martes, 11 de noviembre de 2014

Bajo el cielo de España. Capítulo VIII: Historia de los brigadistas rumanos en la Guerra Civil Española

Continuamos con la traducción del libro de Valter Roman, miembro del grupo de rumanos que combatieron en España en las Brigadas Internacionales contra el fascismo, en el que se describe la participación de los comunistas de Rumania en la Guerra Civil española (1936-39). 

Se puede acceder a las partes anteriores en los siguientes enlaces:


  

Capítulo VIII: Días difíciles en Aragón

UNA RESISTENCIA ABNEGADA

Había transcurrido más de un año y medio desde el comienzo de la rebelión fascista en España. Los republicanos, a los cuales Franco y sus sostenedores pensaban poder derrotar al principio de la contienda en uno o dos meses, no solo resistían las más fuertes presiones, sino que además atacaban con extraordinaria energía, provocando enormes pérdidas a las tropas franquistas y mucha mala sangre en sus mandos. Hitler y Mussolini perdieron la paciencia, y presionaron a Franco para acabar de una vez, lo más rápidamente posible, con la República.  Este había prometido iniciar, a lo más tardar en marzo de 1938, una ofensiva de gran envergadura con aquel objetivo en Aragón, al sur del río Ebro.

Trincheras en el frente del Ebro
Bastaba un simple vistazo al mapa de España, donde seguir las posiciones republicanas y fascistas en la guerra desde 1936 a 1939, para verificar que el punto neurálgico para romper la unidad de la zona republicana era el frente de Aragón. Allí, desde las posiciones fascistas hasta el mar había apenas algo más de cien kilómetros. La llegada de las tropas de Franco al mar representaría el desmembramiento del territorio controlados por el ejército gubernamental, tras lo cual, aprovechando bien la situación, se podía terminar rápidamente con toda resistencia, según las cuentas de los fascistas. Este era el plan de las operaciones comenzadas por el mando franquista en marzo de 1938.

El esfuerzo principal lo realizaron las tropas italianas que, mientras el ejército republicano se agotaba en los combates de Teruel, se habían mantenido en la retaguardia preparándose para la nueva batalla.

El día 9 de marzo de 1938, a las 6.30 de la mañana, tras un intenso fuego de artillería y aviación, los fascistas inician una violenta ofensiva entre el Ebro y Montalbán, a lo largo de un frente de unos 80 kilómetros. Con este objetivo, habían concentrado más de seis cuerpos de ejército, 165 baterías de artillería y el grueso de las fuerzas aéreas. Su ofensiva perseguía fulminar al ejército republicano, ubicado en ambas orillas del Ebro, y dejar así  abierto el camino para la ocupación de Cataluña y las provincias del levante.

La avalancha fascista no pudo ser detenida por las tropas republicanas, tomadas por sorpresa, a pesar de la poderosa resistencia organizada en diferentes puntos por las divisiones españolas y las brigadas internacionales. El 10 de marzo, Belchite, Codo, Azuara, Latux y Lecera ya habían sido ocupadas por los atacantes. Los aviones republicanos, llevando a cabo una lucha difícil contra la aviación fascista, frente a la que se haya en la inferior proporción de 1 a 10, se aseguró el dominio del aire, haciendo posible el envío de refuerzos a los sectores más amenazados.

Las XIII y XV Brigadas, casi totalmente rodeadas, consiguieron zafarse del cerco y, contraatacando en el flanco izquierdo  de las tropas marroquíes, ofrecieron la posibilidad de reagruparse con algunas unidades españolas que se encontraban en peligro.

El 11 de marzo, bajo el fuego poderoso de la artillería y la aviación fascista, las unidades republicanas tuvieron que replegarse en todo el frente. El mismo día, el fascismo, que ya considera la victoria cercana, dio un nuevo golpe en Europa: Austria fue invadida por las tropas nazis.

Durante los días siguientes, el ejército republicano continúa su retirada en Aragón. Sin embargo, eso no significó que el enemigo dejara de pagar caro cada centímetro de tierra  conquistado. La División 35, dirigida por el general Walter, se encontraba a punto de ser rodeada completamente entre Hijar, Alcañiz y el río Ebro. No obstante, consiguió replegarse en dirección a Caspe. Sosteniendo combates encarnizados con las tropas marroquíes y las navarras, la División 35 defendió palmo a palmo el territorio, al igual que las divisiones españolas, que se encontraban comprometidas en violentas luchas con el cuerpo de ejército italiano.

La 45 División de las Brigadas Internacionales, mandadas por el coronel Hans Kahle, la cual había recibido la orden de defender la carretera Gandesa-Valderrobles, contraatacó, recuperando temporalmente algunas posiciones, haciendo prisioneros y capturando importante cantidad de material enemigo. Golpeada por sus flancos, fue obligada a retirarse a la otra orilla del río Guadalope donde, desde el 17 de marzo, se encargó de retener el torrente de soldados fascistas.

El 22 de marzo, empezó la segunda fase de la ofensiva fascista, desarrollada a lo largo de un vasto frente que se iniciaba en la frontera francesa y llegaba hasta el sur de Alcañiz.  En el sector norte del frente, los fascistas atacaron violentamente las posiciones republicanas del este de Huesca. Tras dos días de lucha encarnizada, el frente republicano se rompió, y los fascistas pudieron avanzar hacia el este en el sector de Tremp, donde los republicanos pudieron contraatacar eficazmente, rechazando al adversario hasta el oeste del río Cinca. Las fuerzas franquistas, avanzando también hacia el norte, llegaban el 20 de abril a la frontera francesa de Pont-du-Roy.

Algo más al sur, la nueva ofensiva iniciada por los fascistas el 22 de marzo se extendía en dirección a Balaguer y Lérida. Se ocuparon Tardiente y Sariñena, pero frente a la localidad de Tamarite se golpearon con una fuerte resistencia republicana. El 31 de marzo, los franquistas ya se encontraban a 2 kms de Lérida. Los moros atacaron con todas sus fuerzas la ciudad, pero fueron mantenidos a raya por los republicanos, que organizaron la resistencia en la orilla izquierda del río Segre.

Más tarde, en la orilla derecha del Ebro, entró en acción el cuerpo de ejército italiano. Este comenzó su ataque en el eje Alcañiz, Gandesa, Tortosa. Pero el 20 de marzo una potente contraofensiva republicana  les obligó a dividir en dos sus tropas y a abandonar el ataque frontal, con diferentes objetivos a los iniciales.  Sin embargo, la división de Lister combatiendo heroicamente no les dio ni un respiro. Las divisiones de Mussolini “Littorio”, “Flechas Azules” y “Flechas negras” sufrieron serias pérdidas. El 3 de abril, no obstante, las tropas italianas lograron hacerse con Gandesa. Al día siguiente, los italianos chocaban de nuevo con la División XI española, que resistió más de 48 horas en Vértice del Rey, bajo un fuego de artillería que los mismos fascistas calificaron de “teóricamente insoportable”. El día 7 de abril la división XI española ocupaba Cuesta, localidad que logró defender hasta el 13, causando innumerables bajas al enemigo.

Sin embargo, la lucha era demasiado desigual. Recibiendo nuevos refuerzos, el ejército fascista consiguió llegar el día 15 de abril a la orilla del mar, entre Amposta y Vinaroz.

La situación era extremadamente crítica para los republicanos. La zona republicana había sido cortada en dos. El peligro de la inmediata conquista de Cataluña era evidente, al igual que la de todo el territorio del gobierno. Y, sin embargo, gracias al espíritu de sacrificio y al heroísmo del pueblo español, lo temido no tuvo lugar. Tras una retirada difícil y agotadora, el ejército republicano, reforzado con nuevas unidades de voluntarios españoles y organizadas por el Partido Comunista de España, consiguió detener el avance fascista, estableciendo la línea del frente a lo largo del cauce del Ebro, donde algunos meses más tarde tendrá lugar una de las más brillantes operaciones del ejército republicano en la guerra.

Durante la retirada en Aragón, las tropas republicanas, a través de la resistencia opuesta a un rival que disponía de fuerzas abrumadoramente superiores, escribieron en la historia de la lucha por la libertad páginas de un sublime heroísmo. El vigor de su coraje puede ser mejor apreciado teniendo en cuenta las grande pérdidas sufridas por el enemigo, las que, según el mando italiano, se elevaron a 400 oficiales y miles de suboficiales y soldados.

Entre los numerosos héroes de la libertad que regaron con su sangre las tierras de Aragón, del soleado levante, se contaban muchos voluntarios rumanos que participaron en la lucha, bien con el regimiento rumano de artillería, bien en las unidades rumanas de infantería de la 129ª Brigada Internacional.

El regimiento rumano de artillería –como otras unidades del ejército republicano- fue enviado directamente desde el frente de Teruel al de Aragón, para enfrentar a la ofensiva fascista. La situación era muy grave para la República, pues los fascistas atacaban con fuerzas muy superiores, y el mando republicano estaba obligado a  mandar a sus efectivos al combate sin apenas tiempo de descanso y de recuperación .

La 35 División internacional, de la que formaba parte el regimiento rumano, ocupó en primer lugar posiciones junto a Belchite, encontrándose de este modo en el área hacia la que se dirigía el ataque principal de los fascistas. Desde el primer momento del desencadenamiento de la ofensiva, el mando republicano se dio cuenta de que no iba a poder parar la avalancha del ejército franquista. El ejército republicano debía llevar a cabo la orden de una retirada organizada, durante la cual se provocaran el máximo número de bajas al enemigo, con el objetivo de que éste no pudiera llevar a cabo la totalidad de su plan (cortar en dos la zona republicana y, después, la liquidación total de la República).

A través de las medidas tomadas por el mando republicano, se perseguía que la retirada de las tropas llevara a la estabilización del frente y a la organización de una sólida línea de resistencia frente al enemigo. El objetivo se realizó debido a la valiente actitud de los combatientes republicanos, entre los que se encontraban también los artilleros rumanos.

Las tropas fascistas rompieron el frente republicano en un gran territorio con su ofensiva. Las grandes unidades del ejército de la República se encontraban en peligro de ser rodeadas y destruidas. En semejante situación se vio la división 35 al completo, incluyendo el regimiento rumano de artillería.

***

En un momento dado, en las filas de una de las unidades internacionales cundió el pánico. Viendo la ava lancha de fascistas acercándose, los hombres abandonaron sus posiciones echando a correr. Todo esto sucedió en un sector cercano a la carretera de Alcañiz. Arbousset, Carré y yo nos dirigíamos hacia un puesto de observación cuando tuvimos la oportunidad de asistir a aquella escena. Pensé enseguida que en aquellas circunstancias era absolutamente necesario una intervención pronta y decidida (de otro modo los que habían entrado en pánico empujarían a otros a una huida semejante que podría alcanzar grandes proporciones y provocar un verdadero desastre), pero no llegué a exponer mi pensamiento en alto cuando vi a André Marty[1]. Se encontraba en mitad de la carretera, agitando una pistola en cada mano, e insultando por doquier. Cuando nos acercamos, constatamos que Marty había perdido totalmente el control de sí mismo. Furiosamente gritaba:

Lapins[2], conejos cobardes, amenazando con sus armas a los interbrigadistas.

Nos dimos cuenta de que no procedía correctamente al insultar a aquellos hombres que habían luchado duramente y que, en un momento de agotamiento, en condiciones horribles en las que nos encontrábamos entonces,  manifestaban su fragilidad.  También era evidente que el intento de parar semejante desbandada con sus pistolas no podía llevar, en aquellas circunstancias, más que a resultados opuestos a los deseados. Viendo como estaban las cosas, Arbousset y Carré se acercaron a Marty y uno de ellos le dijo:

─Por favor, déjanos resolver a nosotros la situación. No es el momento de actuar así.

Marty lo miró un instante con sorpresa, y después, reconociéndole, encogió los hombros, guardó sus pistolas en la cartuchera y se alejó. Junto a algunos interbrigadistas que habían mantenido la sangre fría, logramos organizar un cinturón de seguridad que evitó que los que huían provocaran el desastre entre el resto de las tropas, restableciéndose así el orden.

Escuché entonces a Samuel Arbousset animando a los camaradas con palabras admirables, palabras de un combatiente sin miedo pero, a la vez, comprensivo de las debilidades humanas.

─Chicos, a todos nos es querida la vida, quisiéramos todos vencer a los fascistas y saborear la alegría de la victoria. No buscamos el peligro intencionadamente, pero si no podemos evitarlo tenemos que enfrentarlo con valentía. Y si tenemos que morir, entonces muramos con la cabeza muy alta; ni a nuestras familias, ni a nuestros hijos, ni a nuestros amigos ha de darles vergüenza de nuestros actos.

Cuando tras un tiempo nos reencontramos con Marty, no se ruborizó al recordar el episodio, y nos contó que actuando con calma nosotros habíamos encontrado una solución mejor a la suya.

***

Tras los duros combates con el enemigo entre Belchite y Hijar, cediendo solamente terreno metro a metro y tras una cruenta resistencia, la División 35, sometida a una poderosa presión por parte de las tropas franquistas, recibió la orden de retirarse. No obstante, cuando llegó el momento de cumplirla, todas las carreteras habían sido cortadas en dos por las vanguardias franquista e italiana.

La división se encontraba ante solo dos alternativas: o abrirse camino mediante la fuerza, enfrascándose en una lucha contras la poderosa vanguardia de las tropas fascistas, lo que habría llevado a diezmar sus propias filas, al hallarse en condiciones absolutamente desfavorables para sostener una acción semejante, o usar los caminos del monte todavía no ocupados por las tropas de Franco, para escapar del casi total acorralamiento y poder alcanzar las nuevas posiciones donde se estaba organizando una nueva y firme línea de resistencia contra el avance enemigo.

El mando de la división se decidió por la segunda alternativa, aunque también estuviera llena de peligros. Existía un especial peligro ante un posible ataque por el flanco por parte de la avanzadilla fascista. Para poder enfrentar una situación semejante, el mando de la división dispuso que la retirada se realizara en formación de combate. Cada unidad de infantería se había repartido un cierto número de cañones, ametralladoras, etc., de modo que pudieran, en caso de ataque, responder eficazmente.

Para salir de la zona peligrosa, la división tenía que recorrer un terreno montañoso, con estrechos y abruptos senderos. Atravesar por aquellas veredas angostas las piezas de artillería, sin haber sido desmontadas, preparadas para disparar, parecía imposible. Y, sin embargo, todo lo que parecía misión imposible se llevó a cabo gracias a la tenacidad, valor y abnegación tanto de los artilleros como del resto de combatientes de la División 35. A pesar de todas las dificultades que ofrecía el terreno accidentado y de que la aviación enemiga, la división completa logró superar el asedio y las 43 piezas de artillería del regimiento, junto a la munición necesaria, fueron evacuadas sin pérdidas. Dos camiones que quedaron atrapados en el barro durante la travesía (las sendas escarpadas y zigzagueantes parecían totalmente impracticables para cualquier vehículo) fueron destruidos para que no fueran capturados por los fascistas.

El general Walter, comandante de la división, nos demostró de nuevo en aquella ocasión sus múltiples virtudes de gran militar y, a la vez, su insuperable coraje personal.

Durante la retirada no existió en momento alguno una línea del frente clara. En un momento del repliegue, el general Walter dijo lo siguiente:

─Tenemos que explorar el terreno para ver como está la situación, y diciendo esto se dirigió hacia un blindado.

Después de subirse a un tanque, me hizo un gesto para que me subiera yo en otro. e inmediatamente, partimos , él delante  y yo a su zaga.

Todo el rato me preguntaba hacia dónde nos dirigíamos, porque no se veía nada en ningún momento. Continuamos así hasta que, de un terreno rasante, se vio aparecer a las tropas fascistas. Creí que en aquel momento iba a ordenar regresar a los tanques, pero me equivoqué; al contrario, continuó avanzando, disparó unas ráfagas de metralleta desde su blindado y no ordenó volver sobre nuestros pasos hasta que no empezaron a responder a nuestro ataque. En aquel instante, comenzamos el regreso hacia nuestra unidad.

Cuando llegamos, le pregunté:

—¿Por qué has procedido de tal manera?

—Es la única manea de descubrir con seguridad como están las cosas, respondió. — Para poder tomar una decisión teníamos que saber obligatoriamente dónde se encontraba el enemigo y, para ello, era necesario establecer contacto con él.

En la retirada iba junto a la división 35 el comisario general de las Brigadas Internacionales, Luigi Longo. Él no paraba de mobilizar en todo momento a las tropas durante el repliegue, animándolas a salir con todos los efectivos humanos y materiales de aquella situación peligrosa y a contribuir después a la estabilización del frente en las líneas indicadas por el mando militar español.

En aquellas circunstancias difíciles en los que nos encontrábamos se produjo de repente en nuestras filas una deserción, como consecuencia de un momento de debilidad, de ciertos combatientes de nuestro grupo. El hecho nos afectó mucho, pues se trataba de dos hombres que siempre se habían comportado valerosamente. Veamos lo que sucedió.

“QUE SEAN FUSILADOS”

Durante una acción militar, la infantería, sometida a una dura presión, tuvo que retirarse, obligándonos a replegarnos también para no ser rodeados por el enemigo. La situación era de la mayor gravedad, aunque nuestros artilleros mantuvieron la calma admirablemente y, en total orden, cargaron las municiones, engancharon los cañones a los vehículos, se montaron en ellos y, uno a uno, se pusieron en movimiento en la dirección indicada. En un momento determinado nos dimos cuenta de que dos camiones se habían quedado sin conductor. Una rápida revista de los presentes, como de los que ya habían partido, nos mostró la ausencia de Bujor y Aldea. Les llamamos a voces, buscamos en los alrededores, pero no encontramos ni rastro de ellos. No había ninguna duda de que habían huido.

No había, sin embargo, tiempo que perder. Arbousset se puso al volante de uno de los camiones y Cristea del otro. De este modo se encontró Cristea de chofer improvisado, conduciendo el camión (pudo tener en la mano el volante más de tres horas) y recurriendo a toda su destreza para salir bien de la situación en la cual nos hallábamos.

Al día siguiente los fugados nos alcanzaron. Sintiéndose desgraciados, avergonzados, nos dijeron que se habían encontrado en las cercanías de un grupo que gritaba que el frente se había roto y, entonces, asustados de la avalancha enemiga, se dirigieron raudos hacia el lugar hacia dónde huía la tropa, convencidos de que la estampida era general.

El general Walter estaba furioso. En una tormenta de rayos y truenos, vociferaba fuera de sí:

—Que sean fusilados inmediatamente. Debemos dar un ejemplo drástico. Así será la suerte de todos los traidores.

Nosotros, que conocíamos bien a ambos conductores, sabíamos que no se trataba ni mucho menos de traición; en el fondo eran hombres honestos, comprometidos, y se arrepentían con toda su alma de lo acontecido. Sentíamos con amargura la decisión tomada por el general Walter. Cristea opinaba que alguno de nosotros tenía que hablar con él para convencerle de que cambiara de parecer; Arbousset y Carré sostenían que debíamos hacer que el general abandonara su determinación de castigarles. Se decidió que fuera yo el que interviniera ante el general en favor de ambos. En un principio, Walter no quería ni oír hablar de cambiar nada. Sin embargo, insistí.

—Pero, piénsalo,le dije —. Hasta ahora se han portado de modo irreprochable. Han errado gravemente, estoy de acuerdo. Me es difícil, por un lado, no estar de acuerdo con la decisión que has tomado, pero me es más difícil todavía aplicarla. Dejémosles que reparen su error. Una vida humana es algo extraordinariamente valioso. En estos hombres hay muchas más cosas admirables que despreciables, así que no condenes a nadie cegado por la furia e intenta antes entenderlos.

Parecía más ablandado aunque seguía respondiéndome.

—¿No crees que si les perdonamos los demás lo considerarán una debilidad?

—Al contrario. Creo que la ejecución de la orden crearía más problemas en lugar de resolverlos. Y teniendo en cuenta que estamos en España, te voy a decir unas palabras de Cervantes: “no es mejor la  fama del juez riguroso que la del compasivo[3].

—Tú deberías haberte hecho abogado. Estarías dispuesto a darme nuevos argumentos hasta la noche... ¡Adelante! Así sea. Si garantizáis que no se va a volver a repetir semejante travesura, hágase vuestra voluntad.

Fui a comunicar a Bujor y a Aldea la decisión. Estaban muy tristes y abatidos. Cristea había estado ya por allí y les había dicho unas cuantas cosas que, con seguridad, tendrían en la mente toda su vida.

—He puesto mi mejilla por vosotros, les dije —y tengo confianza en que no me decepcionareis. Pero sabed que hay cosas que se pueden perdonar, pero que nunca  se han de olvidar.

La verdad era que ni durante la retirada ni más tarde tuvimos ninguna queja más de ellos.

Al éxito de la retirada ordenada y sin apenas pérdidas contribuyó, en gran medida, el apoyo de la población civil española, que ayudaba a las tropas a dirigirse en la dirección correcta, por caminos solo conocidos por los paisanos, donde estaban protegidos del peligro de ser atacados por los fascistas, y a la vez informaban sobre los movimientos del enemigo.

En este sentido, la División 35, junto al regimiento rumano de artillería, logró replegarse hacia Caspe, donde las tropas republicanas estaban organizando una línea de resistencia.
“El ÚNICO NACIONAL AQUÍ SOY YO”[4]

Entre las innumerables situaciones extremas en las que nos encontramos durante aquella atormentada retirada, se grabó más profundamente en mi memoria un acontecimiento verdaderamente inolvidable: cuando junto a Ángel fui hecho prisionero por los fascistas (felizmente duró solamente unos pocos minutos) y después escapamos gracias a la valentía el espíritu de sacrificio de un camarada de armas.

Expongo más abajo cómo aconteció aquella situación, tal y como fue relatada por Ángel en un artículo aparecido en la publicación “Le voluntarie de la liberté”, aparecida en París en junio de 1938.

Después de los primeros trágicos días del repliegue, el 16 de marzo de 1938 (día que será inolvidable para mí)[5], a las dos de la mañana, se presentó un oficial con una orden urgente del estado mayor de la división N., para el mando V.

Como consecuencia de esta orden, la batería tenía que ponerse en marcha a través de la carretera Hijar-Alcañiz. El enemigo estaba a las puertas Alcañix, a 30 km de nuestra retaguardia, cortándonos la retirada. Con calma, sin nervios, la orden fue ejecutada rápidamente. En los arcenes algunos camineros[6] españoles nos servían café y nos daban tabaco, con gran alegría de los fumadores, que soportaban peor la falta de cigarrillos que de comida. El amanecer nos encontró en plena marcha, pero no podíamos seguir avanzando más hacia lo desconocido.

—Ángel, pon el vehículo en marcha, dijo el comandante —Vamos a reconocer el camino para ver como están las cosas.

Recorrimos unos 25 kilómetros cuando vimos como la artillería enemiga disparaba sobre la carretera con tiros rápidos y desordenados, lo que provocó que la definiéramos como “loca”[7].

—Acelera cuanto puedas, me dijo V. —De otro modo nos van a dar.

Apreté el acelerador al máximo. Tuvimos suerte de que no nos alcanzaron más que grumos de tierra y piedras proyectadas por las explosiones. Avanzamos todavía unos cientos de metros cuando, de repente, vimos en mitad del camino, a una cierta distancia nuestra, un tanque con dos ametralladoras apuntándonos. Junto al tanque había un grupo de soldados.

—¿Qué pasará con  aquel tanque?, le pregunté a V.

Miramos con preocupación hacia el blindado, hasta que comprobamos que se trataba de un tanque “de los nuestros”[8] y, sin pensarlo mucho, nos dirigimos hacia él. Nos encontrábamos a unos cien metros del tanque cuando fuimos advertidos de que nos detuviéramos. Sin darme tiempo apenas a frenar uno de los soldados disparo tres tiros con su revolver sobre nuestra rueda delantera. Furioso, paré el vehículo, salí raudo del coche y comencé a gritar:

—¿Qué haces imbécil? ¿Crees que tengo freno instantáneo para que pare cuando a te plazca? Harías mejor en irte a Hijar y disparar a los fascistas, atolondrado ¡Vamos, déjanos en paz!

Pero no había terminado de chillar cuando un soldado, dirigiendo su arma hacia mí, vociferó:

—¡Cállate y manos arriba! Somos “nacionales”[9]

Nos dimos cuenta entonces que los que nos cortaban el paso eran en realidad fascistas italianos y que el tanque que teníamos enfrente había sido probablemente capturado por el enemigo. No pudiendo controlar mi rabia, le respondí:

—¡Maldito perro, el único nacional aquí soy yo, porque soy español![10]

Uno de los fascistas, sin dejarse impresionar por mis palabras, me puso el cañón de su fusil en mi tripa, y me ordenó lo siguiente:

—¡Manos arriba!

Comenzó a registrarme. El reloj, el monedero, todo lo que tenía algún valor, pasó desde mi bolsillo al del que me apuntaba.

V. fue detenido por un teniente coronel italiano y despojado igualmente de cualquier objeto con cierto valor. Escuchábamos a los fascistas felicitándose recíprocamente por haber hecho prisionero a un comandante rojo[11].

Tras convencerse de que no llevábamos encima nada que pudiera interesarles, nos llevaron a un lado de la carretera y nos acorralaron contra un árbol mientras dos de ellos nos apuntaban con sus ametralladoras. No había nada que hacer. Miraba preocupado hacia la negra boca de los cañones de donde esperaba que, de un momento a otro, me llegara la muerte. De vez en cuando echaba una ojeada hacia el accidentado barranco que se hallaba a nuestras espaldas, a unos 40 metros. Se me pasaba por la mente que si pudiera llegar hasta allí me salvaría sin duda ¿Cómo escapar, sin embargo, de las dos armas que apuntaban hacia nuestro pecho?

Pero algo totalmente inesperado hizo que lo que me parecía un deseo irrealizable se convirtiera en realidad. Por la carretera apareció, de repente, un vehículo del estado mayor de  nuestra división. Sus ocupantes, que nos habían visto con las manos en alto, dándose cuenta de  que habíamos sido hechos prisioneros, abrieron las cuatro puertas del coche y huyeron antes de que el automóvil pudiera ser detenido. El quinto ocupante, el capitán K[12]., un hombre de una valentía extraordinaria y con un enorme espíritu de camaradería, descendió con una pistola en cada mano disparando contra los fascistas, cubriendo con el precio de su vida la huida de sus camaradas.

Aprovechando el momento de confusión, pusimos pies en polvorosa y, en unos pocos saltos llegamos al margen del  barranco. Inmediatamente empezó una lluvia de balas. Una de ellas pasó rozando  la bota de V., pero solo consiguió arañar su piel. Yo me golpeé con una roca, tras lo que caí al suelo. Por un momento, tenía la impresión de haber sido golpeado, pero pronto me levanté y conseguí rodar el primero por la quebrada salvadora, ganando la carrera hacia la supervivencia. Las ráfagas de ametralladora continuaban, pero ya estábamos a cubierto de los pedruscos, matorrales y la irregularidad del terreno. Escuchábamos al teniente coronel italiano dando voces como un loco. Parecía que no estaba muy contento de la forma en la que nos habíamos despedido de él, muy poco protocolaria, pero extremadamente eficiente para nosotros.

Los fascistas tiraban a ciegas; no nos acertó ni un proyectil. Sin embargo, no habíamos llegado todavía al final del sufrimiento. Tuvimos que recorrer 30 kilómetros a través de los montes para llegar a Caspe, sin tener ni idea donde se encontraban ni los nuestros ni el enemigo.

Bebimos un poco de agua de una acequia y continuamos la marcha. V. estaba agotado, debido a una herida en el pulmón en los combates  de Quinto, que le hacían aguantar mal los grandes esfuerzos. En un momento dado, nos descubrió la aviación enemiga, que no dudó en ametrallarnos. Nos tiramos al suelo, nos escondimos  nos arrastramos para avanzar y, por fin, escapamos de nuevo.

Un poco después, escuchamos unas voces cercanas. Nos ocultamos tras unas peñas y permanecimos en silencio. No parecían muchos.

—Voy a ver quienes son, susurré a V.

Salí con prudencia y vi a dos soldados que parecían estar buscando algo. Entonces, les chillé preguntándoles a qué unidad pertenecían. Al escucharme, se escondieron y respondieron:

—¿Quién eres tu?

—¿Y vosotros?

—Somos artilleros, respondió uno de ellos titubeando.

Su respuesta me alegró mucho. Hice cuentas y me convencí de que tenía que tratarse de soldados republicanos, pues la artillería fascista no podía haber llegado hasta allí. Nos acercamos a ellos y verificamos que tenía razón. Extenuado por el cansancio, agitado por la emoción, me derrumbé sobre la tierra desnuda mientras le decía a V.:
Tengo unas ganas de no hacer nada[13]

—Te creo, pero ahora no es el momento, me respondió.

Me levanté con dificultad y continuamos el camino hacia Caspe, donde los cuatro nos reencontramos con nuestra unidad[14]”.


UNA DISPUTA SIN FIN

Valter Roman
Comenzó en Aragón, durante un día de demasiada calma, en marzo de 1938. Habían llegado noticias sobre un nuevo proceso en Moscú (el tercero de este tipo), en el que fueron condenados Bujarin, Krenstinski, Rikov, Rakovski y otros. En total 21 personas, la mayoría sentenciados a muerte y ejecutados.

Los comisarios políticos tenían buen cuidado de que la noticia no pasara desapercibida, de que fuera comentada como correspondía. Sin embargo, no tuvieron que hacer mucho esfuerzo para ello en aquella ocasión. Todos, indiferentemente de la nacionalidad, aprobaban la sentencia pronunciada. La motivación de la condena nos pareció reveladora. En ningún momento se nos pasó por la cabeza que algo podía no ser como se nos contaba. Demasiado grande era nuestra confianza, demasiado completa, se podría decir; ciega fue nuestra fe.

La discusión habría pasado rápidamente, sin ninguna polémica, si no hubiera sido por un camarada español, Jaime, y otro belga, Thonet, ingeniero, teniente de artillería en el batallón franco-belga.

Jaime decía:

—Me es difícil creer todo lo que se dice.
—¿Qué quieres decir?, saltamos algunos inmediatamente.
—Quero decir lo que he dicho... me parece exagerado.
—Es decir, ¿dudas que se trate realmente de espías y traidores?, inquirimos unos cuantos.
—No, no digo eso. Por supuesto que pueden existir traidores a la causa comunista...Esto se ha comprobado más de una vez. Lo que digo es que me es difícil de creer que los condenados hayan sido realmente espías, después de haber tenido un papel tan importante en el triunfo de la revolución.

Jaime fue rápida y duramente criticado por todos nosotros. Le explicamos que las leyes de la lucha de clases son inexorables, que sería bueno que pensara en elevar su nivel político e ideológico, etc...

El bueno de nuestro chofer no sabía cómo responder.

—Bien, camaradas, murmuraba el pobre, —puede que tengáis razón. Yo no tengo mucha preparación política. Simplemente era mi opinión, que he escuchado también por ahí. Vosotros estáis mejor preparados que yo, vuestro nivel político es más alto. Ojala sea como decís vosotros. Pero que sepáis que existe un dicho español que dice: “En este mundo traidor nada es verdad ni mentira, todo es según el color del cristal con que se mira”[15].

Thonet, que estaba callado sin intervenir en la discusión, pidió, de repente, la palabra (se trataba de un hombre muy educado) para decir unas pocas palabras.

—Yo creo, empezó Thonet, —que es muy difícil hacer un juicio definitivo, hasta que no conozcamos todos los hechos...

No pudo seguir dando su opinión porque fue interrumpido por los demás.

—Es decir, ¿no crees en la veracidad de los documentos de Moscú?

—No lo toméis así, sólo quiero decir que así como podemos estar seguros, también podemos tener dudas. Tengo simple y llanamente algunas dudas. Si no me equivoco, como decía Marx, de omnibus dubitandum, que dudemos de todo.

—¡Vaya plan si empezamos a dudarlo todo! — alzó la voz Cristea — Dinos Thonet, ¿también dudas de nuestra victoria, de la justicia de nuestra causa?

—¡No me insultes, Nicolae! ¿Crees que estaría aquí si tuviera dudas?

—Pero se sabe— continuó Cristea su argumento — que la duda genera tolerancia, y la tolerancia puede alejar de lo correcto.

—¡Nicolae! — intervino Calutaru— ¡Déjale en paz! No es bueno que peleemos entre nosotros.

—No se trata de pelear, sino de clarificar las cosas — dio Pop su parecer.

Entre paréntesis he de decir que la discusión no fue fácil, como en otras ocasiones, por causa de los diferentes idiomas. No hablábamos todos la misma lengua. No solo una vez las traducciones nos jugaron una mala pasada. Un día Pribyl lo explicó con la siguiente frase: “La traducción es como una mujer. Si es fiel no es guapa, si es guapa no es fiel”. Él, de Montparnasse, sabía lo que decía.

Thonet, que habitualmente era un hombre silencioso, dio muestras de voluntad, de combatividad.

—Quiero preguntar algo ¿Creéis que los comunistas no se equivocan nunca?

—¡Qué listillo nuestro ingeniero!, exclamó Iancu.

—¡Qué! ¿Tú no eres ingeniero?, replicó Thonet.

—Sí, pero no estamos hablando de eso.

—Por supuesto que no. Pero respóndeme a la pregunta.

—Creo, sinceramente, que los comunistas no pueden equivocarse. Por eso soy comunista, intervino con su simplicidad característica Vasile Constiniuc.

—¡Ey! En esta cuestión podemos tener pareceres diferente— dijo Iancu —Yo creo que nadie está libre de errar.

—Ves— replicó raudo Thonet — Creo que la aplicación del marxismo-leninismo no excluye, automáticamente, la posibilidad de equivocarse.

Mon pôte[16]—dijo Gastón Carré— Aquí te vas por los cerros de Úbeda. Una cosa es la posibilidad del error de cualquier persona y otra muy diferente la relación entre el marxismo y el error.

—Yo me refiero a la aplicación del marxismo y no al marxismo en sí mismo, replicó Thonet. —Yo creo, perdonad por la audacia, que cualquier poder lleva dentro la posibilidad del abuso. La revolución francesa es el ejemplo claro. Me es difícil de creer que los viejos revolucionarios se conviertan, así en un suspiro, en traidores. No os toméis a mal que os diga lo que pienso.

—Vaya, vaya. Qué terrible eres, ironizó Iancu. — No sabía que teníamos a un gran teórico entre nosotros. Pareces alguien importante.

—No te rías de mí, le contestó rápidamente Thonet. —En cualquier caso, una máxima francesa, me parece que de Corneille, me gusta porque dice mucho: “La valeur n´attend pas les nombres des années[17].  No quiero que me consideréis creído, pero estoy categóricamente en contra de los fetiches y de las autoridades establecidas para la eternidad. Además creo que no está bien condenar a alguien antes de haber intentado entenderle. Yo he dejado de creer y he comenzado a pensar.  Ahora no creáis —añadió tras una pequeña pausa— que considero a los condenados como unos angelitos. Probablemente, algo habrán hecho. Su ejecución me parece, eso si, una medida demasiado dura.

—¿Qué habrías querido que pasara?, le respondió Cristea. —Esta es la suerte de los granujas. Ellos se lo han ganado bien ganado, pero han perdido y, por lo tanto, no pueden tener pretensiones de indulgencia.

Gaston se conmovió. Tenía una buena opinión de Thonet, le caía bien. Por eso intentó calmar los ánimos.

—Dejad en paz a Thonet. Si seguimos con la discusión le vais a acabar llamando traidor también a él. Está un poco perdido, simplemente. Mañana se le pasará. En todo caso, yo aprecio el coraje con el que ha hablado, aunque haya dicho tonterías. Creo que discutir no es malo. Allí donde se discute se avanza.

Bruscamente, Gaston se dirigió a mí:

—¿Tu que piensas, ya que eres le patrón[18]?

La pregunta me pilló por sorpresa. Había estado siguiendo la discusión, pero sin intención alguna de intervenir. Para mí, como para los demás, las cosas parecían claras. Unos cuantos canallas habían recibido el merecido castigo. En aquellos tiempos las cosas para mí eran cristalinas y lo que venía de los que considerábamos dirigentes del movimiento comunista estaba por encima de toda duda. No obstante, escuchaba con atención las consideraciones de Jaime y Thonet. De hecho,   había visto y oído a Bujarin en una conferencia en París,  el verano de 1936, en la cual abordaba el problema de “la mecanización del hombre y la humanización de las máquinas”, que suscitó un gran interés y a mí me gustó bastante.

—¿Qué puedo decir? Lo que yo pienso lo sabes perfectamente, le respondí con tranquilidad.

En mi cabeza se había colado, sin embargo, una sombra de duda, pero a la vez tenía la idea firme de que era mejor errar junto al partido que tener la razón en su contra.

Después de aquello, alejé de mi cabeza toda huella de cuestionamiento. Me dije que no era digno de un comunista

***

Más tarde, mucho más tarde, poco después del XX Congreso del P.C.U.S., me quedaron claras muchas cosas y recordé la discusión que he relatado. La lectura de las memorias de Ehrenburg y, en especial, aquella parte en la que se refiere a lo acontecido con Koltsov, Ciopici, Rosenberg, Antónov-Ovséyenko, Goriev y otros muchos, reclamados de España en 1937 y caídos víctimas de la represión arbitraria del, así llamado, culto a la personalidad, como al periodo de triste recuerdo de los años 1949-54 en algunos paises socialistas, cuando los antiguos interbrigadistas tuvieron muchos problemas y cuya rehabilitación posterior y tardía me han hecho reflexionar todavía más seriamente acerca de lo sucedido entonces, sobre aquellas disputas sin fin...[19]

***

Siguió para nuestros artilleros un periodo en el curso del cual, hasta el comienzo de la batalla del Ebro, no iban a verse inmersos en grandes acciones. Fue un tiempo de reorganización, de instrucción intensa en preparación de los importantes combates que estaban por venir.

Hacia el final de la primavera, debilitado a causa de las heridas recibidas, fui enviado durante un tiempo a Francia para recuperarme.

Cuando me marché de París, hacía ya un año y medio, el había en la ciudad y en todo el país un enorme interés y una gran simpatía hacia la causa republicana. Muy significativo sobre aquella atmósfera es el relato de la conocida periodista Genevieve Tabouis en su libro „De la Liga de las Naciones a San Francisco”[20], con ocasión de una subscripción que había lanzado en el otoño de 1936 para ayudar al pueblo español.

No sabía en que medida la política de Quai d´Orsay, la de la no intervención en España, reflejaba en realidad la opinión del pueblo frances. Cuando lancé, en «L´Oeuvre», la subscripción «Para la Navidad de los niños españoles» no quería solamente aliviar el sufrimiento de los pequeños. Mi intención era proceder igual que el Instituto Gallup de Estados Unidos, sondeando el pulso de mis lectores con esta nueva manera de analizar los sentimientos y los pareceres, sabiendo que al menos un tercio de ellos no eran comunistas[21].

La campaña  se abrió por un periódo de dos meses. Esperaba llegar al millón y, si esta suma no se alcanzaba, pensaba recurrir a algunos amigos ricos. Sin embargo, en menos de un mes las expectativas se cubrieron. Fui obligada a constituir un pequeño equipo de trabajo para llevar la contabilidad y la correspondencia. La reacción fue magnífica. Recibía cantidades desde los cinco francos de las pequeñas rentas y los pensionistas. Unos me escribían que se privarían del tabaco durante una semana para que los niños tuvieran algo que llevarse a la boca. Grupos de chavales pobres me buscaban en la redacción y me decían: „!Tome la mitad de nuestros regalos de Navidad!”.

Algunos trabajadores ferroviarios me enviaron solo dos francos... Un electricista, Joseph Henriot, me escribió demostrando una lógica admirable: “¿En qué estaría pensando Quai D´Orsay? Una dictadura en la frontera del Rin, una dictadura en la frontera de los Alpes ¿Podremos resistir una tercera dictadura en los Pirineos? ¡Ayudemos a los republicanos españoles!”

Mujeres de todas las categorías sociales, que habían perdido a sus hijos, aportaban lo que pensaban tendrían que gastar para ellos si hubieran vivido.

Y algo todavía más increíble: tras haberse alcanzado el objetivo de la subscripción, el ímpetu del público no se detuvo.

La campaña había sido abierta bajo el modesto título de «Para la Navidad de los niños españoles». Los lectores insistían para un título nuevo y una nueva campaña de recogida de fondos: «Para el invierno de los niños españoles».

En cierto modo, me quitaron de las manos la dirección de la colecta, encargándose ellos mismos de ella. Incluso cuando después de ocho meses, no pudiendo hacer frente al trabajo que significaba, cerré la campaña de recogida de fondos, el dinero continuaba llegando junto con cartas de lo más emotivas”.

A mi regreso a París, la propaganda oficial había conseguido imprimir una actitud derrotista a gran parte de la opinión pública. Sin embargo, pude constatar, con gran satisfacción, la atmósfera de confianza, el vivo espíritu de solidaridad que dominaba en las filas de la comunidad rumana y, como después me di cuenta, también en Rumania. Todavía continuaban llegando voluntarios rumanos en gran número y nuestro comité de París organizaba su  rápido envío a España. Durante aquel periodo llegaron la mayor parte de los voluntarios que lucharon en las filas de la División 45: Constantin Doncea, Alexandru Paraschiv, Nicolae Meheș, Maria Selea, Mihai Patriciu, Mihai Faltin y otros muchos.

EN PARÍS, EN 1938

La herida recibida en Quinto no se curó fácilmente. Mis camaradas estuvieron de acuerdo en que fuera a París para que me explorara un especialista en los pulmones. Dio la casualidad de que alguien tenía que desplazarse a París para citarse allí con un camarada que había sido enviado por el Comité Central del partido, desde Bucarest, Grosu, y con otro miembro del Comitern, Vasilich, con los que había que discutir algunas cuestiones de nuestro partido con España. Así que, me encargaron cumplir esta misión.

La reunión de París, en junio de 1938, no me produjo una alegría acostumbrada; no me satisfizo para nada. A pesar de lo mucho que amaba a la Ciudad de la Luz, esta vez no encontré por ningún lado lo que deseaba hallar allí. No encontraba por ningún lado el París del Frente Popular del 36. Parecía haber desaparecido el entusiasmo en las grandes victorias populares; daba la impresión de que aquella gente, la que en el verano de 1936 tenía constantemente en su boca palabras de solidaridad con la España alzada contra el fascismo y la invasión de Hitler y Mussolini, había cambiado de forma radical. Eran personas apagadas, cansadas. El lugar de la verdad lo había ocupado la duda; el lugar de la solidaridad activa había sido sustituida por la compasión por la suerte de un pueblo condenado –según muchos con los que me entrevisté- a una derrota inevitable. Se seguían haciendo donaciones, se recogía dinero para España, pero ya no desde el antiguo convencimiento de los que lo hacían para cumplir un deber consigo mismos, sino más bien por pena. El espíritu filisteo se iba haciendo un hueco cada vez más grande. Se consolaban muchos con la ilusión de que la guerra iba a tener lugar lejos, y que finalmente no afectaría a Francia.

Por vez primera no me sentí bien en aquel París que, no obstante, significaba para mí la ausencia del peligro de la guerra, la tranquilidad, una buena comida, noches con sueño a pierna suelta, diversión, etc. No me pude adaptar a aquella situación, con aquella atmósfera. En España tenía lugar una guerra, en condiciones cada vez más difíciles. Las vicisitudes y la escasez crecían desmesuradamente. Quería, sin embargo, regresar cuanto antes a España.

Un gran especialista francés que me trató, el Dr. Oster, viejo militante de la emigración rumana, me recomendó algunas semanas de descanso. A pesar de eso, yo regresé a España cuando pasaron dos semanas.

Durante mi estancia en París participé en dos mítines, organizados el 18 de junio y el 8 de julio por el Comité Nacional de Ayuda a los Voluntarios Rumanos en España. En aquellos actos de apoyo a la lucha de los republicanos tomé también yo la palabra para dar a conocer la situación militar del frente y de los voluntarios rumanos. Los discursos tenían en común la idea de que sería un gran error considerar que la resistencia republicana estaba llegando a su fin; España había luchado durante tanto tiempo que nadie tenía derecho a abandonar el combate. El gran número de asistentes a los mítines, la avidez e interés con el que escuchaban las noticias sobre España, las preguntas que hacían y su toma de posición frente a la política “no intervencionista”[22], me hicieron darme cuenta de cuanto de cercana estaba de sus corazones la causa republicana.

***
Al regresar de Francia me ordenaron presentarme en Barcelona, ante el inspector general de la artillería republicana, el coronel Fuentes. Este me encargó que instruyera a las nuevas unidades de artillería que debían participar en la batalla del Ebro. Al darme la orden no se me comunicó, con claridad, que se estaba preparando una gran ofensiva, que tendría lugar después de poco tiempo,  pero sí se me dijo que la instrucción debía hacerse en un periodo corto de tiempo, así que en tres días ya tenía todo preparado después de todos los problemas organizativos que tuve que resolver en Barcelona

CON JAWAHARLAL NEHRU[23] E INDIRA GANDHI

Uno de aquellos días fue anunciado que iba a llegar a Barcelona Jawaharlal Nehru y que, por su deseo, iban a ser invitados para reunirse con él al día siguiente una serie de combatientes, escritores y periodistas. Me alegré de encontrarme entre los que habían sido seleccionados.
A pesar de la grave situación en la que se encontraba la República, la llegada de Nehru había despertado gran interés.  Él tenía por aquel entonces una fama bastante grande. Era considerado, después de Gandhi, la más eminente figura del movimiento de liberación en la India y, en general, una personalidad muy interesante. El hecho de que había venido a la zona republicana y no a la de Franco, así como el haber hecho pública su condena a la agresión fascista en España, constituía una prueba de su actitud consecuente.

Un día después, a la hora establecida, me encontraba en el hotel donde habíamos sido convocados. Nehru no se hizo esperar.  Apareció acompañado de su hija, Indira, que tenía por entonces 20 años, y que parecía una replica femenina y joven de su padre. El dirigente hindú era relativamente joven, alto y esbelto, con una figura distinguida, subrayada por una actitud modesta y un comportamiento sencillo y natural.

Parecía cansado y muy preocupado. Había abandonado la India agobiado por innumerables problemas y dudas, en relación con la actitud que debería adoptar el Congreso Nacional Indio en cuestiones importantes. Nos expuso durante su charla algunos de estos problemas. Pero ya desde sus primeras palabras dejó clara su preocupación por el destino de Europa y del mundo entero, amenazado por el peligro del fascismo y de la guerra. Lo que sucedía en España era, según su opinión, junto con los acontecimientos de China y Etiopia, facetas diferentes de idéntica realidad. A través de este prisma, la evolución de los acontecimientos no podía ser juzgada nada más que con pesimismo. Alemania, Italia y Japón con seguridad no iban a detenerse ahora. Ellos se enfrentarían, probablemente muy pronto, en una nueva guerra con Francia, Inglaterra,...

—Algunos, decía, se preguntaran seguramente qué busco yo en España, ahora, aquí ¿Qué relación hay entre la España Republicana e India? La respuesta es clara. Nosotros, que luchamos por la libertad contra cualquier opresión y agresión, estamos, por nuestra propia posición, en contra la Alemania hitleriana, del Japón fascista y, por lo tanto, de la España de Franco, aliado de nuestros enemigos, y al lado de la España Republicana.

Después de esto, hizo una pausa..., buscó las palabras adecuadas, y no precisamente para conseguir un efecto oratorio, sino por su deseo de expresar con la mayor claridad sus palabras.  Tuve la evidencia de lo anterior cuando escuché lo que dijo a continuación.

—El gran dilema, dijo retomando su discurso, dilema del que no veo en la hora actual salida alguna, es el siguiente: ¿Cuál debería ser la posición de la India en caso del estallido de una guerra entre las fuerzas reaccionarias y las democracias occidentales? Puede parecer que nuestra posición debería ser la de estar al lado de los que luchan contra la Alemania fascista. Pero ante nosotros aparece un penoso problema: ¿podría India apoyar en una guerra como esa a Inglaterra, que nos mantiene en una situación de opresión colonial? Una actitud como esta creo que no sería entendida por el pueblo hindú. El dilema existe, de momento, solo en el plano teórico. Pero preveo que pronto será un problema concreto, ante nuestras narices, y nos tortura horriblemente la obligación de encontrar una respuesta... Puede que una victoria de la España Republicana solucionara este debate, añadió él,  pensativo  —Esta es la razón de mi venida. Aquí las cosas son claras, a pesar de la guerra; es un oasis para mi espíritu.

Dos años más tarde, en el final de su Autobiografía, (a la que me refiero en el primer capítulo de esta obra), escribirá sobre esta estancia en España.

Durante toda la reunión, Indira, la hija de Nehru, permaneció en silencio junto a él. Parecía una chiquilla y pensaba yo, que para ella la política podría ser algo lejano y poco interesante. Era impresionante, sin embargo, la muestra de cariño y estima frente a su padre, que parecía irradiar de toda su figura. Pero a medida que Nehru hablaba, al seguirla con la mirada me di cuenta de que ella participaba en la exposición, animada no solo por el amor paternal, sino porque entendía y aprobaba las palabras del dirigente hindú, que buscaban expresar con sinceridad las aspiraciones de su pueblo.

Escribiendo estos párrafos sobre Indira Ghandi, me pregunto si en lo que hace hoy en su país no se encuentra un eco de lo que vio y vivió entonces, en la atmósfera de irresistible entusiasmo y heroísmo del pueblo español.

***

Al día siguiente marché a Reus, donde se encontraba el centro de instrucción de la artillería del Frente del Ebro. Allí permanecí dos semanas, tiempo durante el cual preparé a un gran número de baterias españolas, que recibieron después su bautizo de fuego en la gran batalla del Ebro.

Dos semanas antes del comienzo de la ofensiva, con motivo de la celebración del segundo aniversario del inicio de la guerra, el Alto Mando de las Brigadas Internacionales ofrecieron la posibilidad a los combatientes rumanos, así como a los llegados de otros paises, a transmitir a través del puesto de Radio Barcelona un llamamiento a sus compatriotas. Así sonaba nuestro mensaje:

„Debemos ser claros. Los republicanos no podrán vencer sin nuestro apoyo, el de toda la clase obrera unida, el de los demócratas y sus organizaciones de todo el mundo. Que se impida al gobierno rumano vender petroleo y cereales a Franco. Trabajadores de los puertos, !rechazad cargar barcos con mercancia para Franco!

El pueblo español tiene necesidad de alimentos y medicamentos !Enviadlos en grandes cantidades! !Organizad la venida de nuevos voluntarios de Rumanía para poder completar las filas de las unidades rumanas de la España Republicana!”.

De nuevo, fue  subrayada la comunidad de intereses de los pueblos en lucha contra el fascismo:

Luchan los voluntarios rumanos por los campos de Castilla, que les recuerdan a los de Valaquia, en tierras aragonesas, que les hace recordar a Moldova, y por los caminos de Cataluña, que evoca la imagen de Transilvania, contra las que extienden sus garras la Alemania nazi y la Hungria de Horthy. La historia de estas tres regiones ibéricas trae a su mente a los voluntarios rumanos la historia de su patria, de aquellas tres regiones rumanas que como Castilla, Aragón y Cataluña se unieron en un único estado nacional, y cuya independencia está amenazada como la de España.

El fascismo lucha hoy para conquistar España. Mañana vendrá el turno de Checoslovaquia, y pasado mañana nos llegará la hora a nosotros. La salvación de España significa la salvación de Rumanía !Alcémonos todos para detener al fascismo invasor...!”

            LA INFANTERIA RUMANA EN LOS COMBATES DE ARAGÓN

Los voluntarios rumanos del batallón Diakovich de la 129.ª Brigada Internacional lucharon en Aragón a finales de marzo de 1938, hasta el mes de septiembre de aquel año, y continuaron actuando en este frente también después de que las tropas fascistas cortaran la zona republicana en dos.

Era un periodo en el que la República se encuentra en grave peligro, en el que cada combatiente ha de pasar un examen severo, en la que las convicciones de cada uno se verifican en el fuego de unas circunstancias extremadamente difíciles.  La gran mayoría de los voluntarios rumanos pasaron con éxito esta prueba. Al contrario, en los momentos de mayor dureza, la disciplina, el coraje, su espíritu de abnegación, se mostraron con más firmeza.

La primera toma de contacto con el enemigo en el frente aragonés de la  129ª Brigada Internacional fue en Peñarroya, (no confundir con el centro minero y metalúrgico de Extremadura del mismo nombre), en el momento en el que comenzaba la segunda fase de la ofensiva fascista.  Durante unos días, la brigada sostendría violentos enfrentamientos en aquel sector. En el desarrollo de los combates, caería el sargento rumano Mihail Dobreanu. Las trincheras improvisadas apresuradamente ofrecen una protección insuficiente a los soldados; estos, se encontraban casi totalmente descubiertos ante la lluvia de balas, convertidos en blancos fáciles para los marroquíes.  Herido en el estómago, el joven comunista rumano Dobreanu morirá cuando era transportado hacia un punto sanitario. El voluntario Nicolae Moraru recogería su fusil y continuaría su lucha, hasta caer también herido.

La brigada sería sacada de la línea de fuego para ser enviadas a reforzar el flanco derecho del dispositivo de defensa republicano, donde algunas fuerzas republicanas habían empezado a ceder bajo la poderosa presión enemiga. Con este objetivo, nuestros voluntarios son trasladados el 28 de marzo a Monroyo. Ocuparon las posiciones por la noche, sin haber tenido tiempo de hacer un reconocimiento previo del entorno. Al día siguiente se dieron cuenta de que tenían los flancos al descubierto, pues los fascistas, al amanecer, sobre las 4 o 4,30 de la mañana, iniciaron un ataque de una violencia inusitada. Sobre un frente de apenas un kilómetro fueron concentrados los disparos de unos 100 cañones.  El enemigo quería tomar posesión sobre una carretera que pasa por la localidad y que conectaba con Valencia; para conseguir su objetivo, no dudaron en lanzar toneladas de proyectiles sobre las posiciones republicanas. “Estos bandidos no ahorran en obuses. Se ve que no trabajan mucho para extraer el hierro que arrojan contra nosotros”, se comentaba entre las filas antifascistas.

Con las tropas fascistas acechando a nuestras espaldas, una parte de las unidades de la 129º Brigada, que se encontraban en aquel sector, entre las que se hallaba el batallón Diakovich con su compañía rumana, en peligro de ser rodeadas, recibieron la orden de retirarse hacia otras posiciones. La retirada fue realizada con gran dificultad, bajo el acoso continuo del enemigo, a lo que se suma que el terreno donde se efectuaba el repliegue era muy accidentado, montañoso, y donde ni siquiera existían senderos transitables.

Durante la retirada murió el voluntario Stefan Megyeri, miembro del Comité Central de la Unión de Jóvenes Comunistas de Rumania. Del mismo modo que toda la vida de Megyeri fue un ejemplo de convicción en los principios comunistas y devoción sin límites a la causa de la clase obrera, su muerte fue una muestra de valentía. En el auge de los cruentos combates enfrentados por las unidades  republicanas durante el repliegue, Megyeri ocupó con su ametralladora un punto estratégico. Se ubicó en el centro del fuego enemigo; la tierra a su alrededor parecía sufrir un terremoto, pero él permaneció fiel a su metralleta, pegado a ella. Allí permaneció el modélico luchador antifascista, en su puesto, hasta su último suspiro.

Muchos jóvenes comunistas a los que él había educado y organizado, a los que condujo en la las movilizaciones llevadas a cabo en Rumania contra el enemigo de clase, se encontraban entonces en las unidades de voluntarios internacionales de España, algunos incluso en la misma en la que el dirigente político era el propio Megyeri. Estos, deteniéndose un segundo junto al cuerpo sin vida de su camarada de armas, le dieron el último saludo, haciendo al comunista caído por la causa, una promesa solemne: “Lucharemos hasta la victoria”.

En estas luchas caería, igualmente, el metalúrgico Constantin Iacob, y sería gravemente herido el ferroviario Minea Stan, trabajador de los Talleres Grivita[24].

Retirándose de Monroyo, las unidades de la 129º brigada rodean un bosque y unas cuantas colinas, ocupando posiciones en la carretera que lleva hacia la localidad que habían abandonado. En esta ocasión se encontraban a la derecha de la localidad de La Pobleta, donde habían llegado en la noche del 1 de abril.  A la mañana siguiente, el enemigo, camuflado tras una cortina de humo, acerca sus tropas de infantería a las posiciones republicanas. Sobre las siete de la mañana, abren fuego con más de 40 baterías. La artillería y la aviación fascistas bombardearon con violencia desde el flanco derecho y el izquierdo de la carretera para hacer huir a los republicanos de sus posiciones. El ataque duró varias horas seguidas, provocando un estruendo insoportable. A las 10 de la mañana, a pesar del cielo despejado, el campo de batalla permanece en la oscuridad, no pudiendo atravesar las nubes de humo, el polvo ocasionado por las bombas, los rayos del sol. Las trincheras excavadas sobre la piedra, fueron de nuevo niveladas por el fuego fascista. Muchos combatientes antifascistas ―españoles, rumanos, búlgaros, etc.—perdieron la vida bajo el pavoroso cañoneo, en el cual los proyectiles y los pedruscos caían como lluvia mortal sobre los hombres.

El pelotón de Nicolae Roșu se había posicionado cerca del de Bodeanu. Los dos cabos eran buenos amigos y se alegraban de que fueran a poder, en el caso de que tuvieran algún momento de respiro, intercambiar algunas palabras. En la madrugada del 2 de abril, Roșu y Bodeanu marcharon el uno hacia el otro para charlar un rato, pero al acercarse se empezó a oir el silbido prolongado de un obús.

―Se nos han adelantado, dijo Roșu 
―¿Qué quieres decir?
―Fíjate. Cuando te iba a dar los buenos días, me han tomado los señores la delantera con un saludo de tipo fascista
―Si solo hubiera sido un saludo, pero creo que es solo el comienzo del espectáculo[25]. Cuando llegué el número principal , nos enteraremos.

Ciertamente, la artillería no se hizo esperar mucho. Los obuses explotaban uno tras otro, en una lluvia de fuego y metralla.

―!Eh, Budeanu! ¿Qué crees? ¿Tenemos nosotros tanta artillería en todos los frentes juntos como ellos han concentrado aquí?, preguntó extrañado Roșu en un instante en el que el estruendo se calmó un poco.
―Si hubiéramos tenido tanta, ahora no quedaría ni un fascista en pié por aquí, respondió.

Después de otra media hora de estruendo ensordecedor, las explosiones empezaron a calmarse.

―Budeanu, podemos decir ya olé, que el flamenco[26] se ha terminado, exclamó Roșu

Muy al contrario, no pasó mucho tiempo cuando se empezó a escuchar el sonido de unos aviones que se acercaban. Venían en formación de cinco en cinco, alineándose sobre las trincheras y soltando su carga mortal.

En esos momentos, solo la suerte te puede salvar. No se puede hacer gran cosa, pues los refugios son solo una ilusión. Roșu revisó sus efectivos, hizo alguna broma dirigida a Marin Chilon –otro buen amigo, obrero de la fábrica “Vulcan[27]” de Bucarest- y anima a sus hombres.

―Ahora nos toca el turno a nosotros, a la infantería. Vais a ver ahora como los “héroes” huyen mordiendo el polvo.

A lo lejos se oía un zumbido que se hacía poco a poco más fuerte. En fila india se acercaban los tanques enemigos. Los republicanos solo disponían de unos pocos hombres, apenas cañones y un puñado de granadas antitanque.

El enfrentamiento era difícil, desigual. Sin embargo, los combatientes republicanos se arrojaron a la lucha sin vacilación. Roșu se lanzó al frente de su pelotón, arrojando una granada a la oruga de un tanque, y después otra. El tanque quedó fuera de combate, pero a Roșu le llegó el momento de caer bajo el fuego enemigo.

Les fue muy difícil a los voluntarios rumanos de la compañía “Grivita Roja” el asociar a Roșu con la muerte ¡Era tanta la vitalidad, su carácter voluntarioso y su entusiasmo juvenil en aquel luchador con figura de niño y vocación de artista! Era un obrero al que la burguesía había intentado que su mente permaneciera en la ignorancia, estrechar el horizonte de sus preocupaciones, como a todos los que trabajaban, pero sin embargo dominaba con extraordinario talento la lengua de sus antepasados, amaba la poesía e incluso escribía sus propios versos.  Precisamente, con su cuaderno de poemas sobre el pecho sería enterrado en tierra española, donde cayó combatiendo como un valiente defendiendo su patria y la libertad de todos los pueblos.

El ataque a La Pobleta se desarrollo con la misma táctica utilizada en el ataque anterior. Del mismo modo, las tropas republicanas resisten encarnizadamente, pero toman la decisión de retirarse para evitar terminar siendo rodeadas. Durante todo el periodo de abril y mayo las circunstancias se repiten, y las luchas no se desarrollaron de una forma normal. Las unidades republicanas de aquel sector del frente de Aragón están obligadas cada 2-3 días a replegarse por el peligro de ser cercadas; luchaban por liberarse del cerco y, tras unas jornadas, volvían a encontrarse en una situación similar. Todavía no se planteaban la posibilidad de desencadenar una ofensiva o contraataque, ya que lo urgente era ralentizar como fuera el avance fascista hacia Valencia.

Cuando después de cruentos combates y numerosas pérdidas, (caería asesinado Iosif Balan, y de los voluntarios rumanos serían heridos Codrut, Faur, Moldoveanu, entre muchos otros), las unidades del batallón Diacovich recibieron la orden de replegarse cuatro kilómetros más allá de La Pobleta, ya era demasiado tarde: la infantería italiana se encontraba a sus espaldas y cortaba la retirada. Con celeridad, el comunista español Largo, comandante del batallón, consiguió sacar a nuestras unidades de la celada. Después, tomando un camino paralelo al que utilizaban en su avance las tropas italianas, y marchando más deprisa que éstas, los republicanos cortaron el paso al enemigo y detuvieron su avance. Largo organizó una línea de defensa provisional en la misma carretera. A ambos lados, el terreno accidentado ayudaba a obstaculizar el paso de los italianos, facilitando el trabajo a los republicanos. A la vez que las unidades del batallón Diacovich retenían allí al enemigo, a unos 6 kilómetros de distancia de La Pobleta, el comandante de la 129º Brigada organizaba una nueva línea, en Morella, para parar el progreso de los fascistas.

Sobre la nueva línea organizada con prisas, con trincheras muy rudimentarias, excavadas improvisadamente, el enemigo se lanzaba una y otra vez con su artillería y su aviación. Los aviones de caza seguían a cualquier grupo de hombres divisado, sin importar su tamaño, ametrallándoles. Los republicanos tuvieron numerosas bajas, tanto entre los españoles como en las filas de los internacionales. Sin embargo, el avance enemigo consiguió ser detenido casi una semana, teniendo también los fascistas muchas víctimas.

A las posiciones reforzadas por la 129ª Brigada llegaron nuevos contingentes. De este modo, esta fue retirada del frente y enviada, al poco tiempo, a Villafranca del Cid, para su reorganización.

De allí, la 129ª sería orientada hacia Ejulve, donde ocupó unas pociones previamente preparadas. Después de luchar durante un tiempo en aquel sector, la brigada descendió hacia el sur, en dirección a Cañada Vellida, donde hubo choques entre las unidades de exploración republicanas y fascistas.  Más tarde, ocuparía posiciones todavía más al sur, cada vez más cerca del la línea ferroviaria Teruel-Sagunto, objetivo principal de los ataques del enemigo. En general, tras la ruptura de la España republicana en dos, los fascistas buscaban ensanchar los flancos hacia Valencia para ocupar la ciudad, y las tropas republicanas pretendían impedir aquel objetivo, consiguiendo estropear sus planes.
Republicanos cruzando el Ebro

En las cercanías de la carretera Teruel-Sagunto, entre Mora de Rubielos y Puebla de Valverde, nuestras unidades permanecerán más de un mes, frenando  el avance de importantes tropas enemigas.

A mitad del mes de julio, la 129º brigada recibió la misión de sacar a los fascistas de una posición que dominaba una gran porción del frente republicano. Se trataba de echarlos de la zona montañosa de  Peña Marco. La acción que tenían que llevar a cabo las unidades del batallón Diacovich era extremadamente difícil, y requería de mucho coraje y determinación. Tenía gran semejanza con el asalto a una fortaleza o ciudadela. Las colinas y gran parte de las montañas de Aragón, a causa de la falta de tierra fértil que sufre la población en esa zona, fueron adaptadas para el cultivo. En sus laderas los hombres de la región construyeron terrazas de unos tres metros de altura, trayendo hasta allí, a lo largo de los años, gran cantidad de tierra, en la que plantaron después diferentes árboles. Las terrazas estaban separadas por lados rectos como un muro.  Todo se asemejaba a una enorme escalera. Aquellos escalones tenían que ser subidos por los combatientes republicanos bajo el fuego de los enemigos, favorecidos por la posición que ocupaban.

A través de un intenso trabajo político, los comisarios y organizadores de partido lograron mobilizar a los voluntarios rumanos en esta acción difícil y peligrosa.

“Veis esta tierra revuelta por las bombas ―arengaba Conderor, comisario político de la “Griviței Roși” ―, las casas ardiendo, las mujeres destrozadas, sus hijos hambrientos. Estas vistas, que provocan escalofríos a todo aquel que merece llamarse hombre, son muy del gusto de los fascistas. Así quisieran que sufran Rumania, Checoslovaquía y otros países. Para detener todos los crímenes que perpetran los fascistas, ¡tenemos que machacarlos! El lema de los reaccionarios es, dividir para dominar; el nuestro, unirnos para derrotarlos y conquistar la libertad”.

Las cartas llegadas de nuestro país justo antes de empezar el ataque, a la vez que algunos pequeños regalos, -más importantes por su valor moral que por el material-, enviados por el Comité de Ayuda de París, ayudaron a que los voluntarios sintieran aún más el apoyo de sus compatriotas y los antifascistas del mundo entero, decidiéndoles a comportarse del modo que merecía aquella simpatía con las que eran mirados.

En la noche anterior al asalto, los republicanos hicieron un reconocimiento de las posiciones enemigas. A la madrugada siguiente, a falta de apoyo artillero, se abrió fuego concentrado de mortero y ametralladora sobre las posiciones enemigas. Tomado por sorpresa, el golpe recibido es así de poderoso que, tras un corto pero violento combate individual, con bayonetas y granadas, fue expulsado de sus posiciones y empujado hacia el valle. ¡Peña Marco[28] había sido tomado por los republicano!

La victoria había sido rápida, pero con muchos sacrificios. De entre las filas de los voluntarios rumanos cayeron muchos muertos y heridos. De entre los muertos, dos camaradas extremadamente queridos por sus compañeros de las unidades rumanas: Constantin Bodeanu y Alexandru Cucimarovschi. Ambos, de extraordinario coraje; los dos, siempre presente en primera línea.

Un poco antes del ataque de Peña Marco, Bodeanu recibió noticias de casa, que le entristecieron.

―¿Qué te pasa, chaval?, le preguntaron los demás conociendo su habitual carácter alegre.

―Tengo malas noticias de casa. Mi padre está enfermo. Mi mujer, creo que enfadada, me pide que vuelva cuanto antes ¿Qué pensará, que una guerra es un viaje de placer, que puedes interrumpir cuando quieras? Van mis camaradas a casa de mi viejo y le ayudan, pero se sienten un poco intranquilos por mi causa ¡No importa, saldré de esta!

Cuando el comandante del batallón pidió que se presentaran voluntarios para ir en primera línea, se presentaron muchos combatientes rumanos, Bodeanu entre ellos. También Cucimarovschi, Aurel Stancu, Ioan Stoian, Rudolf Hichel, Ștefan Mera y otros... Durante la misión, Bodeanu y Cucimarovschi perdieron la vida.
Un gran número de hombres cayeron heridos. Más de la mitad de los miembros de la compañía “Grivița Roșie” no pudieron continuar la lucha. Cada hombre útil, independientemente de la función que desempeñara, pide un arma para sustituir a los camaradas caídos. Combatió incluso el cocinero de la compañía, Gheorghe Chioreanu, junto a los enfermeros Caras, Mihail y otros muchos, hasta que fueron heridos.

Sin embargo, los sacrificios realizados no fueron en vano. El enemigo fue obligado a retirarse apresuradamente hacia las posiciones del Frente del Ebro, donde los republicanos estaban a punto de desencadenar su gran ofensiva, con tropas de infantería y artillería.

Tras el éxito del ataque en Peña Marco, la 129 Brigada es retirada de sus posiciones y enviada de nuevo a las cercanías de Teruel: a Peña Blanca[29] y Puebla de Valverde.

En Peña Blanca, las tropas republicanas lanzaron un ataque, lo que obligó a los fascistas a traer tropas frescas de infantería y de artillería de otra parte del frente para poder hacer frente a la presión. Tras algunos días de combates locales, dos o tres brigadas republicanas, entre las que se encuentra la 129 Brigada internacional, comenzaron una acción ofensiva en dirección a Puebla de Valverde. Los republicanos abrieron su ataque con artillería antitanque. Los cañones, que habían sido desmontados pieza a pieza, habían sido transportados con caballos o burros por los angostos senderos del monte. El enemigo, que no esperaba ser atacado con artillería en la montaña, fue derrotado. A pesar de que un tren blindado de los fascistas, que se encontraba en la vía férrea Teruel-Sagunto, bombardeaba violentamente a los republicanos, estos consiguieron echar a sus enemigos de sus posiciones y limpiar el terreno en un área de 6-7 km.

Aquellos fueron, brevemente, los episodios más importantes de la participación de los voluntarios rumanos en las luchas llevadas a cabo en la primavera y el verano de 1938 en Aragón. La actitud que tuvieron en aquellos combates, que se desarrollaron en condiciones terriblemente difíciles, como también la actitud del resto de combatientes republicanos, españoles o internacionales, reflejaban la decisión de los luchadores antifascistas de no cesar en su lucha hasta acabar con el enemigo.



[1]  Gastón Carré (comandante de la batería franco-belga) y Samuel Arbousset  (comandante de la batería "Pasionaria" del regimiento rumano de artillería)
[2] Conejo en francés. En este idioma en el original (N.t.)

[3] Cervantes, Miguel de, Don Quijote de la Mancha.......
[4] En español en el original (N.T.)
[5] Roman comenta dentro de la cita original de la revista francesa citada en el texto (N.T.)
[6] En el original aparece la palabra “caminero”, en español. No sabemos con exactitud si se refiere a “peones camineros” o a “caminantes”, siendo ambas acepciones aceptadas por el RAE.
[7] Entre comillas en el original: “nebuna” (N.T.)
[8] Entre comillas en el original: “al nostru” (N.T.)
[9] Entre comillas en el original: “naționali” (N.T.)
[10] En español en el original. El autor escribe la traducción en nota a pié de página (“Cîine blestemat. Singurul național aici sunt eu, căci sunt spaniol”
[11] V., el comandante rojo, es, evidentemente, Valter Roman, el autor del libro (N.T.)
[12] En sus memorias de la guerra de España, publicadas en una serie de artículos aparecidos en la revista Ogoniok, nr.6,7,8/1965, el mariscal Rodion Malinovski, entonces ministro de defensa de la U.R.S.S., contó esta escena, hablando especialmente de la personalidad del héroe de la acción, el capitán Korenevski. El mismo episodio fue contado también por Jacques Delpierre de Bayac en su obra Les Brigades Internationales, aparecida en París en 1968 (Nota del autor)
[13] En español en el original (Nota de los traductores)
[14] Los acontecimientos de más arriba han sido reproducidos por el diario Romanul American, publicado en Detroit (EE.UU.) el 22 de julio de 1939 (Nota del autor).
[15] En español en el original. El autor incluye una nota a pié de página con la traducción (Nota de los traductores)
[16] En francés en original: buen amigo (N.T.)
[17] En francés en el original, traducido en nota a pié de página por el autor: “El valor no atiende a la edad (N.T.)
[18] En francés en el original; en español, el jefe (N.T.)
[19] La discusión de los brigadistas, tal y como la cuenta Valter Roman, es un reflejo del cambio de paradigma asumido por les miembros del Partido Comunista de Rumania tras la muerte de Stalin. Roman intenta justificar sus ideas de antes del XX Congreso del PCUS, afirmando que todos estaban engañados y que seguían fielmente la doctrina que llegaba de la dirección. Lo curioso es que a finales de los años sesenta, cuando escribe su libro, hace lo propio y asume como un autómata las mentiras vertidas por Jruchov, sin cuestionar lo que venía del propio partido del que decía haber aprendido a cuestionar. La diferencia es que en esta ocasión no se trataba ya de jugarse la vida en defensa de la libertad de un pueblo o de la derrota del fascismo, sino de hacer lo que el PCR dictaba para conseguir cargos y seguir disfrutando de los privilegios del poder.

[20] Genevieve Tabouis, De la Liga Nationilor la San Francisco, Editura Moderna, Bucuresti, 1946 (Nota del autor).
[21] Subrayado del autor (Nota de los traductores).
[22] Entrecomillado en el original (N. de los Traductores)
[23] Es curioso que cuando Valter Roman escribía estas líneas, Nehru, siendo presidente de la India, ya había sido el protagonista del ataque contra la República Popular China en 1961, En diciembre del 1961, el gobierno de Nehru, adoptó una política de mayor firmeza en cuestiones territoriales, cuando no francamente agresiva, con respecto a la frontera en disputa con el país vecino. A mediados de ese mes, las Fuerzas Armadas Indias tomaron los enclaves de Goa, y Damán y Diu, pertenecientes al Tibet. Antes, Nehru había acogido como refugiado al Dalai Lama tras la revuelta del Tibet en 1959, a pesar de que este personaje representa el gobierno de los tiranos sacerdotes contra la miserable población tibetana. Por lo tanto, es curioso que le describa con tan buenas palabras, y no diga nada de agresividad imperialista.
[24] Talleres ferroviarios donde en febrero de 1931 se iniciaría una mítica huelga de los trabajadores, que se extendería por todo el país, y que sería objeto de una cruel represión del ejército y la policía del gobierno del rey Carol II.  (N. de los Traductores).
[25] En el original aparece “flamenco” (N. de los Traductores).
[26] Ambas palabras, olé y flamenco, en español en el original (Nota de los traductores).
[27] Famosa fábrica metalúrgica de Bucarest durante el Socialismo. Por supuesto, hoy, tras 25 años de saqueo neoliberal, tan solo quedan como herencia de aquella algunas ruinas (Nota de los traductores)
[28] En el original, aparece como Penamarco (Nota de los TT.)                           
[29] En el original, Penablanco (Nota de los TT.)

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