, de forma concreta, su solidaridad con los
luchadores por la libertad de España.”
Abundante material
impreso y difundido por el partido en aquel periodo ponía de manifiesto la
agresión fascista contra España, los bombardeos salvajes de la población civil
por parte de la aviación y los buques de guerra fascistas, así como las
atrocidades que cometían. Los sabuesos de la Siguranța confiscaban ese material
y perseguían a quienes lo divulgaban.
En cambio, los
fascistas rumanos tenían toda la libertad del mundo para ensalzar la rebelión
fascista, protegidos por el gobierno “no intervencionista”. He aquí una muestra
elocuente: en una nota de una dirección regional de policía se comunicaba a los
servicios centrales que, por aquellas fechas, se estaba difundiendo por correo
material propagandístico sobre la agresión fascista en España y se solicitaban
instrucciones sobre su envío al destinatario. Se hacía mención en la nota a la
existencia de una circular de la Dirección General de la PTT
que ordenaba confiscar el material propagandístico pro o contra la España
nacionalista o republicana. En el margen de esa nota se encuentra una resolución
del órgano central que especificaba textualmente: “Se prohíbe el de la España
pro marxista”. Quedaba claro pues:
¡Sólo el material a favor de la España republicana!
Al mismo tiempo, el
gobierno rumano toleraba que en la prensa burguesa reaccionaria se insultara
gravemente al representante diplomático del gobierno republicano español
o detenía a enviados de dicho gobierno que se encontraban en Rumanía en
negociaciones comerciales, etc.
Sin embargo, la
posición misma de los círculos dirigentes dejaba entrever ciertas divergencias
sobre el problema de España. Una parte de la burguesía, que no veía con buenos
ojos el ascenso de Hitler, en el entendido de que su política agresiva y
revanchista, así como la de sus aliados, representaba también un peligro para
la soberanía, independencia e integridad territorial de nuestro país, manifestó
una relativa comprensión para con la lucha de la España republicana contra las
fuerzas fascistas. Así se explica que fuera posible –en especial en la primera
parte de la guerra- llegar a un acuerdo y despachar de Rumanía a los puertos de
Valencia y Barcelona cantidades relativamente importantes de petróleo que
necesitaba el ejército republicano. Sólo durante unas pocas semanas, entre
marzo y abril de 1937, los servicios de la Siguranța y la prensa advirtieron la
presencia en el puerto de Constanza de tres petroleros con pabellón
republicano: el Zorroza, el Campero y el Remedios. Aunque los servicios de
información siguieron cada movimiento de los miembros de la tripulación o de
las personas con quienes estuvieron en contacto, los buques abandonaron el
puerto con su cargamento correspondiente. Hasta agosto de 1937, ese transporte
de combustible se efectuó por medio de petroleros ingleses de 12.000 toneladas.
Sin embargo, la
actitud predominante de los círculos gubernamentales se caracterizó, como hemos
visto, por tratar de desbaratar cualquier forma de solidaridad con la lucha de
los republicanos españoles.
No obstante, a
pesar de todas las medidas represivas, no pudieron ahogar el movimiento de
solidaridad con el pueblo español, que tuvo su expresión más elevada en la
marcha a España de cientos de voluntarios rumanos. Allí lucharon con las armas
en la mano al lado del pueblo español y de los voluntarios venidos de todas
partes para combatir al fascismo, enemigo de todos los pueblos del mundo.
POR VUESTRA
LIBERTAD Y LA NUESTRA
En España, el
pueblo luchaba heroicamente contra el fascismo. En las sedes de los partidos
democráticos y de los sindicatos, transformadas en centros de reclutamiento de
voluntarios y de distribución de armas, se presentaron miles y miles de personas.
Hombres y mujeres se preparaban para combatir hasta la victoria. Las palabras No pasarán se convirtieron en la
consigna general de la lucha contra el fascismo.
Cuanto más tenaz y
organizada fue la resistencia del pueblo español a que se enfrentaban los
rebeldes, tanto más masiva se hizo también la intervención militar de Alemania
e Italia. El envío de hombres y armamento alcanzó dimensiones muy
considerables.
Pero el pueblo
español no estaba solo. La solidaridad internacional, la solidaridad de los
pueblos del mundo entero, obraba con todas sus fuerzas. La manifestación más
elocuente de esa solidaridad fue la organización de las Brigadas
Internacionales, que escribieron una de las páginas más admirables de la
historia del movimiento antifascista internacional.
En nuestro país, el
constante trabajo de concienciación de las masas llevado a cabo por el partido
y sus llamamientos a la solidaridad activa con la lucha del pueblo español
hicieron que los trabajadores, campesinos e intelectuales más conscientes
manifestaran su deseo de partir a luchar como voluntarios en España. El partido
apoyó a los elementos avanzados que quisieron alistarse en las Brigadas
Internacionales, procuró fortalecer sus filas con luchadores antifascistas de confianza
y organizó su traslado a España.
En los manifiestos
difundidos por el Partido Comunista Rumano y en Scînteia, ilegal por entonces, se podía leer: “Reforzad las
Brigadas Internacionales. Reclutad voluntarios. Alistaos como voluntarios en el
ejército republicano español.”
En respuesta al
llamamiento del partido, cientos de antifascistas rumanos fueron a España desde
Rumanía y desde los países de emigración en que se encontraban. En su bandera
habían escrito las palabras: “Por vuestra libertad y la nuestra.”
“De la Rumanía
subyugada bajo el cetro de una monarquía extranjera, encuadrada en un régimen
de terror por la violencia de la “Guardia de Hierro” al servicio de los
boyardos y de los capitalistas –escribe Dolores Ibárruri en su libro de
memorias El único camino-, fueron a
la España en llamas centenares de combatientes rumanos que se destacaron por su
heroísmo.”
Al enviar a sus
hijos a España, nuestro pueblo trabajador era consciente de que la línea del
frente republicano español no sólo levantaba un muro en el camino de la Wehrmacht de Hitler hacia Madrid, sino
también en el camino hacia las fronteras de Transilvania, sometidas, por
aquellas fechas, a la amenaza de invasión nazi y de la Hungría de Horthy.
El partido dio una
gran importancia a la organización de la marcha de los voluntarios, cuestión
extremadamente difícil y compleja en aquellas condiciones. Se encomendó a algunos
camaradas de la dirección del partido y a algunos militantes con tareas de
responsabilidad que se ocuparan de este cometido: Ilie Pintilie, Manea Mănescu,
Leonte Răutu, Ion Popescu-Puțuri, Ilie Zaharia y otros dirigieron
personalmente, aconsejaron y controlaron los distintos aspectos de dicha tarea.
El modo en que resolvieron los problemas, numerosos y complicados, de la
organización del viaje a España de los voluntarios fue muestra de la capacidad
organizativa del partido y la influencia que ejercía sobre las masas, incluso
en las duras condiciones que imponía la ilegalidad.
En la organización
del envío de voluntarios a España, el partido debía tener en cuenta toda una
serie de factores. Entre quienes habían manifestado su deseo de partir, la
inmensa mayoría eran comunistas. El apoyo a la marcha de los voluntarios a
España exigía al partido, al mismo tiempo, tomar medidas para que su propio
trabajo no se viese afectado. Era igualmente necesario velar por que, quienes
marchasen a España, fueran hombres de una lealtad inquebrantable a la causa de
la libertad, hombres cuya actitud honrara al pueblo y al partido. Por último,
se trataba de enviar a cuadros que, por su preparación militar, técnica o
profesional, pudiesen ser lo más útiles posible a la República española.
El conocimiento cierto
de quienes iban a marchar a España se imponía como una necesidad imperiosa,
tanto más cuanto la burguesía rumana –y la de todas partes-, en la medida en
que no lograba impedir la partida de los voluntarios, trataba de infiltrar a
sus agentes en las filas de aquéllos para, de ese modo, sabotear las acciones
de solidaridad con el pueblo español e incluso su lucha. Por ello, conviene
destacar como un gran éxito del trabajo del partido en ese empeño, desde sus
inicios, el hecho de que los voluntarios rumanos en España, salvo rarísimas
excepciones, se entregasen en cuerpo y alma a la causa de la libertad,
cumpliendo sin vacilaciones su misión de luchadores antifascistas. Gracias a la
elevada conciencia de aquellos inquebrantables combatientes educados por el
partido, los pocos agentes que la Siguranța consiguió infiltrar entre los
voluntarios fueron rápidamente descubiertos y aislados, y su perjudicial actuación
cortada de raíz.
Todas las actividades
relacionadas con la organización de la partida se desarrollaban en condiciones
sumamente difíciles, debido a la situación de ilegalidad en que se encontraba
el partido. La policía trataba de que ninguna persona sobre la que existiesen
sospechas de simpatía con la lucha del pueblo español pudiese abandonar el
país. El control de fronteras se había intensificado para impedir su cruce
clandestino. Los agentes de la Siguranța merodeaban por todas partes, espiaban,
intentaban enterarse de lo que se estaba tramando para dar al traste con las
acciones de solidaridad. Hay una abundantísima correspondencia sobre este tema
entre el alto estado mayor y la Siguranța. Las notas de los servicios de
información se multiplicaron, se mencionaban los viajes a España, se especulaba
sobre el número de los que ya habían llegado allí o se informaba a los
servicios de guardia de fronteras sobre las fechas aproximadas en que se
preveían cruces clandestinos. Así, por ejemplo, una nota de los servicios de
información de 6 de diciembre de 1936 informaba de que habían salido para
España 150 voluntarios; otra indicaba que se daba prioridad a los voluntarios
profesionales (mecánicos, ingenieros, médicos, empleados con el servicio
militar hecho, etc.); y una tercera señalaba que se habían recaudado 400 mil
lei para costear los viajes. Para no exponer a los cuadros ni poner en peligro los
planes, el contacto con quienes deseaban ir a España, la preparación de los
viajes, etc. se realizaban observando del modo más estricto las normas de la
clandestinidad. A muchos de los antiguos voluntarios les sucedió que, en el
momento de la partida, a veces incluso mientras recorrían el andén de la
estación en que iba a producirse el encuentro –posible mediante una contraseña conocida
de antemano y transmitida por el partido-, se daban cuenta de que el camarada
que se había ocupado de organizar su viaje era un buen amigo o un conocido que,
a su vez, no había sabido hasta ese instante con quién se iba a encontrar y a
quién iba a transmitir las instrucciones.
Con miras a la
organización de los viajes de los voluntarios, los militantes llevaron a cabo
un intenso trabajo en las propias filas del partido y entre sus simpatizantes, en
los centros industriales, fábricas y plantas, así como en el seno de la
juventud, el campesinado y los intelectuales progresistas. Los militantes
explicaban a las claras la gran importancia que tenía la creación de las
Brigadas Internacionales, señalando que eran la respuesta más noble, digna e
imponente que podían dar los pueblos del mundo entero a la cruenta y criminal
intervención fascista en España.
Como consecuencia
de ese trabajo, salieron hacia España numerosos voluntarios rumanos. Los primeros
en alistarse a las Brigadas Internacionales fueron militantes de base del
partido como Petre Borilă, Nicolae Cristea –miembro por entonces del buró del
Comité de Bucarest del Partido Comunista Rumano-, los jóvenes comunistas
Constantin Burcă, Mihai Burcă, Constantin Cîmpeanu –ferroviarios de Pașcani-,
C. Bodeanu y otros.
En el transcurso
del año 1937, el trabajo del partido siguió dando resultados, y el número de
quienes manifestaban su deseo de alistarse en las Brigadas Internacionales no
dejaba de crecer.
En Bucarest, la
atención de partido se dirigía a la CFR, las grandes plantas metalúrgicas,
especialmente Malaxa,
y otras empresas industriales.
En los talleres de
la CFR Grivița se organizaron numerosas acciones de solidaridad con la lucha
del pueblo español: se difundían los éxitos del ejército republicano y los
hechos de armas más destacados de los combatientes de las Brigadas
Internacionales, y se alistaban voluntarios para ir a España. Algunos obreros
comunistas de la CFR, Malaxa y Vulcan, como, entre otros, Nicolae Roșu, Marin
Chilom, Ion Călin, Stan Minea o Iosif Nedelcu comenzaron a plantearse ir a
España. Solicitaron y obtuvieron del partido permiso y apoyo para marchar a
combatir como voluntarios en las Brigadas Internacionales.
En la capital y en
el departamento de Ilfov,
el partido preparó para viajar a España a numerosos grupos de jóvenes que
habían manifestado su deseo de alistarse como voluntarios. Los había de todos
los rincones del país: de Bucarest y de Cluj, de Iași, de Tîrgu Mureș, de Baia
Mare y de Dobrogea, del Bánato y de Bucovina. La partida de los voluntarios
rumanos y de muchos antifascistas de las nacionalidades minoritarias del país
constituyó una respuesta contundente y activa a la política de hostilidad
nacional puesta en marcha por los círculos dirigentes burgueses.
La idea generosa de
apoyar la lucha del pueblo español llegó al corazón de muchos. En algunas
familias, varios de sus miembros tomaron la decisión de viajar a España. Así,
por ejemplo, de una sola familia de trabajadores antifascistas de Tîrgu Mureș,
se alistaron tres hermanos –Alexandru, Daniel y Iosif Minor- que trabajaban,
cada uno, en distintas ciudades de Rumanía. Separados por los duros avatares de
la vida, los volvió a reunir la común idea de luchar por una causa justa. Esa
misma idea, la de participar en la guerra antifascista de España, penetró
también en las filas del ejército. Muchos soldados de reemplazo, miembros del
partido o simpatizantes, se alistaron igualmente como voluntarios.
Uno tras otro se
iban incorporando a las Brigadas Internacionales obreros, campesinos,
intelectuales, estudiantes, miembros del Partido Comunista de Rumanía o de sus
Juventudes, socialdemócratas y antifascistas sin afiliación partidaria, que
consiguieron formar un espléndido frente común de lucha.
Existían dos medios
para salir de Rumanía: de manera legal, con el pasaporte, vía a la que sólo
tenían acceso los no fichados por la Siguranța; y de modo ilegal, lleno de
riesgos, que fue el que se vio obligado a emplear la mayoría de quienes viajaron
a España.
El partido
aconsejaba emplear, preferentemente y en la medida de lo posible, la primera
vía. La Exposición internacional de París, a la que acudieron un gran número de
turistas de todos los países, constituyó un motivo creíble para viajar. Desde
Francia, el paso a España, muy bien organizado por el Partido Comunista
Francés, se efectuaba con mayor facilidad.
Una de las tareas
más complicadas fue la organización de los viajes ilegales. Se trataba, en
primer lugar, de organizar el cruce de la frontera rumana hacia Checoslovaquia.
Para ello, había que establecer puntos de enlace, tanto en las localidades
desde las que partían los grupos de voluntarios, como en los pasos fronterizos.
Los miembros o simpatizantes del partido de las zonas próximas a dichos pasos
daban albergue, hasta que se presentaba la ocasión favorable para cruzar la
frontera, a quienes se disponían a viajar. Hasta que él mismo partió hacia
España, fue Vida Gheza
quien, por encargo del partido, organizó durante un tiempo el paso ilegal de
los voluntarios rumanos a través de la frontera rumano-checoslovaca.
En casas modestas,
entre estrecheces, el anfitrión compartía sus escasos bienes con sus huéspedes;
la mejor cama, en ocasiones la única, se ponía a disposición de quienes se iban
a combatir lejos del país por la libertad de su patria y del mundo entero. El
afecto con que se los acogía era expresión de la simpatía que sentía la mayoría
hacia la noble causa por la que los voluntarios estaban dispuestos a sacrificar
su propia vida.
Finalmente, el
enlace del partido encargado de la organización técnica del viaje anunciaba que
había llegado el momento de intentar pasar la frontera. En noches oscuras, por lugares
recónditos, atentos al menor ruido, con el temor a oír de repente, brutal, la
voz del guardafronteras ordenándoles que se detuvieran o dispararía, los
voluntarios llegaban a tierra checoslovaca. A veces los detenían, los
arrestaban y, tras un tiempo y una sanción, volvían a intentarlo. En otras
ocasiones, el partido contaba con la colaboración de algún guardafronteras. En
esos casos, el cruce de la raya era menos emocionante, tenía menos riesgos.
Pero ésta no era más que la primera de las muchas barreras levantadas por la
burguesía “nointervencionista” en el camino que conducía a España.
El partido, en
cualquier caso, se seguía ocupando de los voluntarios también allende las
fronteras rumanas. Contaban con su apoyo a lo largo de todo el viaje. Aquí
entraban en juego los estrechos vínculos entre los partidos comunistas de todos
los países. Llegados de todas partes y sin documentación, sólo gracias a esta
colaboración podían los voluntarios, las más de las veces desconocedores de la
lengua y la geografía del país en que se encontraban, orientarse, escabullirse
de la persecución policiaca y seguir su camino hasta el destino final.
Por esas dos vías
–la legal y, más frecuentemente, la ilegal- partieron cientos de voluntarios
rumanos. No se hicieron listas completas ni registros precisos puesto que las
pesquisas policiales, los allanamientos y las detenciones estaban a la orden
del día. La elaboración de listas y registros parciales de las unidades
militares que operaron en España o los informes sobre los campos de
concentración en Francia permiten situar el número de voluntarios rumanos en
unos 500.
Miembros o no del
partido, incluidos muchos de sus cuadros dirigentes, partieron hacia España
decididos a sortear las decenas de obstáculos y barreras puestos en su camino
por la burguesía mundial, y poder así llevar al pueblo español el mensaje de
afecto y apoyo fraternal del rumano.
“No les acompañó en
la partida la algarabía propagandística que tuvieron de su lado los pocos
legionarios que estuvieron en España –se decía en el folleto dedicado a la
guerra del pueblo español que editó el Partido Comunista de Rumanía-. Nuestros
combatientes han ido a España a contar a los españoles la lucha del pueblo
rumano contra la opresión de quienes, durante siglos, han querido esclavizarlo:
contra la opresión turca y contra los fanariotas,
contra los condes húngaros y los imperialistas alemanes, y hoy, contra quienes
quieren imponer la sumisión al fascismo extranjero en Rumanía. Durante siglos
los rumanos han defendido “su pobreza, sus necesidades y su pueblo”.
Hoy les corresponde estar del lado del pueblo español, que defiende “el honor
de sus mujeres y la vida de sus hijos, su libertad y la paz del mundo”.
RUMBO A ESPAÑA
Para llegar a
España, el camino que hubieron de recorrer los voluntarios rumanos que salieron
de Rumanía pasaba, normalmente, por Checoslovaquia, Austria, Suiza y Francia.
Si para quienes viajaban con pasaporte el trayecto duraba más o menos una
semana, para los que lo hacían de manera ilegal podía prolongarse, a veces,
hasta varios meses, tiempo más que suficiente para que los voluntarios pudieran
conocer las cárceles de uno o varios de los países que atravesaban, ser
expulsados de uno a otro, o tratar, en repetidas ocasiones, de cruzar
clandestinamente una frontera tras otra. Cada uno de los grupos de voluntarios
que salió de Rumanía hubo de enfrentarse a adversidades y contratiempos de lo
más singular. Sin embargo, si en todos los países que atravesaron los
voluntarios se toparon con el odio enfermizo que despertaba en los círculos
gobernantes reaccionarios la lucha del pueblo español, también sintieron por
todas partes la profunda simpatía que inspiraba dicha lucha a las amplias masas,
así como la enorme fuerza del internacionalismo proletario.
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Primer cañón rumano en la defensa de Madrid |
Charlé con muchos
voluntarios rumanos que salieron ilegalmente del país y me contaron –¡era, de
hecho, uno de sus temas preferidos de conversación en los días inmediatamente
posteriores a su llegada!- las innumerables peripecias que hubieron de vivir
hasta terminar en España. Daba la sensación de que todas aquellas dificultades
no eran más que una prueba, la primera, de la firmeza de su decisión de
defender la democracia amenazada. Muy diferentes en los detalles, el viaje de
cada uno de los voluntarios que salió ilegalmente de Rumanía se parecía, no
obstante, en sus rasgos más esenciales. Gracias a la ayuda que recibieron de
los comunistas de cada país por donde pasaron y a la poderosa solidaridad
internacional, consiguieron atravesar la tupida malla de obstáculos y llegar a
Francia.
En dicho país
parecía que se habían dado cita miles, decenas de miles de antifascistas
venidos de casi todos los países del mundo. El Partido Comunista Francés puso
en marcha un amplio dispositivo para organizar el envío de los voluntarios a
España. Se ocupó de darles alojamiento y formó a guías especiales que les ayudaron
a cruzar los Pirineos. Con el apoyo del Partido Comunista Francés se constituyó
una serie de comités nacionales de ayuda al pueblo español, uno de ellos, a
instancias del Partido Comunista Rumano, organizado por los comunistas de
nuestro país emigrados en Francia. Más adelante nos referiremos a dicho comité en
mayor detalle.
Cuando llegaban a
Francia y, de repente, veían en los pueblos próximos a la frontera la sede del
partido comunista y el diario L’Humanité
en los kioscos, a los voluntarios, acostumbrados a las condiciones que imponía
la clandestinidad en nuestro país, les parecía que habían terminado las
dificultades. Pero era una impresión errónea. De hecho, a un grupo de rumanos,
nada más llegar a Francia, le sucedió lo siguiente: en la estación, uno de los
voluntarios se separó un momento del grupo. Leía un periódico o miraba un mapa…
cuando, de pronto, en apenas 10 minutos, habían detenido a todo el grupo y se
había quedado solo.
Empezaban a
entender por qué quienes se ocupaban de la acogida de los voluntarios les
habían conminado a hablar lo menos posible y a comportarse sin ser notados. De
ahí su sorpresa mayúscula cuando, de camino a los Pirineos, en la entrada de la
estación de Béziers, les recibía una multitud de ciudadanos, encabezada por el
alcalde, que les tributaba una calurosa recepción. Se daban cuenta, de
inmediato, de que la gran mayoría de la población de la localidad era comunista
y socialista, y que hasta la policía local simpatizaba con la lucha del pueblo
español. En realidad, las amplias masas del pueblo francés, en manifiesta
oposición a su gobierno y a los dirigentes socialdemócratas de derechas, se
solidarizaron abiertamente con la España republicana en contra de la política
de “no intervención”. Los voluntarios sintieron la simpatía del pueblo francés
hacia la causa de la libertad de España, que se extendía a ellos mismos a cada
instante: en el contacto con la población de ciudades y pueblos, en los trenes
que les llevaban a los puntos fronterizos e, incluso, en las cárceles donde
terminaron algunos.
Tras un tiempo en
Francia –las más de las veces sólo unos pocos días gracias a las medidas
organizativas adoptadas por el Partido Comunista Francés-, los voluntarios se
encaminaban hacia la frontera española. En grupos ya mucho más numerosos, los
voluntarios rumanos, junto con otros llegados de distintos países, se
preparaban para cruzar los Pirineos. Era la última prueba y no la más sencilla.
La Guardia Móvil francesa aparecía donde menos se esperaba, la frontera
terrestre estaba extraordinariamente vigilada y otro tanto ocurría con la costa
mediterránea. Había que atravesar los Pirineos de noche y apartarse de las
principales carreteras y caminos pavimentados que conducían a España, pues
estaban plagados de policía. En consecuencia, para evitar encuentros
inoportunos, los guías llevaban a los voluntarios por caminos poco frecuentados.
Calzados con alpargatas, hechas de
esparto, para amortiguar el ruido, los voluntarios marchaban durante horas, en
el más absoluto silencio, por trochas abruptas que bordeaban barrancos, sin ver
donde ponían el pie, estremecidos por el bramido de las aguas que, en alguna
parte, cerca, se despeñaban torrenciales entre los canchos. El camino podía
durar 20 horas o más aún. Finalmente se divisaba tierra española. «¡Salud, camaradas!»,
gritaban unas voces jóvenes. Eran los primeros soldados de la España libre con
que se encontraban los voluntarios. A pesar de lo extenuante de la larga caminata,
echaban éstos a correr y saltar. Se abrazaban emocionados. Las voces roncas de
cansancio, de sed y de emoción, en que se percibían los más variados acentos
extranjeros, se mezclaban con las de los españoles: «¡Salud!, ¡Viva España!, ¡Viva la libertad!».
El cálido afecto
con que los recibió el pueblo español –hombres, mujeres y niños- había
compensado todas las dificultades y todos los peligros del viaje.
***
Había en Francia
numerosos emigrantes rumanos. Una parte de ellos eran exiliados políticos que,
debido a las persecuciones y al terror imperante en Rumanía, habían recalado en
Francia con la aprobación del partido. Otros habían salido de Rumanía en busca
de trabajo. También eran muchos los estudiantes progresistas que cursaban en distintas
universidades francesas.
Todos aquellos
rumanos se apiñaban alrededor del diario Gazeta
românească, periódico que difundía la lucha del proletariado rumano,
dirigido por el partido, y organizaba actos de protesta contra el régimen de
exterminio a que estaban sometidos los comunistas detenidos, y de solidaridad
con los encerrados en las mazmorras de la burguesía rumana.
Cuando empezó la
guerra en España, muchos comunistas rumanos o simpatizantes de la emigración en
Francia manifestaron su deseo de alistarse como voluntarios en las Brigadas
Internacionales.
El partido, en vista
de las dificultades a que se enfrentaban los voluntarios para salir de Rumanía,
así como de las complicaciones del viaje, decidió que los que ya vivían en
Francia se pusieran en marcha urgentemente para poder representar, cuanto
antes, a nuestro pueblo en España y constituir de inmediato una unidad rumana.
Entre los rumanos emigrados
en Francia, el primero en partir fue el doctor Andrei Tilea, ya en agosto de
1936. En octubre salió de Francia el primer grupo numeroso y organizado de
voluntarios rumanos, del que formaban parte Mihai Ardeleanu –campesino de Bihor
e hijo, asimismo, de un campesino que había participado en la sublevación de
1904,
siendo condenado, por ello, de por vida, a trabajos forzados-, Nicolae Pop,
Ilie Stoica, Vlad Mazepa, Andrei Roman, Nicolae Toma, el doctor Rene Teiler y
otros. El autor de estas líneas también iba en ese grupo. Algo más tarde
llegaron Iosif Bălan, el ingeniero Petre Suciu, Victor Stoicescu, Mihai Boicu,
Gheorghe Romașcanu, Leontin Dorohoi, Alexandru Lazăr y muchos otros.
Era el periodo posterior
a la victoria del Frente Popular en Francia. El ambiente general era muy
favorable a la España republicana, en abierta oposición a la actitud oficial
del gobierno de Blum. Ni que decir tiene que el traslado a España se hacia
clandestinamente para evitar los rigores de la política de “no intervención”.
En el tren que nos
llevó a España, Nicolae Pop fue contando a sus nuevos compañeros cómo había
llegado a Francia:
-Pero, ¿qué os
creéis, que me vine así, tal cual? ¿Que un buen día me subí al tren y me fui
porque me aburría de lo bien que estaba? He huido, amigos, huido. Y ni os
imagináis cuánto echo de menos a mi familia. Se me parte el alma de pensarlo.
Cómo me gustaría volver a darme un paseíto por los alrededores de Sibiu, en el
pueblo donde nací, en Orlat. Yo soy de allí… Pero tuve que largarme de la noche
a la mañana porque, si no, terminaba en presidio.
-¿Y qué es lo que
hiciste? –le preguntó uno.
-No me arrepiento
de lo que hice. Hecho está. Mira, yo era soldado de reemplazo en el Regimiento
4 de guardafronteras de Deva, en 1928. Teníamos un mando que era un canalla, un
tipo absolutamente detestable. Por las mañanas llegaba resacoso de la farra de
la noche anterior y se “espabilaba” moliéndonos en la instrucción. Sí, ya sé
que el ejército es el ejército, lo sé. Pero la diversión de aquel tipo era
sacarnos la piel a tiras. «¡Cuerpo
a tierra! ¡En pie! ¡Cuerpo a tierra! ¡En pie!», y así durante horas, y donde más porquería
y más polvo había, allí era donde teníamos que tumbarnos. Y hasta que no estábamos
todo sucios y muertos de cansancio, no nos soltaba. Y si le parecía que no
habías cumplido sus órdenes al instante, se liaba a bofetadas y puñetazos hasta
cansarse… ¡Madre mía!
A mí me tenía entre
ceja y ceja. Yo, claro, no podía verlo ni en pintura, y el condenado de él parecía
que se daba cuenta. Un día llegó más venado que nunca. Desde el primer momento
se puso a gritarnos y a insultarnos; nos mandaba correr, hacer cuerpo a tierra…
Era mediodía, el sol pegaba de lleno y estábamos sudando a mares. Hasta a un
perro le habríamos dado pena, pero él seguía erre que erre. De repente, se lió
a puñetazos con un pobre desgraciado que de cómo jadeaba, parecía que iba a
echar los hígados. Me puse rojo de ira. En ese instante, me miró.
-Tú, ¿qué me miras
con esa cara? ¿No te gusta o qué? ¡Ven aquí!
No quería acercarme
a él, me hervía la sangre y me sentía capaz de estrangularlo. ¡Pero seguía
gritando como un energúmeno!
-¡Muévete, animal!
¡Más rápido! ¿O es que no me estás oyendo?
Me detuve a unos
dos pasos de él. Se acercó e irguiéndose un poco, pues era algo más bajo que
yo, me cruzó la cara. No recuerdo cuántas bofetadas me dio, pero no pude
contenerme más. Me abalancé sobre él y le di dos puñetazos con todas mis
fuerzas en plena cara y uno en el mentón que le tumbaron.
|
Voluntarios rumanos llegados a Albacete |
Después de aquello,
salí pitando. No me iba a quedar allí a preguntarle a aquel desgraciado qué le
había parecido la tunda que había recibido, ni tampoco para terminar ante un
tribunal militar. Me escondí un tiempo hasta que las cosas se calmaron… y acabé
en Francia. Así es la vida. Luego, me ayudó a encontrar trabajo un paisano al
que el destino había traído hasta aquí. Fui ayudante minero y, más tarde,
carpintero de mina. Y ahora, otra vez soldado, pero esta vez porque quiero y sabiendo
por qué empuño las armas.
-Es verdad,
camarada. A mí también me han traído hasta aquí las adversidades –dijo
pensativo Mihai Ardeleanu.
Y se puso a
desgranar la historia de su vida y los malos tragos que habían pasado él y sus
padres. Cada cual fue contando algo de su vida y, de ese modo, nos fuimos
conociendo mejor a medida que nos acercábamos a España.
***
Nuestro grupo cruzó
la frontera diciendo que éramos refugiados españoles que volvíamos a la patria.
Yo me llamaba Santiago Arroyo y me dirigía a Sevilla, ciudad que, hasta la
fecha, no he visitado nunca, aunque no pierdo la esperanza de hacerlo algún
día. Nos repetíamos sin cesar el nombre prestado así como nuestro anémico
bagaje de palabras españolas, para no delatarnos en la frontera. A los más
olvidadizos les bombardeábamos continuamente con preguntas:
-Eh, hombre, escucha, ¿cómo te llamas y a dónde vas?
-…
-¡Eh, Andrei!
¿Estás sordo? ¿Cómo te llamas y a dónde
vas?
-…
-Repite conmigo: me llamo Máximo Cabanela y voy a Murcia.
Repítelo o la liamos…
Después de ensayar
un rato me quedé traspuesto. Al poco, sin embargo, me despertó una voz como desesperada:
-A ver, dime, ¿cómo
me llamo?
Atónito, me quedé
mirando con los ojos como platos a mi compañero, sin entender el sentido de la
pregunta. Pronto, no obstante, me di cuenta de qué se trataba y nos partimos de
risa.
En la frontera cada
cual interpretó su papel a la perfección y llegamos felizmente a territorio
español.
***
Habríamos querido
viajar con armas, por pocas que fueran. Sabíamos que los republicanos tenían
una gran escasez de armamento, pero también éramos conscientes de que no
habríamos pasado ni un fúsil bajo los ojos escrutadores de los aduaneros. Con
todo y con eso, ninguno de nosotros se resistió a meter en un fondo de la
maleta o en un bolsillo del pantalón, una pistola, unos prismáticos, un mapa o
cualquier objeto que pudiera resultarle de utilidad en la guerra y que, con
total seguridad, no estaría de más en España.
La dirección de
nuestro partido en Rumanía dio una gran importancia a la organización de la
marcha de los voluntarios y siguió, de cerca y con celo paternal, su viaje
hasta España y su suerte en dicho país. El Comité Central del partido tenía un
representante permanente en París. Durante un tiempo desempeñó esa función
Gheorghe Vasilichi, quien, entre otras tareas, se preocupó, igualmente, de
garantizar la eficacia y prontitud de la solidaridad de nuestro pueblo con la
causa de la España republicana. En otros periodos, se ocuparon de ese mismo
cometido Alexandru Buican y Petre Grosu.
Tarea importante
que nuestro partido encomendó a sus miembros que se encontraban en Francia fue
la de organizar el comité de ayuda, cuestión de la que se encargaron Vasile Șimandan,
Eugenia Luncaș y otros. Eugenia Luncaș era una pieza clave en todo aquel
engranaje. Con una encomiable abnegación, Eugenia cumplió, durante toda la
guerra, la tarea de recibir a los voluntarios rumanos que llegaban por
distintas vías y en las condiciones más diversas, haciéndose cargo de ellos
hasta que partían hacia España. También se ocupó del envío de las cartas de los
voluntarios rumanos en España a sus familias de Rumanía y viceversa. Para los
voluntarios rumanos fue, a un tiempo, una madre, una hermana y una amiga fiel.
Los antiguos combatientes rumanos de la guerra de España la siguen recordando
aún hoy con gratitud.
El comité se volcó
en la ayuda a los rumanos que pasaban de Francia a España. Gracias a su
intervención, la mayoría de los voluntarios conseguía cruzar rápidamente la
frontera española. Algunos, no obstante, llegaban a Francia enfermos,
extenuados físicamente después de meses vagando por caminos y carreteras de
distintos países; con mayor razón, si, además, habían pasado por prisión o
habían caído en manos de los cuerpos policíacos de algunos de los Estados de
tránsito. Los miembros del comité se ocupaban de su salud, así como de la
suerte de quienes detenían las fuerzas represivas francesas.
Una vez llegados
los voluntarios a España, los cuidados del comité se centraban en crear y
reforzar los vínculos entre aquéllos y sus familias de Rumanía y camaradas de
Francia. Por intermedio del comité, los voluntarios recibían correspondencia o
enviaban cartas a casa.
Ese canal de comunicación
fue de una extraordinaria importancia para nosotros. Cada carta que recibíamos
contenía también noticias de los camaradas que, desde Rumanía, nos informaban
sobre la lucha y las actividades del partido. Por eso, la llegada del correo
representaba un acontecimiento para todos. Después de tanto tiempo, no puedo
olvidar la atmósfera de fiesta que acompañaba a su reparto, aquella oleada de ánimo
que se abría paso en cada línea que recibíamos de casa. Todo el mundo puede
entender lo que significaban aquellas cartas para unas personas que se
encontraban a miles de kilómetros de sus seres queridos y cuyo interés por las
cosas de la patria no decayó en ningún momento, ni siquiera en las condiciones
más duras.
Una verdadera
fiesta para los voluntarios era, asimismo, cuando recibíamos paquetes de
Francia, envíos que también organizaba el comité. Con todas las carencias que,
en distintas fases, hubieron de soportar los voluntarios en el frente, aquellos
paquetes no sólo tenían una importancia material, sino también, y sobre todo,
moral: eran una muestra del afecto y la preocupación que sentían por los
voluntarios personas lejanas, muchas veces desconocidas, debido a la simpatía
que les inspiraba la causa que defendían.
Con ese mismo
objetivo, el comité emprendió una campaña para que cada voluntario tuviera un
“padrino” o una “madrina” con quien mantener un vínculo epistolar. Se trataba
de personas que no se conocían en absoluto pero unidas por una comunidad de
ideas. El comité, igualmente, velaba por las familias de quienes se habían ido
a España: mujeres, hijos, padres y abuelos.
Sin embargo, el
comité no sólo apoyó a los voluntarios llegados desde Rumanía o que ya vivían
en Francia, sino también a quienes llegaban de cualquier otra parte del globo.
De hecho, en los campos de batalla de España se dieron cita, asimismo, voluntarios
rumanos establecidos en Bélgica, Inglaterra, Estados Unidos, México y otros países
de América Latina, compatriotas procedentes de todos lados, a quienes la lucha
por la vida había llevado tan lejos. A todos los condujo a España el amor a la
libertad del pueblo rumano, un amor jamás desmentido a lo largo de los siglos.
El comité llevaba a
cabo todas las acciones relacionadas con la ayuda al pueblo español de los
voluntarios rumanos al tiempo que desarrollaba campañas de propaganda para
desenmascarar a los gobiernos reaccionarios de Rumanía y por la liberación de
los presos políticos. Y ello fue así porque, en todo momento, tanto los
voluntarios rumanos como los emigrados progresistas tuvieron presente que la
lucha en que se habían implicado estaba íntimamente unida a la emprendida por
las masas trabajadoras rumanas dirigidas por el partido.
***