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Capítulo VIII: Días difíciles en Aragón
UNA RESISTENCIA ABNEGADA
Había
transcurrido más de un año y medio desde el comienzo de la rebelión fascista en
España. Los republicanos, a los cuales Franco y sus sostenedores pensaban poder
derrotar al principio de la contienda en uno o dos meses, no solo resistían las
más fuertes presiones, sino que además atacaban con extraordinaria energía,
provocando enormes pérdidas a las tropas franquistas y mucha mala sangre en sus
mandos. Hitler y Mussolini perdieron la paciencia, y presionaron a Franco para
acabar de una vez, lo más rápidamente posible, con la República. Este había prometido iniciar, a lo más tardar
en marzo de 1938, una ofensiva de gran envergadura con aquel objetivo en
Aragón, al sur del río Ebro.
Trincheras en el frente del Ebro |
El esfuerzo
principal lo realizaron las tropas italianas que, mientras el ejército republicano
se agotaba en los combates de Teruel, se habían mantenido en la retaguardia
preparándose para la nueva batalla.
El día 9 de
marzo de 1938, a
las 6.30 de la mañana, tras un intenso fuego de artillería y aviación, los
fascistas inician una violenta ofensiva entre el Ebro y Montalbán, a lo largo
de un frente de unos 80
kilómetros. Con este objetivo, habían concentrado más de
seis cuerpos de ejército, 165 baterías de artillería y el grueso de las fuerzas
aéreas. Su ofensiva perseguía fulminar al ejército republicano, ubicado en ambas orillas del
Ebro, y dejar así abierto el camino para la ocupación de
Cataluña y las provincias del levante.
La avalancha
fascista no pudo ser detenida por las tropas republicanas, tomadas por
sorpresa, a pesar de la poderosa resistencia organizada en diferentes puntos
por las divisiones españolas y las brigadas internacionales. El 10 de marzo,
Belchite, Codo, Azuara, Latux y Lecera ya habían sido ocupadas por los
atacantes. Los aviones republicanos, llevando a cabo una lucha difícil contra
la aviación fascista, frente a la que se haya en la inferior proporción de 1 a 10, se aseguró el dominio
del aire, haciendo posible el envío de refuerzos a los sectores más amenazados.
Las XIII y XV
Brigadas, casi totalmente rodeadas, consiguieron zafarse del cerco y,
contraatacando en el flanco izquierdo de las tropas marroquíes, ofrecieron
la posibilidad de reagruparse con algunas unidades españolas que se encontraban en
peligro.
El 11 de
marzo, bajo el fuego poderoso de la artillería y la aviación fascista, las
unidades republicanas tuvieron que replegarse en todo el frente. El mismo día, el fascismo, que ya considera la victoria
cercana, dio un nuevo golpe en Europa: Austria fue invadida por las tropas
nazis.
Durante los
días siguientes, el ejército republicano continúa su retirada en Aragón. Sin embargo, eso no significó que el
enemigo dejara de pagar caro cada centímetro de tierra conquistado. La División 35, dirigida por el
general Walter, se encontraba a punto de ser rodeada completamente entre Hijar,
Alcañiz y el río Ebro.
No obstante, consiguió replegarse en dirección
a Caspe. Sosteniendo combates encarnizados con las tropas marroquíes y las
navarras, la División 35 defendió palmo a palmo el territorio, al igual que las
divisiones españolas, que se encontraban comprometidas en violentas luchas con
el cuerpo de ejército italiano.
La 45 División de las Brigadas Internacionales, mandadas
por el coronel Hans Kahle, la cual había recibido la orden de defender la
carretera Gandesa-Valderrobles, contraatacó, recuperando temporalmente algunas
posiciones, haciendo prisioneros y capturando importante cantidad de material
enemigo. Golpeada por sus flancos, fue obligada a retirarse a la otra orilla
del río Guadalope donde, desde el 17 de marzo, se encargó de retener el
torrente de soldados fascistas.
El 22 de marzo, empezó la segunda fase de la ofensiva
fascista, desarrollada a lo largo de un vasto frente que se iniciaba en la
frontera francesa y llegaba hasta el sur de Alcañiz. En el sector norte del frente, los fascistas
atacaron violentamente las posiciones republicanas del este de Huesca. Tras dos
días de lucha encarnizada, el frente republicano se rompió, y los fascistas
pudieron avanzar hacia el este en el sector de Tremp, donde los republicanos
pudieron contraatacar eficazmente, rechazando al adversario hasta el oeste del
río Cinca. Las fuerzas franquistas, avanzando también hacia el norte, llegaban
el 20 de abril a la frontera francesa de Pont-du-Roy.
Algo más al sur, la nueva ofensiva iniciada por los
fascistas el 22 de marzo se extendía en dirección a Balaguer y Lérida. Se
ocuparon Tardiente y Sariñena, pero frente a la localidad de Tamarite se
golpearon con una fuerte resistencia republicana. El 31 de marzo, los
franquistas ya se encontraban a 2 kms de Lérida. Los moros atacaron con todas
sus fuerzas la ciudad, pero fueron mantenidos a raya por los republicanos, que
organizaron la resistencia en la orilla izquierda del río Segre.
Más tarde, en la orilla derecha del Ebro, entró en acción
el cuerpo de ejército italiano. Este comenzó su ataque en el eje Alcañiz,
Gandesa, Tortosa. Pero el 20 de marzo una potente contraofensiva
republicana les obligó a dividir en dos
sus tropas y a abandonar el ataque frontal, con diferentes objetivos a los
iniciales. Sin embargo, la división de
Lister combatiendo heroicamente no les dio ni un respiro. Las divisiones de
Mussolini “Littorio”, “Flechas Azules” y “Flechas negras” sufrieron serias
pérdidas. El 3 de abril, no obstante, las tropas italianas lograron hacerse con
Gandesa. Al
día siguiente, los italianos
chocaban de nuevo con la División XI española, que resistió más de 48 horas en
Vértice del Rey, bajo un fuego de artillería que los mismos fascistas
calificaron de “teóricamente insoportable”. El día 7 de abril la división XI
española ocupaba Cuesta, localidad que logró defender hasta el 13, causando
innumerables bajas al enemigo.
Sin embargo, la lucha era demasiado desigual. Recibiendo
nuevos refuerzos, el ejército fascista consiguió llegar el día 15 de abril a la
orilla del mar, entre Amposta y Vinaroz.
La situación era extremadamente crítica para los
republicanos. La zona republicana había sido cortada en dos. El peligro de la
inmediata conquista de Cataluña era evidente, al igual que la de todo el
territorio del gobierno. Y, sin embargo, gracias al espíritu de sacrificio y al
heroísmo del pueblo español, lo temido no tuvo lugar. Tras una retirada difícil
y agotadora, el ejército republicano, reforzado con nuevas unidades de
voluntarios españoles y organizadas por el Partido Comunista de
España, consiguió detener el avance fascista, estableciendo la línea del frente
a lo largo del cauce del Ebro, donde algunos meses más tarde tendrá lugar una
de las más brillantes operaciones del ejército republicano en la guerra.
Durante la retirada en Aragón, las tropas republicanas, a
través de la resistencia opuesta a un rival que disponía de fuerzas
abrumadoramente superiores, escribieron en la historia de la lucha por la
libertad páginas de un sublime heroísmo. El vigor de su coraje puede ser mejor
apreciado teniendo en cuenta las grande pérdidas sufridas por el enemigo, las
que, según el mando italiano, se elevaron a 400 oficiales y miles de
suboficiales y soldados.
Entre los numerosos héroes de la libertad que regaron con
su sangre las tierras de Aragón, del soleado levante, se contaban muchos
voluntarios rumanos que participaron en la lucha, bien con el regimiento rumano
de artillería, bien en las unidades rumanas de infantería de la 129ª Brigada
Internacional.
El regimiento rumano de artillería –como otras unidades del
ejército republicano- fue enviado directamente desde el frente de Teruel al de
Aragón, para enfrentar a la ofensiva fascista. La situación era muy grave para
la República, pues los fascistas atacaban con fuerzas muy superiores, y el
mando republicano estaba obligado a
mandar a sus efectivos al combate sin apenas tiempo de descanso y de recuperación
.
La 35 División internacional, de la que formaba parte
el regimiento rumano, ocupó en primer lugar posiciones junto a Belchite,
encontrándose de este modo en el área hacia la que se dirigía el ataque
principal de los fascistas. Desde el primer momento del desencadenamiento de la
ofensiva, el mando republicano se dio cuenta de que no iba a poder parar la
avalancha del ejército franquista. El ejército republicano debía llevar a cabo
la orden de una retirada organizada, durante la cual se provocaran el máximo
número de bajas al enemigo, con el objetivo de que éste no
pudiera llevar a cabo la totalidad de su plan (cortar en dos la zona
republicana y, después, la liquidación total de la República).
A través de las medidas tomadas por el mando republicano,
se perseguía que la retirada de las tropas llevara a la estabilización del
frente y a la organización de una sólida línea de resistencia frente al
enemigo. El objetivo se realizó debido a la valiente actitud de los
combatientes republicanos, entre los que se encontraban también los artilleros
rumanos.
Las tropas fascistas rompieron el frente republicano en un
gran territorio con su ofensiva. Las grandes unidades del ejército de la
República se encontraban en peligro de ser rodeadas y destruidas. En semejante
situación se vio la división 35 al completo, incluyendo el regimiento rumano de
artillería.
***
En un momento
dado, en las filas de una de las unidades internacionales cundió el pánico.
Viendo la ava lancha de fascistas acercándose, los hombres abandonaron sus
posiciones echando a correr. Todo esto sucedió en un sector cercano a la carretera
de Alcañiz. Arbousset, Carré y yo nos dirigíamos hacia un puesto de observación
cuando tuvimos la oportunidad de asistir a aquella escena. Pensé enseguida que
en aquellas circunstancias era absolutamente necesario una intervención pronta
y decidida (de otro modo los que habían entrado en pánico empujarían a otros a
una huida semejante que podría alcanzar grandes proporciones y provocar un
verdadero desastre), pero no llegué a exponer mi pensamiento en alto cuando vi
a André Marty[1].
Se encontraba en mitad de la carretera, agitando una pistola en cada mano, e
insultando por doquier. Cuando nos acercamos, constatamos que Marty había
perdido totalmente el control de sí mismo. Furiosamente gritaba:
─Lapins[2],
conejos cobardes, amenazando con sus armas a los interbrigadistas.
Nos dimos
cuenta de que no procedía correctamente al insultar a aquellos hombres que
habían luchado duramente y que, en un momento de agotamiento, en condiciones
horribles en las que nos encontrábamos entonces, manifestaban su fragilidad. También era evidente que el intento de parar
semejante desbandada con sus pistolas no podía llevar, en aquellas
circunstancias, más que a resultados opuestos a los deseados. Viendo como
estaban las cosas, Arbousset y Carré se acercaron a Marty y uno de ellos le
dijo:
─Por favor,
déjanos resolver a nosotros la situación. No es el momento de actuar así.
Marty lo miró un instante con sorpresa, y después, reconociéndole,
encogió los hombros, guardó sus pistolas en la cartuchera y se alejó. Junto a
algunos interbrigadistas que habían mantenido la sangre fría, logramos
organizar un cinturón de seguridad que evitó que los que huían provocaran el
desastre entre el resto de las tropas, restableciéndose así el orden.
Escuché
entonces a Samuel Arbousset animando a los camaradas con palabras admirables,
palabras de un combatiente sin miedo pero, a la vez, comprensivo de las
debilidades humanas.
─Chicos, a
todos nos es querida la vida, quisiéramos todos vencer a los fascistas y
saborear la alegría de la victoria. No buscamos el peligro intencionadamente,
pero si no podemos evitarlo tenemos que enfrentarlo con valentía. Y si tenemos
que morir, entonces muramos con la cabeza muy alta; ni a nuestras familias, ni
a nuestros hijos, ni a nuestros amigos ha de darles vergüenza de nuestros
actos.
Cuando tras un
tiempo nos reencontramos con Marty, no se ruborizó al recordar el episodio, y
nos contó que actuando con calma nosotros habíamos encontrado una solución
mejor a la suya.
***
Tras los duros
combates con el enemigo entre Belchite y Hijar, cediendo solamente terreno
metro a metro y tras una cruenta resistencia, la
División 35, sometida a una poderosa presión
por parte de las tropas franquistas, recibió la orden de retirarse. No
obstante, cuando llegó el momento de cumplirla, todas las carreteras habían
sido cortadas en dos por las vanguardias franquista e italiana.
La división se encontraba ante solo dos alternativas: o
abrirse camino mediante la fuerza, enfrascándose en una lucha
contras la poderosa vanguardia de las tropas fascistas, lo que habría llevado a
diezmar sus propias filas, al hallarse en condiciones
absolutamente desfavorables para sostener una acción semejante, o usar los
caminos del monte todavía no ocupados por las tropas de Franco, para escapar
del casi total acorralamiento y poder alcanzar las nuevas posiciones donde se
estaba organizando una nueva y firme línea de resistencia contra el avance
enemigo.
El mando de la división se decidió por la segunda
alternativa, aunque también estuviera llena de peligros. Existía un especial
peligro ante un posible ataque por el flanco por parte de la avanzadilla
fascista. Para poder enfrentar una situación semejante, el mando de la división
dispuso que la retirada se realizara en formación de combate. Cada unidad de
infantería se había repartido un cierto número de cañones, ametralladoras,
etc., de modo que pudieran, en caso de ataque, responder eficazmente.
Para salir de la zona peligrosa, la división tenía que
recorrer un terreno montañoso, con estrechos y abruptos senderos. Atravesar por
aquellas veredas angostas las piezas de artillería, sin haber sido desmontadas,
preparadas para disparar, parecía imposible. Y, sin embargo, todo lo que
parecía misión imposible se llevó a cabo gracias a la tenacidad, valor y
abnegación tanto de los artilleros como del resto de combatientes de la División 35. A pesar de todas las dificultades que ofrecía el terreno
accidentado y de que la aviación enemiga, la división completa logró superar el
asedio y las 43 piezas de artillería del regimiento, junto a la munición
necesaria, fueron evacuadas sin pérdidas. Dos camiones que quedaron atrapados
en el barro durante la travesía (las sendas escarpadas y zigzagueantes parecían
totalmente impracticables para cualquier vehículo) fueron destruidos para que
no fueran capturados por los fascistas.
El general Walter, comandante de la división, nos demostró
de nuevo en aquella ocasión sus múltiples virtudes de gran militar y, a la vez,
su insuperable coraje personal.
Durante la retirada no existió en momento alguno una línea
del frente clara. En un momento del repliegue, el general Walter dijo lo
siguiente:
─Tenemos que explorar el terreno para ver como está la
situación, y diciendo esto se dirigió hacia un blindado.
Después de subirse a un tanque, me hizo un gesto para que
me subiera yo en otro. e inmediatamente, partimos , él delante y yo a su zaga.
Todo el rato me preguntaba hacia dónde nos dirigíamos,
porque no se veía nada en ningún momento. Continuamos así hasta que, de un
terreno rasante, se vio aparecer a las tropas fascistas. Creí
que en aquel momento iba a ordenar regresar a los tanques, pero me equivoqué;
al contrario, continuó avanzando, disparó unas ráfagas de metralleta desde su
blindado y no ordenó volver sobre nuestros pasos hasta que no empezaron a
responder a nuestro ataque. En aquel instante, comenzamos el regreso hacia
nuestra unidad.
Cuando llegamos, le pregunté:
—¿Por qué has procedido de tal manera?
—Es la única manea de descubrir con seguridad como están
las cosas, respondió. — Para poder tomar una decisión teníamos que saber
obligatoriamente dónde se encontraba el enemigo y, para ello, era necesario
establecer contacto con él.
En la retirada iba junto a la división 35 el comisario
general de las Brigadas Internacionales, Luigi Longo. Él no paraba de mobilizar
en todo momento a las tropas durante el repliegue, animándolas a salir con
todos los efectivos humanos y materiales de aquella situación peligrosa y a
contribuir después a la estabilización del frente en las líneas indicadas por
el mando militar español.
En aquellas circunstancias difíciles en los que nos
encontrábamos se produjo de repente en nuestras filas una deserción, como
consecuencia de un momento de debilidad, de ciertos combatientes de nuestro
grupo. El hecho nos afectó mucho, pues se trataba de dos hombres que siempre se
habían comportado valerosamente. Veamos lo que sucedió.
“QUE SEAN FUSILADOS”
Durante una acción militar, la infantería, sometida a una
dura presión, tuvo que retirarse, obligándonos a replegarnos también para no
ser rodeados por el enemigo. La situación era de la mayor gravedad, aunque
nuestros artilleros mantuvieron la calma admirablemente y, en total orden,
cargaron las municiones, engancharon los cañones a los vehículos, se montaron en ellos
y, uno a uno, se pusieron en movimiento en la dirección indicada. En un momento
determinado nos dimos cuenta de que dos camiones se habían quedado sin
conductor. Una rápida revista de los presentes, como de los que ya habían
partido, nos mostró la ausencia de Bujor y Aldea. Les llamamos a voces,
buscamos en los alrededores, pero no encontramos ni rastro de ellos. No había
ninguna duda de que habían huido.
No había, sin embargo, tiempo que perder. Arbousset se puso
al volante de uno de los camiones y Cristea del otro. De este modo se encontró
Cristea de chofer improvisado, conduciendo el camión (pudo tener en la mano el
volante más de tres horas) y recurriendo a toda su destreza para salir bien de
la situación en la cual nos hallábamos.
Al día siguiente los fugados nos alcanzaron. Sintiéndose
desgraciados, avergonzados, nos dijeron que se habían encontrado en las
cercanías de un grupo que gritaba que el frente se había roto y, entonces,
asustados de la avalancha enemiga, se dirigieron raudos hacia el lugar hacia
dónde huía la tropa, convencidos de que la estampida era general.
El general Walter estaba furioso. En una tormenta de rayos
y truenos, vociferaba fuera de sí:
—Que sean fusilados inmediatamente. Debemos dar un ejemplo
drástico. Así será la suerte de todos los traidores.
Nosotros, que conocíamos bien a ambos conductores, sabíamos
que no se trataba ni mucho menos de traición; en el fondo eran hombres
honestos, comprometidos, y se arrepentían con toda su alma de lo acontecido.
Sentíamos con amargura la decisión tomada por el general Walter. Cristea
opinaba que alguno de nosotros tenía que hablar con él para convencerle de que
cambiara de parecer; Arbousset y Carré sostenían que debíamos hacer que el
general abandonara su determinación de castigarles. Se decidió que fuera yo el
que interviniera ante el general en favor de ambos. En un principio, Walter no
quería ni oír hablar de cambiar nada. Sin embargo, insistí.
—Pero, piénsalo,le dije —. Hasta ahora se han portado de
modo irreprochable. Han errado gravemente, estoy de acuerdo. Me es difícil, por
un lado, no estar de acuerdo con la decisión que has tomado, pero me es más
difícil todavía aplicarla. Dejémosles que reparen su error. Una vida humana es
algo extraordinariamente valioso. En estos hombres hay muchas más cosas admirables que
despreciables, así que no condenes a nadie cegado por la furia e intenta antes
entenderlos.
Parecía más ablandado aunque seguía respondiéndome.
—¿No crees que
si les perdonamos los demás lo considerarán una debilidad?
—Al contrario.
Creo que la ejecución de la orden crearía más problemas en lugar de
resolverlos. Y teniendo en cuenta que estamos en España, te voy a decir unas
palabras de Cervantes: “no es mejor
la fama del juez riguroso que la del
compasivo”[3].
—Tú deberías
haberte hecho abogado. Estarías dispuesto a darme nuevos argumentos hasta la
noche... ¡Adelante! Así sea. Si garantizáis que no se va a volver a repetir
semejante travesura, hágase vuestra voluntad.
Fui a
comunicar a Bujor y a Aldea la decisión. Estaban muy tristes y abatidos.
Cristea había estado ya por allí y les había dicho unas cuantas cosas que, con
seguridad, tendrían en la mente toda su vida.
—He puesto mi
mejilla por vosotros, les dije —y tengo confianza en que no me decepcionareis.
Pero sabed que hay cosas que se pueden perdonar, pero que nunca se han de olvidar.
La verdad era
que ni durante la retirada ni más tarde tuvimos ninguna queja más de ellos.
Al éxito de la
retirada ordenada y sin apenas pérdidas contribuyó, en gran medida, el apoyo de
la población civil española, que ayudaba a las tropas a dirigirse en la dirección correcta,
por caminos solo conocidos por los paisanos, donde estaban protegidos del
peligro de ser atacados por los fascistas, y a la vez informaban sobre los
movimientos del enemigo.
En este
sentido, la División 35, junto al regimiento
rumano de artillería, logró replegarse hacia Caspe, donde las tropas
republicanas estaban organizando una línea de resistencia.
“El ÚNICO
NACIONAL AQUÍ SOY YO”[4]
Entre las
innumerables situaciones extremas en las que nos encontramos durante aquella
atormentada retirada, se grabó más profundamente en mi memoria un
acontecimiento verdaderamente inolvidable: cuando junto a Ángel fui hecho
prisionero por los fascistas (felizmente duró solamente unos pocos minutos) y
después escapamos gracias a la valentía el espíritu de sacrificio de un camarada
de armas.
Expongo más
abajo cómo aconteció aquella situación, tal y como fue relatada por Ángel en un
artículo aparecido en la publicación “Le
voluntarie de la liberté”, aparecida en París en junio de 1938.
“Después de los primeros trágicos días del
repliegue, el 16 de marzo de 1938 (día que será inolvidable para mí)[5], a las dos de la mañana, se presentó un
oficial con una orden urgente del estado mayor de la división N., para el mando
V.
Como consecuencia de esta orden, la batería tenía
que ponerse en marcha a través de la carretera Hijar-Alcañiz. El enemigo estaba
a las puertas Alcañix, a 30 km
de nuestra retaguardia, cortándonos la retirada. Con calma, sin nervios, la
orden fue ejecutada rápidamente. En los arcenes algunos camineros[6] españoles nos servían café y nos daban
tabaco, con gran alegría de los fumadores, que soportaban peor la falta de
cigarrillos que de comida. El amanecer nos encontró en plena marcha, pero no
podíamos seguir avanzando más hacia lo desconocido.
—Ángel, pon el vehículo en marcha, dijo el
comandante —Vamos a reconocer el camino para ver como están las cosas.
Recorrimos unos 25 kilómetros cuando
vimos como la artillería enemiga disparaba sobre la carretera con tiros rápidos
y desordenados, lo que provocó que la definiéramos como “loca”[7].
—Acelera cuanto puedas, me dijo V. —De otro modo nos
van a dar.
Apreté el acelerador al máximo. Tuvimos suerte de
que no nos alcanzaron más que grumos de tierra y piedras proyectadas por las
explosiones. Avanzamos todavía unos cientos de metros cuando, de repente, vimos
en mitad del camino, a una cierta distancia nuestra, un tanque con dos
ametralladoras apuntándonos. Junto al tanque había un grupo de soldados.
—¿Qué pasará con
aquel tanque?, le pregunté a V.
Miramos con preocupación hacia el blindado, hasta
que comprobamos que se trataba de un tanque “de los nuestros”[8]
y, sin pensarlo mucho, nos dirigimos hacia él. Nos encontrábamos a unos cien
metros del tanque cuando fuimos advertidos de que nos detuviéramos. Sin darme
tiempo apenas a frenar uno de los soldados disparo tres tiros con su revolver
sobre nuestra rueda delantera. Furioso, paré el vehículo, salí raudo del coche
y comencé a gritar:
—¿Qué haces imbécil? ¿Crees que tengo freno
instantáneo para que pare cuando a te plazca? Harías mejor en irte a Hijar y disparar a
los fascistas, atolondrado ¡Vamos, déjanos en paz!
Pero no había terminado de chillar cuando un
soldado, dirigiendo su arma hacia mí, vociferó:
—¡Cállate y manos arriba! Somos “nacionales”[9]
Nos dimos cuenta entonces que los que nos cortaban
el paso eran en realidad fascistas italianos y que el tanque que teníamos
enfrente había sido probablemente capturado por el enemigo. No pudiendo
controlar mi rabia, le respondí:
—¡Maldito perro, el
único nacional aquí soy yo, porque soy español![10]
Uno de los fascistas, sin dejarse impresionar por
mis palabras, me puso el cañón de su fusil en mi tripa, y me ordenó lo
siguiente:
—¡Manos arriba!
Comenzó a registrarme. El reloj, el monedero, todo
lo que tenía algún valor, pasó desde mi bolsillo al del que me apuntaba.
V. fue detenido por un teniente coronel italiano y
despojado igualmente de cualquier objeto con cierto valor. Escuchábamos a los
fascistas felicitándose recíprocamente por haber hecho prisionero a un
comandante rojo[11].
Tras convencerse de que no llevábamos
encima nada que pudiera interesarles, nos llevaron a un lado de la carretera y
nos acorralaron contra un árbol mientras dos de ellos nos apuntaban con sus
ametralladoras. No había nada que hacer. Miraba preocupado hacia la negra boca
de los cañones de donde esperaba que, de un momento a otro, me llegara la
muerte. De vez en cuando echaba una ojeada hacia el accidentado barranco que se
hallaba a nuestras espaldas, a unos 40 metros. Se me pasaba por la mente que si
pudiera llegar hasta allí me salvaría sin duda ¿Cómo escapar, sin embargo, de
las dos armas que apuntaban hacia nuestro pecho?
Pero algo totalmente
inesperado hizo que lo que me parecía un deseo irrealizable se convirtiera en
realidad. Por la carretera apareció, de repente, un vehículo del estado mayor
de nuestra división. Sus ocupantes, que
nos habían visto con las manos en alto, dándose cuenta de que habíamos sido hechos prisioneros,
abrieron las cuatro puertas del coche y huyeron antes de que el automóvil
pudiera ser detenido. El quinto ocupante, el capitán K[12].,
un hombre de una valentía extraordinaria y con un enorme espíritu de
camaradería, descendió con una pistola en cada mano disparando contra los
fascistas, cubriendo con el precio de su vida la
huida de sus camaradas.
Aprovechando el momento de confusión, pusimos pies
en polvorosa y, en unos pocos saltos llegamos al margen del barranco. Inmediatamente empezó una lluvia de
balas. Una de ellas pasó rozando la bota
de V., pero solo consiguió arañar su piel. Yo me golpeé con una roca, tras lo
que caí al suelo. Por un momento, tenía la impresión de haber sido golpeado,
pero pronto me levanté y conseguí rodar el primero por la quebrada salvadora,
ganando la carrera hacia la supervivencia. Las ráfagas de ametralladora
continuaban, pero ya estábamos a cubierto de los pedruscos, matorrales y la
irregularidad del terreno. Escuchábamos al teniente coronel italiano dando
voces como un loco. Parecía que no estaba muy contento de la forma en la que
nos habíamos despedido de él, muy poco protocolaria, pero extremadamente
eficiente para nosotros.
Los fascistas tiraban a ciegas; no nos acertó ni un
proyectil. Sin embargo, no habíamos llegado todavía al final del sufrimiento.
Tuvimos que recorrer 30
kilómetros a través de los montes para llegar a Caspe,
sin tener ni idea donde se encontraban ni los nuestros ni el enemigo.
Bebimos un poco de agua de una acequia y continuamos
la marcha. V. estaba agotado, debido a una herida en el pulmón en los
combates de Quinto, que le hacían
aguantar mal los grandes esfuerzos. En un momento dado, nos descubrió la
aviación enemiga, que no dudó en ametrallarnos. Nos tiramos al suelo, nos escondimos nos arrastramos para avanzar y, por fin,
escapamos de nuevo.
Un poco después, escuchamos unas voces cercanas. Nos
ocultamos tras unas peñas y permanecimos en silencio. No parecían muchos.
—Voy a ver quienes son, susurré a V.
Salí con prudencia y vi a dos soldados que parecían
estar buscando algo. Entonces, les chillé preguntándoles a qué unidad
pertenecían. Al escucharme, se escondieron y respondieron:
—¿Quién eres tu?
—¿Y vosotros?
—Somos artilleros, respondió uno de ellos
titubeando.
Su respuesta me alegró mucho. Hice cuentas y me
convencí de que tenía que tratarse de soldados republicanos, pues la artillería
fascista no podía haber llegado hasta allí. Nos acercamos a ellos y verificamos
que tenía razón. Extenuado por el cansancio, agitado por la emoción, me
derrumbé sobre la tierra desnuda mientras le decía a V.:
—Tengo unas ganas de
no hacer nada[13]
—Te creo, pero ahora no es el momento, me respondió.
Me levanté con dificultad y continuamos el camino
hacia Caspe, donde los cuatro nos reencontramos con nuestra unidad[14]”.
UNA DISPUTA
SIN FIN
Valter Roman |
Los comisarios políticos tenían buen cuidado de que la noticia no pasara
desapercibida, de que fuera comentada como correspondía. Sin embargo, no
tuvieron que hacer mucho esfuerzo para ello en aquella ocasión. Todos,
indiferentemente de la nacionalidad, aprobaban la sentencia pronunciada. La
motivación de la condena nos pareció reveladora. En ningún momento se nos pasó
por la cabeza que algo podía no ser como se nos contaba. Demasiado grande era
nuestra confianza, demasiado completa, se podría decir; ciega fue nuestra fe.
La discusión habría pasado rápidamente, sin ninguna polémica, si no hubiera
sido por un camarada español, Jaime, y otro belga, Thonet, ingeniero, teniente
de artillería en el batallón franco-belga.
Jaime decía:
—Me es difícil creer todo lo que se dice.
—¿Qué quieres decir?, saltamos algunos inmediatamente.
—Quero decir lo que he dicho... me parece exagerado.
—Es decir, ¿dudas que se trate realmente de espías y traidores?, inquirimos
unos cuantos.
—No, no digo eso. Por supuesto que pueden existir traidores a la causa
comunista...Esto se ha comprobado más de una vez. Lo que digo es que me es
difícil de creer que los condenados hayan sido realmente espías, después de
haber tenido un papel tan importante en el triunfo de la revolución.
Jaime fue rápida y duramente criticado por todos nosotros. Le explicamos
que las leyes de la lucha de clases son inexorables, que sería bueno que
pensara en elevar su nivel político e ideológico, etc...
El bueno de nuestro chofer no sabía cómo responder.
—Bien, camaradas, murmuraba el pobre, —puede que tengáis razón. Yo no tengo
mucha preparación política. Simplemente era mi opinión, que he escuchado
también por ahí. Vosotros estáis mejor preparados que yo, vuestro nivel
político es más alto. Ojala sea como decís vosotros. Pero que sepáis que existe
un dicho español que dice: “En este mundo traidor nada es verdad ni mentira,
todo es según el color del cristal con que se mira”[15].
Thonet, que estaba callado sin intervenir en la discusión, pidió, de
repente, la palabra (se trataba de un hombre muy educado) para decir unas pocas palabras.
—Yo creo, empezó Thonet, —que es muy difícil hacer un juicio definitivo,
hasta que no conozcamos todos los hechos...
No pudo seguir dando su opinión porque fue interrumpido por los demás.
—Es decir, ¿no crees en la veracidad de los documentos de Moscú?
—No lo toméis así, sólo quiero decir que así como podemos estar seguros,
también podemos tener dudas. Tengo simple y llanamente algunas dudas. Si no me
equivoco, como decía Marx, de omnibus
dubitandum, que dudemos de todo.
—¡Vaya plan si empezamos a dudarlo todo! — alzó la voz Cristea — Dinos
Thonet, ¿también dudas de nuestra victoria, de la justicia de nuestra causa?
—¡No me insultes, Nicolae! ¿Crees que estaría aquí si tuviera dudas?
—Pero se sabe— continuó Cristea su argumento — que la duda genera
tolerancia, y la tolerancia puede alejar de lo correcto.
—¡Nicolae! — intervino Calutaru— ¡Déjale en paz! No es bueno que peleemos
entre nosotros.
—No se trata de pelear, sino de clarificar las cosas — dio Pop su parecer.
Entre paréntesis he de decir que la discusión no fue fácil, como en otras
ocasiones, por causa de los diferentes idiomas. No hablábamos todos la misma
lengua. No solo una vez las traducciones nos jugaron una mala pasada. Un día
Pribyl lo explicó con la siguiente frase: “La traducción es como una mujer. Si
es fiel no es guapa, si es guapa no es fiel”. Él, de Montparnasse, sabía lo que
decía.
Thonet, que habitualmente era un hombre silencioso, dio muestras de voluntad, de combatividad.
—Quiero preguntar algo ¿Creéis que los comunistas no se equivocan nunca?
—¡Qué listillo nuestro ingeniero!, exclamó Iancu.
—¡Qué! ¿Tú no eres ingeniero?, replicó Thonet.
—Sí, pero no estamos hablando de eso.
—Por supuesto que no. Pero respóndeme a la pregunta.
—Creo, sinceramente, que los comunistas no pueden equivocarse. Por eso soy
comunista, intervino con su simplicidad característica Vasile Constiniuc.
—¡Ey! En esta cuestión podemos tener pareceres diferente— dijo Iancu —Yo
creo que nadie está libre de errar.
—Ves— replicó raudo Thonet — Creo que la aplicación del marxismo-leninismo
no excluye, automáticamente, la posibilidad de equivocarse.
—Mon pôte[16]—dijo
Gastón Carré— Aquí te vas por los cerros de Úbeda. Una cosa es la posibilidad
del error de cualquier persona y otra muy diferente la relación entre el
marxismo y el error.
—Yo me refiero a la aplicación del marxismo y no al marxismo en sí mismo,
replicó Thonet. —Yo creo, perdonad por la audacia, que cualquier poder lleva
dentro la posibilidad del abuso. La revolución francesa es el ejemplo claro. Me
es difícil de creer que los viejos revolucionarios se conviertan, así en un
suspiro, en traidores. No os toméis a mal que os diga lo que pienso.
—Vaya, vaya. Qué terrible eres, ironizó Iancu. — No sabía que teníamos a un
gran teórico entre nosotros. Pareces alguien importante.
—No te rías de mí, le contestó rápidamente Thonet. —En cualquier caso, una
máxima francesa, me parece que de Corneille, me gusta
porque dice mucho: “La valeur n´attend
pas les nombres des années”[17]. No quiero que me consideréis creído, pero
estoy categóricamente en contra de los fetiches y de las autoridades
establecidas para la eternidad. Además creo que no está bien condenar a alguien
antes de haber intentado entenderle. Yo he dejado de creer y he comenzado a
pensar. Ahora no creáis —añadió tras una pequeña pausa— que
considero a los condenados como unos angelitos. Probablemente, algo habrán
hecho. Su ejecución me parece, eso si, una medida demasiado dura.
—¿Qué habrías querido que pasara?, le respondió Cristea. —Esta es la suerte
de los granujas. Ellos se lo han ganado bien ganado, pero han perdido y, por lo
tanto, no pueden tener pretensiones de indulgencia.
Gaston se conmovió. Tenía una buena opinión de Thonet, le caía bien. Por
eso intentó calmar los ánimos.
—Dejad en paz a Thonet. Si seguimos con la discusión le vais a acabar
llamando traidor también a él. Está un poco perdido, simplemente. Mañana se le
pasará. En todo caso, yo aprecio el coraje con el que ha hablado, aunque haya
dicho tonterías. Creo que discutir no es malo. Allí donde se discute se avanza.
Bruscamente, Gaston se dirigió a mí:
—¿Tu que piensas, ya que eres le
patrón[18]?
La pregunta me pilló por sorpresa. Había estado siguiendo la discusión,
pero sin intención alguna de intervenir. Para mí, como para los demás, las
cosas parecían claras. Unos cuantos canallas habían recibido el merecido
castigo. En aquellos tiempos las cosas para mí eran cristalinas y lo que venía
de los que considerábamos dirigentes del movimiento comunista estaba por encima de toda duda. No obstante, escuchaba con
atención las consideraciones de Jaime y Thonet. De hecho, había visto y oído a Bujarin en una
conferencia en París, el verano de 1936,
en la cual abordaba el problema de “la mecanización del hombre y la
humanización de las máquinas”, que suscitó un gran interés y a mí me gustó
bastante.
—¿Qué puedo
decir? Lo que yo pienso lo sabes perfectamente, le respondí con tranquilidad.
En mi cabeza
se había colado, sin embargo, una sombra de duda, pero a la vez tenía la idea
firme de que era mejor errar junto al partido que tener la razón en su contra.
Después de
aquello, alejé de mi cabeza toda huella de cuestionamiento. Me dije que no era
digno de un comunista
***
***
Siguió para nuestros artilleros un periodo en el curso del cual, hasta el
comienzo de la batalla del Ebro, no iban a verse inmersos en grandes acciones.
Fue un tiempo de reorganización, de instrucción intensa en preparación de los
importantes combates que estaban por venir.
Hacia el final de la primavera, debilitado a causa de las heridas
recibidas, fui enviado durante un tiempo a Francia para recuperarme.
Cuando me marché de París, hacía ya un año y medio, el había en la ciudad y
en todo el país un enorme interés y una gran simpatía hacia la causa
republicana. Muy significativo sobre aquella atmósfera es el relato de la
conocida periodista Genevieve Tabouis en su libro „De la Liga de las Naciones a
San Francisco”[20],
con ocasión de una subscripción que había lanzado en el otoño de 1936 para
ayudar al pueblo español.
„No sabía en que medida la política
de Quai d´Orsay, la de la no intervención en España, reflejaba en realidad la
opinión del pueblo frances. Cuando lancé, en «L´Oeuvre», la subscripción «Para
la Navidad de los niños españoles» no quería solamente aliviar el sufrimiento
de los pequeños. Mi intención era proceder igual que el Instituto Gallup de
Estados Unidos, sondeando el pulso de mis lectores con esta nueva manera de
analizar los sentimientos y los pareceres, sabiendo que al menos un tercio
de ellos no eran comunistas[21].
La campaña se abrió por un periódo de dos meses.
Esperaba llegar al millón y, si esta suma no se alcanzaba, pensaba recurrir a
algunos amigos ricos. Sin embargo, en menos de un mes las expectativas se
cubrieron. Fui obligada a constituir un pequeño equipo de trabajo para llevar
la contabilidad y la correspondencia. La reacción fue magnífica. Recibía
cantidades desde los cinco francos de las pequeñas rentas y los pensionistas. Unos
me escribían que se privarían del tabaco durante una semana para que los niños
tuvieran algo que llevarse a la boca. Grupos de chavales pobres me buscaban en
la redacción y me decían: „!Tome la mitad de nuestros regalos de Navidad!”.
Algunos trabajadores ferroviarios me
enviaron solo dos francos... Un electricista, Joseph Henriot, me escribió
demostrando una lógica admirable: “¿En qué estaría pensando Quai D´Orsay? Una
dictadura en la frontera del Rin, una dictadura en la frontera de los Alpes
¿Podremos resistir una tercera dictadura en los Pirineos? ¡Ayudemos a los
republicanos españoles!”
Mujeres de todas las
categorías sociales, que habían perdido a sus hijos, aportaban lo que pensaban
tendrían que gastar para ellos si hubieran vivido.
Y algo todavía más
increíble: tras haberse alcanzado el objetivo de la subscripción, el ímpetu del
público no se detuvo.
La campaña había sido
abierta bajo el modesto título de «Para la Navidad de los niños españoles». Los
lectores insistían para un título nuevo y una nueva campaña de recogida de
fondos: «Para el invierno de los niños españoles».
En cierto modo, me quitaron
de las manos la dirección de la colecta, encargándose ellos mismos de ella.
Incluso cuando después de ocho meses, no pudiendo hacer frente al trabajo que
significaba, cerré la campaña de recogida de fondos, el dinero continuaba
llegando junto con cartas de lo más emotivas”.
A mi regreso a París, la propaganda oficial había conseguido imprimir una
actitud derrotista a gran parte de la opinión pública. Sin embargo, pude
constatar, con gran satisfacción, la atmósfera de confianza, el vivo espíritu
de solidaridad que dominaba en las filas de la comunidad rumana y, como después
me di cuenta, también en Rumania. Todavía continuaban llegando voluntarios rumanos
en gran número y nuestro comité de París organizaba su rápido envío a España. Durante aquel periodo
llegaron la mayor parte de los voluntarios que lucharon en las filas de la División 45: Constantin
Doncea, Alexandru Paraschiv, Nicolae Meheș, Maria Selea, Mihai Patriciu, Mihai
Faltin y otros muchos.
La herida recibida en Quinto no se curó fácilmente. Mis camaradas estuvieron de acuerdo en que fuera a París para que me explorara un especialista en los pulmones. Dio la casualidad de que alguien tenía que desplazarse a París para citarse allí con un camarada que había sido enviado por el Comité Central del partido, desde Bucarest, Grosu, y con otro miembro del Comitern, Vasilich, con los que había que discutir algunas cuestiones de nuestro partido con España. Así que, me encargaron cumplir esta misión.
La reunión de París, en junio de 1938, no me produjo una alegría acostumbrada; no me satisfizo para nada. A pesar de lo mucho que amaba a la Ciudad de la Luz, esta vez no encontré por ningún lado lo que deseaba hallar allí. No encontraba por ningún lado el París del Frente Popular del 36. Parecía haber desaparecido el entusiasmo en las grandes victorias populares; daba la impresión de que aquella gente, la que en el verano de 1936 tenía constantemente en su boca palabras de solidaridad con la España alzada contra el fascismo y la invasión de Hitler y Mussolini, había cambiado de forma radical. Eran personas apagadas, cansadas. El lugar de la verdad lo había ocupado la duda; el lugar de la solidaridad activa había sido sustituida por la compasión por la suerte de un pueblo condenado –según muchos con los que me entrevisté- a una derrota inevitable. Se seguían haciendo donaciones, se recogía dinero para España, pero ya no desde el antiguo convencimiento de los que lo hacían para cumplir un deber consigo mismos, sino más bien por pena. El espíritu filisteo se iba haciendo un hueco cada vez más grande. Se consolaban muchos con la ilusión de que la guerra iba a tener lugar lejos, y que finalmente no afectaría a Francia.
Por vez primera no me sentí bien en aquel París que, no obstante, significaba para mí la ausencia del peligro de la guerra, la tranquilidad, una buena comida, noches con sueño a pierna suelta, diversión, etc. No me pude adaptar a aquella situación, con aquella atmósfera. En España tenía lugar una guerra, en condiciones cada vez más difíciles. Las vicisitudes y la escasez crecían desmesuradamente. Quería, sin embargo, regresar cuanto antes a España.
Un gran especialista francés que me trató, el Dr. Oster, viejo militante de la emigración rumana, me recomendó algunas semanas de descanso. A pesar de eso, yo regresé a España cuando pasaron dos semanas.
Durante mi estancia en París participé en dos mítines, organizados el 18 de junio y el 8 de julio por el Comité Nacional de Ayuda a los Voluntarios Rumanos en España. En aquellos actos de apoyo a la lucha de los republicanos tomé también yo la palabra para dar a conocer la situación militar del frente y de los voluntarios rumanos. Los discursos tenían en común la idea de que sería un gran error considerar que la resistencia republicana estaba llegando a su fin; España había luchado durante tanto tiempo que nadie tenía derecho a abandonar el combate. El gran número de asistentes a los mítines, la avidez e interés con el que escuchaban las noticias sobre España, las preguntas que hacían y su toma de posición frente a la política “no intervencionista”[22], me hicieron darme cuenta de cuanto de cercana estaba de sus corazones la causa republicana.
***
Al regresar de Francia me ordenaron presentarme en Barcelona, ante el
inspector general de la artillería republicana, el coronel Fuentes. Este me
encargó que instruyera a las nuevas unidades de artillería que debían
participar en la batalla del Ebro. Al darme la orden no se me comunicó, con
claridad, que se estaba preparando una gran ofensiva, que tendría lugar después
de poco tiempo, pero sí se me dijo que
la instrucción debía hacerse en un periodo corto de tiempo, así que en tres
días ya tenía todo preparado después de todos los problemas organizativos que
tuve que resolver en Barcelona
CON JAWAHARLAL NEHRU[23]
E INDIRA GANDHI
Uno de aquellos días fue anunciado que iba a llegar a Barcelona Jawaharlal
Nehru y que, por su deseo, iban a ser invitados para reunirse con él al día
siguiente una serie de combatientes, escritores y periodistas. Me alegré de
encontrarme entre los que habían sido seleccionados.
A pesar de la grave situación en la que se encontraba la República, la
llegada de Nehru había despertado gran interés.
Él tenía por aquel entonces una fama bastante grande. Era considerado,
después de Gandhi, la más eminente figura del movimiento de liberación en la
India y, en general, una personalidad muy interesante. El hecho de que había
venido a la zona republicana y no a la de Franco, así como el haber hecho
pública su condena a la agresión fascista en España, constituía una prueba de
su actitud consecuente.
Un día después, a la hora establecida, me encontraba en el hotel donde
habíamos sido convocados. Nehru no se hizo esperar. Apareció acompañado de su hija, Indira, que
tenía por entonces 20 años, y que parecía una replica femenina y joven de su
padre. El dirigente hindú era relativamente joven, alto y esbelto, con una
figura distinguida, subrayada por una actitud modesta y un comportamiento
sencillo y natural.
Parecía cansado y muy preocupado. Había abandonado la India agobiado por
innumerables problemas y dudas, en relación con la actitud que debería adoptar
el Congreso Nacional Indio en cuestiones importantes. Nos expuso durante su
charla algunos de estos problemas. Pero ya desde sus primeras palabras dejó
clara su preocupación por el destino de Europa y del mundo entero, amenazado
por el peligro del fascismo y de la guerra. Lo que sucedía en España era, según
su opinión, junto con los acontecimientos de China y Etiopia, facetas
diferentes de idéntica realidad. A través de este prisma, la evolución de los
acontecimientos no podía ser juzgada nada más que con pesimismo. Alemania, Italia
y Japón con seguridad no iban a detenerse ahora. Ellos se enfrentarían,
probablemente muy pronto, en una nueva guerra con Francia, Inglaterra,...
—Algunos, decía, se preguntaran seguramente qué busco yo en España, ahora,
aquí ¿Qué relación hay entre la España Republicana e India? La respuesta es
clara. Nosotros, que luchamos por la libertad contra cualquier opresión y
agresión, estamos, por nuestra propia posición, en contra la Alemania
hitleriana, del Japón fascista y, por lo tanto, de la España de Franco, aliado
de nuestros enemigos, y al lado de la España Republicana.
Después de esto, hizo una pausa..., buscó las palabras adecuadas, y no
precisamente para conseguir un efecto oratorio, sino por su deseo de expresar
con la mayor claridad sus palabras. Tuve
la evidencia de lo anterior cuando escuché lo que dijo a continuación.
—El gran dilema, dijo retomando su discurso, dilema del que no veo en la
hora actual salida alguna, es el siguiente: ¿Cuál debería ser la posición de la
India en caso del estallido de una guerra entre las fuerzas reaccionarias y las
democracias occidentales? Puede parecer que nuestra posición debería ser la de
estar al lado de los que luchan contra la Alemania fascista. Pero ante nosotros
aparece un penoso problema: ¿podría India apoyar en una guerra como esa a
Inglaterra, que nos mantiene en una situación de opresión colonial? Una actitud
como esta creo que no sería entendida por el pueblo hindú. El dilema existe, de
momento, solo en el plano teórico. Pero preveo que pronto será un problema
concreto, ante nuestras narices, y nos tortura horriblemente la obligación de
encontrar una respuesta... Puede que una victoria de la España Republicana
solucionara este debate, añadió él, pensativo —Esta es la razón de mi venida. Aquí
las cosas son claras, a pesar de la guerra; es un oasis para mi espíritu.
Dos años más tarde, en el final de su Autobiografía,
(a la que me refiero en el primer capítulo de esta obra), escribirá sobre esta
estancia en España.
Durante toda la reunión, Indira, la hija de Nehru, permaneció en silencio junto a
él. Parecía una chiquilla y pensaba yo, que para ella la política podría ser algo
lejano y poco interesante. Era impresionante, sin embargo, la muestra de cariño
y estima frente a su padre, que parecía irradiar de toda su figura. Pero a
medida que Nehru hablaba, al seguirla con la mirada me di cuenta de que ella
participaba en la exposición, animada no solo por el amor paternal, sino porque
entendía y aprobaba las palabras del dirigente hindú, que buscaban expresar con
sinceridad las aspiraciones de su pueblo.
Escribiendo estos párrafos sobre Indira Ghandi, me pregunto si en lo que
hace hoy en su país no se encuentra un eco de lo que vio y vivió entonces, en
la atmósfera de irresistible entusiasmo y heroísmo del pueblo español.
***
Al día siguiente marché a Reus, donde se encontraba el centro de
instrucción de la artillería del Frente del Ebro. Allí permanecí dos semanas,
tiempo durante el cual preparé a un gran número de baterias españolas, que
recibieron después su bautizo de fuego en la gran batalla del Ebro.
Dos semanas antes del comienzo de la ofensiva, con motivo de la celebración
del segundo aniversario del inicio de la guerra, el Alto Mando de las Brigadas
Internacionales ofrecieron la posibilidad a los combatientes rumanos, así como
a los llegados de otros paises, a transmitir a través del puesto de Radio
Barcelona un llamamiento a sus compatriotas. Así sonaba nuestro mensaje:
„Debemos ser claros. Los republicanos no podrán vencer sin nuestro apoyo,
el de toda la clase obrera unida, el de los demócratas y sus organizaciones de
todo el mundo. Que se impida al gobierno rumano vender petroleo y cereales a
Franco. Trabajadores de los puertos, !rechazad cargar barcos con mercancia para
Franco!
El pueblo español tiene necesidad de alimentos y medicamentos !Enviadlos en
grandes cantidades! !Organizad la venida de nuevos voluntarios de Rumanía para
poder completar las filas de las unidades rumanas de la España Republicana!”.
De nuevo, fue subrayada la comunidad
de intereses de los pueblos en lucha contra el fascismo:
„Luchan los voluntarios rumanos por
los campos de Castilla, que les recuerdan a los de Valaquia, en
tierras aragonesas, que les hace recordar a Moldova, y por los
caminos de Cataluña, que evoca la imagen de Transilvania, contra las que
extienden sus garras la Alemania nazi y la Hungria de Horthy. La historia de
estas tres regiones ibéricas trae a su mente a los voluntarios rumanos la
historia de su patria, de aquellas tres regiones rumanas que como Castilla,
Aragón y Cataluña se unieron en un único estado nacional, y cuya independencia
está amenazada como la de España.
El fascismo lucha hoy para
conquistar España. Mañana vendrá el turno de Checoslovaquia, y pasado mañana
nos llegará la hora a nosotros. La salvación de España significa la salvación
de Rumanía !Alcémonos todos para detener al fascismo invasor...!”
LA INFANTERIA RUMANA EN
LOS COMBATES DE ARAGÓN
Los voluntarios rumanos del batallón Diakovich de la 129.ª Brigada Internacional lucharon en Aragón a finales de marzo de 1938, hasta el mes de septiembre
de aquel año, y continuaron actuando
en este frente también después de que las tropas fascistas cortaran la zona
republicana en dos.
Era un periodo en el que la República se encuentra en grave peligro, en el
que cada combatiente ha de pasar un examen severo, en la que las convicciones
de cada uno se verifican en el
fuego de unas circunstancias extremadamente difíciles. La gran mayoría de los voluntarios rumanos
pasaron con éxito esta prueba. Al contrario, en los momentos de mayor dureza, la disciplina, el
coraje, su espíritu de abnegación, se mostraron con más firmeza.
La primera
toma de contacto con el enemigo en el frente aragonés de la 129ª Brigada Internacional fue en Peñarroya, (no
confundir con el centro minero y metalúrgico de Extremadura del mismo nombre),
en el momento en el que comenzaba la segunda fase de la ofensiva fascista. Durante unos días, la brigada sostendría
violentos enfrentamientos en aquel sector. En el desarrollo de los combates,
caería el sargento rumano Mihail Dobreanu. Las trincheras improvisadas
apresuradamente ofrecen una protección insuficiente a los soldados; estos, se
encontraban casi totalmente descubiertos ante la lluvia de balas, convertidos
en blancos fáciles para los marroquíes.
Herido en el estómago, el joven comunista rumano Dobreanu morirá cuando
era transportado hacia un punto sanitario. El voluntario Nicolae Moraru
recogería su fusil y continuaría su lucha, hasta caer también herido.
La brigada
sería sacada de la línea de fuego para ser enviadas a reforzar el flanco
derecho del dispositivo de defensa republicano, donde algunas fuerzas
republicanas habían empezado a ceder bajo la poderosa presión enemiga. Con este
objetivo, nuestros voluntarios son trasladados el 28 de marzo a Monroyo.
Ocuparon las posiciones por la noche, sin haber tenido tiempo de hacer un
reconocimiento previo del entorno. Al día siguiente se dieron cuenta de que
tenían los flancos al descubierto, pues los fascistas, al amanecer, sobre las 4
o 4,30 de la mañana, iniciaron un ataque de una violencia inusitada. Sobre un
frente de apenas un kilómetro fueron concentrados los disparos de unos 100
cañones. El enemigo quería tomar
posesión sobre una carretera que pasa por la localidad y que conectaba con
Valencia; para conseguir su objetivo, no dudaron en lanzar toneladas de
proyectiles sobre las posiciones republicanas. “Estos bandidos no ahorran en
obuses. Se ve que no trabajan mucho para extraer el hierro que arrojan contra
nosotros”, se comentaba entre las filas antifascistas.
Con las tropas
fascistas acechando a nuestras espaldas, una parte de las unidades de la 129º
Brigada, que se encontraban en aquel sector, entre las que se hallaba el
batallón Diakovich con su compañía rumana, en peligro de ser rodeadas,
recibieron la orden de retirarse hacia otras posiciones. La retirada fue
realizada con gran dificultad, bajo el acoso continuo del enemigo, a lo que se
suma que el terreno donde se efectuaba el repliegue era muy accidentado, montañoso,
y donde ni
siquiera existían senderos transitables.
Durante la
retirada murió el voluntario Stefan Megyeri, miembro del Comité Central de la
Unión de Jóvenes Comunistas de Rumania. Del mismo modo que toda la vida de
Megyeri fue un ejemplo de convicción en los principios comunistas y devoción
sin límites a la causa de la clase obrera, su muerte fue una muestra de
valentía. En el auge de los cruentos combates enfrentados por las unidades republicanas durante el repliegue, Megyeri
ocupó con su ametralladora un punto estratégico. Se ubicó en el centro del
fuego enemigo; la tierra a su alrededor parecía sufrir un terremoto, pero él
permaneció fiel a su metralleta, pegado a ella. Allí permaneció el modélico
luchador antifascista, en su puesto, hasta su último suspiro.
Muchos jóvenes
comunistas a los que él había educado y organizado, a los que condujo en la las
movilizaciones llevadas a cabo en Rumania contra el enemigo de clase, se
encontraban entonces en las unidades de voluntarios internacionales de España,
algunos incluso en la misma en la que el dirigente político era el propio
Megyeri. Estos, deteniéndose un segundo junto al cuerpo sin vida de su camarada
de armas, le dieron el último saludo, haciendo al comunista caído por la causa,
una promesa solemne: “Lucharemos hasta la victoria”.
En estas
luchas caería, igualmente, el metalúrgico Constantin Iacob, y sería gravemente
herido el ferroviario Minea Stan, trabajador de los Talleres Grivita[24].
Retirándose de Monroyo, las unidades de la 129º
brigada rodean un bosque y unas cuantas colinas, ocupando posiciones en la
carretera que lleva hacia la localidad que habían abandonado. En esta ocasión
se encontraban a la derecha de la localidad de La Pobleta, donde habían llegado
en la noche del 1 de abril. A la mañana
siguiente, el enemigo, camuflado tras una cortina de humo, acerca sus tropas de
infantería a las posiciones republicanas. Sobre las siete de la mañana, abren
fuego con más de 40 baterías. La artillería y la aviación fascistas
bombardearon con violencia desde el flanco derecho y el izquierdo de la
carretera para hacer huir a los republicanos de sus posiciones. El ataque duró
varias horas seguidas, provocando un estruendo insoportable. A las 10 de la
mañana, a pesar del cielo despejado, el campo de batalla permanece en la
oscuridad, no pudiendo atravesar las nubes de humo, el polvo ocasionado por las
bombas, los rayos del sol. Las trincheras excavadas sobre la piedra, fueron de
nuevo niveladas por el fuego fascista. Muchos combatientes antifascistas
―españoles, rumanos, búlgaros, etc.—perdieron la vida bajo el pavoroso cañoneo,
en el cual los proyectiles y los pedruscos caían como lluvia mortal sobre los
hombres.
El pelotón de Nicolae Roșu se había posicionado cerca del de Bodeanu. Los
dos cabos eran buenos amigos y se alegraban de que fueran a poder, en el caso
de que tuvieran algún momento de respiro, intercambiar algunas palabras. En la
madrugada del 2 de abril, Roșu y Bodeanu marcharon el uno hacia el otro para
charlar un rato, pero al acercarse se empezó a oir el silbido prolongado de un
obús.
―Se nos han adelantado, dijo Roșu
―¿Qué quieres decir?
―Fíjate. Cuando te iba a dar los buenos días, me han tomado los señores la
delantera con un saludo de tipo fascista
―Si solo hubiera sido un saludo, pero creo que es solo el comienzo del
espectáculo[25].
Cuando llegué el número principal , nos enteraremos.
Ciertamente, la artillería no se hizo esperar mucho. Los obuses explotaban
uno tras otro, en una lluvia de fuego y metralla.
―!Eh, Budeanu! ¿Qué crees? ¿Tenemos nosotros tanta artillería en todos los
frentes juntos como ellos han concentrado aquí?, preguntó extrañado Roșu en un
instante en el que el estruendo se calmó un poco.
―Si hubiéramos tenido tanta, ahora no quedaría ni un fascista en pié por aquí,
respondió.
Después de otra media hora de estruendo ensordecedor, las explosiones
empezaron a calmarse.
―Budeanu, podemos decir ya olé,
que el flamenco[26]
se ha terminado, exclamó Roșu
Muy al contrario, no pasó mucho tiempo cuando se empezó a escuchar el
sonido de unos aviones que se acercaban. Venían en formación de cinco en cinco,
alineándose sobre las trincheras y soltando su carga mortal.
En esos momentos, solo la suerte te puede salvar. No se puede hacer gran
cosa, pues los refugios son solo una ilusión. Roșu revisó sus efectivos, hizo
alguna broma dirigida a Marin Chilon –otro buen amigo, obrero de la fábrica
“Vulcan[27]”
de Bucarest- y anima a sus hombres.
―Ahora nos toca el turno a nosotros, a la infantería. Vais a ver ahora como
los “héroes” huyen mordiendo el polvo.
A lo lejos se oía un zumbido que se hacía poco a poco más fuerte. En fila
india se acercaban los tanques enemigos. Los republicanos solo disponían de
unos pocos hombres, apenas cañones y un puñado de granadas antitanque.
El enfrentamiento era difícil, desigual. Sin embargo, los combatientes
republicanos se arrojaron a la lucha sin vacilación. Roșu se lanzó al frente de
su pelotón, arrojando una granada a la oruga de un tanque, y después otra. El tanque quedó fuera de combate,
pero a Roșu le llegó el momento de caer bajo el fuego enemigo.
Les fue muy difícil a los voluntarios rumanos de la compañía “Grivita Roja”
el asociar a Roșu con la muerte ¡Era tanta la vitalidad, su carácter
voluntarioso y su entusiasmo juvenil en aquel luchador con figura de niño y
vocación de artista! Era un obrero al que la burguesía había intentado que su
mente permaneciera en la ignorancia, estrechar el horizonte de sus
preocupaciones, como a todos los que trabajaban, pero sin embargo dominaba con
extraordinario talento la lengua de sus antepasados, amaba la poesía e incluso
escribía sus propios versos.
Precisamente, con su cuaderno de poemas sobre el pecho sería enterrado
en tierra española, donde cayó combatiendo como un valiente defendiendo su
patria y la libertad de todos los pueblos.
El ataque a La Pobleta se desarrollo con la misma táctica utilizada en el
ataque anterior. Del mismo modo, las tropas republicanas resisten
encarnizadamente, pero toman la decisión de retirarse para evitar terminar
siendo rodeadas. Durante todo el periodo de abril y mayo las circunstancias se
repiten, y las luchas no se desarrollaron de una forma normal. Las unidades
republicanas de aquel sector del frente de Aragón están obligadas cada 2-3 días
a replegarse por el peligro de ser cercadas; luchaban por liberarse del cerco
y, tras unas jornadas, volvían a encontrarse en una situación similar. Todavía
no se planteaban la posibilidad de desencadenar una ofensiva o contraataque, ya
que lo urgente era ralentizar como fuera el avance fascista hacia Valencia.
Cuando después de cruentos combates y numerosas pérdidas, (caería asesinado
Iosif Balan, y de los voluntarios rumanos serían heridos Codrut, Faur,
Moldoveanu, entre muchos otros), las unidades del batallón Diacovich recibieron
la orden de replegarse cuatro kilómetros más allá de La Pobleta, ya era
demasiado tarde: la infantería italiana se encontraba a sus espaldas y cortaba
la retirada. Con celeridad, el comunista español Largo, comandante del
batallón, consiguió sacar a nuestras unidades de la celada. Después, tomando un
camino paralelo al que utilizaban
en su avance las tropas italianas, y
marchando más deprisa que éstas, los republicanos cortaron el paso al
enemigo y detuvieron su avance. Largo organizó una línea de defensa provisional
en la misma carretera. A ambos lados, el terreno accidentado ayudaba a
obstaculizar el paso de los italianos, facilitando el trabajo a los
republicanos. A la vez que las unidades del batallón Diacovich retenían allí al
enemigo, a unos 6
kilómetros de distancia de La Pobleta, el comandante de
la 129º Brigada organizaba una nueva línea, en Morella, para parar el progreso
de los fascistas.
Sobre la nueva línea organizada con prisas, con trincheras muy
rudimentarias, excavadas improvisadamente, el enemigo se lanzaba una y otra vez
con su artillería y su aviación. Los aviones de caza seguían a cualquier grupo
de hombres divisado, sin importar
su tamaño, ametrallándoles. Los republicanos tuvieron numerosas
bajas, tanto entre los españoles como en las filas de los internacionales. Sin
embargo, el avance enemigo consiguió ser detenido casi una semana, teniendo
también los fascistas muchas víctimas.
A las posiciones reforzadas por la 129ª Brigada llegaron nuevos
contingentes. De este modo, esta fue retirada del frente y enviada, al poco
tiempo, a Villafranca del Cid, para su reorganización.
De allí, la 129ª sería orientada hacia Ejulve, donde ocupó unas pociones
previamente preparadas. Después de luchar durante un tiempo en aquel sector, la
brigada descendió hacia el sur, en dirección a Cañada Vellida, donde hubo
choques entre las unidades de exploración republicanas y fascistas. Más tarde, ocuparía posiciones todavía más al
sur, cada vez más cerca del la línea ferroviaria Teruel-Sagunto, objetivo
principal de los ataques del enemigo. En general, tras la ruptura de la España
republicana en dos, los
fascistas buscaban ensanchar los flancos hacia Valencia para ocupar la ciudad,
y las tropas republicanas pretendían impedir aquel objetivo, consiguiendo
estropear sus planes.
En las cercanías de la carretera Teruel-Sagunto, entre Mora de Rubielos y
Puebla de Valverde, nuestras unidades permanecerán más de un mes, frenando el avance de importantes tropas enemigas.
A mitad del mes de julio, la 129º brigada recibió la misión de sacar a los
fascistas de una posición que dominaba una gran porción del frente republicano.
Se trataba de echarlos de la zona montañosa de Peña Marco. La acción que tenían que llevar a cabo las
unidades del batallón Diacovich era extremadamente difícil, y requería de mucho
coraje y determinación. Tenía gran semejanza con el asalto a una fortaleza o
ciudadela. Las colinas y gran parte de las montañas de Aragón, a causa de la
falta de tierra fértil que sufre la población en esa zona, fueron adaptadas
para el cultivo. En sus laderas los hombres de la región construyeron terrazas
de unos tres metros de altura, trayendo hasta allí, a lo largo de los años,
gran cantidad de tierra, en la que plantaron después diferentes árboles. Las
terrazas estaban separadas por lados rectos como un muro. Todo se asemejaba a una enorme escalera.
Aquellos escalones tenían que ser subidos por los combatientes republicanos
bajo el fuego de los enemigos, favorecidos por la posición que ocupaban.
A través de un intenso trabajo político, los comisarios y organizadores de
partido lograron mobilizar a los voluntarios rumanos en esta acción difícil y
peligrosa.
“Veis esta tierra
revuelta por las bombas ―arengaba Conderor, comisario político de la “Griviței
Roși” ―, las casas ardiendo, las mujeres destrozadas, sus hijos hambrientos.
Estas vistas, que provocan escalofríos a todo aquel que merece llamarse hombre,
son muy del gusto de los fascistas. Así quisieran que sufran Rumania,
Checoslovaquía y otros países. Para detener todos los crímenes que perpetran
los fascistas, ¡tenemos que machacarlos! El lema de los reaccionarios es, dividir
para dominar; el nuestro, unirnos para derrotarlos y conquistar la libertad”.
Las cartas
llegadas de nuestro país justo antes de empezar el ataque, a la vez que algunos
pequeños regalos, -más importantes por su valor moral que por el material-,
enviados por el Comité de Ayuda de París, ayudaron a que los voluntarios
sintieran aún más el apoyo de sus compatriotas y los antifascistas del mundo
entero, decidiéndoles a comportarse del modo que merecía aquella simpatía con
las que eran mirados.
En la noche
anterior al asalto, los republicanos hicieron un reconocimiento de las
posiciones enemigas. A la madrugada siguiente, a falta de apoyo artillero, se
abrió fuego concentrado de mortero y ametralladora sobre las posiciones
enemigas. Tomado por sorpresa, el golpe recibido es así de poderoso que, tras un corto pero violento combate individual, con bayonetas y granadas,
fue expulsado de sus posiciones y empujado hacia el valle. ¡Peña Marco[28]
había sido tomado por los republicano!
La victoria había
sido rápida, pero con muchos sacrificios. De entre las filas de los voluntarios
rumanos cayeron muchos muertos y heridos. De entre los muertos, dos camaradas
extremadamente queridos por sus compañeros de las unidades rumanas: Constantin
Bodeanu y Alexandru Cucimarovschi. Ambos, de extraordinario coraje; los dos,
siempre presente en primera línea.
Un poco antes del
ataque de Peña Marco, Bodeanu recibió noticias de casa, que le entristecieron.
―¿Qué te pasa,
chaval?, le preguntaron los demás conociendo su habitual carácter alegre.
―Tengo malas
noticias de casa. Mi padre está enfermo. Mi mujer, creo que enfadada, me pide
que vuelva cuanto antes ¿Qué pensará, que una guerra es un viaje de placer, que
puedes interrumpir cuando quieras? Van mis camaradas a casa de mi viejo y le
ayudan, pero se sienten un poco intranquilos por mi causa ¡No importa, saldré
de esta!
Cuando el
comandante del batallón pidió que se presentaran voluntarios para ir en primera
línea, se presentaron muchos combatientes rumanos, Bodeanu entre ellos. También
Cucimarovschi, Aurel Stancu, Ioan Stoian,
Rudolf Hichel, Ștefan Mera y otros... Durante la misión, Bodeanu y Cucimarovschi perdieron la vida.
Un gran número de
hombres cayeron heridos. Más de la mitad de los miembros de la compañía
“Grivița Roșie” no pudieron continuar la lucha. Cada hombre útil, independientemente
de la función que desempeñara, pide un arma para sustituir a los camaradas
caídos. Combatió incluso el cocinero de la compañía, Gheorghe Chioreanu, junto
a los enfermeros Caras, Mihail y otros muchos, hasta que fueron heridos.
Sin embargo, los
sacrificios realizados no fueron en vano. El enemigo fue obligado a retirarse
apresuradamente hacia las posiciones del Frente del Ebro, donde los
republicanos estaban a punto de desencadenar su gran ofensiva, con tropas de
infantería y artillería.
Tras el éxito del
ataque en Peña Marco, la 129 Brigada es retirada de sus posiciones y enviada de
nuevo a las cercanías de Teruel: a Peña Blanca[29]
y Puebla de Valverde.
En Peña Blanca,
las tropas republicanas lanzaron un ataque, lo que obligó a los fascistas a
traer tropas frescas de infantería y de artillería de otra parte del frente
para poder hacer frente a la presión. Tras algunos días de combates locales,
dos o tres brigadas republicanas, entre las que se encuentra la 129 Brigada
internacional, comenzaron una acción ofensiva en dirección a Puebla de
Valverde. Los republicanos abrieron su ataque con artillería antitanque. Los
cañones, que habían sido desmontados pieza a pieza, habían sido transportados
con caballos o burros por los angostos
senderos del monte. El enemigo, que no esperaba
ser atacado con artillería en la montaña, fue derrotado. A pesar de que un tren
blindado de los fascistas, que se encontraba en la vía férrea Teruel-Sagunto,
bombardeaba violentamente a los republicanos, estos consiguieron echar a sus
enemigos de sus posiciones y limpiar el terreno en un área de 6-7 km.
Aquellos fueron,
brevemente, los episodios más importantes de la participación de los
voluntarios rumanos en las luchas llevadas a cabo en la primavera y el verano
de 1938 en Aragón. La actitud que tuvieron en aquellos combates, que se desarrollaron en condiciones
terriblemente difíciles, como también la actitud del resto de combatientes
republicanos, españoles o internacionales, reflejaban la decisión de los
luchadores antifascistas de no cesar en su lucha hasta acabar con el enemigo.
[1] Gastón Carré
(comandante de la batería franco-belga) y Samuel Arbousset (comandante
de la batería "Pasionaria" del regimiento rumano de artillería)
[2] Conejo
en francés. En este idioma en el original (N.t.)
[3] Cervantes, Miguel de, Don Quijote de la
Mancha.......
[4] En español en el original (N.T.)
[5] Roman comenta dentro de la cita original
de la revista francesa citada en el texto (N.T.)
[6] En el original aparece la palabra “caminero”,
en español. No sabemos con exactitud si se refiere a “peones camineros” o a
“caminantes”, siendo ambas acepciones aceptadas por el RAE.
[7] Entre comillas en el original: “nebuna”
(N.T.)
[8] Entre comillas en el original: “al nostru”
(N.T.)
[9] Entre comillas en el original: “naționali”
(N.T.)
[10] En español en el original. El autor
escribe la traducción en nota a pié de página (“Cîine blestemat. Singurul național aici sunt eu, căci sunt spaniol”
[11] V., el comandante rojo, es, evidentemente,
Valter Roman, el autor del libro (N.T.)
[12] En sus memorias de la guerra de España,
publicadas en una serie de artículos aparecidos en la revista Ogoniok, nr.6,7,8/1965, el mariscal
Rodion Malinovski, entonces ministro de defensa de la U.R.S.S., contó esta
escena, hablando especialmente de la personalidad del héroe de la acción, el
capitán Korenevski. El mismo episodio fue contado también por Jacques Delpierre
de Bayac en su obra Les Brigades
Internationales, aparecida en París en 1968 (Nota del autor)
[13] En español en el original (Nota de los
traductores)
[14] Los acontecimientos de más arriba han sido
reproducidos por el diario Romanul
American, publicado en Detroit (EE.UU.) el 22 de julio de 1939 (Nota del
autor).
[15] En español en el original. El autor
incluye una nota a pié de página con la traducción (Nota de los traductores)
[16] En francés en original: buen amigo (N.T.)
[17] En francés en el original, traducido en
nota a pié de página por el autor: “El valor no atiende a la edad (N.T.)
[18] En francés en el original; en español, el
jefe (N.T.)
[19] La discusión de los brigadistas, tal y como la
cuenta Valter Roman, es un reflejo del cambio de paradigma asumido por les
miembros del Partido Comunista de Rumania tras la muerte de Stalin. Roman
intenta justificar sus ideas de antes del XX Congreso del PCUS, afirmando que
todos estaban engañados y que seguían fielmente la doctrina que llegaba de la
dirección. Lo curioso es que a finales de los años sesenta, cuando escribe su
libro, hace lo propio y asume como un autómata las mentiras vertidas por
Jruchov, sin cuestionar lo que venía del propio partido del que decía haber
aprendido a cuestionar. La diferencia es que en esta ocasión no se trataba ya
de jugarse la vida en defensa de la libertad de un pueblo o de la derrota del
fascismo, sino de hacer lo que el PCR dictaba para conseguir cargos y seguir
disfrutando de los privilegios del poder.
[20] Genevieve Tabouis, De la Liga Nationilor
la San Francisco, Editura Moderna, Bucuresti, 1946 (Nota del autor).
[21] Subrayado del autor (Nota de los traductores).
[22] Entrecomillado en el original (N. de los
Traductores)
[23] Es curioso que cuando Valter Roman
escribía estas líneas, Nehru, siendo presidente de la India, ya había sido el
protagonista del ataque contra la República Popular China en 1961, En diciembre del 1961, el gobierno de Nehru, adoptó una política de mayor firmeza en cuestiones
territoriales, cuando no francamente agresiva, con respecto a la frontera en
disputa con el país vecino. A mediados de ese mes, las Fuerzas Armadas Indias
tomaron los enclaves de Goa, y Damán y Diu, pertenecientes al Tibet. Antes, Nehru había acogido como
refugiado al Dalai Lama tras la revuelta del Tibet en 1959, a pesar de que este
personaje representa el gobierno de los tiranos sacerdotes contra la miserable
población tibetana. Por lo tanto, es curioso que le describa con tan buenas
palabras, y no diga nada de agresividad imperialista.
[24] Talleres ferroviarios donde en febrero de
1931 se iniciaría una mítica huelga de los trabajadores, que se extendería por
todo el país, y que sería objeto de una cruel represión del ejército y la
policía del gobierno del rey Carol II.
(N. de los Traductores).
[25] En el original aparece “flamenco” (N. de
los Traductores).
[26] Ambas palabras, olé y flamenco, en español
en el original (Nota de los traductores).
[27] Famosa
fábrica metalúrgica de Bucarest durante el Socialismo. Por supuesto, hoy, tras
25 años de saqueo neoliberal, tan solo quedan como herencia de aquella algunas
ruinas (Nota de los traductores)
[28] En el original, aparece como Penamarco
(Nota de los TT.)
[29] En el original, Penablanco (Nota de los
TT.)
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